Saltar al contenido
INICIO » Los ojos de la oscuridad de Dean Koontz: la novela tras el mito del “Wuhan-400”

Los ojos de la oscuridad de Dean Koontz: la novela tras el mito del “Wuhan-400”

Dentro del generoso catálogo de apocalipsis que nos ha regalado la ficción moderna, siempre hay hueco para una buena conspiración. Mejor aún si lleva la firma de un escritor estadounidense de thriller con talento para los títulos impactantes, las tramas adrenalínicas y escasa verosimilitud científica.

El protagonista de esta historia es Dean Koontz, autor de The Eyes of Darkness, y el epicentro de la polémica, un virus ficticio llamado Wuhan-400. En 2020, en plena locura pandémica, alguien decidió que aquello era una especie de profecía literaria del coronavirus. Porque, siendo claros, si algo tiene la desinformación es que no necesita pruebas: le basta con una captura de pantalla borrosa y un tono de voz conspiranoico.

El día que un virus de ficción cambió de nombre

Publicada originalmente en 1981, The Eyes of Darkness pasó sin pena ni gloria. Era una novela más en la prolífica —y vertiginosa— producción de Koontz, que escribía a velocidad de impresora matricial y usaba pseudónimos como quien cambia de calcetines. La trama gira en torno a una madre que busca a su hijo, presuntamente muerto, un centro secreto de investigación y, de fondo, un virus letal con nombre geográfico, porque en los ochenta todo thriller necesitaba uno.

Y aquí viene el giro de guion: en la primera edición, el virus no se llamaba Wuhan-400, sino Gorki-400, en honor a la ciudad soviética. Pleno contexto Guerra Fría: el enemigo viene del Este, habla ruso y tose en cirílico. Pero cuando la URSS se desmoronó y Rusia dejó de dar miedo, Koontz (o su editor, que probablemente tenía la última palabra) decidió trasladar el virus a China. Wuhan sonaba lo bastante exótico, misterioso y lejano como para quedar de cine en una portada de los noventa.

¿Predijo Dean Koontz la pandemia?

Pues no. Ni de lejos. Aunque la coincidencia sea jugosa, la comparación se desmonta en cuanto uno abre el libro y lee dos párrafos seguidos. En The Eyes of Darkness, el Wuhan-400 es un arma biológica con un 100 % de mortalidad. Mata en horas, no deja supervivientes, no se transmite entre especies y fuera del cuerpo humano dura exactamente un minuto. Un virus con reloj suizo, precisión quirúrgica y cero relación con el SARS-CoV-2, que tiene una mortalidad muchísimo menor, se incuba durante días, se transmite entre humanos y animales, y sobrevive fuera del cuerpo lo suficiente como para arruinar un cumpleaños.

Además, en la novela no hay mascarillas, ni confinamientos, ni gente haciendo pan ni aplausos en los balcones. El virus aparece de refilón, sin desarrollo científico ni peso real en la trama. Es un decorado, una pincelada, un “detalle técnico” para dar ambiente. Lo que hoy llamaríamos lore, pero sin intención profética alguna.

La verdadera infección: las redes sociales

El verdadero brote no surgió en un laboratorio, sino en Twitter, Facebook y YouTube. Bastó con que alguien encontrara el nombre Wuhan-400 en una vieja edición para que el asunto se propagara como… bueno, como un virus. Capturas, hilos, vídeos, afirmaciones categóricas y teorías delirantes conectaron a Koontz con el Nuevo Orden Mundial y con una supuesta conspiración global.

Wuhan 400

De pronto, una novela olvidada en librerías de segunda mano se convirtió en un éxito de ventas en Amazon. Que el libro no predijera nada no importó. Que el cambio de nombre fuera posterior, tampoco. Lo único que importaba era esa coincidencia mágica entre “Wuhan” y “virus”, como si los ochenta hubiesen enviado una advertencia en forma de thriller de bolsillo.

Dean Koontz y el rentable silencio del escritor

Y mientras el mundo entero discutía si había escrito la profecía del siglo, Dean Koontz guardaba un silencio sepulcral. Ninguna entrevista, ninguna aclaración, ningún “ya os lo dije”. Tal vez porque era consciente de que la historia se sostenía con alfileres, o tal vez porque entendió que, en los tiempos del algoritmo, no hay mejor marketing que una buena polémica viral.

Koontz, al fin y al cabo, no es un científico. Es un narrador de emociones, un artesano del suspense con debilidad por los laboratorios secretos, los experimentos que se van de las manos y los virus de manual de guion. Wuhan-400 es simplemente otro artefacto narrativo más en su catálogo, ni más ni menos profético que un fantasma o un perro telepático (que también los hay en su obra).

El poder de un buen nombre

El gran mérito, si es que lo hay, fue elegir el nombre adecuado. Si en vez de Wuhan-400 se hubiese llamado Cuenca-190 o Garrapinillos-372, nadie habría levantado una ceja. Pero Wuhan pasó de ser una ciudad desconocida en el mapa chino a convertirse en el epicentro de una crisis global, y esa coincidencia bastó para disparar la imaginación colectiva de millones de confinados aburridos.

Y así, entre teorías de WhatsApp y vídeos de TikTok, la vieja novela sigue circulando como prueba irrefutable de que la ficción predice la realidad. Aunque, siendo justos, lo único que predijo Dean Koontz fue que un nombre pegadizo puede ser más contagioso que cualquier virus.


.

Fuentes:

Nuevas curiosidades cada semana →

¿Te gusta la historia rara, absurda y sorprendente?

Únete a El Café de la Historia y disfruta una selección semanal de historias curiosas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: Contenido protegido, esta página está bajo una licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional