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El primer vuelo comercial de Iberia entre Madrid y Barcelona

El 14 de diciembre de 1927 España amaneció con la misma rutina, pero el cielo ya no jugaba en la misma liga. Aquella mañana, un trimotor alemán levantó vuelo desde el aeródromo madrileño de Cuatro Vientos rumbo a Barcelona. No era solo un salto geográfico: era el primer vuelo comercial de Iberia y, con él, una manera nueva –y bastante más limpia– de unir las dos grandes urbes del país.

El viaje duraba unas tres horas y media y llevaba a bordo a diez pasajeros acomodados en asientos de mimbre, pagando 163 pesetas por el privilegio y con Alfonso XIII como espectador de excepción. Nada de pasarelas modernas, nada de tiendas libres de impuestos, nada de colas infinitas ante arcos de seguridad: solo un país tanteando la idea de que volar podía dejar de ser un pasatiempo de militares y temerarios.

Conviene aclarar un matiz divertido: sobre el papel, el vuelo inaugural debía ser el Madrid–Barcelona, pero el primer aparato que operó Iberia aquel día despegó un par de horas antes desde Barcelona hacia Madrid. La historia se contó mirando a un lado, pero la verdad salió disparada en dirección contraria.

A partir de aquella escena arranca una crónica de aeródromos polvorientos, empresarios que no sabían vivir sin riesgo, maniobras discretas de capital extranjero y viajeros que se subían a un trimotor con la mezcla exacta de miedo y curiosidad con la que hoy se abre una maleta perdida por una compañía de bajo coste.

España en 1927: carreteras de polvo, trenes eternos y un cielo casi virgen

En 1927 el país vivía bajo la dictadura de Primo de Rivera y contaba con una red viaria modesta, un sistema ferroviario aceptable pero lento y una certeza compartida: viajar entre Madrid y Barcelona requería más espíritu de expedición que voluntad de simple desplazamiento. En tren, el trayecto superaba holgadamente las diez horas. Por carretera, el viaje era una mezcla de curvas, polvo y paciencia que ponía a prueba incluso a los más animosos.

En ese escenario, la aviación civil era todavía un experimento audaz. Cuatro Vientos, inaugurado en 1911 como aeródromo militar al suroeste de la capital, actuaba como una especie de laboratorio donde se mezclaban pruebas, entrenamientos y los primeros intentos de convertir el vuelo en un negocio viable. Aquello sonaba más a aventura romántica que a sector económico consolidado.

primer vuelo comercial de Iberia

La idea de meter a diez personas en un avión trimotor, cobrarles una tarifa fija y sobrevolar los campos castellanos para dejarlas en Barcelona en pocas horas tenía algo de milagro técnico y de temeridad. Precisamente la clase de combinación que seduce a los empresarios con gusto por los grandes gestos y el riesgo calculado.

Nace Iberia: un vasco audaz, socios alemanes discretos y una dictadura encantada

La criatura recibió el nombre de Iberia, Compañía Aérea de Transportes, fundada el 28 de junio de 1927. Su impulsor español fue Horacio Echevarrieta, empresario vasco de ambición notable, asociado con Deutsche Luft Hansa. El proyecto nació bajo el paraguas de la dictadura de Primo de Rivera, que veía con agrado la idea de un monopolio aéreo que sonase a modernidad.

En teoría, Echevarrieta aportaba la mayoría del capital y los alemanes la parte restante. En la práctica, un acuerdo privado otorgaba a la parte alemana más control del visible, convirtiendo a Iberia en compañía española con un alma financiera germana que operaba entre bambalinas.

La elección del nombre remitía a las crónicas clásicas que designaban así a la Península. Un gesto algo pomposo para una empresa que, durante su primer año, apenas movería unos pocos miles de pasajeros con tres trimotores que hacían más ruido que caja.

