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La caótica travesía de la flota rusa del Báltico

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Autor: El café de la Historia


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La Guerra ruso-japonesa de 1904

Hoy explicamos el episodio naval más calamitoso de todos los tiempos, el que más pitorreo generó entre sus contemporáneos, y que a la postre supuso el hundimiento absoluto del prestigio de Rusia en sus pretensiones de figurar como superpotencia en el tablero geopolítico de principios del siglo XX.

Unas pinceladas de contexto antes de entrar en materia.

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Los hechos se enmarcan dentro de la Guerra ruso-japonesa de 1904, un conflicto de intereses de carácter imperialista entre ambos contendientes sobre Corea y Manchuria, en el que Japón le dio para el pelo a Rusia dejando al mundo asombrado; se trataba de la primera vez que un país no caucásico vencía de manera apabullante a un imperio colonialista europeo.

Este hecho afectó el equilibrio de poderes en Asia consolidando a Japón como una potencia a tener en cuenta en los años venideros. Por su parte, las continuas y humillantes derrotas rusas indignaron al pueblo sembrando la semilla de la revolución de 1905.

Como se puede apreciar, esta guerra fue el germen para muchas cosas que marcaron profundamente el mundo a lo largo del siglo XX.

El Almirante Rozhéstvenski

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El Almirante Rozhéstvenski
El Almirante Rozhéstvenski

Los japoneses habían bloqueado a la flota rusa del Pacífico en Port Arthur (hoy Lüshunkou y en la actual China) y para solucionar el problema el Zar Nicolás II pone al mando de la flota del Báltico al prestigioso Jefe del Estado Naval, el Almirante Rozhéstvenski (debido a su combativo carácter su sobrenombre era Perro loco), y le da instrucciones de poner rumbo inmediato a Port Arthur y liberar del bloqueo a la flota del Pacífico.

La flota del Báltico acude al rescate de la del Pacífico

Así, al pobre Rozhéstvenski, que ya antes de partir había expresado que no albergaba ninguna confianza en que la flota rusa tuviese alguna oportunidad frente a la potente y mejor preparada Armada Imperial japonesa, lo mandan a que circunvale el globo.

Ante tamaña travesía, los buques iban cargados de carbón hasta los topes y para que no zozobraran mandó desmantelar la mayor parte de la artillería. Tan precario era el equilibrio que incluso prohibió izar más banderas que las imprescindibles por miedo a que en un golpe de viento algún buque de la flota volcara.

Estamos en octubre de 1904 y la flota zarpa con un largo viaje por delante. El primer incidente no tardaría en llegar.

El incidente danés

Surcando costas danesas, unos marineros se acercaron en bote a la flota con la inofensiva misión de entregar unos despachos diplomáticos. Antes de poder cumplir la misión fueron recibidos con una generosa lluvia de obuses al ser confundidos con japoneses (¡en aguas danesas!) y tuvieron que dar media vuelta, ilesos gracias a la mala puntería de los artilleros pero sin cumplir su cometido.

Tras este hecho, la prensa se empieza a fijar en la flota.

El incidente Dogger Bank

Éste ocurrió pocas jornadas después en el Mar del Norte frente a las costas británicas. El barco que cerraba el convoy se cruzó con un barco sueco que estaba de paso y entre la niebla, los nervios y la inexperiencia de la tripulación dieron aviso por radio que estaban siendo atacados por una torpedera japonesa.

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Los barcos se ponen en alerta máxima y entre la espesa niebla localizan un grupo de cuarenta y ocho pesqueros británicos a los que confunden con una gigantesca flota enemiga (¡una gran flota nipona en el Mar del Norte!). Los rusos no escatimaron obuses y a los pacíficos pescadores, les empezaron a llover miles de proyectiles. Por suerte para ellos, la puntería no era su punto fuerte y sólo alcanzaron a un pesquero.

En el diario de bitácora del crucero de batalla Oriol quedó documentado que de los 500 disparos que se efectuaron desde ese barco ni uno solo hizo blanco.

