Hay emperadores que suben al trono por linaje, otros por conquista, y luego está Joshua Abraham Norton, que se coronó a sí mismo en plena fiebre del oro y acabó siendo más querido que el presidente. En el teatro esperpéntico de la historia norteamericana, pocos personajes han conseguido tanto sin tener absolutamente nada.
Porque Norton I no gobernó sobre un imperio, ni dirigió ejércitos, ni promulgó leyes (al menos, que se cumplieran).
Y sin embargo, su reinado, inventado de cabo a rabo, fue un éxito social, una sátira viviente, un acto de rebeldía poética que aún hoy evoca carcajadas, ternura y cierta nostalgia por un mundo donde los locos no eran encerrados, sino venerados.
De súbdito británico a emperador estadounidense
Nacido en Londres en 1818, Joshua Norton llegó a San Francisco en 1849, ese mismo año en que California pasaba de remoto territorio polvoriento a epicentro de codicia global.

Hijo de comerciantes judíos sudafricanos, aterrizó con un capital modesto, pero ambiciones colosales. El tipo no venía a buscar oro como un palurdo con pico y pala, sino a hacer negocios. Y al principio, no le fue mal. Invirtió en bienes raíces, movió contactos y pronto se convirtió en un ciudadano respetado.
Hasta que, como le sucede a tantos héroes trágicos con ínfulas de magnate, apostó todo a una jugada económica que acabó siendo tan rentable como plantar un huerto en el desierto del Gobi y esperar trufas.
En 1852, intentó acaparar el mercado del arroz en plena hambruna asiática, comprando toda la partida disponible creyendo que no habría más.
Spoiler: llegaron barcos y más barcos llenos de arroz y su fortuna se fue por el sumidero de la especulación mal calculada.
La máquina del tiempo está en marcha. Cuando el contador llegue a cero, un nuevo artículo verá la luz. O el caos se desatará, quién sabe. Cada segundo que pasa, un artículo se ríe de ti. Suscríbete.
No mires el contador, que parece que va más lento.
Resultado: bancarrota y desaparición social. Fin del acto uno.
Coronación a golpe de periódico: un imperio de tinta y dignidad
Lo que vendría después no pertenece tanto al terreno de la economía como al del teatro. En 1859, con la compostura de quien no tiene nada que perder pero todo un decorado de cartón piedra por construir, Norton publicó una proclama en el periódico San Francisco Bulletin autoproclamándose:
«Norton I, Emperador de estos Estados Unidos y Protector de México».
Ni corto ni perezoso. Ni votado ni designado. El pueblo, confundido pero con buen sentido del humor, no se le echó encima. Al contrario. Le siguieron el juego.
Durante los siguientes 21 años, este emperador sin corona —bueno, sí, tenía una capa militar decorada con galones y una chistera decorada con plumas— se convirtió en figura central del paisaje humano y literario de San Francisco.
A nadie se le escapaba su presencia, ya fuera deambulando por las calles inspeccionando alcantarillas, saludando a niños, o inspeccionando obras públicas como quien supervisa los jardines de Versalles.
Decretos imperiales: cuando la ficción es más lógica que la realidad
Lo glorioso del caso es que Norton no se limitó a vestirse de gala y pasearse con un aire digno (aunque eso ya le daba puntos). No. Emitía decretos, promulgaba leyes, como todo emperador que se precie. Publicados en los periódicos locales, estos incluían joyas legislativas como:
- Disolver el Congreso de los Estados Unidos por corrupción (¿y por qué no?).
- Abolir los partidos políticos por ser fuente de discordia (más actual, imposible).
- Establecer una liga de naciones antes de que Woodrow Wilson se lo copiara.
- Prohibir el uso de la palabra “Frisco” para referirse a San Francisco, bajo amenaza de multa (aquí igual se puso un poco tiquismiquis).
Por supuesto, nadie cumplía sus órdenes, pero todos las leían con interés, como quien hojea la columna de opinión de un loco brillante que, a fuerza de no tener poder, acababa diciendo verdades como puños sin que nadie se ofendiera.
Un emperador con pase gratis: respeto urbano a la extravagancia
En una época en que los indigentes eran perseguidos, apaleados o simplemente ignorados, Norton era tratado con una deferencia que rozaba el absurdo y la ternura. Los teatros le reservaban butaca gratis. Los restaurantes lo alimentaban sin cobrarle. Los ferrocarriles lo transportaban por la ciudad sin billete, aceptando su “moneda imperial”, billetes emitidos por él mismo, firmados y todo, como si fueran legítimos.
Y lo mejor: ¡los comerciantes los aceptaban!

