Israel, esa pequeña pero intensamente agitada franja de tierra entre el Mediterráneo y los milenios, es más conocida por sus complejidades geopolíticas que por su fútbol. Y sin embargo, para el observador curioso que hojea resultados de ligas o se sumerge en las listas de equipos en competiciones europeas, surge una pregunta que, de tan repetitiva, empieza a picar : ¿por qué hay tantos equipos israelíes que se llaman Hapoel esto o Maccabi aquello?
Lo de Hapoel y Maccabi viene de mucho muy atrás, de cuando el fútbol no solo era deporte: era identidad, ideología y herramienta de construcción nacional.
La tribuna política antes que la grada sur
Para entender el fenómeno Hapoel-Maccabi, hay que calzarse las botas de la historia. Allá por las primeras décadas del siglo XX, cuando el Mandato Británico sobre Palestina aún hacía de árbitro colonial, el sionismo estaba dividido en varias corrientes que se llevaban fatal entre sí. Dos de las más influyentes eran el sionismo laborista (socialista, obrero, sindicalista) y el revisionista (más burgués, liberal, nacionalista, con aspiraciones de músculo militar).
Y como no podía ser de otra manera, ambas corrientes encontraron en el fútbol una forma estupenda de canalizar sus pulsiones ideológicas. Si la política se colaba en los sindicatos, en las universidades y en las canciones populares, ¿cómo no iba a marcar goles también?
Maccabi: el músculo del nacionalismo burgués
La Asociación Deportiva Maccabi fue fundada en 1906 en la ciudad de Constantinopla (sí, como lo lees), como parte del impulso del Bar Kochba Gymnastics Club, en plena efervescencia sionista. Su nombre rinde homenaje a los macabeos, aquellos aguerridos luchadores judíos que se enfrentaron a los seléucidas allá por el siglo II a. C.
Maccabi encarnaba una visión del sionismo centrada en la regeneración física del pueblo judío, otrora retratado como débil, sedentario y culturalmente disperso. Había que levantar pesas, correr campo a través y dejar de parecerse al estereotipo del judío enclenque de los ghettos europeos. La asociación se expandió por toda Europa y, con la migración sionista a Palestina, aterrizó allí también con su filosofía: deporte, sí, pero con una fuerte carga identitaria, nacionalista y liberal.
Maccabi fue durante décadas el estandarte del sionismo revisionista y del futuro partido Herut, que acabaría siendo parte del actual Likud, esa derecha israelí tan aficionada a las declaraciones contundentes como a las camisas sin arrugas. De hecho, Maccabi Tel Aviv, fundado en 1906, sigue siendo uno de los clubes más importantes de Israel y símbolo de esa herencia ideológica.
Hapoel: sudor, sindicatos y socialismo
Si Maccabi olía a gimnasio burgués, Hapoel apestaba a sudor de fábrica. El nombre significa literalmente “El Trabajador” en hebreo, y no es ninguna metáfora poética. Hapoel fue fundado en 1926 como el brazo deportivo de la Histadrut, el poderoso sindicato general de trabajadores judíos en Palestina. Su escudo, durante muchos años, incluyó un puño alzado.
Los clubes Hapoel eran casi enclaves soviéticos en versión semita. En sus campos no se jugaba solo al fútbol: se hacía revolución con botas. Mientras los jugadores del Maccabi corrían con la frente alta y el pecho inflado de nacionalismo, los de Hapoel lo hacían con el convencimiento de que el balón también podía ser un arma de lucha obrera.
Así como Maccabi se alineó con la derecha liberal, Hapoel fue el brazo deportivo del Mapai, el Partido Laborista precursor de la actual izquierda israelí. Aunque decir “actual izquierda israelí” ya es entrar en terrenos casi arqueológicos, porque su presencia es más simbólica que real en los últimos tiempos.
Dos pasiones, un país y mucha rivalidad
Durante décadas, los clubes Hapoel y Maccabi fueron más que equipos: eran trincheras ideológicas. Los derbis entre Hapoel Tel Aviv y Maccabi Tel Aviv no eran solo una cuestión de goles: eran enfrentamientos entre obreros y burgueses, entre revolución y tradición, entre internacionalismo y nacionalismo. Eran, dicho con ironía y sin ´ánimo de exagerar, una especie de guerra civil futbolística en miniatura.
Las gradas no eran neutrales. Los seguidores de ambos equipos entonaban cánticos con más carga política que muchos mítines. Incluso los colores eran parte del lenguaje simbólico: el rojo socialista de Hapoel frente al amarillo de Maccabi.
¿Y hoy qué?
En pleno siglo XXI, con TikTok, y jugadores que cobran sueldos de jeque, cabría pensar que esas viejas rivalidades ideológicas ya no tienen peso. Y, en efecto, la ideología ha perdido pegada, pero aún se asoma en las pancartas, en los cánticos y en ciertas posturas de las aficiones.
Maccabi Tel Aviv sigue siendo una potencia deportiva, con una estructura financiera que recuerda más a una empresa que a un club vecinal. Hapoel Tel Aviv, por su parte, ha perdido fuelle deportivo pero conserva un aura romántica entre quienes suspiran por la izquierda que fue, esa que aún cree que se puede ganar algo más que dignidad en el campo.
Otros equipos, como Beitar Jerusalén, aportan su propia salsa ideológica, en este caso más bien ultraderechista y sin complejos, como demuestra su rechazo tradicional a fichar jugadores árabes. Pero esa es otra historia, para otro día y otro artículo. Sigamos con lo nuestro.
Una curiosidad
En la actualidad, muchos clubes israelíes aún llevan el prefijo Hapoel o Maccabi, incluso en ciudades pequeñas donde la rivalidad ideológica ya no mueve ni un autobús escolar. Es más marca histórica que otra cosa, pero como toda buena herencia, se mantiene por respeto, nostalgia o simple inercia administrativa.
¿Y qué decir de otras denominaciones? Bnei Yehuda, Ironi, Sektzia… Cada una tiene su historia, su origen local y sus pequeñas glorias, pero ninguna ha alcanzado la dimensión simbólica y casi mítica de los grandes Hapoel y Maccabi. Es como si, de repente, el Barça y el Madrid hubieran decidido multiplicarse en decenas de franquicias, cada una con su afición, su barrio y su orgullo, esparcidas como fichas de dominó a lo largo y ancho de todo el país. Un delirio futbolístico que, en otro lugar, podría parecer absurdo o exagerado, pero en Israel tiene una lógica propia: es un reflejo de la historia, de las pasiones políticas, de las identidades que se entrelazan con cada gol y cada silbato del árbitro.
Al fin y al cabo, esos nombres, esos colores y esos escudos son mucho más que simples equipos de fútbol: son capítulos vivos de la memoria colectiva.
Porque si el fútbol sirve para algo más que para contar goles, sea en Israel, en Vanuatu o en tu barrio, es para contar historias que laten y resuenan mucho más allá de los noventa minutos que el balón rueda por el césped.
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Hapoel y Maccabi Israel en vídeo
Fuente: Reddit
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