Bajo el suelo bruñido de la basílica de San Pedro, mientras los visitantes alzan la vista en busca de la luz perfecta en la cúpula de Miguel Ángel, se oculta un escenario mucho menos ornamental y, sin embargo, infinitamente más sugerente. Allí abajo, en la penumbra, espera una necrópolis romana: un entramado de mausoleos, pasillos y nichos que desemboca, casi como quien no quiere la cosa, en una tumba humilde que la tradición identifica como el descanso final del apóstol Pedro. No se trata solo de fe, sino de arqueología, epigrafía, errores humanos perfectamente documentables y un buen surtido de decisiones eclesiásticas que, juntas, forman una historia tan improbable como fascinante.
Este texto recorre ese trayecto asombroso: el camino que lleva desde una fosa olvidada en la ladera de una colina secundaria hasta el altar mayor de una de las basílicas más imponentes del mundo, y desde ahí a convertirse en una de las excavaciones más mediáticas del siglo pasado.
¿Murió realmente Pedro en Roma y en la colina del Vaticano?
Antes de adentrarse en los túneles, conviene aclarar por qué se busca a Pedro precisamente en ese punto concreto. El Nuevo Testamento, por sorprendente que parezca, guarda silencio sobre el lugar y las circunstancias de su muerte. La convicción de que terminó sus días en Roma procede de la tradición de los siglos II y III, recogida por autores como Tertuliano y Eusebio de Cesarea, quienes sitúan su ejecución durante las persecuciones de Nerón, tras el incendio de Roma en el año 64.
La historia enlaza su martirio con el circo de Nerón, un recinto de espectáculos situado en la colina vaticana, fuera de las murallas. Tácito describe con crudeza cómo los cristianos eran ajusticiados allí de las maneras más atroces. No menciona a Pedro, pero el contexto encaja, con esa precisión inquietante que tienen las tragedias cuando la tradición insiste demasiado.
A finales del siglo II aparece un personaje decisivo: un sacerdote romano llamado Gayo. En un debate teológico que hoy resultaría delicioso para los amantes de la polémica, afirma que puede mostrar “los trofeos” de los apóstoles. Uno en el Vaticano, el de Pedro; otro en la vía Ostiense, el de Pablo. En lenguaje llano, señala dos lugares concretos de veneración, uno de ellos exactamente donde se encuentra hoy la basílica. No hay acta de autenticidad ni retrato del interesado, pero la tradición es temprana, sólida y sorprendentemente específica: ya en torno al año 200 existía un “trofeo” de Pedro visitable en ese rincón del cementerio vaticano.
Del circo de Nerón al cementerio del Vaticano
El escenario original dista mucho de la solemnidad actual. El llamado Ager Vaticanus era un territorio un tanto relegado, más allá del Tíber, con jardines, alguna construcción imperial dispersa y, sobre todo, el circo de Calígula ampliado por Nerón. En su eje se alzaba un obelisco egipcio que hoy preside la plaza de San Pedro, pero que entonces era un símbolo ambiguo entre lo exótico y lo imperial.
La legislación romana prohibía enterrar dentro de la ciudad, de modo que las laderas junto a los caminos se poblaron de tumbas y mausoleos de familias paganas acomodadas. La vía Cornelia, que bordea la colina, marcó el trazado de una necrópolis al aire libre donde convivían lápidas, urnas, mausoleos y pequeños recintos funerarios.
En ese paisaje funerario —tan vivo en lo simbólico y tan abandonado en lo cotidiano— se situaría la tumba de Pedro. Un lugar nada solemne a primera vista: rodeado de tumbas paganas, pegado a un circo donde se ejecutaba a condenados. Con el tiempo, entre el mosaico de mausoleos, se dejó una franja extraña: una fosa sencilla alrededor de la cual otras tumbas parecían organizarse con un respeto inusual, como si delimitaran un punto intangible. Más tarde, esa fosa sería interpretada como el enterramiento original del apóstol.
El primer recuerdo material: el llamado “trofeo de Gayo”
Casi un siglo después de la muerte de Pedro, hacia 160, alguien consideró que aquella fosa merecía algo más que ser un hueco anónimo. Se levantó sobre ella una pequeña aedicula: dos columnitas blancas, una cubierta de travertino a modo de altar mínimo y un fondo de yeso teñido de rojo, de ahí el nombre de “muro rojo”.
