El 26 de diciembre de 2004, muchísima gente se levantó pensando en las rebajas de Navidad, en las vacaciones en la playa o en si el buffet del hotel tendría buena pinta aquella mañana. Nadie sospechaba que lo que luego se llamaría “el tsunami del océano Índico de 2004” se convertiría en uno de los desastres naturales más mortíferos de la historia reciente, con en torno a 227.000–230.000 personas muertas o desaparecidas en más de una docena de países.
Todo comenzó a las 7:59 de la mañana, hora local, cuando un terremoto submarino de magnitud 9,1–9,3 sacudió la zona situada frente a la costa noroccidental de Sumatra, en Indonesia. No fue un temblor más, de esos que se quedan en la anécdota sísmica, sino uno de los mayores terremotos registrados desde que el ser humano decidió tomarse en serio lo de medir cómo se retuerce la corteza terrestre.
El seísmo fue solo el prólogo. El verdadero protagonista de aquella jornada, el que se llevó los titulares y, por desgracia, las vidas, fue la cadena de maremotos que arrasó las costas de Indonesia, Sri Lanka, India, Tailandia, las Maldivas y, horas después, alcanzó también las orillas de África oriental.
Mientras en Europa se empezó a hablar del “tsunami de Navidad” o del “tsunami del día de San Esteban”, en las aldeas de la orilla del Índico no hacían falta etiquetas grandilocuentes. Allí bastaba con señalar el mar y referirse a “aquel día” para que todo el mundo supiera de qué se hablaba.
Qué ocurrió bajo el mar: el megaterremoto de Sumatra-Andamán
Desde el punto de vista geológico, el desastre de 2004 fue casi una exhibición de fuerza de las placas tectónicas. Bajo las aguas del océano Índico, la placa Indo-australiana se hunde por debajo de la microplaca de Birmania —integrada en el conjunto de la placa de Sonda— a lo largo de la fosa de Sonda.
Durante siglos, ambas placas permanecieron trabadas en una zona de subducción. La que se hundía tiraba hacia abajo, la que flotaba se resistía y, entre una y otra, la energía se fue acumulando con la paciencia despiadada típica de la geología. Hasta que, aquel 26 de diciembre, la falla dijo basta y cedió.
La ruptura se propagó a lo largo de unos 1.200–1.300 kilómetros de falla, en lo que se conoce como el terremoto de Sumatra-Andamán. Algunas zonas del fondo marino se desplazaron hasta 15–20 metros, un movimiento colosal. Traducido a escala humana, sería como si una ciudad entera se moviese de sitio varios metros de golpe, pero en versión submarina y sin permiso de obra ni previo aviso.
Ese desplazamiento vertical del suelo oceánico empujó hacia arriba una cantidad gigantesca de agua. El océano, que unos minutos antes parecía tranquilo y respetable, recibió una sacudida brutal y empezó a generar una serie de ondas enormes que se expandieron en todas direcciones. En ese momento, el tsunami ya estaba en marcha.
La ola que tardó minutos en arrasar costas y horas en dar la vuelta al océano
A diferencia de las olas normales, las de un tsunami tienen una longitud de onda descomunal y arrastran una energía que cuesta imaginar. Cerca del epicentro, en la costa de Banda Aceh, en el extremo norte de Sumatra, se midieron alturas de ola de entre 20 y 30 metros, con el agua penetrando incluso más de 30 metros por encima del nivel del mar y avanzando varios kilómetros tierra adentro.
En la práctica, esto significó que barrios enteros desaparecieron, edificios de varias plantas fueron atravesados como si fuesen de cartón y barcos pesqueros acabaron encaramados en medio de la ciudad, en un paisaje que parecía más propio de una ilustración apocalíptica que de una fotografía.
En Banda Aceh, las primeras olas llegaron apenas quince o veinte minutos después del terremoto. El margen de reacción fue prácticamente inexistente. La mayoría de la población no asociaba aquel temblor con la posibilidad de un tsunami y no había un sistema de alerta que se encargase de pronunciar la frase clave: “aléjese del mar y suba a terreno elevado, ahora mismo”.
Una propagación imparable que convirtió al Índico en un eco de destrucción
Más lejos, en las costas de Sri Lanka y la India, las olas tardaron alrededor de dos horas en llegar. Ese tiempo, que hoy se considera un margen de oro para evacuar, se perdió entre la falta de avisos oficiales, el desconocimiento del riesgo y, en muchos casos, la curiosidad fatal de acercarse a ver “qué le pasaba al mar” cuando este se retiraba de forma extraña, dejando al descubierto el fondo como si alguien hubiese vaciado una piscina gigantesca.
