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El clip que mordió al Führer: cuando los nazis declararon la guerra a la papelería noruega

Corre el año 1940 y en el cielo plomizo de Noruega no sólo se cuela el eco lejano de los Ju 87 Stuka alemanes, sino también la absurda brisa de un absurdo más: la prohibición de los clips. Sí, clips. Esos inocentes alambres doblados que hemos usado toda la vida para sujetar exámenes, poemas de amor escritos a mano o multas de tráfico. Pero en la Noruega ocupada, el humilde clip se convirtió en símbolo de algo más poderoso que el plomo: la resistencia pasiva.

Porque hay gestos pequeños que cabrean a los tiranos más que una barricada.

Noruega: de neutral a «okupada» en 48 horas

Noruega, fiel seguidora del “a mí que me dejen tranquila”, había declarado su neutralidad al estallar la Segunda Guerra Mundial. Pero claro, a Adolf eso de la neutralidad le parecía una ofensa personal. El Tercer Reich necesitaba hierro sueco como un hipster necesita WiFi en una cafetería vegana. Y para asegurar el flujo de ese mineral estratégico, Noruega era imprescindible.

Así que, el 9 de abril de 1940, los alemanes dijeron “buenos días” a lo Blitzkrieg y se plantaron en Noruega con toda la parafernalia. En cuestión de dos días, la Luftwaffe ya se había merendado las fuerzas aéreas noruegas, y para el 10 de junio, Trondheim, y el resto del país, ya estaban en manos del Reich.

El rey Haakon VII, un señor con más principios que ejército, huyó a Londres negándose a firmar ninguna rendición. Desde allí mantendría una suerte de gobierno simbólico en el exilio mientras, en su patria, el poder era asumido por un entusiasta del totalitarismo llamado Josef Terboven, Reichskommissar y devoto aplicador de todas las medidas que hicieran la vida más gris, lenta y germanizada.

La resistencia: más libros que bombas

Mientras los nazis intentaban vender la moto del nacionalsocialismo a base de charlas en colegios, sermones supervisados y clases de ideología arianizante, en Noruega no todos estaban dispuestos a tragar con ruedas de molino. La resistencia no surgió al estilo de los partisanos yugoslavos con metralletas al hombro, sino en las aulas universitarias, en las iglesias, en las calles… y en los escritorios.

Los estudiantes de la Universidad de Oslo, más duchos en filosofía que en manejo de armas, decidieron que si había que plantar cara, se haría con ingenio. Y escogieron, como símbolo de su oposición, el objeto más inesperado de la papelería mundial: el clip.

El clip: de anodino accesorio a emblema nacional

¿Por qué un clip? ¿Por qué no una grapadora, o un sacapuntas, o una chincheta? La elección tenía su miga. El clip unía. El clip sujetaba. El clip era discreto, barato, omnipresente. Pero, además, había algo más: el clip era, según creían los noruegos, un invento nacional. Una creación del ingeniero Johan Vaaler, que lo habría patentado allá por 1901.

¿Es eso verdad? No.

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En realidad, lo que Vaaler patentó era un engendro torcido de alambre sin las vueltas mágicas del clip moderno. Su diseño no tenía la elasticidad ni la funcionalidad del «Gem clip«, un modelo que ya circulaba en Reino Unido y Estados Unidos desde la década de 1870 y que fabricaba la empresa británica Gem Manufacturing Company.

Aun así, la idea de que el clip era tan noruego como el salmón ahumado o los jerseys de punto grueso caló fuerte. Tanto, que los estudiantes lo adoptaron como insignia secreta. Llevar un clip en la solapa era como decir “no me someto” sin necesidad de abrir la boca. Era un símbolo silencioso, ingenioso y, en apariencia, inofensivo.

La Gestapo y los objetos peligrosamente simbólicos

Como suele pasar con los regímenes totalitarios —siempre dispuestos a ver complots hasta en una sopa de letras—, los alemanes tardaron en darse cuenta del asunto. Al principio, ver estudiantes con clips colgados de la chaqueta les pareció una rareza nórdica, como las sardinas en lata o los trolls de madera. Pero cuando descubrieron que esos clips no eran decoración sino declaración, reaccionaron como sólo un régimen paranoico sabe hacerlo: con una prohibición.

El uso de clips pasó a estar terminantemente prohibido. Nada de lucirlos, sujetarlos o llevarlos con orgullo subversivo. La Gestapo declaró que aquel simple alambre era una amenaza al orden establecido. Y no se trataba de una mera regañina administrativa: se castigaba con arresto, cárcel y, en algunos casos, incluso con la muerte.

Sí, muerte por llevar un clip. Uno se imaginaba a los jerarcas nazis preocupados por el avance soviético o por los bombardeos aliados, pero no: hubo espacio también para convocar reuniones de alto nivel sobre cómo frenar la ofensiva… papeleril.

Monumentos y memoria de alambre

La represión no logró erradicar el símbolo. Al contrario, lo hizo más poderoso. Los clips pasaron de ser accesorios de oficina a convertirse en piezas de museo. Y no en sentido figurado. En Oslo, frente a la antigua sede de la Universidad, se alza hoy un monumento en forma de clip gigante de más de siete metros de altura. Fue diseñado por el artista Grete Prytz Kittelsen en los años 80, y es un recordatorio de cómo una idea, aunque pequeña y retorcida como un alambre, puede convertirse en una forma de resistencia.

Además, la historia del clip patriótico noruego se convirtió en material escolar, leyenda urbana y ejemplo de resistencia silenciosa. Se enseñó en las escuelas, se escribió en los libros de historia y se coló en las visitas guiadas con turistas que abrían los ojos como platos ante la anécdota.

Cuando la resistencia cabe en el bolsillo

Todo esto lleva a pensar que la historia se escribe, a veces, con las herramientas más insospechadas. Mientras los tanques hacían crujir las calles de Europa y los discursos de Goebbels inundaban las radios, en Noruega se libraba una batalla diminuta pero elocuente. El clip, ese héroe en miniatura, demostraba que no hacía falta un fusil para decir «no».

Por qué prohibieron los clips en Noruega

De todas las medidas ridículas del régimen nazi, que no fueron pocas, prohibir los clips brilla con luz propia. Porque no hay nada que desespere más a un dictador que un pueblo que se ríe de él. Y en Noruega, con un gesto tan nimio como colgarse un clip del bolsillo, lo hicieron. Vaya si lo hicieron.



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