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José Echegaray: el ingeniero que acabó ganando el premio Nobel de Literatura

En 1904, mientras Europa discutía sobre el rumbo de la ciencia y la modernidad, la Academia Sueca sorprendió al mundo premiando a un hombre capaz de resolver ecuaciones por la mañana y de escribir melodramas por la noche. José de Echegaray, madrileño, ingeniero de Caminos, matemático brillante, ministro ocasional y dramaturgo con vocación tardía, se convirtió en el primer español en recibir el Premio Nobel de Literatura, que compartió con el poeta provenzal Frédéric Mistral.

La noticia se hizo oficial el 12 de diciembre de 1904, aunque la entrega del premio tuvo un sello muy español: no se celebró en Estocolmo entre ventiscas y discursos solemnes, sino en Madrid, el 18 de marzo de 1905, con el rey al frente del acto y una delegación sueca traída expresamente para la ocasión. Un detalle que añadió al acontecimiento una nota entre pintoresca y simbólica.

Para muchos países, el galardón habría sido un motivo de orgullo incontestable. En España, en cambio, despertó una tormenta intelectual digna de sainete.

De niño estudioso en Murcia a Nobel reconocido en toda Europa

José de Echegaray vino al mundo en Madrid el 19 de abril de 1832. Su padre, médico y profesor, trasladó a la familia a Murcia cuando él era aún un niño. Allí descubrió que las matemáticas podían resultar más adictivas que cualquier lectura impuesta en el colegio. Desde entonces, los números se convirtieron en su territorio natural.

Con veinte años recién cumplidos ya era ingeniero de Caminos, Canales y Puertos. Y no uno cualquiera: salió primero de su promoción, con una facilidad que irritaría al alumno más aplicado. Sus primeros destinos lo enviaron a Almería y Granada, donde compaginó obras públicas con su pasión por las fórmulas, llenando cuadernos con problemas de cálculo y geometría.

Aquella inclinación científica lo llevó también a la docencia. Introdujo en España teorías matemáticas avanzadas —desde Galois hasta Chasles— y pronto fue considerado el matemático más destacado del siglo XIX en nuestro país. No en vano, Rey Pastor aseguró que la matemática española del siglo XIX comienza en 1865, y comienza con él.

Entre ecuación y ecuación, Echegaray también encontró tiempo para la política: dirigió Obras Públicas, fue ministro de Fomento y de Hacienda, y desempeñó cargos relevantes durante el Sexenio Democrático y la Restauración. Una carrera variada donde el rigor técnico convivía con la agitada vida parlamentaria.

Y, como si aún le quedaran horas libres, decidió entregarse al teatro.

El dramaturgo que llenaba salas… y desesperaba a los críticos

Aunque Echegaray llevaba años escribiendo piezas teatrales, su verdadero salto al escenario se produjo con El libro talonario en 1874, obra estrenada bajo el seudónimo anagramático “Jorge Hayeseca”. A partir de ese momento, la producción se volvió torrencial: más de sesenta obras, muchas de ellas éxitos rotundos que provocaban reacciones intensas entre los espectadores.

Sus dramas estaban cargados de pasiones extremas, dilemas éticos y giros escénicos que buscaban —y lograban— dejar al público sin aliento en el desenlace. Entre los títulos más destacados figuran O locura o santidad, El gran Galeoto y De mala raza, esta última convertida más tarde en una de las primeras películas basadas en una obra teatral española.

La fórmula funcionaba gracias a una mezcla peculiar: estructuras narrativas sólidas, personajes llevados al límite y un romanticismo tardío aderezado con reflexiones sociales. Algunos críticos detectaban además una cierta influencia de Ibsen en los conflictos de conciencia y en el retrato de una burguesía hipócrita.

El público lo ovacionaba. La crítica más renovadora, no tanto.

Un Nobel celebrado fuera… y discutido dentro de España

Cuando la Academia Sueca señaló en 1904 a Echegaray como uno de los galardonados, en buena parte de Europa la decisión pareció natural. Sus obras se representaban con normalidad en teatros de Madrid, París, Londres, Berlín o Estocolmo, y su figura gozaba de un prestigio que combinaba creación literaria, ciencia y presencia pública.

En suelo español, sin embargo, la nominación provocó un auténtico terremoto entre la generación del 98 y los círculos más inquietos de la época. Unamuno, Azorín o Maeztu veían en él el símbolo de una literatura anclada en fórmulas trasnochadas. Para ellos, el país necesitaba nuevos caminos estéticos, no más melodramas con arrebatos y personajes atormentados.

Críticos como Clarín y Pardo Bazán no escatimaron reproches, aunque Clarín, en un arranque de contradicción humana, también escribió reseñas elogiosas en otros momentos. El debate, lejos de apagarse, alimentó la idea de que Echegaray era un autor discutido en casa y respetado fuera.

Y mientras tanto, nombres tan respetados como Shaw o Pirandello reconocían su talento, desmontando la imagen de escritor provinciano que algunos pretendían imponer desde Madrid.

Un Nobel de Literatura con corazón matemático

El caso Echegaray resulta tan fascinante porque rompe todos los moldes: el primer Nobel español de Literatura no era un escritor bohemio ni un poeta de noches turbulentas, sino un ingeniero de Caminos apasionado por el cálculo de variaciones, la geometría analítica y las funciones elípticas. Además, fundó la Real Sociedad Matemática Española en 1911 y se convirtió en una referencia para varias generaciones de científicos.

José Echegaray premio Nobel de Literatura

A ello se añade su papel institucional: presidió el Ateneo de Madrid, la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y la recién creada Sociedad Española de Física y Química. También ocupó el sillón “e” minúscula de la Real Academia Española. Como homenaje, la Academia de Ciencias creó en 1907 la Medalla Echegaray, otorgándole a él la primera.

Mientras los debates literarios seguían encendidos, Echegaray dedicaba sus últimos años a escribir tratados de física matemática, con una productividad que pondría en apuros a cualquier investigador moderno.

Cuando Suecia lo proclamó Nobel en 1904, no premiaba solo al dramaturgo más popular de su tiempo. Sin pretenderlo del todo, reconocía a una de las grandes figuras polifacéticas de la cultura europea: un hombre capaz de transitar sin esfuerzo del cálculo diferencial al drama doméstico, con la soltura de quien simplemente cambia de escenario.

Vídeo: “José Echegaray: el diputado científico que ganó el Nobel de Literatura”

Fuentes consultadas

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