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José de Ribas, el español que fundó Odesa

La vida de José de Ribas comienza en un lugar que no parece el semillero natural de héroes del Imperio ruso: Nápoles. Allí nace entre 1749 y 1751, según la inspiración del notario o del marmolista de turno. Procede de una familia tan viajada como ambiciosa. Su padre, Miguel de Ribas y Bouyens, catalán de Barcelona, noble y bien relacionado, sirve como alto funcionario militar bajo la Corona española en el Reino de Nápoles. Su madre, Margaret Plunkett, irlandesa de familia distinguida, posee ese aire nórdico que siempre parece observar el mundo desde una distancia prudente.

Con semejante mezcla, no sorprende que el muchacho crezca rodeado de idiomas como quien colecciona estampas. Habla español, italiano, francés, alemán, latín e inglés, una combinación lingüística que, para la época, equivale a llevar un certificado de diplomacia impreso en la frente. Esa facilidad para las lenguas le acompaña desde niño y será una de sus puertas de entrada a mundos que pocos jóvenes de la época podían apenas imaginar.

Mientras muchos chavales de su edad fantasean con uniformes porque quedan vistosos, él se toma la vocación militar con absoluta seriedad. Con solo dieciséis años, entra en la Guardia Napolitana como segundo teniente de infantería. Allí empieza una carrera que, vista en perspectiva, habría sido descartada como inverosímil por cualquier guionista con sentido común.

De Nápoles al Imperio ruso: un joven ambicioso y un ruso muy oportuno

El salto desde la Guardia Napolitana a San Petersburgo no es algo que pueda llamarse traslado laboral ordinario. La bisagra entre ambos mundos es Alekséi Orlov. En Livorno, cuando De Ribas aún es un joven oficial con más entusiasmo que galones, es presentado al comandante de la flota rusa en el Mediterráneo. El español causa buena impresión: Orlov lo incorpora como ayudante e intérprete, una tarea perfecta para alguien que domina más idiomas que la media de una embajada europea.

A partir de ese encuentro, la vida del joven José acelera a un ritmo vertiginoso. Participa en la batalla de Chesma, uno de los grandes desastres navales del Imperio otomano durante la guerra ruso-turca. No es todavía protagonista, pero observa con atención cómo se entrelazan la estrategia, la política y las ambiciones personales en las altas esferas imperiales. Comprende rápido que, en la Rusia de Catalina II, quien quiera ascender debe reunir tres virtudes: coraje, resultados y un padrino bien situado. Y él está decidido a conseguir las tres.

En 1772 llega por fin a Rusia. Aprende la lengua con la velocidad del que sabe que su futuro depende de ello e ingresa en el cuerpo de cadetes. Allí se registra oficialmente como miembro de la nobleza española, recordando a todo el mundo que no es un aventurero errante, sino un noble que viene con el abolengo por delante.

Matrimonio en Tsárskoye Seló y entrada en el círculo de Catalina

Ya instalado en San Petersburgo, entra en el círculo de Iván Betskói, consejero influyente de Catalina II. Allí conoce a Anastasia Sokolova, hija ilegítima del propio Betskói, con quien se casa en 1776 en Tsárskoye Seló, la residencia de verano de la emperatriz. Catalina asiste a la boda, gesto que dice mucho del aprecio que siente por el joven español, y acaba siendo madrina de sus futuras hijas.

La integración en la corte es impecable, pero José de Ribas no se conforma con brillar en salones palaciegos. Su objetivo es más terrenal: quiere ser útil como militar. Es en ese momento cuando aparece la figura decisiva de su carrera: el príncipe Grigori Potemkin, favorito de Catalina y arquitecto de la expansión rusa hacia el sur.

José de Ribas

En 1783, tras demostrar capacidad y lealtad, De Ribas pasa a depender directamente de Potemkin. Este busca oficiales que puedan manejarse con soltura en el terreno resbaladizo donde se mezclan diplomacia, guerras y ambiciones. Y el español demuestra ser justo el tipo de hombre capaz de funcionar en ese escenario cambiante, donde cada día puede ser un desafío nuevo.