Esa pequeña construcción es, según la interpretación tradicional, el “trofeo de Gayo” mencionado en el siglo II. No era un templo ni una gran capilla, sino un marcador visible, tangible, señal inequívoca de que allí se veneraba algo importante. La arqueología confirma que se encontraba en un patio abierto, cuidadosamente enlosado. Delante de la aedicula se abría la fosa original, accesible visualmente, aunque seguramente protegida por la estructura.
El lugar no podía ser más modesto. Una minúscula capilla embutida en un cementerio pagano, frecuentada por pequeños grupos que acudían a rezar ante una tumba que, para ellos, contenía la memoria de uno de los pilares de su fe.
La gran obra de Constantino y la tumba sepultada para siempre
En el siglo IV todo cambia. Tras la legalización del cristianismo, Constantino ordena construir una gran basílica sobre la tumba de Pedro. El problema: la colina vaticana no era un terreno fácil. Los ingenieros imperiales tuvieron que desplazar una cantidad inmensa de tierra, desmontar tejados de mausoleos y cubrirlos con relleno para crear una plataforma nivelada donde apoyar la futura basílica.
Lo decisivo es que el altar mayor de la iglesia constantiniana se alineó de forma milimétrica sobre el “trofeo de Gayo”. No era casualidad, sino una afirmación de peso: bajo el altar debía estar la tumba del apóstol. Para protegerla, encerraron la aedicula dentro de un armazón de mármol. Y, paradójicamente, todo el conjunto quedó sepultado bajo capas de tierra, piedra y estructuras. Cuanto más monumental fue la construcción, más invisible quedó la tumba auténtica.
Durante más de un milenio y medio, nadie volvió a ver ese pequeño patio ni la fosa original. La tradición, sin embargo, se mantuvo. En cada reconstrucción —renacimiento, barroco— el altar papal volvió a colocarse sobre el mismo punto, porque la memoria topográfica, aunque borrosa, era firme.
Un hallazgo inesperado en 1939
El redescubrimiento moderno de la tumba se produjo por pura casualidad. En 1939 falleció el papa Pío XI, y al preparar su sepultura en las grutas vaticanas los obreros toparon con un hueco inexplicable bajo el pavimento. De inmediato se avisó a su sucesor, Pío XII, quien ordenó iniciar excavaciones sistemáticas. Se formó un equipo especializado que durante casi una década avanzó con sigilo bajo los cimientos de la basílica, abriendo pasadizos y documentando cada hallazgo para evitar daños estructurales.
Lo que salió a la luz fue extraordinario: un barrio funerario completo del siglo I al IV, con mausoleos, inscripciones, frescos y altares. Las tumbas se catalogaron con letras y se reconstruyó la topografía de la antigua necrópolis con una precisión sorprendente.
Entre los mausoleos aparecía un espacio respetado por los enterramientos colindantes. Se trataba del “Campo P”, donde estaba la aedicula del “trofeo de Gayo”, apoyada en el muro rojo, exactamente bajo el eje del altar de Bernini. La intuición de siglos quedaba confirmada: el punto sagrado de la tradición coincidía con el punto clave de la arqueología.
La tumba bajo el altar: fosa, aedicula y muro rojo
Las excavaciones permitieron estudiar el conjunto en detalle. Bajo la aedicula se identificó la fosa original, excavada directamente en el suelo, sin sarcófago. Las tumbas paganas cercanas respetaban ese espacio, lo que indica que había sido considerado especial desde muy temprano.
El muro rojo delimitaba el patio funerario. Hacia el año 250 se añadió, perpendicular a él, el llamado “muro G”. El resultado fue un recuadro estrecho y cargado de significado, un embrión de santuario ante el que los fieles se detenían.

El muro G presentaba algo insólito: estaba recubierto de inscripciones, signos y nombres trazados por peregrinos tardorromanos. Entre ellos destacaba un fragmento de yeso rojo con la inscripción griega “Petros”. A su lado, unas letras interpretadas por algunos expertos como “eni”, posiblemente “está aquí”. La epigrafista Margherita Guarducci defendió esta lectura y reconstruyó el fragmento sobre el muro, lo que generó un debate académico intenso y, en ocasiones, tenso.
Sea cual sea la lectura exacta, la presencia del nombre de Pedro justo en el muro que rodea la tumba resulta, cuando menos, notable.
