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La república de un día en los Cárpatos ucranianos: cómo crear un país por la mañana y perderlo antes de que anochezca

Para cualquier europeo occidental —y más aún para un español habituado a fronteras estables y banderas reconocibles— la historia de la república de un solo día en los Cárpatos ucranianos suena a broma geopolítica. Una región diminuta, arrinconada en la esquina menos visitada del mapa. Un baile de etnias de nombres casi imposibles de pronunciar. Nacionalismos que chocan, promesas de autonomía que se evaporan y acuerdos internacionales firmados por caballeros solemnes que deciden el destino de pueblos enteros… Todo ello para terminar con un Estado que nace, respira y muere en apenas veinticuatro horas.

Así es Rutenia subcarpática, conocida según el narrador de turno como Carpatho-Ucrania, Rutenia de los Cárpatos o simplemente Transcarpatia. Hoy figura como región ucraniana de Zakarpattia. Ayer perteneció al Reino de Hungría, después a Checoslovaquia, más tarde otra vez a Hungría y finalmente al imperio soviético. Pequeña, sí, pero con una biografía política que muchos países asentados mirarían con cierta envidia.

Rutenia subcarpática: ese lugar del que casi nadie ha oído hablar y que parece inventado

Esta porción del mundo se extiende por la cara sur de los montes Cárpatos. Es el punto exacto donde se rozan Ucrania, Eslovaquia, Hungría, Rumanía y, muy cerca, Polonia. Por allí la capital histórica fue Khust, aunque ciudades como Uzhhorod o Mukachevo también reclamaron protagonismo en algún momento.

En los años que nos interesan, este territorio formaba parte de Checoslovaquia con el nombre de Subcarpathian Ruthenia. Abarcaba unos trece mil kilómetros cuadrados y rozaba los ochocientos mil habitantes en 1939. La mayoría se identificaba como rutena o ucraniana, pero la mezcla real era mucho más diversa: húngaros, eslovacos, rumanos, alemanes y una comunidad judía notable completaban un mosaico que complicaba cualquier intento de etiquetar la región.

Se trataba de un territorio pobre y montañoso, salpicado de aldeas y con una variedad lingüística que pondría en aprietos a cualquier funcionario encargado de redactar un formulario “neutral”. Para Praga era la periferia oriental, el equivalente más o menos romántico de un “lejano oeste” de montes y carreteras tortuosas. Para Budapest, en cambio, era parte de su antigua herencia, arrebatada en los tratados de posguerra de manera que consideraban injusta.

Del imperio austrohúngaro al experimento checoslovaco

Hasta el cierre de la Primera Guerra Mundial, Rutenia subcarpática perteneció al Reino de Hungría dentro del imperio austrohúngaro. Luego el gigantesco edificio imperial se vino abajo, los mapas quedaron patas arriba y las potencias vencedoras repartieron territorios con la alegría de quien corta una tarta demasiado grande.

En ese reparto, la recién creada Checoslovaquia recibió como premio la región rutena al pie de los Cárpatos. El Tratado de Saint-Germain, en 1919, la incorporó formalmente, y el Tratado de Trianon, un año después, terminó de ajustar las fronteras de la nueva y mucho más pequeña Hungría.

Sobre el papel, los rutenios obtendrían autonomía, una Dieta propia y la posibilidad de usar su lengua en la administración. Sobre el terreno las cosas fueron distintas: la autonomía prometida se fue posponiendo entre excusas presupuestarias y un cierto aire paternalista por parte de los administradores checos, que consideraban la región atrasada y difícil de integrar.

Eso sí, a cambio de ese trato condescendiente, Checoslovaquia aportó escuelas, ferrocarriles, servicios administrativos modernos y una convivencia democrática —con todos sus defectos— difícil de encontrar en otras zonas vecinas. Muchos rutenios, eso sí, no dejaron de ver a los funcionarios checos como sustitutos de los antiguos burócratas húngaros, igual de altivos pero con uniformes distintos.

Nacionalismos en ebullición: ucranófilos, rusófilos, prohúngaros y comunistas

En semejante mezcla, la política local se transformó en una especie de feria de banderas enfrentadas. No existía un único proyecto nacional: había varios, todos seguros de tener razón y ninguno con suficiente fuerza para imponerse.

Los ucranófilos, liderados por el sacerdote y profesor Avgustyn Voloshyn, apostaban por una identidad ucraniana definida y soñaban con unirse algún día a un Estado ucraniano independiente.

Los rusófilos defendían un enfoque ruteno-ruso más ambiguo y, en muchos casos, simpatizaban con la idea de que la región regresara a la órbita húngara o se acercara de nuevo a la tradición rusa.

Los prohúngaros —los llamados magyarones— insistían en que el territorio debía volver al regazo de Hungría, confiando en argumentos históricos, sentimentales y también prácticos.

Y no faltaban los comunistas, que imaginaban la región integrada en la Ucrania soviética bajo la mirada de Moscú.

Como si toda esta mezcla no fuera suficiente, apareció la milicia nacionalista: la Carpathian Sich. Un cuerpo paramilitar de inspiración ucraniana que mezclaba entusiasmo juvenil, ejercicios patrióticos y mucho más ímpetu que disciplina. En 1939 apenas contaban con dos mil hombres organizados, aunque la simpatía hacia ellos era bastante mayor.

