Conviene empezar desmontando la escena idílica: el gin tonic no nació entre camareros con barba impecable, ginebras de colores imposibles y hielos tallados como esculturas efímeras. Su cuna fue mucho más áspera: mosquitos más insistentes que los pensamientos culpables, noches de fiebre y soldados exhaustos tratando de tragarse un brebaje tan amargo que parecía una penitencia con burbujas.
Para reconstruir el origen del gin tonic, hay que dar un salto atrás y cruzar medio mundo hasta llegar a los Andes. Allí, entre montañas abruptas y climas caprichosos, se esconde el árbol que dio pie a toda esta historia: la Cinchona, madre legítima de la quinina y responsable indirecta de millones de brindis modernos.
La corteza que calmaba fiebres antes de servir de excusa para un brindis
Mucho antes de que alguien pronunciase “gin tonic” con ese tono urbano de tarde de terraza, los quechua ya conocían las virtudes de la corteza de la Cinchona. En un entorno donde una fiebre mal llevada podía ser un problema serio, aquel polvo amargo era un verdadero aliado. No entraba suave, pero funcionaba, que es lo que importa cuando la malaria te ronda más que un mal pensamiento.
La corteza se rallaba, se mezclaba con agua endulzada y se bebía sin florituras. No había misterio ni glamour. Solo la efectividad de un remedio que salvaba vidas.
Cuando llegaron los jesuitas en el siglo XVII, observaron este uso y lo llevaron a Europa. Allí, donde las fiebres palúdicas hacían estragos, la “quina-quina” se convirtió de inmediato en una especie de arma secreta contra la enfermedad. Se vendía, se recetaba y circulaba por los gabinetes médicos como si fuera una pócima milagrosa.
Durante generaciones, la corteza se administró tal cual: seca, pulverizada y mezclada con lo que se tuviese más a mano. La técnica mejoró en 1820, cuando dos farmacéuticos franceses, Pelletier y Caventou, lograron aislar la quinina pura. El remedio dejó de ser un polvo misterioso para convertirse en un compuesto medible y replicable. La ciencia, en definitiva, tomó el relevo a la intuición indígena.
A partir de ahí, la quinina se transformó en el primer gran antipalúdico moderno. Europa descubrió que el trópico no era una sentencia de muerte inevitable y, aunque el sabor siguió siendo el mismo suplicio amargo, la sustancia se convirtió en un salvavidas químico.
Quina, mosquitos y el imperio empeñado en no caer muerto
A mediados del siglo XIX, la quinina alcanzó un uso masivo como profilaxis. En las colonias británicas, francesas y holandesas, donde la malaria campaba a sus anchas, aquello marcó un antes y un después. La famosa expresión de África como “la tumba del hombre blanco” empezó a diluirse cuando los botiquines viajeros se llenaron de quinina.
Pero la realidad era bastante menos heroica. Los oficiales, burócratas y administradores coloniales debían beber sus dosis amargas cada día, sin excusas ni descansos. Y, por supuesto, no había artesanía moderna que embelleciera el proceso. Solo un líquido áspero que no pedía comprensión, sino valor.
El gran obstáculo, siempre el mismo, era el sabor. Un amargor tan agresivo que parecía diseñado para castigar a quien se atreviera a beberlo. Por eso, casi de forma inevitable, se buscó suavizarlo: con vino, con mezclas improvisadas, con cualquier cosa que mitigase el disgusto. Sin saberlo, ya estaban allanando el camino hacia el gin tonic, aunque aún faltara un par de giros argumentales.
Vídeo: “The hidden history of gin and tonic
La tónica antes de llamarse tónica: burbujas, azúcar y desesperación colonial
El gran salto lo dieron los británicos, que siempre han sobresalido en algo tan humano como convertir problemas sanitarios en oportunidades comerciales. En las primeras décadas del XIX, en la India británica, se empezó a mezclar la quinina con agua carbonatada y azúcar. No era coctelería, sino química práctica: había que disimular el amargor sin comprometer la función medicinal.
Así se creó lo que podríamos llamar la proto-tónica: amarga, sí, pero más llevadera. Tanto que, en 1858, un empresario llamado Erasmus Bond decidió patentar una versión comercial del invento. Aquello era ya un producto propiamente dicho: burbujeante, ligeramente aromatizado y orgulloso de su origen terapéutico.

Aquel líquido no se concebía como un refresco, sino como un “tónico” para el bienestar general, muy en la línea victoriana de considerar saludable cualquier cosa que amargase lo suficiente. El verdadero auge, sin embargo, llegó en las colonias tropicales, donde la tónica se convirtió en aliada imprescindible para aguantar el calor y las enfermedades. Su fama se consolidó aún más en 1870, cuando Schweppes lanzó su “Indian Tonic Water”, que reforzó la asociación entre tónica, quinina y exotismo colonial.
Eso sí, aún faltaba un compañero de viaje para que todo encajara. Y ese compañero era la ginebra.
Oficiales británicos en la India: sudor, mosquitos y un hallazgo digno de brindis
La escena es fácil de imaginar: la India del siglo XIX, con su clima implacable, sus lluvias pesadas y hordas de mosquitos aficionadas al sabor europeo. Los oficiales de la East India Company tenían la obligación de beber quinina y la costumbre de beber ginebra. Dos mundos destinados a encontrarse.
