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Los Tres Cristos de Ypsilanti: cuando el psicólogo jugó a ser Dios

Corría el año 1959, una dulce época en la que los psicólogos estadounidenses aún podían hacer y deshacer a sus anchas sin que un comité de ética les mirara mal desde el otro lado de la sala. Fue entonces cuando un tal Dr. Milton Rokeach, un tipo con inquietudes científicas decidió llevar a cabo uno de los experimentos más extraños, incómodos y, por qué no decirlo, divertidamente trágicos de la historia de la psicología clínica.

Y todo comenzó con una anécdota sacada de una revista. Tal cual.

Una virgen, otra virgen y una madre con tablas

En 1955, la revista Harper’s Magazine publicaba una anécdota curiosa y, si se quiere, tiernamente patética: en un hospital psiquiátrico de Maryland, dos mujeres ingresadas por creerse la Virgen María se encontraron en el comedor. Una se presentó como “María, madre de Dios”, y la otra, visiblemente contrariada, le respondió: “Debe de estar loca. Yo soy la madre de Dios”. La discusión se calentó hasta que la más anciana se rindió, reconociendo que, dada su edad, “si tú eres María, entonces yo debo de ser tu madre, Santa Ana”.

El personal, atónito. Los psiquiatras, tomando nota. Y Milton Rokeach, leyéndolo unos años después, tuvo lo que en su cabeza se llamó “una brillante idea” y en cualquier otra parte del mundo se conoce como meterse donde no te llaman.

La gran pregunta de Rokeach: ¿Qué pasa cuando dos personas creen ser la misma?

A diferencia de la mayoría de mortales, que habríamos dejado la anécdota en el cajón de las curiosidades clínicas, Rokeach decidió explorar a fondo qué sucedía cuando dos delirios idénticos se enfrentaban cara a cara. ¿Podría uno de los dos “ver la luz”? ¿Cambiar de opinión? ¿Aceptar que quizá, solo quizá, no era Napoleón, sino un señor de Ohio con problemas de serotonina?

Pero como la suerte favorece a los audaces —y a los que tienen tiempo libre y una beca de investigación—, Rokeach no encontró dos, sino tres pacientes convencidos de ser Jesucristo en el Hospital Estatal de Ypsilanti, en Michigan.

Y claro, si dos ya daban juego, tres prometían espectáculo.

Milton Rokeach
Milton Rokeach

El experimento comienza: tres Cristos y un solo Mesías

El 1 de julio de 1959, Joseph Cassel, Clyde Benson y Leon Gabor —los tres mesías en cuestión— fueron presentados entre sí en una salita del hospital. Todos sabían que eran parte de un experimento, aunque, eso sí, creían que el experimento era sobre ellos como Jesucristos, no como esquizofrénicos.

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En un ambiente digno de Gran Hermano: Edición Nazaret, Rokeach les explicó que pasarían mucho tiempo juntos. Los tres, impecablemente convencidos de su divinidad, se presentaron con solemnidad celestial:

“Yo soy Jesucristo”, dijo el primero.

“No, eso no puede ser. Yo soy Jesucristo”, replicó el segundo.

“Os habéis equivocado. El verdadero soy yo”, sentenció el tercero.

A los cinco minutos estaban discutiendo como hermanos por la herencia del trono celestial. A las tres semanas, se estaban dando -con perdón- de hostias. Literalmente.

A convivir toca: el reality místico comienza

Con la elegancia logística de un campamento de verano (y un poco de sadismo terapéutico), Rokeach decidió que los tres debían compartir habitación, comedor y puesto de trabajo. Dormían a un metro de distancia, comían codo con codo y doblaban sábanas como penitentes en lavandería celestial. Un psicólogo, varios asistentes y un ejército de taquígrafos anotaban cada gesto, palabra y microdelirio con la meticulosidad de un notario medieval.

Las discusiones eran diarias. Las tensiones, latentes. Las amenazas, floridas. Los exabruptos, dignos de una taberna a punto de cerrar. Rokeach no perdía la fe. Si uno de ellos cedía, aunque fuera un poco, ya se podía considerar un pequeño milagro científico.