Mientras todo esto ocurría, la vida seguía su ritmo. En estos bosques creció Robert Maxwell, que pasaría de un pueblo ruteno a convertirse en magnate de la prensa británica. En la misma región nació Adolph Zukor, hijo de un ambiente judío rural que terminaría fundando uno de los grandes estudios de cine. Incluso los padres de Andy Warhol procedían de una aldea de la zona carpatho-rusyn, lo que da una idea de hasta qué punto este rincón olvidado ha tenido impacto cultural muy lejos de sus montañas.

Múnich, Viena y el recorte del mapa

El terremoto político llega en 1938. Alemania presiona para quedarse con los Sudetes y las potencias occidentales ceden en la Conferencia de Múnich. Checoslovaquia pierde sus regiones más estratégicas y comienza a descomponerse a ojos vista.

Praga intenta salvar la situación concediendo autonomía a sus dos regiones más problemáticas: Eslovaquia y Rutenia subcarpática. En octubre se forma un gobierno autónomo en la región. El primer jefe, Andrej Bródy, de tendencia rusófila, dura poco; en noviembre lo sustituye Voloshyn, que introduce el nombre Carpatho-Ukraine para reforzar el discurso ucranófilo.

Ucrania de los Cárpatos

Acto seguido tiene lugar el llamado Primer Premio de Viena, donde Alemania e Italia median entre Hungría y Checoslovaquia. Hungría recupera gran parte del sur de Rutenia, la zona más fértil y poblada por húngaros. El territorio que queda es aún más pobre, más rural y más difícil de defender.

Aun así, Voloshyn logra que se apruebe una ley de autonomía y convoca elecciones al parlamento regional, el Soim, para febrero de 1939. Su partido obtiene prácticamente todos los escaños. A esas alturas todos intuyen que el mapa volverá a cambiar pronto. La cuestión es cuándo y cómo.

15 de marzo de 1939: un parlamento apresurado bajo el ruido de los fusiles

El 14 de marzo de 1939, Eslovaquia declara su independencia asistida por Alemania. Esa noche Hitler obliga al presidente checoslovaco Emil Hácha a capitular, y al día siguiente las tropas alemanas entran en Praga. Checoslovaquia desaparece como Estado.

En medio de ese caos, el pequeño Soim se reúne en Khust el 15 de marzo. Los diputados aprueban con urgencia una Ley Constitucional que proclama la independencia de Carpatho-Ukraine. El texto define la naturaleza republicana del nuevo Estado, adopta el ucraniano como idioma oficial y establece una bandera azul y amarilla.

El parlamento elige a Voloshyn como presidente. Julian Révay es nombrado primer ministro. Todo ocurre con solemnidad improvisada, mientras en las colinas cercanas el ejército húngaro avanza sin pausa. En Khust, además, la Carpathian Sich se enfrenta tanto a los húngaros como a unidades checas que se retiran de mala gana y no simpatizan con los milicianos. Los combates callejeros dejan muertos antes de que se imponga cierto orden.

La invasión húngara: tres días de guerra y un país que desaparece

Apenas aprobada su constitución, Carpatho-Ukraine se enfrenta a la invasión. Las tropas húngaras, apoyadas por aviación y grupos irregulares, avanzan rápidamente. La Carpathian Sich intenta resistir, pero su fuerza real es reducida y carece de armamento pesado.

La batalla más recordada ocurre en Krasne Pole, a las afueras de Khust, donde mueren decenas de jóvenes voluntarios. La defensa dura poco: el 16 de marzo los húngaros entran en la capital; el gobierno huye hacia Rumanía y cruza la frontera. Al día siguiente continúan la ocupación de los valles y, para el 18, la resistencia organizada se ha derrumbado.

Ucrania de los Cárpatos

Luego llega la represión: ejecuciones de prisioneros, deportaciones y entregas forzosas a otras autoridades, con consecuencias igual de duras.

Carpatho-Ukraine, en términos estrictos, existió menos de un día como Estado independiente. Declaró su independencia el 15 de marzo y fue oficialmente absorbida por Hungría el 16. Un récord de fugacidad difícil de superar.

De anexo húngaro a región soviética: el destino final de Rutenia

Tras la anexión, Hungría gobierna la región entre 1939 y 1944. Se impone una política de magiarización y se reprime toda expresión ucranista. La comunidad judía, que representaba cerca del doce por ciento de la población, sufre restricciones y persecución. En 1944, con la ocupación alemana de Hungría, la mayoría de los judíos de la región son deportados a campos de exterminio.

Entre 1944 y 1945, el Ejército Rojo expulsa a las tropas húngaras. Moscú decide incorporar la región a la República Socialista Soviética de Ucrania. El acuerdo se formaliza en 1945, y en 1946 Rutenia subcarpática queda integrada como el óblast de Zakarpattia.

Desde entonces ha formado parte de Ucrania, primero soviética y luego independiente. Sus habitantes siguen manejando una identidad compleja: ucranianos, rutenos, minorías húngaras, rumanas, eslovacas… una mezcla propia de esta encrucijada europea.

Muchos de sus hijos ilustres llevaron su huella lejos: Maxwell a los periódicos británicos, Zukor al cine estadounidense, los Warhola a una nueva vida en Pensilvania que acabaría influyendo, de forma indirecta, en la estética de Andy Warhol.

Rutenia subcarpática quedó finalmente como una nota a pie de página en los libros de historia. Pero qué nota: un país que nació, votó una constitución, eligió presidente, diseñó bandera, aprobó himno y desapareció casi al mismo tiempo. Una república fugaz que resume, como pocas, la inestabilidad feroz de la Europa central y oriental de entreguerras.

Vídeo: “The One day Republic: Carpatho-Ukraine”

Fuentes consultadas

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