En medio de la desigual refriega el crucero ruso Aurora fue confundido con (lo adivinan, ¿verdad?) un buque japonés que se lanzaba hacia ellos. Fue bombardeado con saña por los suyos y si no lo mandaron a pique a pesar de la cercanía del objetivo fue por la nula habilidad y escasa puntería rusa.

Al final, el desigual combate se saldó con tres pescadores muertos, un conflicto diplomático de primer nivel y Rusia como el hazmerreir mundial.

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Estatua erigida en Hull en memoria de los tres pescadores fallecidos
Estatua erigida en Hull en memoria de los tres pescadores fallecidos

Gran Bretaña, cuyas simpatías en esta guerra estaban del lado japonés, sopesa seriamente declarar la guerra a Rusia tras el incidente de Dogger Bank, y a punto estuvo de lanzar sobre ellos a la Royal Navy que estaba estacionada en su cercana base escocesa.

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Funeral de los pescadores
Funeral de los pescadores

El incidente se salda con un enfado monumental británico (el caso sería juzgado en el Tribunal de La Haya), el cierre de todos los puertos neutrales de la ruta y, ojo que esto es crucial, la prohibición expresa que la flota atraviese el Canal de Suez.

Una vez superado el vergonzoso episodio, la flota sigue su ruta hacia el sur y a la altura de las costas gallegas les llega un mensaje del Zar en el que comunica que ha considerado que la flota no es suficientemente poderosa y que mandan barcos de refuerzo.

Cuando Rozhéstvenski se entera de la chatarra flotante que le envían ordena poner los motores a toda velocidad para huir de sus propios refuerzos.

El incidente del cable

Una vez superadas las costas de Portugal, el almirante da orden de internarse en el Mediterráneo con la esperanza de, a través de una desesperada gestión diplomática, obtener permiso para atravesar el canal de Suez pero a la altura de Tánger a un barco de la escuadra se le enreda la hélice en un cable submarino y el capitán, sin consultar al almirante, decide cortarlo.

El problema es que cortó el cable submarino de comunicaciones que unía Africa y Europa dejando los continentes incomunicados durante casi una semana.

Sobra decir que a esas alturas del periplo ya tenían a toda la prensa occidental pendiente de los movimientos de la flota y el cachondeo era planetario.

Tras este percance con el cable, Rozhéstvenski abandonó toda esperanza de que Inglaterra les abriese el paso de Suez, así que con resignación se dispone a circunvalar África poniendo rumbo al Cabo de Hornos.

El incidente canario

A la altura de las Islas Canarias avistan una flotilla compuesta de tres naves y, para no perder la costumbre, las confunden con japoneses. Se disponen para el combate, les rodean y sólo tras haber disparado más de 300 cañonazos se dan cuenta que se trataba de un pesquero noruego, un mercante sueco y una goleta francesa.

Este suceso, por suerte sin víctimas gracias de nuevo a la impericia rusa, dio más interés a la prensa si cabe para seguir el descacharrante periplo de la flota, a la vez que en las diferentes cancillerías europeas imaginamos monóculos cayendo de la incredulidad, y también imaginamos los sudores fríos del Zar cada vez que le informaban de las desventuras de su flota.

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El Almirante Rozhéstvenski al borde de un ataque de nervios
El Almirante Rozhéstvenski al borde de un ataque de nervios

El incidente de los torpedos

Hacia la mitad del continente africano el almirante decide que es un buen momento para hacer una parada técnica y así reparar los barcos. De paso, tampoco estaba de más hacer unos más que necesarios ejercicios de tiro.

El paupérrimo saldo de los ejercicios fue un solo blanco tras seis horas de cañoneo ininterrumpido. Todo un chute de moral antes de entrar en batalla.

Tras este desastre, Rozhéstvenski (posiblemente en el puente de mando mesándose la cabellera mientras agita el puño increpando al Altísimo) ordena una prueba con torpedos.

