En el siglo XVIII, cuando Europa hervía de enciclopedistas, navegantes y relojeros obsesionados con la exactitud de los segundos, el tránsito de Venus frente al Sol no era una simple curiosidad celeste. Era el equivalente a la final de la Champions League de la ciencia: un evento raro, mediático en clave ilustrada y con promesa de gloria eterna para quienes lograran arrancarle al cielo un secreto tan escurridizo como la distancia exacta entre la Tierra y el Sol. A esa cifra se le bautizó como unidad astronómica, y medirla con precisión era poco menos que tocar el santo grial del saber. El problema, claro, es que el Universo, aparte de ir un poco a su bola, es un bromista profesional y, cuando huele entusiasmo humano, suele colocar nubes, guerras o mareas para arruinar la función.
Una expedición con sabor a epopeya
El francés Guillaume Le Gentil de la Galaisière, miembro entusiasta de la Academia de Ciencias de París, fue uno de los elegidos para tan magna misión: observar el tránsito de 1761. La estrategia era sencilla en el papel: dispersar observadores por distintas latitudes del globo, apuntar telescopios al Sol y registrar la coreografía de Venus cruzando como una diminuta mota oscura. La diferencia de perspectivas permitiría calcular trigonométricamente la ansiada distancia. Fácil de explicar en un aula, pero endiabladamente complejo en alta mar, con mosquitos del tamaño de catedrales y tempestades con vocación de ópera wagneriana.

Le Gentil zarpó hacia la India en 1760, cargado de instrumentos, ilusiones y paciencia. Todo iba relativamente bien hasta que la geopolítica se interpuso: Francia y Gran Bretaña estaban entretenidas con la Guerra de los Siete Años, y el océano Índico se convirtió en parte del tablero de ajedrez bélico. Entre vientos monzónicos y combates navales que retrasaban cada legua, el astrónomo terminó viendo pasar los meses sin llegar a destino. El 6 de junio de 1761, fecha señalada, amaneció glorioso… pero Le Gentil seguía meciéndose en la cubierta de un barco, intentando mirar por el telescopio con la misma estabilidad que tendría un camarero sirviendo copas en un terremoto.
Resultado: observación cero, frustración infinita.
Ocho años de espera en un decorado tropical
Cualquiera habría regresado a Francia maldiciendo su mala estrella. Pero el hombre, quizá víctima de un optimismo suicida, decidió quedarse en la India y esperar al siguiente tránsito, previsto para 1769. Ocho años de paciencia, que en el calendario del siglo XVIII equivalían a media vida, tres epidemias y algún que otro cambio de moda en pelucas empolvadas. Durante ese tiempo levantó un observatorio impecable en Pondicherry, probó instrumentos con la obsesión de un relojero ginebrino y soñó con pasar a la posteridad. En las crónicas se subraya su meticulosidad: la estación que construyó habría hecho palidecer de envidia a cualquier ingeniero alemán del futuro.
Y, ahora sí, todo estaba dispuesto para que, por fin, Venus y él sellaran su cita.
La nube con vocación de verdugo
Llegó por fin el 4 de junio de 1769. Amaneció un día límpido, los pájaros cantaban y los cálculos estaban afinados al milímetro. El telescopio preparado, la pluma afilada, la historia lista para escribirse. Y entonces, justo en el instante clave, apareció el invitado sorpresa: una nube. No una nubecilla pasajera, sino un bloque denso y testarudo que decidió estacionarse frente al Sol durante las seis horas del tránsito, con una puntualidad tan cruel como admirable. Cuando al fin se retiró, Venus ya había completado su paseo.
Le Gentil se quedó mirando el cielo despejado, con el gesto de quien intuye que los dioses acaban de gastarle la broma más pesada del planeta.
El regreso del difunto administrativo
Tras semejante revés, Le Gentil cayó enfermo, víctima del agotamiento físico y de una depresión de campeonato. Sin otra opción que rendirse, decidió volver a Francia en 1771. El regreso, lejos de ser tranquilo, añadió un último capítulo a su comedia cósmica: en plena tormenta, cayó al agua y fue rescatado de milagro por un barco español que terminó llevándolo a Cádiz. Finalmente, después de once años desde su partida, alcanzó París en octubre de aquel mismo año, convertido en un Ulises ilustrado de saldo.
Lo que encontró allí parecía escrito por un guionista con humor negrísimo: había sido declarado oficialmente muerto, su silla en la Academia de Ciencias estaba ocupada, su esposa se había vuelto a casar y, para colmo, sus bienes habían sido repartidos en herencia a gente que ni siquiera conocía. Se transformó en un auténtico fantasma administrativo, con una década borrada de su vida y la certeza de que el próximo tránsito de Venus no ocurriría hasta 1874, demasiado tarde para sacarse la espina.
El epílogo de un Ulises ilustrado
Aun así, no todo fue desgracia absoluta. Tras múltiples pleitos para recuperar su fortuna, la intervención directa del rey le permitió rescatar una parte de sus bienes y obtener una plaza en el Observatorio de París. Se volvió a casar, tuvo una hija y, como buen superviviente, decidió que al menos la pluma le diera la gloria que le negó el telescopio: escribió un voluminoso libro contando sus peripecias titulado Voyage dans les mers de l’Inde. Su vida, que parecía condenada a ser pie de página en la historia de la astronomía, encontró así una segunda oportunidad en el papel. Murió en 1792, con la amarga satisfacción de haber desafiado al cosmos y a la burocracia francesa, aunque sin haber visto jamás un tránsito de Venus en condiciones.
En resumidas cuentas, el hombre que soñaba con inmortalidad científica acabó recordado como protagonista involuntario de la broma cósmica más cruel del Siglo de las Luces.
El eco de una derrota gloriosa
Hoy, el nombre de Le Gentil figura en manuales de historia de la astronomía como ejemplo de perseverancia llevada al absurdo y de cómo la ciencia, a veces, se topa con el humor negro del cosmos. Sus desventuras dibujan la cara menos solemne de la Ilustración. El tránsito de Venus fue, efectivamente, la Champions astronómica del XVIII. Solo que algunos, como Le Gentil, no llegaron ni a pisar el campo.
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Fuentes: AstroSabadell – Somosviajeros – Astronomiainiciacion
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