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Cómo llegó Humor Amarillo a España: la historia detrás del fenómeno

Humor Amarillo no fue un programa cualquiera: en su momento fue como si alguien hubiera lanzado una bomba de confeti absurdo que coloreó por completo el entretenimiento televisivo de los noventa. Reinterpretar Takeshi’s Castle mediante un doblaje desternillante, cargado de sátira e improvisación, ofreció al público dominical algo inesperado y adictivo; un circo épico en que los concursantes saltaban, caían, se estrellaban… y cada impacto venía acompañado de un comentario que elevaba lo ridículo a categoría de arte.

Ese derroche de humor tan particular y esa habilidad para convertir lo japonés y lo físico en comedia entrañable marcaron a toda una generación. Y lo sorprendente: esa mezcla de morbo por la caída, risas contagiosas y frases imposibles sigue resonando en la memoria de quienes se sentaban frente al televisor.

Orígenes: del castillo de Takeshi al humor de la voz en off

El formato original japonés, Fūun! Takeshi Jō, concebido por el propio Takeshi Kitano, planteaba un concurso disparatado: cientos de participantes enfrentaban pruebas absurdas con la meta de conquistar el castillo de Takeshi. Pero esa versión –tal como se veía en Japón– jamás llegó tal cual a España. Cuando Telecinco adquirió las cintas a comienzos de los 90, no traían instrucciones, ni guiones pulidos: solo material visual esperando reinterpretación.

Humor amarillo

Los primeros atisbos del programa en España aparecieron como fragmentos doblados dentro de Tutti Frutti, espacio humorístico de Telecinco, donde José Mota y Juan Muñoz (Cruz y Raya) ya daban voz a esas escenas con un tono juguetón que apuntaba al éxito por venir. Luego, esos segmentos evolucionaron hacia una emisión independiente bajo el nombre Humor Amarillo, con comentaristas dedicados y narrativa propia.

La llegada a España: un 8 de julio para la historia

El 8 de julio de 1990 Telecinco dio el salto: estrenó Humor Amarillo en horario dominical, confiando en que aquella bomba de absurdo funcionaría en España. Fue un movimiento audaz: el público ansiaba algo diferente, la cadena se apoyaba en unas cintas japonesas que parecían desconocidas, y el equipo creativo tenía la misión de reinventarlas desde cero.

Aquellas cintas no eran documentos fijos: eran lienzos en blanco. Juan Herrera y Miguel Ángel Coll optaron por no limitarse a doblar; decidieron reinventar. Cada episodio nació de la improvisación: ocurrencias, chistes neurológicos, personajes que aparecían de la nada. Con esa libertad fluyeron nombres tan delirantes como Chino Cudeiro, Dolores Conichigua, las zamburguesas o el laberinto del chinotauro.

Juan Herrera y Miguel Ángel Coll (éste último hijo de José Luís Coll), los artífices del genial y maravillosamente marciano doblaje, venían de trabajar juntos en el (también) mítico y recordado Jack el Despertador, programa matutino de la incombustible Radio 3 cuando recibieron el encargo de poner voces a esas cintas niponas por encargo directo del mismísimo Valerio Lazarov.

Cómo llegó Humor Amarillo a España
El equipo de Jack el Despertador

No había guiones rígidos, solo ganas de reír, deformar lo ajeno, inventar locuras: las caídas dejaban de ser simples tropiezos y se convertían en sketches absurdos, ensayos espontáneos de comedia física. Esa libertad fue la fórmula que enganchó al público.

La magia del doblaje: un universo paralelo hecho voz

El corazón del éxito de Humor Amarillo fue, sin duda, el doblaje libre. En lugar de traducir lo que decían los concursantes japoneses, los guionistas españoles construyeron diálogos paralelos, historias propias, personajes inéditos. En ese mundo retorcido y juguetón, el Chino Cudeiro era el concursante prototípico que siempre “moría” de maneras espectaculares; Dolores Conichigua intervenía con gritos temibles; las pruebas, así mismo, recibían nombres inolvidables: Las zamburguesas, Los cañones de Nakasone, El laberinto del chinotauro, Las puertas del pánico, El combate de sumo, El Cazador Chino, y otros como Que no soy un bolo, que soy una persona o Líete tú de la liana que surgían de la imaginación de los dobladores para darles personalidad propia al espectáculo.

Humor amarillo

Los locutores adoptaban un tono híbrido: coloquial y chistoso, pero con ribetes absurdos, a veces casi filosóficos. Cada caída se narraba como si fuera la batalla final de un héroe trágico; cada obstáculo se transformaba en una metáfora absurda. Nada estaba fuera de la broma.

Con ello, el programa pasó de simplemente mostrar escenas físicas a generar una experiencia narrativa adicional que convivía con lo visual.

Curiosidades y anécdotas que alimentan la leyenda

Quizá la historia más celebrada entre fans del programa es la del becario apodado Chino Cudeiro. Según cuentan, su sobrenombre nació como homenaje irónico a un colaborador discreto del estudio, y acabó convertido en personaje estelar: cada vez que “moría” —es decir, quedaba eliminado en alguna prueba— la audiencia celebraba su destino con carcajadas.

Otra joya: los encuentros clandestinos del equipo para editar las cintas. En salones o cocinas, en los ratos muertos, se ensamblaban fragmentos, se discutían nombres absurdos, se probaban voces inusitadas, demostrando que lo que nace de la complicidad creativa termina siendo verdaderamente genuino.

Humor amarillo

También vale la pena destacar que Telecinco no sabía en un inicio exactamente qué es lo que había comprado: unas cintas japonesas sin más referencia. Ese desconocimiento otorgó libertad al doblaje y a la reinterpretación sin ataduras. Con el paso del tiempo se descubrió que aquellas imágenes provenían de Takeshi’s Castle, concretamente de una tanda de finales de los ochenta.

Cosas de la televisión de los 90…

El humor absurdo como filosofía televisiva

Humor Amarillo no se limitó a reformular imágenes: redefinió el humor televisivo español. La capacidad de reírse de lo absurdo, de girar lo cotidiano hacia lo disparatado, fue un manifiesto en sí mismo. El doblaje irreverente se convirtió en una forma de rebeldía: no pedía permiso, no obedecía reglas. Entre lo técnico y lo vulgar, entre la ironía y el sarcasmo, habitaba una fascinación profunda por lo absurdo que caló en un público apto para la risa sin filtro.

La revolución televisiva que dejó huella

Durante sus cinco años en Telecinco (del 8 de julio de 1990 al 4 de junio de 1995), Humor Amarillo alcanzó cuotas de audiencia notables y se consolidó como fenómeno cultural. No solo popularizó términos y personajes, sino que desencadenó imitaciones, homenajes y hasta algún revival.

Cómo llegó Humor Amarillo a España

Influencia persistente en la cultura popular

Hoy las frases de Humor Amarillo se han colado en el habla cotidiana: brotan en conversaciones, recuerdos, memes y guiños fugaces. Se escuchan “zamburguesas”, “Chinos Cudeiros” y “Laberintos del chinotauro”… como si siempre hubieran sido parte del diccionario pop español.

Muchos programas posteriores han intentado capturar esa chispa: concursos con narraciones irónicas, secciones absurdas, comentarios espontáneos que evocan el eco del doblaje original. Se intuye en guiños, referencias y tonalidades que devuelven esa irreverencia pionera.

Hoy Humor Amarillo ya no es solo nostalgia: es una bandera del humor español, un símbolo de que lo absurdo no solo entretiene, sino que trasciende.

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Fuentes consultadas

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