El conocido como Pleito de los Naturales no puede despacharse como un simple rifirrafe por ver quién cargaba una imagen durante una procesión. En realidad, fue un choque prolongado entre memoria indígena, poder institucional y orgullo colectivo, enfrentando a los descendientes de los guanches con el cabildo de Tenerife y la orden de Predicadores. Todo ello giraba en torno a una talla mariana que, paradójicamente, habían descubierto unos pastores guanches y que terminaría convertida en emblema de la religiosidad oficial y del poder monárquico.
A finales del siglo XVI y comienzos del XVII, lo que estaba en juego no era un turno para llevar unas andas, sino quién podía reclamar la herencia simbólica de la devoción y el relato histórico ligado a la imagen. Los llamados “naturales”, lejos de aceptar un papel secundario, llevaron el asunto hasta la Real Audiencia y, contra pronóstico para algunos, consiguieron varias sentencias favorables.
Una figura junto al mar: Chimisay, pastores sorprendidos y una Virgen inesperada
La escena inicial se sitúa hacia 1392, o en algún punto entre finales del siglo XIV y comienzos del XV. Dos pastores guanches recorren la costa de Chimisay, en el valle de Güímar, cuando se topan con algo completamente ajeno a su mundo: una figura femenina de madera, rígida, quieta, plantada a pocos pasos del oleaje. El ganado se detiene —dicen que incluso retrocede— como si aquella figura marcara un límite invisible. Los pastores se acercan, perplejos, y observan lo que más tarde sería descrito como una pequeña imagen de estilo gótico, con un niño en brazos y una candela en la mano.
Para los guanches, la figura no era aún la Virgen de la Candelaria. La identificaron con Chaxiraxi, “la que sostiene el firmamento”, una deidad femenina vinculada a la fertilidad, al orden celeste y al equilibrio del mundo. No era un objeto extraño, sino una presencia que encajaba bien en su universo religioso. El sincretismo hizo su trabajo: la imagen fue llevada a la cueva de Chinguaro, cercana al ámbito del mencey de Güímar, y posteriormente trasladada a Achbinico, en la actual Candelaria.
Mucho antes de que aparecieran frailes, funcionarios o leyes reales, la talla era considerada propiedad espiritual de los guanches. Ellos la custodiaban, la veneraban y la integraban en sus prácticas, convirtiéndola en un pilar de su devoción.
De refugio sagrado a santuario real: un contexto político movido
Todo cambia después de la conquista castellana. En 1497, solo un año después de la rendición definitiva de Tenerife, el adelantado Alonso Fernández de Lugo organiza una ceremonia multitudinaria en la cueva de Achbinico: misa solemne, bautismos masivos y consagración de la imagen dentro del marco cristiano. La antigua deidad indígena se transforma oficialmente en la Virgen de la Candelaria, incorporada al nuevo orden religioso.
A pesar de ello, los guanches continúan ejerciendo la custodia tradicional. Son ellos quienes portan la imagen en las procesiones y quienes mantienen un pequeño espacio de continuidad cultural dentro del nuevo sistema. Funcionan como una cofradía implícita, heredera de un vínculo que habían sostenido durante generaciones.
En 1542, el papa Paulo III confía la capilla y la imagen a los dominicos. Con permiso de la reina Juana se construye un convento y el antiguo espacio indígena se convierte en un santuario plenamente integrado en la Iglesia. Desde mediados del siglo XVI, la devoción a la Candelaria crece de forma explosiva. El santuario comienza a atraer peregrinos no solo de Tenerife, sino del resto de las islas. Felipe II se declara patrono de la imagen en 1596 y tres años después, el papa Clemente VIII proclama a la Virgen de Candelaria patrona de todo el archipiélago. La antigua Chaxiraxi pasa a ser la devoción insular por excelencia.
Y cuando un símbolo alcanza tal magnitud, las instituciones desean aparecer junto a él en primera fila. Preferiblemente, cargando las andas.