A lo largo de la jornada, la energía del tsunami siguió desplazándose por todo el océano. Las olas alcanzaron las Maldivas, golpearon después las costas de Somalia, Tanzania y Kenia y provocaron víctimas incluso en Sudáfrica, más de doce horas después del seísmo inicial. El Índico entero se convirtió, durante unas horas, en una enorme caja de resonancia del desastre.
El balance humano: cifras que no caben en una estadística
Medir el alcance real del tsunami del Índico de 2004 es un ejercicio de cálculo, pero también una demostración de lo poco que explican los números cuando delante hay una tragedia humana.
Los recuentos finales sitúan el balance en torno a 227.000–230.000 personas muertas o desaparecidas en al menos 14–15 países, lo que lo convierte en el tsunami más mortífero del que se tiene registro y en uno de los mayores desastres naturales de la historia contemporánea.
Por países, Indonesia fue con diferencia el territorio más castigado. Solo allí se estiman más de 160.000–167.000 muertos, la mayoría en la provincia de Aceh, donde muchas localidades costeras fueron, literalmente, borradas del mapa.
En Sri Lanka, el tsunami causó más de 31.000 fallecidos confirmados, además de varios miles de personas dadas por desaparecidas. La cifra combinada se sitúa en torno a 35.000–39.000 víctimas. Uno de los episodios más sobrecogedores fue la tragedia del tren de Peraliya, donde casi 2.000 personas murieron cuando una ola arrasó un convoy abarrotado, convertido de golpe en una trampa de hierro y agua.
India registró más de 16.000 muertos, con especial incidencia en el estado de Tamil Nadu y en las islas Andamán y Nicobar. Tailandia, por su parte, sumó más de 8.000 fallecidos, muchos de ellos turistas extranjeros que disfrutaban de lugares tan conocidos como Phuket o Khao Lak.
Un impacto desigual que reveló vulnerabilidades ocultas
El tsunami golpeó también a países con menos presencia mediática internacional: Maldivas, Myanmar, Malasia, Somalia, Tanzania, Seychelles, Bangladesh, Kenia, Sudáfrica y otros puntos de la región. En conjunto, Naciones Unidas habló de casi 230.000 muertos y de unos 1,7 millones de personas desplazadas, obligadas a rehacer su vida desde cero.
Más allá del cómputo global, algunos detalles resultan especialmente reveladores. Diversos estudios apuntan a que entre 40.000 y 45.000 mujeres más que hombres perdieron la vida durante el tsunami, debido a factores como la menor capacidad de nado, el hecho de estar al cuidado de criaturas pequeñas o la presencia mayoritaria en el hogar cuando llegó la ola. Son cifras incómodas que señalan desigualdades muy terrenales en medio de una catástrofe que, en principio, se suele describir como puramente “natural”.
Un desastre también turístico: el Índico como destino de moda
El lugar y el momento no pudieron ser peores. El 26 de diciembre cae en plena temporada alta en el Sudeste Asiático. Playas como Phuket, las islas Phi Phi o Khao Lak, en Tailandia, y numerosos complejos costeros en Sri Lanka o las Maldivas estaban llenos de visitantes europeos y de otros continentes.
Miles de turistas se alojaban a pocos metros del mar. A menudo en cabañas y complejos turísticos que presumían de “primera línea de playa” con la misma alegría con la que ignoraban conceptos como “zona inundable” o “riesgo de tsunami”. El mar, al fin y al cabo, era un reclamo, no una amenaza.
Se calcula que hasta 9.000 turistas extranjeros murieron o desaparecieron, muchos de ellos procedentes de países europeos. Suecia, Alemania y Francia estuvieron entre los más afectados, con alrededor de 500–540 víctimas mortales cada uno. En términos relativos, Suecia fue uno de los países más golpeados fuera del área directamente afectada, algo que marcó de forma muy profunda la memoria colectiva del país.
Esta dimensión turística añadió un matiz muy particular al relato mediático. De repente, lugares de nombres exóticos dejaron de ser destinos de catálogo para convertirse en escenarios de duelo nacional en media Europa. El Índico, que llevaba años vendiéndose como escaparate de playas paradisíacas, pasó a ser recordado como un mapa de cicatrices.
