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El reverendo Bill Shergold y la santa hermandad de los rockers

Estamos en Londres a finales de los años 50. Una ciudad aún marcada por las heridas visibles de la Segunda Guerra Mundial, que huele a carbón en sus calles y en la que retumban ecos lejanos de un imperio que ya no es. Y precisamente aquí, en Londres, comienza a gestarse una transformación cultural que cambiará para siempre la identidad juvenil británica. Mientras el país despierta lentamente de la larga posguerra y se encamina hacia una nueva era de modernidad, los jóvenes buscan formas de expresar una identidad que se aleje radicalmente de la tradición de sus padres.

En este hervidero de cambios sociales y estilísticos, donde la elegancia del sastre de Savile Row chocaba con el desparpajo provocador de la cazadora negra de cuero y el olor a gasolina, una figura completamente inesperada irrumpió en escena.

Bill Shergold
Bill Shergold en su moto

Les presentamos al reverendo William Shergold, un sacerdote anglicano que no sólo predicaba desde el púlpito, sino que también conducía motocicletas y vestía cazadora de cuero negra, un atuendo poco habitual en los círculos eclesiásticos de la época. Su aparición fue, en muchos sentidos, disruptiva, pues no era habitual que un representante de la Iglesia se acercase a las subculturas juveniles, menos aún a la de los rockers, ese grupo de jóvenes motorizados a menudo vinculados en el imaginario colectivo con broncas de bar, estéticas intimidantes y rebeldía sin causa ni filtro.

Contexto social y juvenil del Reino Unido

La juventud británica de los años 60 vivía un proceso de redefinición identitaria. Después de los años grises de la Segunda Guerra Mundial y el racionamiento, las nuevas generaciones empezaban a disfrutar de más tiempo libre, mayores ingresos y, sobre todo, de una autonomía cultural sin precedentes. Aparecieron subculturas juveniles como los teddy boys, los mods y los rockers, cada uno con su propio código de vestimenta, música y actitudes ante la vida.

Los rockers en particular habían surgido a finales de los años 50 y se caracterizaban por su amor por las motocicletas de alta cilindrada, el rock and roll y una estética heredera del cine norteamericano, influida por iconos como Marlon Brando o James Dean. Para la prensa británica, estos jóvenes eran elementos antisociales, y no era raro que se les vinculase con la violencia o el vandalismo, en especial tras sus enfrentamientos con sus archienemigos mods que derivaron en graves disturbios en lugares costeros del sur de Inglaterra como Brighton o Margate.

Bill Shergold
Disturbios en Brighton, 1964

Frente a esta hostil narrativa mediática y a la actitud condenatoria de buena parte de la sociedad, el reverendo Bill Shergold optó por un enfoque radicalmente distinto.

De la Eton Mission…

Shergold era un reverendo de apariencia tranquila pero ideas nada convencionales. Llevaba ya años trabajando con jóvenes en el barrio de Hackney, al este de Londres, una zona obrera marcada por la precariedad, las tensiones raciales y una juventud cada vez más alejada de la tradición eclesiástica. Mientras la mayoría del clero contemplaba con cierto horror el auge de las subculturas urbanas, él optó por una estrategia menos habitual: acercarse a quienes la sociedad había empezado a etiquetar como ovejas negras con tupé. En vez de predicar desde el púlpito contra la degeneración moral de los nuevos tiempos, decidió calarse el casco, abrocharse la chupa de cuero y subirse a su moto.

Bill Shergold
Bill Shergold

… al Ace Café

Su destino no fue otro que el Ace Café, un mítico local situado en la North Circular Road, en la zona noroeste de la ciudad, que desde los años 30 servía como punto de parada para camioneros, pero que a partir de los años 50 se convirtió en un santuario pagano del movimiento rocker. Allí se congregaban jóvenes motorizados amantes de las Triumph, las Norton o las BSA, entre hamburguesas grasientas y aullidos de rock and roll que brotaban como lava eléctrica de una jukebox que no conocía el descanso ni el silencio. Para muchos, aquel lugar era poco más que un nido de camorristas y delincuentes. Para Shergold, en cambio, era territorio sagrado en potencia, aunque no figurase en los Evangelios.

