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1989: el primer capítulo de Los Simpson que lo cambió todo

El 17 de diciembre de 1989, a las ocho en punto de la tarde, la cadena Fox decidió emitir en Estados Unidos un especial navideño protagonizado por una familia amarilla de aspecto deliberadamente torpe: un padre calvo con tres pelos rebeldes, una madre con un moño azul tan imposible como inolvidable y un chaval de lengua rápida que hablaba con más desparpajo del que muchos adultos consideraban aceptable en televisión.

Aquella pieza, estrenada bajo el título “Simpsons Roasting on an Open Fire” y presentada al público como The Simpsons Christmas Special, inauguraba sin fanfarrias la que acabaría siendo la serie animada más longeva de la televisión estadounidense.

Fox vendió aquel estreno como un experimento, pero lo que provocó fue un pequeño seísmo cultural. El episodio congregó a unos 13,4 millones de hogares delante de la pantalla y alcanzó un índice de audiencia del 14,5 %, situándose como el segundo espacio más visto de la cadena hasta ese momento.

Que una familia tremendamente imperfecta aterrizara en pleno horario de máxima audiencia parecía una apuesta de riesgo, aunque el tiempo demostraría que aquel riesgo consolidó a Fox como la cuarta gran cadena del país y abrió la veda a una animación pensada para adultos.

De un cómic alternativo a una familia amarilla en plena franja estelar

Para entender ese fenómeno no basta con mirar a 1989; hay que retroceder unos años más, hasta un despacho de Hollywood donde James L. Brooks, responsable de series emblemáticas y olfato fino para detectar talento, citó a Matt Groening, un dibujante de cómics alternativos que firmaba la tira Life in Hell. Brooks quería llevar esa tira en formato de breves animaciones a The Tracey Ullman Show.

Groening, mientras esperaba su turno, cayó en la cuenta de que ceder su obra para televisión podría costarle los derechos del cómic. Así que, con el reloj corriendo y la necesidad apretando, improvisó una nueva idea: una familia inspirada en la suya propia, disfuncional, ruidosa y extrañamente auténtica.

Asignó a los personajes los nombres de su familia real, salvo el del hijo. El suyo lo transformó en Bart, un anagrama de “mocoso”, por si quedaba alguna duda del espíritu travieso del personaje.

primer capítulo de Los Simpson

El diseño, simple hasta lo esquemático, se completó gracias a la colorista Gyorgyi Peluce, quien optó por un tono amarillento para la piel al considerar que un color más realista resultaría extraño al no haber líneas de contorno para el cabello.

Groening aprobó la idea sin dudarlo. Aquella familia debutó el 19 de abril de 1987 en forma de cortos de menos de un minuto dentro del programa de Tracey Ullman, con una animación dura, trazos temblorosos y una torpeza encantadora que se mantuvo durante tres temporadas.

El salto de los cortos al gran formato

El interés del público por esos cortitos creció poco a poco. La gente empezó a reconocer la frescura de esa familia que discutía, gritaba y se comportaba de un modo sorprendentemente humano, algo muy distinto del ideal edulcorado de las comedias familiares de la época. Brooks, Groening y Sam Simon vieron en ellos un potencial enorme e iniciaron conversaciones con Fox para darles media hora propia.

Era una apuesta que rozaba lo inédito: la animación llevaba décadas relegada al ámbito infantil o al entretenimiento de sobremesa.

Fox, más prudente que visionaria, dudaba de que una serie de dibujos pudiera mantener el interés del público adulto durante treinta minutos seguidos. Llegaron incluso a plantear episodios divididos en tres segmentos breves, algo así como ampliar el esquema Ullman pero sin abandonar su estructura fragmentada.

Finalmente, los creadores lograron imponer una propuesta mucho más ambiciosa: trece episodios completos de media hora con libertad creativa total. Esa cláusula, blindada por contrato, sería decisiva para que la serie pudiera burlarse sin cortapisas de la televisión, la política y la cultura estadounidense.

Un estreno navideño… por accidente

El primer episodio previsto era “Some Enchanted Evening”, programado para otoño de 1989. Sin embargo, el material de animación entregado resultó un desastre. Los productores lo consideraron imposible de emitir y pidieron rehacerlo casi desde cero, lo que dinamitó el calendario.

primer capítulo de Los Simpson

Con el estreno hundiéndose, se improvisó un plan de emergencia. Había un episodio navideño en marcha, escrito por Mimi Pond y dirigido por David Silverman: era el octavo producido, pero tenía la animación más pulida y un espíritu festivo que venía como anillo al dedo.

Así fue como “Simpsons Roasting on an Open Fire” se convirtió en el primer capítulo emitido de Los Simpson y, de paso, en el único capítulo de la serie que perteneció a los años ochenta.

El episodio salió sin la cabecera que después se haría mítica. No hubo travesuras de Bart en la pizarra ni desfile de la familia corriendo hacia el sofá. Esa entrada aparecería ya en el segundo episodio emitido, “Bart the Genius”, cuando Groening descubrió que una secuencia de apertura larga permitía ahorrar animación en la parte central del capítulo, dando cierto respiro al equipo.

“Sin blanca Navidad”: la primera historia larga de la familia

El debut en formato de media hora fue lo contrario de un cuento navideño convencional. El capítulo relata cómo los Simpson afrontan una Navidad económicamente devastadora. Bart, en una mezcla de ingenuidad y temeridad, decide tatuarse un corazón con la palabra “Madre” creyendo que será el mejor regalo posible.