En algún momento —no muy preciso, pero situado en las primeras décadas del siglo— alguien decidió mezclar ambas bebidas. Probablemente fue un intento práctico de hacer más tragadera la quinina, aunque también pudo influir la voluntad de aprovechar la ración de ginebra. Se añadió agua, un poco de azúcar y un chorrito de lima para alegrar el conjunto.
El resultado fue una bebida amarga, pero más equilibrada y sorprendentemente reconfortante en el atardecer colonial. Así nació, de forma más bien casual, el gin tonic.
Lo que empezó como un remedio camuflado se transformó en un ritual diario: un momento de tregua entre el calor, las obligaciones y la omnipresente malaria. El cóctel vivió durante décadas a caballo entre lo terapéutico y lo recreativo. Oficialmente se tomaba “por la salud”; extraoficialmente, por puro alivio.
Con el tiempo, incluso se tejieron relatos heroicos en torno al combinado. De entre ellos destaca esa frase atribuida a Churchill según la cual el gin tonic habría salvado más vidas británicas que los propios médicos del imperio. Sea cierta o no, refleja bien la combinación de miedo, humor y resignación con la que los colonos afrontaban la enfermedad.
Del botiquín a la copa balón: el ascenso social del gin tonic
A medida que avanzó el siglo XX, aparecieron antipalúdicos más eficaces y se dejó de usar la quinina como tratamiento habitual. Pero el hábito de mezclar ginebra y tónica ya estaba firmemente asentado, especialmente en las clases acomodadas británicas.
La tónica fue desapareciendo del ámbito farmacéutico para convertirse en un refresco con un punto amargo y una ligera elegancia. Se redujo la cantidad de quinina y se incrementó el azúcar, transformando el brebaje medicinal en un acompañante festivo.
La ginebra, por su parte, vivió una metamorfosis: pasó de ser un destilado sencillo a un producto con personalidad. Se incorporaron nuevos botánicos, se refinaron los procesos y la bebida explotó en popularidad. Cuando esta nueva fiebre se combinó con la tradición del gin tonic, la mezcla se convirtió en un fenómeno. De ahí nacieron las copas balón, las tónicas “selectas”, las especias, las frutas y esa estética casi ritual que hoy define el combinado.
El gin tonic dejó de ser un recuerdo colonial para transformarse en un icono de ocio contemporáneo. Nada queda del discurso medicinal más allá de una cierta ironía histórica.
La quinina en el presente: un susurro amargo que conecta con los Andes
Aunque la tónica moderna ya no combate la malaria, la quinina sigue presente en cantidades pequeñas, suficiente para proporcionar ese amargor reconocible que estructura el sabor del gin tonic. Ese toque seco, casi metálico, es lo que da personalidad al combinado y lo distingue de otras mezclas dulzonas.
Desde la perspectiva química, la quinina es un alcaloide con un pasado médico imponente. Hoy en día, su uso está regulado, y las bebidas que la contienen deben indicar su presencia en la etiqueta. En Europa, la legislación controla estrictamente su concentración para evitar problemas en personas sensibles.
Paradójicamente, aquello que los británicos trataban de disimular a toda costa en la India se ha convertido en el elemento diferencial del combinado. La quinina ya no se tolera: se celebra.
Un combinado que nació entre fiebres y terminó entre brindis
Cuando alguien pide hoy un gin tonic, lo hace pensando en una tarde tranquila, en una conversación ligera o en una celebración informal. Es poco probable que imagine a un jesuita moliendo corteza en los Andes, a dos farmacéuticos franceses extrayendo alcaloides, o a un grupo de oficiales en la India bebiendo para sobrevivir.
Y, sin embargo, cada sorbo guarda esa historia:
- La quinina, hija de un árbol andino y salvadora de miles de enfermos.
- El agua tónica, fruto de combinar ciencia, necesidad y gusto por las burbujas.
- El gin tonic, resultado del pragmatismo de quienes no querían elegir entre medicina y entretenimiento.
El combinado nació de la malaria, de la química y de un imperio buscando forma de seguir en pie en tierras donde la enfermedad mandaba más que cualquier bandera. Lo que hoy parece un gesto estético fue, durante siglos, un acto de supervivencia con hielo, lima y un toque amargo que sigue recordando, sin decirlo, de dónde viene realmente.
Fuentes consultadas
- Wikipedia. (s. f.). Gin tonic. En Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Gin_tonic
- Wikipedia. (s. f.). Quinina. En Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Quinina
- RTVE Noticias. (2011, 24 enero). Historia de la quinina, el remedio contra la malaria. RTVE. https://www.rtve.es/noticias/20110124/historia-quinina-remedio-contra-malaria/397821.shtml
- Muñiz, F. (2020, 19 junio). El Dr Voronoff y los trasplantes de testículos. El Café de la Historia. https://www.elcafedelahistoria.com/voronoff-trasplante-testiculos/
- Peinado Lorca, M. (2020, 9 julio). El origen del gin-tonic: una excusa para luchar contra la malaria. Ethic. https://ethic.es/2020/07/el-origen-del-gin-tonic-una-excusa-para-luchar-contra-la-malaria/
- Cuaderno de Cultura Científica. (2017, 16 enero). Historias de la malaria: El árbol de la quina. https://culturacientifica.com/2017/01/16/historias-la-malaria-arbol-la-quina/
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






