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El motor de agua de Arturo Estévez: historia de un inventor español

Los primeros pasos del inventor extremeño

Arturo Rufino Estévez Varela nació en 1914 en el pueblo de Valle de la Serena, en la provincia de Badajoz, y desde muy joven mostró una clara inclinación por la técnica y la invención. Se formó como perito industrial en Madrid, donde estudió Técnica Industrial en el colegio Areneros bajo la dirección del padre Caracciolo, un profesor que supo despertar en él su talento innato para el ingenio y la experimentación.

Desde temprana edad fue un auténtico manitas, un experimentador nato, siempre dispuesto a desmontar, probar y volver a montar cualquier aparato que cayera en sus manos. Tan pronto como en 1931, cuando apenas contaba con diecisiete años, comenzó a registrar patentes, dejando claro que su curiosidad iba acompañada de una disciplina poco común.

A lo largo de su vida llegó a acumular alrededor de una veintena de patentes en España, además de otros inventos que, aunque no siempre quedaron oficialmente registrados, se le atribuyen y le reportaron notables beneficios. No todos esos proyectos estaban relacionados con su invención más conocida, pero sí compartían el mismo espíritu práctico y la perseverancia de quien vive convencido de que siempre se puede mejorar lo existente.

Entre sus creaciones menos “visionarias”, pero igualmente útiles, figuran un arrancador automático para tubos fluorescentes, un purificador de gases contaminantes, una linterna recargable y una máquina aventadora para limpiar cereales. Eran inventos modestos, de los que no ocupan portadas ni levantan aplausos multitudinarios, pero necesarios. De esas ideas que alguien tiene que desarrollar, aunque rara vez se les reconozca el mérito. Ingenios sencillos y funcionales, nacidos del trabajo constante y del empeño por hacer la vida cotidiana un poco más fácil.

El “motor de agua” o generador de hidrógeno: la estrella del espectáculo

A finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, Estévez decidió dar el gran salto. Presentó al público lo que él mismo denominaba generador de hidrógeno, aunque pronto sería conocido popularmente como el “motor de agua”. Aquel ingenio prometía funcionar sin necesidad de combustibles fósiles, gracias a una reacción química en apariencia sencilla: agua combinada con un misterioso material —que el inventor describía indistintamente como “arena”, “pasta amorfa” o una “sustancia mineral” cuyo secreto nunca reveló—. Al mezclarse ambos elementos, según afirmaba, se liberaba hidrógeno, que servía después para alimentar un motor de explosión especialmente adaptado.

Para demostrar el funcionamiento de su invento, Estévez recorría distintos pueblos a lomos de una motocicleta de 47 centímetros cúbicos, en la que había sustituido el depósito de gasolina por su propio generador. Llevaba consigo un botijo lleno de agua, del que bebía ante el público para dejar claro que no contenía ningún aditivo, y después vertía parte del líquido en el dispositivo junto con su enigmático material secreto. Acto seguido, arrancaba el motor y se ponía en marcha, ante la mirada atónita de los presentes.

Realizó numerosas demostraciones públicas, algunas de ellas bastante extensas, y según recogen varias crónicas de la época, llegó a recorrer alrededor de 900 kilómetros con tan solo cuatro litros de agua durante ciertos eventos, una cifra que resultaba, cuanto menos, asombrosa.

También ofreció la patente al Estado español de forma gratuita para su uso nacional, afirmando que su invento estaba destinado al beneficio de todos los españoles.

Las críticas, los informes y la física que no casa

La supuesta genialidad de Estévez chocó de bruces con la ciencia, la Ley de Conservación de la Energía, la termodinámica y un escepticismo más que razonable. Técnicos e ingenieros del Ministerio de Industria, junto con otros especialistas, determinaron que el invento no funcionaba únicamente con agua: la misteriosa sustancia añadida —muy probablemente boro— era la auténtica responsable de generar el hidrógeno.

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Se calculó que, para alcanzar una autonomía equivalente a la de unos 40 litros de gasolina, serían necesarios alrededor de 45 litros de agua y 19 kilos de boro, un material cuyo coste resultaba astronómico en comparación con los combustibles fósiles. Además, el proceso para recuperar el óxido de boro —subproducto de la reacción química— y transformarlo de nuevo en boro metálico requería mucha más energía de la que se obtenía al quemar el hidrógeno generado, convirtiendo todo el sistema en un derroche energético de manual.

Como guinda a este pastel, corría el rumor de que Franco, al recibir el informe técnico con semejantes conclusiones, dejó caer con cierta sorna una frase lapidaria: “Ya se ha hecho bastante el ridículo”.

Las disputas legales, la patente, la empresa fallida

Arturo Estévez no solo se enfrentó a la ciencia, sino también a la justicia. Estableció en Barcelona una sociedad llamada Aguacar S.A., junto con José Carrera Rey, con la intención de comercializar su invento.

arturo estévez varela

En 1974, Carrera Rey lo denunció por presunta estafa, alegando que el motor no funcionaba realmente solo con agua. Finalmente, Estévez fue absuelto: los tribunales consideraron que él creía sinceramente en su invento y que no existió engaño consciente.

Con el tiempo, desapareció de la vida pública, el proyecto no llegó a desarrollarse comercialmente y la patente quedó en desuso.

Curiosidades, mitos y la leyenda que quedó

  • Era habitual ver a Estévez con un botijo en la mano, bebiendo el agua públicamente para demostrar que no había “truco” alguno —o al menos ninguno evidente— en sus demostraciones.
  • Algunos medios, tanto de la época como actuales, han sugerido que detrás del fracaso del invento podría haberse ocultado una conspiración por parte de empresas energéticas o petroleras que no querían perder sus beneficios. Sin embargo, no existen pruebas concluyentes de un sabotaje deliberado.
  • Se le atribuye, aunque no del todo confirmada, la frase: “De mi patente, la licencia para España la cedo gratuitamente al Estado para beneficio de todos los españoles.”

¿Funcionaba realmente? Lo que muestran los datos

Sí, el invento parecía funcionar en cierto grado: la reacción del agua con el aditivo liberaba hidrógeno, que, en teoría, era capaz de mover un motor modificado.

Sin embargo, lo que Estévez presentaba como un “motor de agua” era en realidad un generador de hidrógeno con un aditivo secreto, lo que modifica sustancialmente la definición: no se trataba únicamente de agua.

La viabilidad tanto energética como económica resultaba —y sigue resultando— muy cuestionable, debido al coste del boro, la eficiencia del sistema y la gran cantidad de energía necesaria para regenerar los aditivos y materiales implicados.

Epílogo para un pionero

Arturo Estévez fue un personaje fascinante: un visionario humilde, quizá a veces engañado por su propio deseo de trascender, pero siempre decidido a desafiar a los gigantes energéticos de su tiempo. Su historia se sitúa en un terreno ambiguo, entre lo real y lo probable, lo mítico y lo decepcionante, dejando un legado complejo pero lleno de enseñanzas.

Representa la tenacidad del ingenio humano, la capacidad de soñar más allá de las limitaciones del momento y la valentía de intentar lo que otros consideran imposible, recordándonos que incluso los fracasos pueden ser fuente de inspiración.



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ARTURO ESTÉVEZ VARELA «El hombre que inventó…»: trabajo de investigación biográfica en español que repasa la vida y la reivindicación pública del inventor extremeño. Incluye relato de sus demostraciones, la supuesta fórmula secreta y contexto histórico de los años 60-70. Texto divulgativo destinado a lectores interesados en inventores españoles y casos mediáticos de la posguerra.


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Fuentes:

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