Para la dictadura, el proyecto era un caramelo propagandístico: un país aún con carreteras de tierra podía presumir de tener una línea aérea nacional. Modernidad en los discursos, carro de mulas para llegar al aeródromo.

14 de diciembre de 1927: el día en que la ruta Madrid–Barcelona levantó el vuelo

Aquel día, Iberia tenía programados dos vuelos: uno que debía despegar de Madrid hacia Barcelona y otro en sentido inverso. Las crónicas oficiales insistieron en que el vuelo inaugural era el Madrid–Barcelona, con Alfonso XIII esperando en Cuatro Vientos para posar ante la prensa.

La realidad fue más traviesa. El avión que despegó primero, y que por tanto puede reclamar sin rubor el título de pionero, salió de Barcelona hacia Madrid. El plan era que el monarca presenciara su aterrizaje en el aeródromo conocido entonces como Carabanchel, en el entorno de Cuatro Vientos, pero la meteorología decidió añadir algo de emoción y retrasó la operación. Resultado: un pequeño desorden logístico convertido en anécdota histórica, perfecto para alimentar debates y artículos casi un siglo después.

primer vuelo comercial de Iberia

Lo importante fue el mensaje: España ya tenía una línea aérea capaz de unir Madrid y Barcelona en cuestión de horas. Y además lo hacía con una puesta en escena que dejaba claro que aquello iba mucho más allá del simple transporte de pasajeros. Era un símbolo político con hélices.

Un trimotor con asientos de mimbre: el Rohrbach Roland y sus diez privilegiados

El protagonista del día fue el Rohrbach Ro VIII “Roland”, un trimotor alemán robusto, con capacidad para diez pasajeros. Para su tiempo, era un aparato notable: alcanzaba unos 200 kilómetros por hora y recorría la ruta en torno a tres horas y media, frente a las larguísimas jornadas en tren.

El interior ofrecía una estética peculiar: nada de lujo aeronáutico, sino una mezcla de austeridad e ingenuo refinamiento. Los asientos de mimbre, ligeros y prácticos, cumplían su función, aunque no eran precisamente un trono para largas meditaciones en el aire. Con el tiempo se convertirían en fetiche para los amantes de las rarezas aeronáuticas.

El billete costaba 163 pesetas. Según ciertos cálculos, la cifra actualizada equivaldría a poco más de un euro en términos puramente nominales, pero la comparación resulta engañosa. Era un desplazamiento reservado a gente acomodada, habituada a viajar y dispuesta a pagar por llegar antes que nadie.

No había azafatas ni comodidades modernas. El ruido era constante, la vibración formaba parte del viaje y el glamour se construía sobre todo en el relato posterior. Aun así, para quienes ocuparon aquellas primeras plazas, debió de ser complicado evitar la tentación de asomarse por la ventanilla y sentir que estaban viendo un adelanto del futuro.

Carabanchel, Cuatro Vientos y la geografía sentimental del primer despegue

Cuatro Vientos, considerado la cuna de la aviación española, se encontraba a las afueras, en el área de Carabanchel. Nació como base militar y, con el tiempo, fue abriendo paso a usos civiles, ensayos y vuelos que intentaban dar forma a la aviación comercial.

La confusión entre “aeródromo de Carabanchel” y “Cuatro Vientos” tiene su explicación. Terrenos colindantes, instalaciones cambiantes y una ciudad que avanzaba a trompicones fueron mezclando ambos nombres con el tiempo. Cuando se decidió construir un verdadero aeropuerto civil para Madrid, a finales de los años veinte, la operación apuntó a sustituir los campos existentes, y la elección recayó en Barajas, entonces una zona casi vacía que terminaría convertida en la principal puerta aérea del país.

El contraste es llamativo: aquel primer vuelo despegó desde un entorno rural y hoy Cuatro Vientos se encuentra rodeado de barrios, carreteras y bloques de viviendas. Pero conserva su peso simbólico. Allí nació, en esencia, la aviación civil española y allí se trazó la primera línea que más tarde desembocaría en un sistema moderno con Barajas como gran centro.