Bill Shergold
El Ace Café

Aquel primer encuentro no fue una misión pastoral al uso ni una simple visita anecdótica, sino una incursión valiente en un entorno considerado hostil por las instituciones religiosas. Lejos de acudir con la intención de reconducir almas descarriadas mediante el miedo o la condena, Shergold escuchó. Escuchó mucho. Y escuchó bien. Escuchó las quejas, las frustraciones, las dudas de una juventud desencantada con una sociedad que les daba la espalda. Allí, entre el olor a gasolina, los cascos decorados con calaveras y las chaquetas repletas de parches, entendió que el rechazo institucional sólo había conseguido fortalecer la cohesión de esos grupos y su orgullo identitario.

El nacimiento del 59 Club

Fruto de aquella experiencia, Shergold regresó a Hackney con una convicción inesperada: la Iglesia no sólo debía tolerar a estos jóvenes, sino abrirles las puertas de par en par. Así nació lo que en un principio fue una propuesta casi experimental dentro del programa juvenil de la iglesia de Eton Mission: ofrecer un espacio seguro donde aquellos muchachos pudieran reunirse sin miedo al sermón fácil ni a la vigilancia policial. Se trataba de un club juvenil en apariencia convencional, con actividades deportivas, charlas y acompañamiento espiritual, pero dirigido con un enfoque que combinaba fe, empatía a ritmo de rock and roll y bramido de motores.

Bill Shergold

El proyecto fue formalizado en 1959 bajo un nombre que parecía salido de una película de James Dean pero con sotana: The 59 Club. Lo que comenzó como una alternativa parroquial a los tugurios de mala fama se convirtió, en cuestión de pocos años, en uno de los clubes de motoristas más grandes, activos y sorprendentes del Reino Unido. Al principio, la inscripción no requería carnet de conducir, ni bautismo, ni creencia religiosa alguna: bastaba con el deseo de formar parte de una comunidad que, por increíble que pareciera, reunía a rockers y vicarios bajo el mismo techo.

Bill Shergold
Bill Shergold y el también reverendo Graham Hullet

La idea rompía esquemas. ¿Un club de moteros apadrinado por un cura? ¿Una iglesia que organizaba rutas en moto y bendecía cilindradas en lugar de limitarse a repartir estampitas? Aquello sonaba casi a parodia, pero funcionaba. Y funcionaba tan bien que pronto atrajo a miles de miembros, muchos de ellos con un pasado problemático, pero también con una necesidad latente de pertenencia, estructura y afecto.

El 59 Club se expande

A lo largo de los años 60, el 59 Club se expandió más allá de Hackney, con sedes en otras parroquias y barrios obreros, y se consolidó como un insólito puente entre dos mundos tradicionalmente enfrentados: el de la Iglesia y el de las subculturas juveniles. No se trataba de convertir a los rockers en monaguillos, sino de ofrecerles un espacio donde no se les tratara como delincuentes por defecto. Shergold, con su alzacuellos siempre visible y su chaqueta de cuero como uniforme no oficial, encarnaba esa rara mezcla de autoridad espiritual y complicidad callejera que, contra todo pronóstico, generó una lealtad tan duradera como inquebrantable.

Bill Shergold
Bill Shergold

Con el paso del tiempo, el club fue evolucionando: de centro juvenil pasó a convertirse en un emblema cultural, atrayendo la atención de medios de comunicación, estudios académicos e incluso de figuras del mundo del motor. A diferencia de otras agrupaciones de motoristas con fama de violentas, el 59 Club mantenía un código de conducta basado en el respeto, la camaradería y el gusto por la carretera. Todo ello sin renunciar a sus orígenes ni a su vínculo con la Iglesia anglicana, que en este caso no se mostraba como una institución represiva, sino como un inesperado aliado de la rebeldía juvenil.

