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1782: el primer vuelo en globo aerostático de los hermanos Montgolfier

Francia con los pies en el barro… y la cabeza en las nubes

En 1782, Francia aún conservaba intacta la corona de su rey, pero empezaba a desafiar otra autoridad igual de arraigada: la gravedad. En plena efervescencia ilustrada, mientras pensadores y militares discutían cómo domar las fuerzas de la naturaleza, dos fabricantes de papel de provincias decidieron intentar algo que hasta entonces pertenecía al territorio de los cuentos: elevar objetos —y más tarde personas— utilizando un globo calentado por fuego.

La primera prueba seria que llevaron a cabo ese año careció de solemnidades y espectadores ilustres. No hubo músicos, ni nobles, ni grabados para la posteridad: fue más bien un experimento de patio, improvisado y casi doméstico. Pero en aquel momento discreto, la idea de volar inició su viaje desde la metáfora literaria hacia el terreno de la ingeniería real.

Basta imaginar el entorno: talleres con olor a celulosa, hornos, chimeneas, campesinos, cuentas del negocio familiar y, en medio de todo, dos hombres tenaces convencidos de que el humo “pesa menos” y aspira a subir. Su teoría era poco ortodoxa, su método algo precario, pero el resultado cambió la historia.

Quiénes eran realmente los hermanos Montgolfier

Joseph-Michel y Jacques-Étienne Montgolfier nacieron en Annonay, en el corazón del Ardèche. Su familia fabricaba papel desde hacía generaciones, un oficio honrado aunque no precisamente deslumbrante. Joseph, el mayor, tenía fama de distraído y de vivir en un mundo aparte. Étienne, más ordenado y diplomático, era quien sabía tratar con autoridades, clientes y cualquiera que llevase peluca empolvada.

Crecieron entre montones de papel húmedo, corrientes de aire, hornos y humo. Para alguien con mentalidad curiosa, ese ambiente era un laboratorio constante. Testimonios posteriores aseguran que, ya de jóvenes, se divertían calentando pequeñas bolsas de papel que, al llenarse de aire caliente, ascendían hasta el techo, provocando una mezcla espontánea de admiración y terror entre los trabajadores del taller.

primer vuelo en globo aerostático

No eran sabios de academia ni eruditos de salón. Eran artesanos inteligentes en un país que empezaba a entusiasmarse con ideas como “modernidad” y “progreso”. Su trabajo cotidiano les brindaba materiales ligeros y resistentes, ideales para envolver aire caliente sin tener que arruinar a la familia.

De la colada al cielo: el chispazo de la idea

La historia sitúa el origen del invento en una escena doméstica de lo más común. Joseph contemplaba ropa tendida secándose junto al fuego y reparó en cómo el aire caliente formaba bolsas bajo los paños, levantando ligeramente las telas. De ahí a imaginar que ese mismo fenómeno podría elevar algo más que unas enaguas húmedas solo mediaba una chispa de audacia… y grandes cantidades de tela fina, paciencia y testarudez.

En otoño de 1782, ya instalado en Aviñón, Joseph decidió pasar de la ocurrencia al experimento formal. Construyó una pequeña cámara cúbica hecha con madera liviana y cubierta de tela tenue, dejando un hueco en la parte inferior. Encendió papel debajo y, contra lo que dictaba el sentido común, la caja se elevó hasta golpear el techo de la habitación. Era el primer paso hacia un descubrimiento mayor.

Convencido de que aquello no se debía simplemente al aire caliente, Joseph imaginó que el humo contenía un gas especial, que él bautizó con modestia como “gas Montgolfier”. A este gas le atribuía una cualidad prodigiosa: la “levidad”, algo así como el hermano optimista y ascendente de la gravedad.

La teoría era errónea, pero la práctica funcionaba. A veces, la historia de la tecnología avanza precisamente así: primero sube, luego se pregunta por qué.

1782: experimentos a cubierto y globos domésticos

Encendido por su éxito inicial, Joseph escribió a Étienne pidiéndole que comprara tela y cuerdas cuanto antes porque, según decía, estaba a punto de enseñarle algo increíble. Entre ambos construyeron una versión mayor del experimento: una especie de bolsa enorme, tres veces más grande en cada dimensión, lo que aumentaba el volumen de aire hasta niveles considerables. Seguía sin ser un globo perfecto, más bien un depósito de tela ligera con la abertura en la parte inferior.

Para calentar el aire recurrieron a una mezcla muy poco científica pero tremendamente eficaz: lana, heno y cualquier cosa que generase humo abundante. El objetivo era llenar la bolsa de “gas Montgolfier”, aunque en realidad bastaba con aire con unos cuantos grados de más.

primer vuelo en globo aerostático

A finales de 1782 ya habían pasado de las pruebas en habitaciones a ensayos en patios y recintos protegidos. Cada ascenso era recibido por un pequeño auditorio improvisado formado por familiares, empleados y vecinos intrigados. El ambiente recordaba al de un taller lleno de inventores antes de que alguien pusiera nombre moderno a ese tipo de aventuras. Mucho entusiasmo, poco presupuesto y un nivel de riesgo de incendio que haría sudar a cualquier asegurador contemporáneo.

14 de diciembre de 1782: el primer vuelo de prueba al aire libre

El día decisivo llegó el 14 de diciembre de 1782. Los hermanos se animaron a sacar la gran bolsa al exterior y comprobar si su invento era capaz de elevarse sin paredes alrededor. Utilizaron una pieza de seda de unos 18 metros cúbicos que, calentada desde la base, se elevó hasta alcanzar una altura de unos 250 metros.

Algunas crónicas posteriores añaden que uno de estos primeros globos llegó a desplazarse casi dos kilómetros antes de caer, donde un curioso demasiado atrevido terminó destrozándolo por pura imprudencia. La historia de la ciencia siempre reserva un hueco para el personaje que toca lo que no debe.

