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La trágica ironía de la primera ambulancia motorizada de Vancouver

El 6 de octubre de 1909 no parecía, en principio, una fecha llamada a pasar a la historia universal del esperpento. Pero Vancouver, ciudad joven, ambiciosa y con más entusiasmo que prudencia, tenía otros planes. Ese día, las autoridades municipales —henchidas de modernidad y progreso — decidieron estrenar la primera ambulancia motorizada de la ciudad. Un símbolo del futuro sobre ruedas, un cacharro brillante dispuesto a salvar vidas… y que terminó matando a su primera víctima antes siquiera de tener una camilla caliente.

Porque sí: la primera misión oficial de aquella ambulancia fue llevar un cadáver a la funeraria. El cadáver, para más inri, era el del señor C.F. Keiss, un desafortunado viandante que tuvo la mala fortuna de convertirse en víctima inaugural del vehículo sanitario durante su paseo de prueba. Y no hablamos de un simple golpe: la ambulancia lo atropelló, lo arrastró entre 50 y 100 yardas (unos 45 a 90 metros de horror rodante), y lo dejó allí, inmóvil, entre rastros de sangre que decoraban el pavimento.

Una ciudad, un vehículo y una promesa de eficiencia… truncada

A comienzos del siglo XX, Vancouver aún olía a serrín, carbón y progreso. Era una ciudad en plena expansión, con ínfulas de metrópolis y una creciente necesidad de servicios públicos eficaces. Las ambulancias tiradas por caballos ya no estaban a la altura del relato urbano que la ciudad deseaba proyectar. Había que motorizarse, mecanizarse, avanzar a toda pastilla hacia el siglo XX. Literalmente.

La flamante ambulancia, probablemente un chasis adaptado con motor de gasolina y frenos más simbólicos que funcionales, fue adquirida con grandes expectativas. De color blanco reluciente y equipada con una sirena manual —de esas que más que alertar, asustaban al personal—, la máquina prometía revolucionar el sistema de urgencias de Vancouver. Y lo hizo, aunque no exactamente de la forma esperada.

El señor Keiss y la trágica ironía de ser el primero

Poco se sabe de C.F. Keiss. Algunos registros apenas mencionan su nombre y su triste final, como si fuera un simple apunte contable en la lista de bajas de la ciudad. Pero lo cierto es que su nombre quedó inscrito en los anales del absurdo médico-vehicular. Al parecer, Keiss estaba en el lugar equivocado, en el momento justo en que la ambulancia decidió probar su capacidad de aceleración sin obstáculos.

El vehículo, conducido por personal aún no especializado (porque eso de tener carnet de conducir era un detalle secundario por entonces), no supo maniobrar ni frenar a tiempo. Y Keiss pasó de peatón anónimo a leyenda trágica en cuestión de segundos.

¿Y qué hizo la ambulancia tras cumplir involuntariamente su primer homicidio involuntario? Nada de dramas: recogió el cuerpo aún caliente y lo llevó directamente a la funeraria. Un gesto de eficiencia logística que habría enorgullecido a cualquier gestor de servicios públicos… si no fuera porque el muerto no venía de serie.

De aparato salvavidas a máquina de matar

El episodio, tan grotesco como real, se convirtió en leyenda urbana con tintes de humor negro. La ambulancia en cuestión continuó operativa, probablemente lavada a conciencia y bendecida por alguna autoridad eclesiástica local, como si el problema hubiese sido simplemente un mal estreno. Y en cierto modo, lo fue.

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Lo cierto es que este tipo de incidentes no eran del todo inusuales en la época. Las primeras décadas del siglo XX fueron pródigas en desastres tecnológicos nacidos de la combinación entre entusiasmo técnico y absoluta carencia de regulaciones. Las ambulancias motorizadas eran una novedad, y su uso implicaba riesgos que nadie parecía tomarse demasiado en serio… hasta que alguien acababa muerto.

Hoy, con la perspectiva que da el tiempo y la digitalización de las hemerotecas, el caso Keiss se cita entre las historias más insólitas de la historia urbana canadiense. Y Vancouver, que aquel 6 de octubre quiso convertirse en estandarte del progreso sanitario, terminó escribiendo sin querer una tragicomedia mecánica difícilmente superable.


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