Marge, horrorizada, se ve obligada a gastar todos los ahorros familiares en borrar el tatuaje con un láser que parece salido de un experimento clandestino.

La situación empeora cuando Homer descubre que en la central nuclear no habrá paga extra. Desesperado, intenta salvar la Navidad trabajando como Papá Noel de centro comercial. El resultado es desastroso: cobra una miseria, le descuentan el disfraz y el cheque final no llega a tiempo.

En un intento último y poco prudente, Homer y Bart se dirigen a un canódromo y apuestan todo a un galgo llamado Ayudante de Santa Claus. Pierden la apuesta, pero ganan al perro.

Tras ser abandonado por su dueño, el animal encuentra un hogar en los Simpson y acaba siendo, sin pretenderlo, el pequeño milagro que la familia necesitaba. No trae dinero ni regalos caros, pero sí algo más valioso: un respiro emocional en medio de un desastre.

La propuesta rompía con la televisión familiar de la época. Nada de moralinas dulces ni hogares impecables.

Aquí había precariedad, meteduras de pata y una familia que, pese a todo, encontraba la forma de seguir adelante.

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Audiencias inesperadas y un experimento que salió demasiado bien

Fox afrontó el estreno con miedo. Nadie quería que la cadena, aún reciente y con aspiraciones humildes, se pegara un batacazo. Y, sin embargo, como ya hemos señalado, el episodio se coló entre los treinta programas más vistos de la semana, con un índice de audiencia del 14,5 % y más de trece millones de hogares delante del televisor.

Para una cadena con apenas tres años de vida, aquello fue un espaldarazo definitivo. La serie se convirtió en la primera producción de Fox que logró colarse en la clasificación de los programas más vistos de una temporada completa, reforzando la identidad de la cadena y alejándola de la etiqueta de “televisión menor”.

Además, el éxito del especial demostró que una serie animada podía competir con ficciones de imagen real en horario estelar y que el humor irreverente no espantaba a la audiencia adulta. Al contrario: la atraía.

El terremoto cultural: Bart, las camisetas prohibidas y la familia “incorrecta”

El impacto de aquel estreno no terminó con las audiencias. Fue Bart Simpson quien se llevó los focos de la polémica. Su irreverencia, su orgullo por ser un estudiante mediocre y su pose de chaval respondón provocaron un pánico moral moderado entre padres, profesores y guardianes de la corrección educativa.

A comienzos de los años noventa, varias escuelas estadounidenses prohibieron las camisetas con frases de Bart como “Orgulloso de ser un mal estudiante”. Para muchos responsables educativos, el personaje encarnaba una supuesta “anti-intelectualidad” que podía influir negativamente en los jóvenes.

El debate saltó a los periódicos nacionales, que empezaron a preguntarse si un dibujo animado podía socavar la autoridad escolar.

Incluso Bill Cosby, símbolo televisivo de la familia idealizada, declaró que Bart era un mal modelo para los niños: enfadado, perdido y frustrado. Groening se tomó la crítica con humor, alegando que esa descripción coincidía bastante con la realidad de muchos adolescentes, y que precisamente por eso se identificaban con él.

La tensión cultural alcanzó su cúspide en 1992, cuando el presidente George H. W. Bush afirmó que deseaba unas familias estadounidenses “más parecidas a los Walton y menos a los Simpson”. La respuesta de la serie fue rápida: Bart apareció en pantalla asegurando que ellos también rezaban para que terminara la Depresión, igual que los Walton.

La batalla simbólica estaba servida, y todo había comenzado con aquel discreto especial navideño.

De especial de Navidad a institución televisiva

Desde ese día de 1989, Los Simpson no dejaron de crecer, transformarse y suscitar discusiones sobre su evolución. Lo que empezó como un episodio navideño casi improvisado derivó en la serie animada más longeva de la televisión estadounidense, la comedia de situación más extensa y la ficción en horario estelar con mayor número de episodios.

Tras más de treinta temporadas, cerca de ochocientos capítulos, una película, videojuegos y un océano de productos derivados, la serie sigue siendo un objeto de análisis cultural. Ha sobrevivido a cambios tecnológicos, al paso de la televisión en abierto al consumo por plataformas y a nuevas generaciones de espectadores que descubren el episodio inaugural en servicios digitales como si se tratara de una pieza arqueológica pop.

Aquel 17 de diciembre de 1989, Fox emitió el especial con más cautela que entusiasmo, temerosa de que el experimento dañara la imagen de una cadena que intentaba abrirse camino. Lo que obtuvo a cambio fue una familia de clase media con defectos, discusiones y cariño torpe que, a su manera, ha reflejado durante décadas los aciertos y miserias de la vida cotidiana en Estados Unidos.

La escena inicial era humilde: un salón desordenado, un árbol sencillo y un perro desamparado encontrando un hogar. Lo que siguió fue un fenómeno global que nadie vio venir, y cuya chispa se encendió aquella noche en la que Fox apostó por unos dibujos amarillos para competir con las comedias de prestigio.

Vídeo: “The Simpsons S1 Ep1 – Simpsons Roasting On An Open Fire (1989)”

Fuentes consultadas

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