Aquel modesto ascenso rural, sin placas, sin discursos y sin notarios, constituye el primer vuelo de prueba real de un globo Montgolfier al aire libre. Y desde ese momento el invento dejó de ser un entretenimiento para sobremesas provincianas y comenzó a percibirse como algo con potencial militar, comercial y social.

De la prueba casi secreta al espectáculo de 1783

Animados por los resultados, los Montgolfier dedicaron los primeros meses de 1783 a ampliar el tamaño de sus globos, mejorar la tela, reforzar el armazón y perfeccionar la combustión sin provocar incendios indeseados. Ya no bastaba con subir: había que subir bien, durante un tiempo razonable y de forma repetible.

El 4 de junio de 1783 llegó el gran debut público. En Annonay, ante autoridades y curiosos, presentaron un globo de lino recubierto de papel, de unos once metros de diámetro. El aparato voló sin ocupantes, recorrió aproximadamente dos kilómetros en diez minutos y alcanzó alturas que muchos situaron entre los 1600 y los 2000 metros.

Lo que había comenzado como un ensayo casi clandestino se transformó en un acontecimiento oficial. Francia tomó buena nota, París también. Y el eco de la hazaña llegó a la Academia de Ciencias y a la corte, donde el rey y su entorno vieron en la invención algo más que un pasatiempo.

Animales, reyes y el salto del experimento al mito

Una vez demostrado que el globo podía volar sin romperse, apareció la pregunta inevitable: ¿podría llevar algo dentro? Los científicos de la época, prudentes, temían que las alturas fueran dañinas para los humanos y optaron por poner animales en la cesta.

El 19 de septiembre de 1783, en los jardines de Versalles, ante Luis XVI y María Antonieta, un globo Montgolfier elevó una cesta con una oveja, un pato y un gallo. Tras un vuelo breve pero estable, los animales aterrizaron vivos, enteros y quizás un poco mareados.

El resultado convenció al rey de autorizar ensayos con personas. Lo que había nacido como un experimento humilde se convirtió en espectáculo de corte y símbolo de ingenio nacional.

El 21 de noviembre de 1783, Pilâtre de Rozier y el marqués d’Arlandes realizaron el primer vuelo libre tripulado. Estuvieron en el aire unos veinticinco minutos y recorrieron cerca de nueve kilómetros antes de tomar tierra como héroes.

Ninguna de estas hazañas habría sido posible sin aquella prueba tímida y decisiva de 1782.

Un error científico muy útil: el famoso “gas Montgolfier”

A ojos actuales, resulta casi entrañable que los hermanos Montgolfier creyeran que el humo contenía un gas especial dotado de “levidad”. Por eso preferían combustibles que humeasen mucho, convencidos de que cuanto más humo, más fuerza ascensional.

La física moderna aclara que no existe semejante gas, que el aire caliente simplemente pesa menos y asciende. Pero lo importante es que los Montgolfier aprendieron a manipular ese fenómeno con sorprendente eficacia. El error no les frenó; al contrario, les sirvió como trampolín hacia soluciones prácticas.

Muchas innovaciones nacen así: con teorías imperfectas que funcionan lo bastante bien como para avanzar.

Curiosidades y pequeños detalles de aquel primer vuelo de 1782

El vuelo de 1782 dejó varias anécdotas deliciosas:

  • Los 18 metros cúbicos del globo eran enormes para la época, aunque hoy parezcan pequeños comparados con globos modernos que multiplican por cien ese volumen.
  • Los 250 metros de altitud bastaban para que el artefacto desapareciera parcialmente de la vista, lo que añadía misterio y desconcierto.
  • El globo destruido por un entusiasta imprudente demuestra que, incluso en los hitos históricos, siempre hay alguien que se adelanta a tocar sin permiso.

Aunque la prueba se hiciera en una localidad de provincias, Annonay no era un rincón atrasado. Su industria papelera exigía técnica, coordinación, rutas comerciales y una comunidad alfabetizada. Los Montgolfier no trabajaban aislados en una cabaña, sino inmersos en una red de conocimiento práctico muy propia del siglo XVIII.

Del globo de prueba a la cultura del globo

Tras los éxitos de 1783, las montgolfières se convirtieron en fenómeno social. No había salón, abanico o mueble que no luciera alguna ilustración aérea. Pronto surgieron imitadores, experimentos con hidrógeno y proyectos que rozaban la fantasía, desde usos bélicos hasta ideas de viajes a larga distancia.

España también se sumó pronto a esta moda científica, organizando vuelos de demostración y ensayos con fines militares. Que un ingenio nacido en un taller de papel acabase sobrevolando palacios y campos de maniobras dice mucho del impacto cultural del invento.

La imagen del globo quedó ligada para siempre al espíritu ilustrado: observar el mundo desde arriba, explorar y conquistar el aire. Aun cuando otros avances posteriores lo relegaron, su papel como precursor de la aviación es incuestionable.

1782 como punto de partida: por qué importa aquella prueba

Aunque 1783 acapare los titulares históricos, 1782 guarda la semilla de todo. En ese año, aún sin público, sin reyes ni celebraciones, se produjo la prueba que transformó un sueño en posibilidad técnica.

Aquel globo modesto, cosido con esmero y alimentado con brasas humeantes, consiguió elevarse lo suficiente para cambiar la manera en que los seres humanos mirarían el cielo. Allí empezó la revolución aerostática, entre humo, curiosidad y un par de artesanos convencidos de que algo que sube siempre merece una segunda mirada.

Vídeo: “The Montgolfier brothers (The Launch of the First Hot Air Balloon)”

Fuentes consultadas

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