Los naturales y su derecho: identidad, prestigio y voluntad de no desaparecer
Los descendientes de los guanches —ya integrados en la sociedad cristianizada, con apellidos de origen castellano y oficios diversos— conservaban el uso ininterrumpido de portar la imagen. No se trataba de un mero gesto ritual, sino de un acto de reconocimiento público. Quien cargaba las andas no era un figurante, sino anfitrión de la patrona de Canarias.
Con el tiempo, la identidad étnica y la identidad social comenzaron a mezclarse. En una sociedad cada vez más jerarquizada, los descendientes de los antiguos menceyes ocupaban una posición subordinada dentro del nuevo orden. El derecho a portar la imagen funcionaba como un recordatorio de que su papel histórico era más profundo de lo que las instituciones querían concederles. Defender las andas era defender su memoria, su dignidad y su presencia.
Así nace el Pleito de los Naturales: en esa tensión entre tradición, poder y orgullo, cuyo equilibrio estalla cuando llega la fiesta grande.
1587: varas de justicia, gritos e insultos ante la patrona
El 2 de febrero de 1587, día de la Candelaria, la procesión está a punto de comenzar. Los naturales se preparan para levantar las andas, como siempre. El santuario está abarrotado. En ese momento aparecen dos regidores del cabildo: Cristóbal Trujillo de la Coba y Gaspar Yanes, portando varas de justicia. Llegan con la intención de retirar a los naturales y ocupar su lugar.
Los naturales se niegan. Reivindican su derecho ancestral y su papel de custodios. Según los documentos conservados, los regidores no reaccionan con calma. Al contrario, comienzan a insultar: “bellacos”, “majaderos”, “pícaros”. Y el famoso “guanches de baja suerte”, una expresión que resume la visión social que algunas élites tenían de ellos.
El ambiente se enrarece. La multitud se amotina. La procesión, símbolo máximo de orden litúrgico, se suspende por completo. El conflicto no se resuelve allí, pero cambia de plano.
Un grupo de naturales presenta una demanda ante la Real Audiencia de Canarias. No protestan únicamente en la plaza: llevan el caso ante la autoridad máxima del archipiélago. El 7 de diciembre de 1587, la Audiencia les da la razón y reconoce que tienen derecho legítimo a portar la imagen. De momento, la victoria es clara.
Entre la calma aparente y el murmullo persistente
Tras la sentencia, todo parece volver a su cauce. El cabildo recibe una advertencia elegante y el derecho de los naturales queda reconocido oficialmente. Pero el tiempo no se detiene. El santuario sigue creciendo en importancia, los dominicos refuerzan su presencia y el cabildo continúa aspirando a un papel más visible en la devoción.
Mientras tanto, algunos sectores empiezan a considerar anómalo que los descendientes de los guanches continúen encabezando la procesión. Las instituciones han ocupado la autoridad espiritual y simbólica, pero el protagonismo visual seguía en manos de los naturales. Para ciertos grupos, aquello resultaba incómodo.
1601: el segundo pleito, ahora contra los dominicos
El conflicto regresa en 1601, pero los adversarios han cambiado. Esta vez, los problemas no vienen del cabildo, sino del convento. Los dominicos comunican a los naturales que deben renunciar a llevar la imagen desde el altar hasta la puerta principal en la festividad del 2 de febrero. De no hacerlo, afirman, serán ellos quienes carguen la talla durante toda la procesión.
Argumentan que los naturales son “legos”, sin competencias espirituales, y que la imagen, al ser una reliquia y un don celestial, corresponde principalmente a religiosos y sacerdotes.
Es entonces cuando surge una figura esencial: Juan Marrero, descrito como “guanche, vecino de Candelaria”. Reúne poderes de representación de numerosos naturales de la isla —muchos con apellidos ya castellanizados— y nombra procurador a Jerónimo Agnese. Este presenta una querella ante la Real Audiencia, recordando la sentencia favorable de 1587.
El gesto no es menor: los descendientes de los guanches demuestran que conocen el funcionamiento jurídico del reino y lo utilizan para defender un derecho heredado.