Los huesos de Pedro: anuncios, cajas de madera y controversias
La cuestión de los restos óseos añade un capítulo aún más complejo. Bajo la aedicula se hallaron huesos de varios individuos y animales, algo común en contextos funerarios alterados. Por eso Pío XII fue prudente al afirmar que se había hallado la tumba, pero no necesariamente los restos del apóstol.
La polémica estalló cuando se descubrió que en 1942 un responsable de la basílica había recogido unos huesos hallados en un nicho del muro G y los había guardado sin avisar al equipo arqueológico. Décadas después, Guarducci los estudió y los sometió a análisis antropológicos. El experto concluyó que pertenecían a un varón robusto de edad avanzada, impregnado de tierra compatible con la fosa original y envuelto antiguamente en un tejido púrpura con hilos de oro, un signo de veneración propia de época constantiniana. Llamaba la atención la ausencia de los huesos de los pies, detalle que algunos vinculaban con una crucifixión cabeza abajo.
Guarducci identificó esos restos como los del apóstol. En 1968, Pablo VI anunció que las reliquias habían sido reconocidas como “convincente” testimonio de Pedro. No era una afirmación rotunda, pero sí un respaldo oficial.
Otros estudiosos se mostraron escépticos. Arqueólogos como Ferrua o historiadores modernos consideran plausible la identificación del lugar, pero dudan de que esos huesos concretos puedan atribuirse sin reservas al apóstol. La discusión continúa, alimentada por nuevas investigaciones y relecturas de los grafitos.
La tumba hoy: visitas, reliquias y una ventana digital
En la actualidad, visitar la necrópolis vaticana requiere paciencia y suerte. El acceso está estrictamente controlado; los grupos son pequeños y la reserva debe hacerse con mucha antelación. El recorrido conduce a través de callejuelas romanas, fachadas de ladrillo, mosaicos, inscripciones paganas y recintos funerarios privados, hasta desembocar en el núcleo sagrado del “trofeo de Gayo”.
El visitante contempla el muro G, las huellas de los grafitos, el nicho donde se encontraron los huesos estudiados y, varios metros por encima, el altar mayor y la cúpula. La experiencia tiene algo de viaje en el tiempo comprimido en vertical: desde el siglo I hasta el Renacimiento, todo en apenas unos metros de piedra.
En los últimos años, el Vaticano ha potenciado el acceso virtual mediante una cámara fija en la zona de la tumba y reconstrucciones tridimensionales de la basílica, herramientas pensadas para quienes no pueden descender físicamente a los subterráneos.
Mientras tanto, los estudios académicos continúan ofreciendo nuevas lecturas sobre la necrópolis, los muros y las inscripciones. El debate sobre la interpretación exacta del graffiti sigue vivo y, con él, la singular mezcla de arqueología, tradición y fe que rodea a la tumba de Pedro.
Bajo el Vaticano, por tanto, late aún un cementerio romano detenido en el tiempo, un pequeño monumento del siglo II que señala una tumba venerada desde hace casi dos mil años y un conjunto de indicios que ha alimentado una de las investigaciones más apasionantes del cristianismo antiguo.
Fuentes consultadas
- Wikipedia. (s. f.). Tumba de San Pedro. En Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Tumba_de_San_Pedro
- Fabbrica di San Pietro. (s. f.). La tumba de San Pedro. Basílica de San Pedro – Sitio oficial. https://www.basilicasanpietro.va/es/san-pietro/la-tumba-de-san-pedro
- Fabbrica di San Pietro. (s. f.). La Necrópolis. Basílica de San Pedro – Sitio oficial. https://www.basilicasanpietro.va/es/san-pietro/la-necropolis
- Muñiz, F. (2025, 18 noviembre). La pornocracia romana: Teodora, Marozia y el secuestro familiar del papado. El café de la Historia. https://www.elcafedelahistoria.com/pornocracia-romana-teodora-marozia/
- Viana, I. (2023, 3 enero). El «providencial» descubrimiento de la tumba de San Pedro dos mil años después de su crucifixión. ABC Historia. https://www.abc.es/historia/providencial-descubrimiento-tumba-san-pedro-anos-despues-20230103004552-nt.html
- Matthews, O. (2025, 29 abril). Historia de Roma: la ciudad está repleta de misteriosas criptas llenas de papas y secretos. National Geographic. https://www.nationalgeographicla.com/historia/2025/04/historia-de-roma-la-ciudad-esta-repleta-de-misteriosas-criptas-llenas-de-papas-y-secretos
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






