En el inmenso panteón de superhéroes, donde conviven titanes de la talla de Superman, Batman o Spiderman, pocos podían prever la irrupción de un nuevo paladín de la justicia: Super Bigote. Y -creemos que- no es una broma.
O tal vez sí, pero una de esas que se cuentan con absoluta seriedad en los despachos del poder venezolano.
Corría el año 2021 cuando la televisión estatal de Venezuela lanzó el cómic animado Súper Bigote, una creación inspirada en la figura de Nicolás Maduro. Así, con la solemnidad de quien lanza un manifiesto revolucionario, el chavismo presentó al mundo su propia versión de un superhéroe popular, dotado de una fuerza descomunal y un bigote tan imponente como su narrativa oficialista.
Para entender el fenómeno de Súper Bigote, conviene diseccionar sus ingredientes… El personaje encarna un ideal de lucha revolucionaria contra los «villanos» que, casualmente, coinciden con los enemigos políticos del chavismo. La trama no escatima en caricaturas del imperialismo, saboteadores internos y conspiradores que, en un giro argumental poco sutil, se asemejan sospechosamente a figuras de la oposición.
Maduro, convertido en su alter ego animado, vuela, destruye aliens, derriba ovnis, detiene misiles con las manos desnudas y salva a Venezuela de la «guerra económica» que, según la narrativa oficial, es producto de una conspiración extranjera. Su inseparable compañera, Cilita, alter ego de la primera combatiente (dama) Cilia Flores, aparece como una suerte de oráculo revolucionario, siempre presta a asesorar al héroe en su cruzada.
El uso de personajes animados como herramientas de propaganda no es, ni mucho menos, una ocurrencia reciente ni exclusiva de un régimen concreto. Durante la Segunda Guerra Mundial, Disney puso al Pato Donald al servicio del esfuerzo bélico, burlándose de los nazis y ensalzando el espíritu patriótico estadounidense. Al otro lado del telón de acero, la Unión Soviética animaba obreros musculosos y sonrientes que derrotaban a saboteadores capitalistas con la misma soltura con la que levantaban tractores a pulso. Es decir, nada nuevo bajo el sol de los estudios de animación política.
Lo que confiere al caso de Súper Bigote un aire particular no es tanto su existencia como su temporalidad y contexto: una figura de corte mesiánico —con superpoderes, capa roja y mirada de acero— que irrumpe en pleno siglo XXI, en un país sumido en una crisis prolongada, tanto económica como institucional. Un superhéroe de manual, sí, pero aterrizando en una realidad que difícilmente se presta a lo fantástico.
Los cómics han sido tradicionalmente un vehículo de expresión política y social. Desde el idealismo patriótico de Superman, nacido en plena Gran Depresión, hasta el antifascismo explícito del Capitán América abofeteando a Hitler en su primera portada, el género ha sabido adaptar el heroísmo a cada coyuntura.
Ahora bien, Súper Bigote, por su parte, parece beber de esa tradición, aunque con un enfoque singular: no hay enemigos abstractos, sino figuras reconocibles y contextos explícitamente locales. Su relato está trufado de referencias a sanciones, sabotajes y conspiraciones, lo que le otorga una funcionalidad propagandística clara.
Más que un héroe con conflictos internos o dilemas morales, Súper Bigote actúa como símbolo inequívoco del poder bienhechor, sin fisuras ni contradicciones. Su narrativa se inscribe en una lógica donde el bien absoluto —encarnado en el líder— se enfrenta sin matices a un mal igualmente absoluto. No hay espacio para la ambigüedad ni para la ironía (salvo la involuntaria).
En este capítulo, Súper Bigote se enfrenta cara a cara con Elon Musk, presentado como un villano caricaturesco que planea despojar a Venezuela de sus recursos. El enfrentamiento culmina en un combate donde el protagonista lo derrota con un golpe tan apabullante como simbólico, mandándolo fuera de la Tierra. Una batalla que mezcla ridículo y épica, al más puro estilo “superhéroe de barrio”.
Aquí el cómic gira hacia el más amplio conflicto ideológico: el capitalismo. Súper Bigote se enfrenta a figuras y elementos que representan este sistema —empresas, iconos financieros, estampas de mercados—, y vence limpiamente con una coreografía de superpoderes. El mensaje es claro: el capitalismo es un enemigo derrotable, siempre que tengas cuerpo hercúleo, un bigote con voluntad firme y una capa bien ondeante.
En este episodio, el rival no es un empresario millonario ni un sistema económico, sino un conglomerado de grupos etiquetados como “derecha extremista”. El héroe emerge para neutralizar sus planes, detener conspiraciones y restablecer la “paz social”. Todo se resuelve con golpes precisos y diálogos que subrayan la amenaza de esta corriente.
Estos tres capítulos del bizarro héroe bolivariano son sólo una pequeña muestra del amplio catálogo que nos ofrece esta descacharrante serie. Si entran en su canal de YouTube podrán ser testigos de grandes momentos como Súper Bigote derrotando a Trump, a la hidra del neoliberalismo y tantos otros enemigos bajo la atenta mirada aprobadora y benefactora de Simón Bolívar y Hugo Chávez mientras repite su mantra: «Trabajo en equipo, victoria segura».
Y así, entre puñetazos simbólicos, capas al viento y discursos con viñetas, Súper Bigote sigue surcando los cielos caribeños al ritmo del cañonazo «Indestructible» de Ray Barretto, derrotando enemigos de la patria a ritmo de salsa y latin jazz con retórica oficialista y realismo mágico bolivariano.
The Associated Press – Infobae –Wikipedia (en español)
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.
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