Alarmas que sonaban en vano: las represalias del cabildo
El cabildo de Tenerife no recibe la noticia con calma. Aunque no intervienen directamente en la disputa con los dominicos, reaccionan con evidente molestia. Comienzan a ordenar que se toque la alarma repetidas veces, obligando a los vecinos de Candelaria a acudir al puerto de Santa Cruz para una supuesta defensa ante ataques inexistentes.
Era una forma de castigo: cansar, molestar, dejar claro que cuestionar el orden establecido tenía consecuencias. Aun así, los naturales mantienen firme la querella. El pulso continúa.
1602: un final inesperado y una victoria silenciosa
El desenlace llega en septiembre de 1602. La orden dominica firma un documento aceptando que los naturales tienen derecho a cargar las andas en las procesiones. No hay grandes celebraciones ni victorias proclamadas a los cuatro vientos, pero el reconocimiento es claro y legal.

Aunque en los años siguientes surgen nuevos roces, ninguno alcanzará la magnitud de los conflictos de 1587 y 1601. El derecho queda fijado, tanto por costumbre como por resolución formal.
Lo que realmente estaba en juego: memoria, poder y lugar en la sociedad
A simple vista, el Pleito de los Naturales podría parecer una disputa ceremonial. Sin embargo, bajo esa superficie se escondían cuestiones esenciales.
Por un lado, el poder simbólico: llevar a la patrona de Canarias significaba situarse en el centro de la devoción colectiva y en la narrativa histórica de la isla. Por otro, la dignidad social: que los naturales defendieran su derecho ante la justicia suponía recordarle a las élites que la memoria indígena no podía borrarse con facilidad.
También estaba el choque entre costumbre y autoridad institucional. El pleito demostró cómo una comunidad periférica podía utilizar los mecanismos del sistema para proteger una tradición que las instituciones intentaban desplazar.
La huella del pleito en la identidad canaria
El Pleito de los Naturales ha dejado un rastro duradero en la reflexión sobre la identidad de Canarias. Algunos lo ven como un ejemplo de resistencia cultural, una prueba de que los antiguos habitantes y sus descendientes no desaparecieron tras la conquista, sino que negociaron espacios de presencia incluso dentro de estructuras que les eran desfavorables.
Otros destacan cómo los naturales adoptaron el lenguaje jurídico y se movieron con soltura en las instituciones del reino, mostrando una adaptación compleja en la que tradición y asimilación convivían sin anularse.
Al final, la estampa que deja este episodio es tan reveladora como simbólica: una imagen llegada del mar, convertida en Virgen; frailes, regidores y autoridades disputando honores; y unos descendientes de guanches que, pese a ser llamados “de baja suerte”, acuden a la justicia y vencen. Todo ello ante la mirada de una isla que observaba cómo, detrás de una procesión, se ventilaban viejas lealtades y nuevas jerarquías.
Así se tejió el Pleito de los Naturales, un episodio que fue mucho más que una pelea por unas andas y que aún hoy habla de memoria, identidad y dignidad.
Vídeo: “Pleito de los Naturales | Guanches contra las Autoridades por la ‘Virgen’ de Candelaria”
Fuentes consultadas
- Baucells Mesa, S. (2014). El “pleito de los naturales” y la asimilación guanche: de la identidad étnica a la identidad de clase. Revista de Historia Canaria, (196). https://riull.ull.es/xmlui/handle/915/4716
- Wikipedia. (s. f.). Pleito de los naturales. En Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Pleito_de_los_naturales
- Wikipedia. (s. f.). Virgen de la Candelaria (Islas Canarias). En Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Virgen_de_la_Candelaria_%28Islas_Canarias%29
- Redacción. (2019, 15 de agosto). El Pleito de los naturales y la identidad canaria. El País Canario. https://www.elpaiscanario.com/el-pleito-de-los-naturales-y-la-identidad-canaria/
- El Café de la Historia. (s. f.). La escurridiza y misteriosa Isla de San Borondón. El Café de la Historia. https://www.elcafedelahistoria.com/san-borondon-la-isla-escurridiza/
- Espinosa, A. de. (1980). Historia de Nuestra Señora de Candelaria (ed. facsímil de la obra de 1594). Goya. https://mdc.ulpgc.es/s/mdc/item/239627
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