Algunos comercios incluso ponían carteles del tipo: “Por orden de Su Majestad Norton I, aquí se sirven los mejores pasteles de carne del imperio”. Todo esto mientras vivía en una pensión modesta, entre el respeto y la caridad, como una mezcla de bufón ilustrado y sabio callejero.
Un monarca sin impuestos ni pompa, pero con una popularidad que ya la quisiera cualquier político local.
Mark Twain, los perros y la gloria literaria
Entre los muchos testigos de su peculiar reinado estuvo un joven Samuel Clemens, más conocido como Mark Twain. El autor de Las aventuras de Tom Sawyer frecuentaba San Francisco en la misma época y se inspiró en Norton para algunos de sus personajes, en especial el “Rey” de Las aventuras de Huckleberry Finn, un timador adorable y con delirios de grandeza.
Pero Twain no fue el único. A lo largo de las décadas, Norton ha sido retratado en novelas gráficas, películas, libros de historia alternativa y hasta juegos de rol. Incluso Star Trek le rindió homenaje en uno de sus capítulos, convirtiéndole en figura de referencia para la humanidad futura.
No está mal para alguien que nunca salió de San Francisco.

Y luego estaban sus perros, Bummer y Lazarus, dos chuchos callejeros adoptados como corte oficial. También fueron personajes públicos, aclamados por la prensa, y excusados de la ordenanza anti-perros vagabundos por “servicios al imperio”. En serio. El Ayuntamiento de San Francisco se tomó la molestia de indultarlos formalmente. Si esto no es el súmmum de la historia kitsch, ¿qué lo es?
El funeral del emperador: todo un acontecimiento de Estado
Norton murió el 8 de enero de 1880, en plena calle, camino a una charla científica. Su muerte provocó un auténtico duelo ciudadano. Más de 10.000 personas asistieron a su funeral. Las banderas ondearon a media asta. Se le enterró con honores, y durante años, su tumba fue lugar de peregrinaje y melancolía cívica.

San Francisco, esa metrópolis que cultiva lo excéntrico con la misma naturalidad con que otros riegan geranios, supo despedirle como lo que fue: su emperador no oficial, su símbolo viviente de que la locura, a veces, es sólo una forma más coherente de mirar el mundo.
Un legado que sobrevive al absurdo
Hoy, más de 140 años después, Norton I sigue siendo un ídolo local.
En 1980, el Ayuntamiento de San Francisco, en un gesto que haría sonrojar de envidia a Kafka, aprobó una resolución reconociendo oficialmente su “reinado”.
También hay una placa en su honor, monedas conmemorativas, un puente que algún día (dicen) llevará su nombre, y hasta un movimiento en línea para canonizarle como patrón de la cordura absurda y el humor político.

Porque, francamente, ¿quién ha hecho más por unir a los estadounidenses en torno a la risa que este emperador sin imperio?
En una nación tan dada a las solemnidades, a los discursos inflamados y a las crisis existenciales cada cuatro años, Norton I logró algo insólito: convertirse en un símbolo compartido sin emitir una sola ley válida, sin ganar una batalla y sin recaudar un mísero impuesto. Lo suyo fue un reinado cimentado exclusivamente en la imaginación colectiva, esa fuerza misteriosa que, cuando se pone de acuerdo, puede sostener desde repúblicas enteras hasta monarquías improvisadas.
Quizá por eso aún se le recuerda con un afecto difícil de explicar y más difícil de imitar. Porque, en el fondo, este emperador de capa raída y dignidad infinita enseñó que a veces basta una buena historia —y una ración generosa de locura— para recordarle a un país quién es, o quién podría ser si se tomara menos en serio.
Vídeo:
Fuentes consultadas
- Wikipedia contributors. (s.f.). Joshua A. Norton. Wikipedia. https://es.wikipedia.org/wiki/Joshua_A._Norton
- SF Museum. (s.f.). Norton I, Emperor of the United States. SF Museum. https://sfmuseum.org/hist1/norton.html
- FoundSF. (s.f.). Emperor Norton. FoundSF. https://www.foundsf.org/Emperor_Norton
- Cadena SER. (2021, 8 de julio). Norton I, Emperador de Estados Unidos. Cadena SER. https://cadenaser.com/programa/2021/07/08/ser_historia/1625731046_707066.html
- Público. (2020, 10 de octubre). Norton, el hombre que se autoproclamó emperador de los Estados Unidos. Público. https://www.publico.es/internacional/norton-hombre-autoproclamo-emperador-estados-unidos.html
- Emperor Norton Trust. (s.f.). The Life & Legend of Emperor Norton. Emperor Norton Trust. https://emperornortontrust.org/emperor/life
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.
La máquina del tiempo está en marcha. Cuando el contador llegue a cero, un nuevo artículo verá la luz. O el caos se desatará, quién sabe. Cada segundo que pasa, un artículo se ríe de ti. Suscríbete.
No mires el contador, que parece que va más lento.