La factura material: casas, puertos y ciudades arrancadas de cuajo
El tsunami del Índico de 2004 no solo arrasó vidas. Se llevó por delante infraestructuras, viviendas y medios de subsistencia a una escala que cuesta imaginar incluso viendo las imágenes.
Informes posteriores estiman que el desastre destruyó alrededor de 141.000 viviendas y provocó pérdidas económicas cercanas a los 9.900 millones de dólares, sin contar los efectos a largo plazo sobre el desarrollo humano y social.
En muchas zonas costeras, especialmente en Aceh y en algunos puntos de Tailandia, apenas quedó nada en pie. Puentes arrancados, carreteras cortadas, puertos inutilizados, redes eléctricas y de agua potable fuera de servicio. La combinación de la fuerza del agua con una planificación urbanística poco exigente dejó en evidencia que muchas infraestructuras estaban pensadas para un mundo ideal donde el mar nunca rompe las reglas.
La pesca, el turismo y la agricultura costera encajaron un golpe brutal. Barcos lanzados tierra adentro como juguetes, cultivos arruinados por la intrusión de agua salada y comunidades enteras sin herramientas reales para reactivar su economía. Las redes de apoyo informales, basadas en la familia y el vecindario, tuvieron que suplir durante meses lo que las instituciones no alcanzaban a cubrir.
En paralelo, el impacto psicológico fue igual de profundo. Millones de personas no solo perdieron casas y familiares, sino también la confianza básica en el paisaje de siempre. El mar dejó de ser el lugar donde se trabajaba, se pescaba o se tomaba el sol para convertirse, en la memoria de muchos, en una amenaza silenciosa instalada en el horizonte.
Sin aviso en el Índico: la ironía amarga de un océano “olvidado”
Uno de los aspectos más desconcertantes del desastre de 2004 es la ausencia, en aquel momento, de un sistema de alerta de tsunamis para el océano Índico. En el Pacífico existía desde hacía décadas un centro de aviso, con redes de vigilancia y protocolos relativamente consolidados, pero en el Índico nada similar estaba en marcha.
No es que la ciencia ignorase la posibilidad de tsunamis en la región. Desde mediados de los años noventa se habían planteado proyectos, pero nunca llegaron a cuajar en un sistema operativo eficaz. La prioridad política era baja, el coste se percibía como alto y, como suele suceder, lo que no ocurre a menudo se deja para más adelante con sorprendente tranquilidad.

La consecuencia fue una ironía trágica. El tsunami tardó unas dos horas en llegar a las costas de India, Sri Lanka y Tailandia. Con un sistema de alerta funcional y unos procedimientos de evacuación claros, miles de personas habrían tenido tiempo de alejarse de la costa. Algunos cálculos apuntan a que alrededor de 80.000 vidas podrían haberse salvado solo en esos tres países si el aviso hubiese llegado a tiempo.
Ese dato resume bastante bien la situación: el tsunami fue un fenómeno natural, pero el número de víctimas fue, en buena medida, un producto humano. De las decisiones urbanísticas, de la ausencia de planes de emergencia, de la fe ciega en que “aquí nunca pasa nada” hasta que pasa.
Después de la ola: ayuda internacional, reconstrucción y sistemas de alerta
Tras la catástrofe, la respuesta internacional fue masiva. Gobiernos, organizaciones no gubernamentales y organismos multilaterales movilizaron miles de millones de dólares para la atención inmediata, la reconstrucción de viviendas, la reparación de infraestructuras y el apoyo a los medios de vida perdidos.
En Indonesia, Sri Lanka, India y Tailandia se levantaron nuevos barrios, se reconstruyeron carreteras y se pusieron en marcha programas para reubicar a quienes habían perdido tanto la casa como la tierra. El proceso quedó lejos de ser perfecto. Hubo retrasos, desigualdades evidentes, polémicas sobre dónde y cómo reconstruir y discusiones intensas sobre si debía volver a permitirse la vivienda en primera línea de costa como si nada hubiera pasado.
Un sistema de alerta que transformó la preparación frente a tsunamis
Al mismo tiempo, la comunidad internacional asumió que quizá había llegado la hora de tomarse en serio los tsunamis en el Índico. En 2005 se puso en marcha el Sistema de Alerta de Tsunamis del Océano Índico, con la participación de más de veinte países de la región, redes de sismógrafos, boyas que miden la presión en el fondo marino y centros regionales de aviso.

