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Los lemmings, Disney y el suicidio colectivo: una historia de cámara, acción y empujón

Hay mitos que se propagan como la pólvora. Otros, como los lemmings despeñándose en masa por un acantilado, se propagan con ayuda de una cámara, un narrador con voz grave y un equipo de producción poco amigo del bienestar animal.

Pero vayamos por partes, como dijo aquel carnicero con vocación de filósofo.

Lemmings: esos ratones que no leyeron a Séneca

Los lemmings son pequeños roedores del Ártico, de esos que uno nunca ve pero que existen. Habitan en tundras inhóspitas, se alimentan de musgo y raíces y, a pesar de su escaso carisma mediático, han sido víctimas de uno de los bulos más persistentes de la historia moderna: el suicidio colectivo como solución a la sobrepoblación.

¿De dónde salió esta historia? ¿Por qué medio mundo cree que, cuando hay demasiados lemmings, todos se lanzan al vacío?

El gran salto: Disney, 1958

Todo empezó, cómo no, con una cámara. En 1958, Disney estrenó un documental de naturaleza titulado White Wilderness, dentro de su serie True-Life Adventures. Una serie que, dicho sea de paso, tenía más de «aventuras» que de «vida real». En este episodio, el espectador asistía a una escena memorable: decenas de lemmings corriendo hacia un acantilado y arrojándose al mar, supuestamente como respuesta biológica a la superpoblación. El narrador explicaba la escena con tono trágico y solemne, como si estuviera relatando el final de una tragedia griega. Pero claro, sin Esquilo, sin coro, y sin pudor. Y sin atisbo alguno de vergüenza.

Y es que la escena tenía truco. Y no pequeño.

Ni suicidio ni océano: el arte del documental creativo

Resulta que los lemmings no se suicidan. Ni por amor, ni por ansiedad existencial, ni porque no les tocó esa plaza en las oposiciones. La verdad es bastante más aburrida y menos cinematográfica: cuando su población crece mucho, algunos grupos emigran buscando nuevos territorios, lo cual a veces implica cruzar ríos o lagos. En el proceso, algunos pueden ahogarse, pero no hay voluntad suicida, por mucho que la antropomorfización nos tiente.

Pero volvamos al documental. La escena fue filmada cerca del río Bow, en Calgary, Canadá. Un lugar tan ártico como una tostadora. En esa región, no hay lemmings ni en calendario. Así que los productores, ni cortos ni perezosos, importaron los roedores desde otras latitudes. Los soltaron, los dirigieron con cámaras y empujones (literalmente), y montaron la escena de suicidio en masa. Puro cine. Pura desvergüenza.

Por si fuera poco, la voz en off afirmaba que las imágenes se rodaban en el Ártico.

Un Óscar para la farsa

El documental ganó el Óscar al Mejor Documental en 1959. Así, Disney se llevó la estatuilla, el mito se convirtió en verdad global y los lemmings pasaron a la historia como los Hamlet peludos de la tundra.

Durante décadas, esta escena se replicó en libros, dibujos animados, videojuegos (¿quién no recuerda Lemmings, ese clásico de los 90 donde había que evitar que se matasen?) y documentales posteriores que copiaban el error con toda la alegría de la ignorancia.

La historia detrás de la historia

En 1982, un periodista de la Canadian Broadcasting Corporation (CBC), Bob McKeown, investigó el origen de aquella escena y descubrió el pastel: los lemmings fueron literalmente lanzados fuera de cámara por los productores.

por qué se suicidan los lemmings

Este hallazgo fue parte de un episodio del programa CBC’s The Fifth Estate, donde se desmontaba con pruebas lo que ya muchos biólogos sabían pero nadie se había molestado en contar con imágenes: que los lemmings no se suicidan y que Disney había aplicado su varita mágica a la realidad.

¿Y por qué sigue el mito?

La explicación más sencilla es que la escena era potente, dramática y fácil de recordar. Una verdad a medias (o un bulo con buena producción y un Oscar) puede recorrer medio mundo antes de que la biología se ate los zapatos. Y lo cierto es que, cuando se trata de relatos fáciles y bien empaquetados, el cerebro humano usa menos filtros.


Fuentes:

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