Al haberse montado la flota con prisa, alguien olvidó los libros de instrucciones y claves para esta operación y al proceder a disparar, unos se quedaban atascados, otros cambiaban de rumbo caprichosamente obligando a los barcos a realizar maniobras para esquivarlos.

Pero hubo uno que empezó a girar en círculos caóticos e impredecibles, saliendo a la superficie para volver a sumergirse, durante diez interminables minutos serpenteando entre los barcos originando el pánico en las tripulaciones.

Tras todo este rosario de despropósitos, el almirante decide que lo mejor que puede hacer es cumplir la órdenes lo antes posible y que salga el sol por Antequera.

Da por terminada la parada técnica y los ejercicios de tiro y pone rumbo al Pacífico para pelear una batalla que hace tiempo que tiene claro que está perdida de antemano, pero a la altura del Índico recibe un cable del Zar (lo imaginamos cada vez más calentito tras cada noticia de la flota que le iba llegando).

El cable sólo tenía dos frías órdenes: Que destruya la flota enemiga y que inmediatamente vuelva a Rusia para ser relevado de su puesto.

Tras este desalentador mensaje, las crónicas dicen que el almirante cayó en un estado de parálisis depresiva, sin duda el mejor estado de ánimo para afrontar una más que crucial batalla.

Tras 23.000 millas de viaje, los japoneses interceptan a la flota en el estrecho que separa Corea y Japón entablándose la llamada batalla de Tsushima en la que los japoneses, al mando del Almirante Togo, se merendaron a la flota rusa.

El almirante cayó prisionero y los japoneses lo devolvieron al Zar, herido y enajenado. Y aquí el punto final de la bochornosa aventura de la flota del Báltico.

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El Almirante Togo visitando a Rozhéstvenski antes de despacharlo a Rusia
El Almirante Togo visitando a Rozhéstvenski antes de despacharlo a Rusia

Epílogo en defensa de Rozhéstvenski

Como el almirante ya sabía antes de su partida, la flota no tenía ni una sola oportunidad ante los japoneses. Él, como jefe naval ruso, hacía tiempo que había llegado a esa conclusión.

En los meses previos a la contienda empezó un programa de modernización de la armada que no llegó a tiempo, y era plenamente consciente que la flota con la que le mandaban a socorrer a la del Pacífico era un conjunto de barcos que jamás habían salido del Báltico, envejecidos, con escaso mantenimiento, mal artillados y con una tripulación mal entrenada y escasa de moral.

También era consciente que Japón se había preparado de una forma muy eficaz, incorporando potentes y modernos buques acorazados contra los que poco podía hacer la vetusta flota rusa. Además sabía (y comprobó de primera mano durante el viaje) que su tripulación no estaba a la altura.

El problema radicaba en que el zar y sus consejeros desconocían toda esta realidad. Sus conocimientos sobre el enemigo al que se enfrentaban se limitaban a una retahíla de prejuicios sobre esos «salvajes amarillos« a los que se debían imaginar en juncos a remo.

Durante la batalla, aquellos «salvajes amarillos» hundieron o capturaron la totalidad de la flota rusa, causaron, entre muertos y heridos, casi 10000 bajas entre la marinería rusa por sólo 117 bajas propias.

El Zar cargó las culpas de la vergonzosa derrota a Rozhéstvenski al que se le pidió pena de muerte en el juicio al que fue sometido.

Exonerado pero expulsado del ejército y despojado de cualquier honra, vivió sus últimos años recluido en su casa de San Petersburgo, donde murió abandonado por todos en 1909.

Descansa en paz Perro Loco.



El Café de la Historia ha sido finalista en la edición 2021/22 de los Premios 20Blogs en la categoría «Ciencia«.

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5 comentarios

  1. Atónito quedé. Lo que no entiendo es que visto lo inútiles que eran los zares la revolución no hubiese pasado antes. Buen artículo y muy divertido.

  2. He leído muy estupefacto las desventuras de Perro Loco en el metro y, además de alegrarme del desquite ruso (vale, soviético) en Manchuria’45, al levantar la mirada el vagón estaba lleno de japoneses.

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