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Yo fui el camello de Keith Richards, como si te lo contara un colega en el bar

Si te apetece un paseo por los sótanos del rock británico el libro de Tony Sánchez cae como un mapa sin leyenda: te deja en medio del caos y te obliga a buscar las señales por tu cuenta. Sánchez, el famoso Spanish Tony, no era solo “el que conseguía lo que había que conseguir”: fue fotógrafo, ayudante y, durante años, una figura que se movía con los Stones entre bambalinas y coches destrozados. Su testimonio sigue siendo, en palabras sencillas, una de las mejores llaves para abrir la puerta de aquel universo.

Londres, en versión extrema

La ciudad que pinta Sánchez es un Londres desacomplejado, a dos velocidades: unos barrios que respiran sofisticación falsificada y otros que huelen a dinero que de forma rápida cambia de manos a cambio de pasaportes a noches sin fin. En ese tapiz se desenvuelven los Stones, no solo como banda sino como pequeña corte de excesos.

Los datos fríos ayudan: la edición en español publicada por Contra reúne alrededor de 384 páginas donde se mezclan anécdotas, polvo y confesiones.

Spanish Tony: más figura que etiqueta

Que lo llamaran camello reduce una vida a una función. Tony Sánchez fue hijo de inmigrantes, buscavidas, fotógrafo y, sobre todo, alguien que supo estar donde había que estar. Su relación con Keith Richards empezó en la periferia de la fama y derivó en una dependencia mutua: Tony arreglaba coches, calmaba a novias histéricas, conseguía lo “necesario” y, sobre todo, documentaba con su cámara lo que pasaba cuando se cerraban las puertas.

Esa mezcla de empleado, amigo y observador le da al libro un matiz casi íntimo, porque lo cuenta quien no está ni dentro ni fuera del círculo: está pegado a él.

Detrás de los focos: historias que parecen inventadas

Las páginas están llenas de episodios que van del humor negro al escalofrío puro: relatos que te hacen soltar una carcajada nerviosa y, a la vez, mirar por encima del hombro. Fiestas que parecerían sacadas del guion de una película B —con actores desmadejados, cámaras desenfocadas y guiones improvisados—, sesiones de grabación sumidas en una niebla literal y metafórica de sustancias, y anécdotas tan jugosas que, al leerlas, uno se pregunta si ha entrado en la literatura del exceso o simplemente en una confesión a voz alta. El tono mezcla lo grotesco con lo cotidiano; lo que podría ser pura escenografía suena, sin embargo, a memoria viva: olores, gestos, silencios que Sánchez devuelve con la mano temblorosa del que lo ha visto todo y todavía recuerda los detalles más nimios.

Yo fui el camello de Keith Richards

Hay escenas memorables —las sesiones de Exile on Main St., los estallidos de Brian Jones, noches en la Costa Azul— que Sánchez relata con la precisión de quien ha sido testigo cercano y, aun así, conserva la capacidad de asombrarse. Algunas descripciones tienen la nitidez de una fotografía, otras la elasticidad de la leyenda contada en la barra de un bar. ¿Todo es cierto? No siempre: la prosa de Tony se permite licencias, rellena huecos cuando la memoria flaquea y, en ocasiones, recurre al rumor para que la narración respire y gane espesor.

Pero esa imprecisión no le quita valor; más bien lo confiere: convierte el texto en un canto de taberna documentado, donde la verdad y la fábula se estrechan la mano para contar la misma historia desde dos perspectivas distintas.

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El precio de la cercanía: lealtades que caducan

Hay una constante melancolía en el relato: ser imprescindible y, al mismo tiempo, prescindible. Sánchez describe cómo la lealtad se transforma en moneda de cambio y cómo el propio papel que desempeñó lo empujó —irónicamente— hacia la misma trampa que alimentaba: la adicción.

Es la lógica trágica del backstage: cuanto más cerca estás de la fama, más fácil resulta que la fama te abrase y te deje en la cuneta. El autor no edulcora nada: se ve el brillo pero también la herrumbre.

¿Leyenda urbana o memoria honesta?

Parte del interés del libro radica en esa frontera borrosa entre lo vivido y lo legendario: no siempre queda claro dónde se detiene la memoria de Sánchez y dónde echa a andar el mito. El autor combina huellas tangibles —su nombre vinculado a la banda, retratos suyos en archivos, pequeñas referencias externas— con episodios que suenan tan desproporcionados que chirrían por su extravagancia. Esa mezcla de prueba y fábula funciona como una especie de trampantojo: hay elementos verificables que anclan la narración, y luego saltos hacia lo fabuloso que la elevan hasta casi convertirse en folklore urbano.

Esa oscilación entre lo verificable y lo fabuloso actúa, en efecto, como un imán para el lector: te obliga a mantener un ojo crítico, a desconfiar de lo que brilla demasiado, y al mismo tiempo te concede el permiso de disfrutar del relato como si fuera un cotilleo bien contado en la barra de un bar.

Leer a Sánchez es hacer de detective y de confidente a la vez: detectas las evidencias, señalas las lagunas, pero también te rindes al placer de la anécdota. Esa tensión es, de manera paradójica, uno de los mayores alicientes del libro.

Curiosidades que retratan el ecosistema stoniano

El libro no escatima en detalles pintorescos: gestiones con policías, coches remendados a medianoche, favores que se pagan con silencio. Y luego está la ironía amarga de la propia vida de Sánchez: proveedor y víctima a la vez, cronista y actor de la descomposición que narra.

Es ese entretejido de anécdota y documento lo que convierte al volumen en lectura adictiva, mientras obliga al lector a ir salvando las distancias entre la risa nerviosa y el nudo en la garganta.

¿Para quién sirve este libro?

Si buscas la biografía académica y milimétrica de los Stones, hay otras lecturas. Si lo que quieres es asomarte a la sala oscura donde se cuece la leyenda, este libro es ideal.

Es crudo, a veces contradictorio, y siempre humano. Te deja con ganas de llamar a un amigo y contarle esa anécdota que te ha dejado boquiabierto; con el mismo gesto, también te deja pensando en lo que cuesta esa vida vivida a lo bestia.

Y si te queda la duda sobre cuánto hay de fábula y cuánto de documento: quizá esa ambigüedad sea, al final, parte de la gracia.


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