Crimea, el Mar Negro y la metamorfosis en “águila de Catalina”

Bajo las órdenes de Potemkin, De Ribas participa en la conquista y consolidación de Crimea para el Imperio ruso y colabora en la creación de la futura Flota del Mar Negro, con base en Sebastopol. Sus méritos le llevan a ascender de coronel a brigadier, y su nombre empieza a circular entre quienes toman decisiones.

Cuando estalla la nueva guerra ruso-turca, De Ribas ya es un oficial curtido. Brilla en la batalla del estuario del Dniéper y recibe el mando de la flotilla de remos del Mar Negro, formada en parte por cosacos, extraordinarios combatientes, aunque un tanto alérgicos a la disciplina estricta. Dominar semejante mezcla de energías y egos no es poca hazaña.

Con esa flotilla participa en el asedio de la fortaleza de Ochákov y toma la isla de Berezán, ascenso mediante. Pero su papel más determinante llega en 1789, cuando dirige la toma de la población de Jadzhibéi y de la fortaleza costera de Yení Dunyá. Allí descubre el potencial de una bahía magnífica. Ese detalle visionario, que otros habrían pasado por alto, será la semilla de la futura Odesa.

Izmaíl: la fortaleza “inexpugnable” que no lo fue tanto

El gran episodio militar de su carrera se desarrolla en Izmaíl, una fortaleza otomana sobre el Danubio convertida en símbolo de invencibilidad. Los ingenieros europeos que reforzaron sus defensas la describían como un muro imposible de derribar, y la propaganda otomana la presentaba casi como un desafío a los dioses.

De Ribas, sin embargo, no se deja impresionar. Entra con su flotilla por la desembocadura del Danubio, remonta el río, destruye o captura más de cien embarcaciones enemigas y prepara un plan para tomar la fortaleza. El consejo de guerra, prudente hasta el extremo, decide retirarse. La operación se considera demasiado peligrosa.

El español rehúsa aceptar esa retirada. Envía informes a Potemkin asegurando que la fortaleza puede caer. Sus argumentos convencen al príncipe, que llama a Aleksandr Suvórov, el general encargado de dirigir el brutal asalto final. La historia reservará para Suvórov el protagonismo de aquella jornada sangrienta, pero De Ribas ha sido el estratega que ha mantenido vivo el objetivo cuando todo estaba a punto de abandonarse.

Años después, Lord Byron incluirá al español en su poema “Don Juan”, mencionando a un “Ribas” que, en medio del asedio, cambia el rumbo de los acontecimientos con una carta decisiva. La literatura convierte en metáfora lo que la documentación militar recoge con sobriedad.

En San Petersburgo, De Ribas entra desde ese momento en el grupo de las llamadas “águilas de Catalina”, los generales que simbolizan la expansión rusa hacia el Mar Negro. Un grupo donde solo importa la eficacia, no el lugar de nacimiento.

Un español firma la paz y propone una ciudad nueva

En 1792 la guerra concluye con el Tratado de Jassy. Entre los firmantes está De Ribas, representando a Rusia. Es un acuerdo clave: consolida el control ruso sobre la costa del Mar Negro y abre oportunidades para crear nuevos puertos.

El español actúa con rapidez. Propone transformar Jadzhibéi en un gran puerto militar y comercial. Tiene claro que la región necesita una base que no quede bloqueada por el hielo en invierno. Lo que propone no es solo una obra práctica, sino un proyecto estratégico de gran alcance.

Catalina II aprueba la idea. En 1794 firma el decreto que ordena fundar la nueva ciudad y nombra a De Ribas responsable principal de su desarrollo. El nombre elegido, “Odesa”, busca evocar el pasado griego de la zona y sonar elegante, como tantas decisiones de la corte imperial.