De aquel vuelo experimental al Puente Aéreo: la línea que no dejó de crecer

Tras el estreno de 1927, Iberia fue ampliando rutas. Los trimotores Roland conectaron ciudades peninsulares, Canarias y algunos enclaves del norte de África en una etapa aún experimental, con más entusiasmo que medios.

La conexión Madrid–Barcelona, sin embargo, no tardó en convertirse en el estandarte de la compañía. Años después, en 1974, Iberia bautizó el servicio como Puente Aéreo, estableciendo una frecuencia inédita en Europa y convirtiéndolo en un referente para viajeros de negocios, turistas y estudiantes.

Casi un siglo después del primer despegue, la compañía ha celebrado la continuidad de esa línea, recordando que el trayecto nacido en 1927 plantó la semilla del servicio más emblemático de toda su historia. Lo que empezó como un experimento con diez pasajeros terminó consolidándose como un corredor constante por el que han pasado generaciones enteras de viajeros.

Los números, la propaganda y el negocio: lo que estaba en juego

El primer año de Iberia fue cauteloso. Apenas unos cuatro mil pasajeros utilizaron sus servicios, cifra pequeña desde la perspectiva actual pero enorme para un país que acababa de abrir la puerta al transporte aéreo regular.

Detrás del proyecto había intereses variados. El régimen de Primo de Rivera podía exhibir una modernidad que contrastaba con la realidad del país. Mientras tanto, los socios alemanes conseguían acceso a un mercado nuevo mediante estructuras financieras inteligentes que les otorgaban un control mayor del visible.

Para el pasajero, la clave era sencilla: llegar antes. Para la élite política y económica, subirse a un avión significaba adoptar una imagen de progreso y distinción en un país de carreteras polvorientas. Era ahorro de tiempo, sí, pero también un gesto de estatus.

La presencia del rey y el eco mediático acentuaban esa mezcla de tecnología, propaganda y espectáculo.

Curiosidades y anécdotas de aquel estreno con hélices

La jornada dejó un repertorio de detalles que ayudan a imaginar la escena más allá de las fotografías en blanco y negro.

Los asientos de mimbre, por ejemplo, no eran una extravagancia decorativa, sino una solución práctica para ahorrar peso. Han quedado inmortalizados como recordatorio de una aviación primera que aún no había descubierto el concepto de “comodidad”, pero conocía de sobra la importancia de no añadir gramos innecesarios.

Otra curiosidad es la confusión respecto al primer vuelo real del día. El relato oficial apuntaba hacia el Madrid–Barcelona, pero los registros muestran que el Barcelona–Madrid se adelantó. El símbolo se mantuvo, la verdad se anotó y la anécdota ha sobrevivido como golosina histórica.

En cuanto al precio de los billetes, las campañas posteriores han jugado con comparaciones llamativas. Aquellas 163 pesetas se han traducido alegremente a un euro moderno, obviando matices económicos que harían sonrojar a cualquier economista.

Y luego está el detalle geográfico: mientras Cuatro Vientos resistía como referente histórico, a finales de los años veinte se seleccionó Barajas como futuro aeropuerto de Madrid. En 1931 empezaría a funcionar, inaugurando una etapa que acabaría transformando el tráfico aéreo español.

De ese modo, el primer vuelo comercial de Iberia despegó desde un aeródromo que no estaba destinado a ser la gran puerta del país, sino un punto de transición. A medio camino entre los campos improvisados de los pioneros y el aeropuerto internacional que, con el tiempo, vería despegar cientos de aviones diarios rumbo a un mundo que en 1927 aún parecía lejano, pero que ya empezaba a oler a futuro.

Vídeo: “Se cumplen 95 años del primer vuelo de Iberia: así fue su historia”

Fuentes consultadas

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