Hoy, ese sistema agrupa a 27 países y forma parte de una red mundial de vigilancia y alerta rápida. Se han desarrollado protocolos de evacuación, se han señalizado rutas hacia zonas elevadas y se han puesto en marcha campañas educativas que explican, por ejemplo, que si el mar se retira de repente y deja al aire los corales no es una invitación a hacerse fotos tranquilamente, sino una orden silenciosa de salir corriendo en dirección contraria.
La comunidad científica también tomó buena nota. Equipos internacionales analizaron con detalle las alturas de las olas, los tiempos de llegada, los daños en estructuras y el comportamiento de las corrientes dentro de las ciudades. Toda esa información se ha utilizado para afinar modelos de propagación de tsunamis, mejorar el diseño de infraestructuras y preparar mejor a otras zonas vulnerables, desde el Caribe hasta el Mediterráneo.
Veinte años después: memoria, ciencia y un mar que ya no parece tan inocente
El 26 de diciembre se ha convertido, en muchos puntos del Índico, en un día de sirenas, minutos de silencio y flores frente al mar. Con motivo del vigésimo aniversario, en 2024 se celebraron actos de recuerdo en Indonesia, Sri Lanka, India, Tailandia y otros países, tanto en cementerios como en mezquitas, templos, iglesias y playas.

En Banda Aceh, las sirenas sonaron durante varios minutos a la misma hora en que el tsunami golpeó la ciudad, un recordatorio sonoro difícil de ignorar. Más allá, en Sri Lanka, y en especial en Peraliya, la memoria se concentra en el tren destruido y en las familias que todavía buscan restos, explicaciones o, al menos, una forma de cerrar el duelo. En Tailandia, localidades como Ban Nam Khem y la propia Phuket recuerdan tanto a la población local como a los miles de turistas desaparecidos.
Lecciones que aún determinan la gestión del riesgo costero
Veinte años después, el tsunami del Índico sigue siendo una referencia obligada cuando se habla de riesgos costeros, sistemas de alerta temprana y vulnerabilidad social. Las mejoras científicas y técnicas son evidentes: modelos más precisos, redes de sensores más densas y ciudades que aspiran a estar oficialmente reconocidas como preparadas frente a tsunamis.
Aun así, especialistas y organismos internacionales recuerdan que quedan zonas muy expuestas. Algunas grandes ciudades costeras, como Padang, en Sumatra, continúan creciendo hacia áreas llanas próximas al mar, donde, en caso de un nuevo gran terremoto, el margen real para escapar sería muy reducido.
En conjunto, el tsunami de 2004 dejó mucho más que ruinas y estadísticas. Mostró hasta qué punto la mezcla de ignorancia, falta de preparación y confianza excesiva en el paisaje puede transformar un fenómeno poco frecuente, pero conocido, en una catástrofe de dimensiones históricas. Y dejó claro, de paso, que el mar, por muy idílico que aparezca en los folletos, no firma nunca un contrato de buena conducta con la especie humana.
Vídeo: “Tsunami de 2004 | Desastres Mortales”
Fuentes consultadas
- Wikipedia. (s. f.). Terremoto y tsunami del océano Índico de 2004. Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Terremoto_y_tsunami_del_oc%C3%A9ano_%C3%8Dndico_de_2004
- RTVE Noticias. (2024, 26 diciembre). 20 años del tsunami del Índico, el día que el mar se tragó la tierra. RTVE. https://www.rtve.es/noticias/20241226/20-anos-del-tsunami-del-indico-dia-mar-se-trago-tierra/16384421.shtml
- Comisión Oceanográfica Intergubernamental de la UNESCO. (2009). Cinco años después del tsunami del Océano Índico: de la estrategia a la ejecución, los avances en los sistemas mundiales de alerta temprana contra los tsunamis. UNESCO. https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000185825_spa
- Muñiz, F. (2022, 12 septiembre). El tsunami de Bahía Lituya o la ola más monstruosa registrada jamás. El café de la Historia. https://www.elcafedelahistoria.com/tsunami-bahia-lituya/
- United Nations Office for Disaster Risk Reduction. (2024, 20 December). Twenty years after the world’s deadliest tsunami – what have we learned and are we safer? UNDRR. https://tsunamiday.undrr.org/news/twenty-years-after-worlds-deadliest-tsunami-what-have-we-learned-and-are-we-safer
- United Nations Development Programme. (2025). A report to commemorate the 20th anniversary of the Indian Ocean tsunami. UNDP. https://www.undp.org/sites/g/files/zskgke326/files/2025-11/iot_20th_anniversary_undp_report_.pdf
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