Odesa desde cero: planos, cosacos y exenciones fiscales

Fundar una ciudad donde apenas hay ruinas es un trabajo peculiar. No existen quejas vecinales, solo planos, materiales y un mar que sopla cuando quiere. De Ribas organiza la construcción de los primeros edificios administrativos, traza calles y diseña un puerto funcional. Todo se planifica con una mezcla de sentido práctico y ambición.

Para atraer población, el gobernador introduce una medida sorprendentemente moderna: quienes se establezcan en la nueva ciudad no pagarán impuestos durante un tiempo y recibirán tierras. El efecto es fulminante. En pocos años, Odesa pasa de ser un punto fortificado a una ciudad en desarrollo acelerado.

En 1799 ya cuenta con más de 4.500 habitantes. Con el paso del tiempo será uno de los puertos más importantes del sur del Imperio ruso y, ya en época moderna, la tercera ciudad de Ucrania. El nombre de De Ribas quedará asociado para siempre a este impulso fundador.

Entre marineros recelosos y galones navales

Mientras Odesa crece, la Marina imperial se muestra mucho menos entusiasta. Algunos oficiales se quejan de que un militar “de tierra” tenga tanto peso en la Flota del Mar Negro. Sus protestas llegan a la emperatriz, pero Catalina, en lugar de reprender al español, decide zanjar la cuestión con contundencia.

Lo nombra contralmirante, luego vicealmirante y finalmente almirante. Un ascenso meteórico que desmonta cualquier resistencia y que, de paso, convierte una protesta corporativa en una victoria personal para De Ribas.

Pablo I, el Ministerio de Montes y el ocaso de un favorito

La muerte de Catalina en 1796 cambia la atmósfera política de inmediato. Su hijo, Pablo I, sube al trono con ideas bastante menos estables. Llama a De Ribas a la corte para responder por supuestas irregularidades en la administración de Odesa. Tras la investigación, se le restituyen honores, pero se le impide regresar a la ciudad que ha fundado.

Como colofón inesperado, el nuevo zar lo nombra ministro de Montes. De fundador de puertos y almirante pasa a supervisar bosques y normativas forestales. Un giro ministerial tan absurdo que hoy sería carne de sátira política.

El clima en San Petersburgo se vuelve asfixiante. Pablo I acumula enemigos a un ritmo preocupante y el círculo de Catalina pierde apoyo. En marzo de 1800 De Ribas es apartado de sus puestos. Poco después participa en conversaciones que buscan derrocar al zar y sustituirlo por el futuro Alejandro I.

Una muerte sospechosa y una memoria repartida entre Odesa y España

Antes de que nada se concrete, José de Ribas cae enfermo, víctima de fiebres persistentes. Muere el 2 de diciembre de 1800. La versión oficial habla de una enfermedad, pero muchos sostienen que fue envenenado por un alto funcionario temeroso de que, en pleno delirio, pudiera revelar detalles comprometedores.

El español es enterrado en el cementerio luterano de Smolensk, un destino curioso para un católico de raíces catalanas e irlandesas. Es un final casi simbólico de una vida marcada por viajes, cortes extranjeras y fronteras borrosas.

Su nombre, sin embargo, sigue vivo en Odesa. La calle principal, Deribásivska, conserva su apellido adaptado, y una estatua lo muestra con una pala y un plano, una mezcla perfecta de soldado y urbanista.

Estatuas, calles y un español en los versos de Byron

En Odesa su presencia es constante: calles, estatuas y referencias históricas recuerdan al “padre fundador” de la ciudad. En España, durante décadas, su figura permaneció en relativo silencio hasta que diversos historiadores y divulgadores la recuperaron, recordando que una de las grandes urbes del mar Negro fue idea de un español.

La literatura también lo inmortaliza. En el “Don Juan” de Byron aparece como un personaje secundario pero decisivo. Entre versos, informes militares y planes de expansión imperial, José de Ribas emerge como uno de esos personajes capaces de reinventarse en cualquier corte y dejar huella allí donde pisa.


Fuentes consultadas

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