Pero los días pasaban y nadie bajaba del burro. Cada uno elaboraba nuevas justificaciones para explicar por qué los otros dos estaban tan equivocados:

  • Cassel llegó a la conclusión de que los otros dos estaban “chiflados”.
  • Benson, más imaginativo, pensaba que eran robots reanimados enviados por una organización secreta.
  • Gabor, en un alarde de creatividad delirante, abandonó temporalmente su identidad cristológica y adoptó una nueva: «El Virtuoso y Divino Estiércol», casado, además, con una mujer imaginaria de dos metros llamada Madame Yeti.

La ciencia, mientras tanto, se ajustaba las gafas y suspiraba mientras se rascaba la cabeza.

Madame Yeti escribe cartas de amor: el momento epistolar del experimento

Ante la falta de progresos, Rokeach decidió añadir un nuevo ingrediente al cocido: la manipulación epistolar. Ni corto ni perezoso, comenzó a escribir cartas falsas a los pacientes, fingiendo que provenían de figuras imaginarias de su propio mundo delirante.

En especial, se centró en Gabor, alias el Divino Estiércol, enviándole misivas de amor firmadas por Madame Yeti. En ellas, la buena señora le suplicaba que abandonase su nueva identidad y aceptara su verdadero yo.

No funcionó.

El paciente, lejos de recular, se sumió en una crisis emocional que empeoró aún más su estado.

Aquí no sabemos mucho de psiquiatría pero imaginamos que cuando uno vive en una construcción mental tambaleante, recibir cartas de personajes inventados no debe ayudar precisamente a reforzar los cimientos de tu propia realidad.

El final del viaje: tres Cristos y un psicólogo en apuros

Después de más de dos años de convivencia forzada, conflictos teológicos, bofetadas santas y correspondencia ficticia, Rokeach tiró la toalla en agosto de 1961. No sólo no había conseguido que ninguno de los tres abandonase su delirio, sino que, en sus propias palabras, “quizá fue demasiado lejos”.

En 1964 publicó The Three Christs of Ypsilanti, una especie de diario clínico mezclado con crónica moralizante. En él, reflexionaba sobre los límites de la psicoterapia, la complejidad de la esquizofrenia y, sobre todo, su propio papel como demiurgo experimental.

Llegó incluso a declararse simbólicamente el “cuarto Cristo”, reconociendo que había jugado a ser Dios con tres personas enfermas y vulnerables.

The Three Christs

En 2017 la historia saltó a la gran pantalla con la película The Three Christs, dirigida por Jon Avnet y con un reparto de campanillas: Richard Gere en el papel del doctor Rokeach, acompañado por Peter Dinklage, Walton Goggins y Bradley Whitford como los tres autoproclamados mesías. El filme, con vocación de drama humano y aroma a biopic psiquiátrico, suavizó algunos de los aspectos más crudos del experimento para centrarse en la relación entre médico y pacientes, pintando a Rokeach menos como un demiurgo travieso y más como un hombre bienintencionado en busca de comprensión. El resultado fue una mezcla de reflexión clínica y teatro celestial, donde el espectador asistía a la misma tragicomedia que en Ypsilanti, pero con focos, guion y un Cristo en formato Hollywood.

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  • The disk has Spanish subtitles.
  • Bradley Whitford, Walton Goggins, Peter Dinklage (Actores)
  • Jon Avnet(Director)

¿Qué nos queda de los tres Cristos?

Sí, tres hombres creían ser Jesucristo. Lo proclamaban con la solemnidad de un dogma y la vehemencia de un púlpito en llamas. Pero, al fin y al cabo, quizá el que más cerca estuvo de creérselo no fue ninguno de ellos, sino aquel que los obligó a compartir habitación, a doblar sábanas juntos y a discutir por el monopolio del trono celestial.

Y es que, al fin y al cabo, posiblemente el que más cerca estuvo de creérselo fue quien les puso a convivir mientras tomaba notas desde la silla del Creador.


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Fuentes: Wikipedia Joshua JournalThe Guardian

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