Así, lo que comenzó con una visita improvisada al Ace Café acabó por convertirse en una de las experiencias más singulares – y exitosas- de diálogo intergeneracional, cultural y espiritual del siglo pasado. Y todo, gracias a un reverendo que entendió que el cuero negro no era necesariamente incompatible con el mensaje de los Evangelios.

Motos bendecidas y bodas entre escapes

Lejos de imponer normas rígidas, Shergold comprendió que lo importante era crear vínculos humanos. Su propuesta era sencilla pero eficaz: acoger a estos jóvenes como eran, sin pedirles que renunciasen a su forma de vida. Los rockers podían acudir con sus motos a la iglesia, participar en actividades organizadas por el club, e incluso recibir la bendición de sus vehículos, en ceremonias donde largas filas de motocicletas eran rociadas con agua bendita mientras los motores seguían rugiendo.

Bill Shergold
Bill Shergold bendiciendo motos

Pero no se trataba solo de gestos simbólicos. Shergold también oficiaba bodas entre miembros del club, bautizaba a sus hijos e incluso les acompañaba en rutas organizadas. La fusión entre religión y contracultura fue tal que muchos empezaron a llamarle el «Vicario del Swing», un apodo que mezclaba afecto y perplejidad a partes iguales.

Bill Shergold
Bill Shergold casando a una pareja rocker

Más que motos: una red social antes de internet

El 59 Club funcionaba, en muchos sentidos, como una red de apoyo emocional y social, en un tiempo donde muchos de estos jóvenes se sentían marginados por sus familias, sus barrios o las instituciones oficiales. En el club encontraban no solo afinidades estéticas o musicales, sino también una comunidad real con la que compartir su vida cotidiana. Había un bar, una zona de juegos recreativos, música en directo y, por encima de todo, un sentimiento de pertenencia.

Bill Shergold

Shergold se convirtió en una figura de referencia dentro del movimiento rocker, apareciendo en revistas especializadas como Motorcycle Magazine y participando en eventos del mundo motero como si llevara toda la vida en ello.

Bill Shergold, el sacerdote insólito

Durante años, Bill Shergold no se limitó a ser el fundador de un club juvenil con motos y jukebox; fue también un puente humano entre dos mundos que parecían irreconciliables: el del púlpito y el del carburador. Aunque con el paso del tiempo delegó sus funciones en otros clérigos igualmente comprometidos —algunos con menos fotogenia pero la misma vocación pastoral en clave rockabilly—, su huella siguió marcando el rumbo del 59 Club y de quienes pasaron por él.

Shergold
Bill Shergold

Shergold falleció en 1968 y aún hoy su figura se recuerda con una mezcla de sana extrañeza y sincera admiración: un sacerdote anglicano que eligió escuchar en vez de condenar, que optó por comprender el lenguaje de las cazadoras de cuero y las botas de hebilla antes que imponer dogmas desde la distancia. Lo que para muchos fue un acto de osadía clerical, para él fue simplemente una forma de ejercer su fe con coherencia en pleno siglo XX.

Shergold
Bill Shergold, segundo por la derecha fumando en pipa

El legado de Bill Shergold

En la actualidad, el 59 Club sigue activo, aunque el contexto que lo vio nacer haya dado paso a un mundo más digital, menos grasiento y quizá algo más tibio. Sin embargo, su esencia permanece: un lugar donde el espíritu de comunidad se mezcla con la pasión por las dos ruedas, donde la fe puede sonar a rock and roll y el compañerismo no se mide en versículos, sino en kilómetros recorridos juntos.

En unos tiempos en que las instituciones religiosas luchan por no parecer anacrónicas, la historia de Bill Shergold sigue funcionando como recordatorio de que, en ocasiones, los cambios verdaderos no llegan con dogmas, sino con movimientos que descoloquen a propios y extraños por su osadía.

Movimientos como ponerse una chaqueta de cuero, subirse a una moto y decir: “Ey, vosotros también tenéis sitio en esta iglesia”.


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Fuentes: Ace Cafe LondonThe Telegraph, obituario del Reverendo Bill Shergold

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