Ya se sabía que la Fanta fue un invento nazi para esquivar el embargo comercial. Pero lo de la Coca-Cola blanca, una edición clandestina para contentar al héroe de la Unión Soviética, Georgy Zhukov, ya entra en el terreno de lo hilarantemente distópico. Una mezcla de espionaje con edulcorantes, diplomacia en forma de refresco y una pizca de vodka… de mentira.
Sí, Coca-Cola diseñó una versión especial y transparente de su brebaje para el mariscal más condecorado de Stalin. El motivo: que pareciera que estaba bebiendo vodka y no una decadente muestra del imperialismo yanqui con burbujas y cafeína. Pero vayamos por partes…
Coca-Cola y la guerra: una historia de amor entre uniformes y botellas
Durante la Segunda Guerra Mundial Robert Woodruff, presidente de la compañía, prometió que un soldado americano podría tomarse su Coca-Cola a cinco centavos en cualquier frente de batalla, ya fuera Normandía o la jungla del Pacífico. Y cumplió. Se construyeron 62 plantas embotelladoras portátiles que acompañaban a las tropas. ¿Propaganda? ¿Moral para los combatientes? ¿Geoestrategia gaseosa? Sí a todo. Porque mientras los soldados avanzaban, las fábricas quedaban. Y tras el estruendo de los cañones, vino el siseo de las chapas abriéndose en los cinco continentes.
Zhukov: del vodka al refresco con nombre en clave
Ahora pongámonos en 1945. Berlín ha caído, la guerra en Europa ha terminado y el mundo intenta recomponerse entre ruinas, uniformes y estandartes caídos. En ese escenario de contradicciones y humo, surge una amistad improbable entre Eisenhower y Georgy Zhukov, el martillo soviético que barrió a los nazis de Stalingrado a Berlín. Y, como todo visitante en casa ajena, a Zhukov le ofrecieron algo para beber: una Coca-Cola.

El mariscal se quedó prendado. Porque entre tanto vodka con olor a queroseno y agua mineral de origen sospechoso, la chispa de la vida resultaba una agradable sorpresa. El problema, claro, era Stalin. A aquel simpático dictador georgiano con bigote es posible que no le hiciera mucha gracia que su comandante favorito bebiera símbolos del capitalismo más descarado. Así que, ni corto ni perezoso, Zhukov pidió algo que pareciera vodka pero supiera a Coca-Cola.
White Coke: el refresco que nunca debió existir (pero lo hizo)
Eisenhower hizo lo que cualquier general con acceso directo al presidente de EE.UU. haría: llamar a Truman y pedirle permiso para producir una Coca-Cola camuflada. Autorización concedida. Se inicia entonces una de las operaciones más surrealistas de la pre Guerra Fría: los químicos de Coca-Cola trabajaron como si de una misión secreta de la OSS se tratara, para crear una bebida que supiera igual pero no tuviera color.
Lo lograron. El resultado fue la “White Coke”: una Coca-Cola incolora embotellada en recipientes rectos, sin las curvas sensuales de la botella clásica, para no levantar sospechas. En lugar de la chapa roja con la espiral feliz, se utilizó una blanca con una estrella roja. El pack ideal para un soviético en pleno conflicto entre su jefe y sus papilas gustativas.
Una partida de 50 botellas se envió a Berlín, vía Austria. Y ahí quedó la cosa. No hubo reediciones, ni coleccionistas de la época que pudieran conservar una. Fue una producción ad hoc, como esos favores que luego uno debe olvidar mencionar en las reuniones del Partido.
Stalin, celoso y suspicaz, manda a Zhukov al rincón
Pero el cariño por el refresco americano no se limitaba al paladar. Zhukov era popular. Demasiado. No solo entre sus soldados, sino incluso entre la población alemana ocupada. Luchó por mejorar la alimentación civil tras la guerra, y distinguió públicamente entre el pueblo alemán y los nazis. Algo que a Stalin no le sentó nada bien.
La gota que colmó el vaso de la paranoia fue la cercanía con Eisenhower. Así que en 1946, Zhukov fue relevado, exiliado a los Urales y apartado del foco. La White Coke, como Zhukov , cayó en el olvido.
Una rareza histórica gaseosa
White Coke nunca volvió a ver la luz más allá de aquella partida secreta, aunque su esencia resurgió fugazmente en los años 90 con la aparición de Crystal Pepsi. Pero esa, como diría Kipling, es otra historia, más hortera pero sin riesgo de exiliar a mariscales al fin del mundo.
Lo fascinante de todo esto no es solo que una multinacional gaseosa se colara en las intrigas de la política internacional, sino que, en una Europa devastada por la guerra, alguien decidiera que un mariscal soviético debía seguir disfrutando de su capricho burbujeante sin comprometer su reputación ante Stalin.
- Zhukov, Geogry(Autor)
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Fuentes: Wikipedia
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