Hay héroes de guerra con medallas que tintinean, bigote recortado y gesto solemne. Y después está Judy, que caminaba sobre cuatro patas, olía irremediablemente a perro mojado y ladraba sin distinguir si el mando al que increpaba era de alta o baja graduación. Aun así, terminó convertida en la única perra oficialmente registrada como prisionera de guerra durante la Segunda Guerra Mundial.
Su vida fue un cóctel improbable de naufragios, selva espesa, campos de internamiento, cocodrilos testarudos, oficiales japoneses animados por el sake y una condecoración que muchos soldados humanos habrían envidiado. Para quien se acerque a su historia sin prejuicios, Judy demuestra que un animal puede encarnar, con naturalidad sorprendente, la resistencia, el consuelo y, por qué negarlo, un punto de extravagancia histórica.
La expresión “Judy, prisionera de guerra” no es un apodo gracioso, sino un término literal: tenía número oficial, una ficha burocrática, un comandante que firmó los papeles y una promesa bastante insólita de entregar uno de sus futuros cachorros a un oficial japonés.
De cachorro perdido en Shanghái a mascota de un cañonero británico
Antes de ser el “Prisionero 81A Gloegoer, Medan”, Judy fue una cachorra con más desgracias que futuro. Nació en Shanghái, en 1936, en una perrera frecuentada por expatriados británicos. Era una pointer inglesa de pelaje blanco y marrón, parte de una camada de siete cachorros nacidos de una perra llamada Kelly, propiedad de un matrimonio de Sussex.
A los tres meses decidió escaparse, como hacen los jóvenes inconformistas, pero sin conciencia política alguna: simplemente se marchó. Acabó retenida por un comerciante chino que la alimentaba como podía, hasta que un encontronazo con marineros de un cañonero japonés provocó que un empleado de la perrera la reconociera y la devolviera a su lugar de origen.
Se llamaba Shudi, pero pronto el nombre se transformó en Judy, quizá por esa costumbre británica de anglicanizar cualquier cosa que se les pusiera por delante, incluidos los perros. Cuando la tripulación del cañonero HMS Gnat decidió que necesitaba mascota —entre barcos había una especie de competición no escrita sobre cuál tenía el perro más simpático—, el capitán y el contramaestre la compraron y la presentaron a los marineros. Fue registrada con el rimbombante nombre de “Judy of Sussex”, heredado de su madre.

En teoría, su destino era convertirse en perro de caza disciplinado. En la práctica, la colmaron de mimos y el contramaestre anotó que las probabilidades de que la perra se comportara con la rigidez militar esperada eran escasas. Solo mostraba una vocación clara: detectar comida. Y, aunque pudiera parecer una habilidad menor, en una tripulación con provisiones fluctuantes resultaba más útil de lo que se admitía públicamente.
Judy desarrolló, además, un talento mucho más decisivo: anticipar la llegada de aviones enemigos. Su oído actuaba como una alarma temprana improvisada en el río Yangtsé, avisando a la tripulación del HMS Gnat de bombardeos inminentes.
Cuando en 1939 parte de la dotación fue transferida al HMS Grasshopper, Judy fue con ellos. El buque participó en la defensa y evacuación de Singapur, justo antes de que la ciudad cayese.
Un naufragio, una isla desierta y la búsqueda obsesiva del agua
Durante la evacuación, el Grasshopper fue atacado desde el aire y terminó hundiéndose en su ruta hacia las Indias Orientales Holandesas. En el caos, una hilera de taquillas cayó sobre Judy, dejándola atrapada. Un marinero regresó al casco agonizante del barco para reunir suministros y la liberó de milagro.
Los supervivientes alcanzaron una isla deshabitada. Carecían de agua dulce, sobraban la sal, el calor y la arena, y más de cincuenta hombres intuían que iban directos a una muerte gris y deshidratada.
A los dos días, Judy apareció. Tras recibir caricias y un reconocimiento generalizado, empezó a cavar en un punto concreto con una insistencia casi obsesiva. Allí mismo brotó agua dulce. No un manantial espectacular, pero sí lo bastante para evitar que sucumbieran. Aquella escena de patas embarradas y salvación inesperada selló la relación entre la perra y los hombres: no era ya una mascota, sino una compañera vital.

Los náufragos consiguieron hacerse con un junco chino y marcharon rumbo a una teórica zona aliada. La realidad, sin embargo, los encaminó a otro tipo de encierro.
Selva sofocante, semanas de marcha y captura por tropas japonesas
Desde la isla llegaron primero a Singkep y luego a Sumatra. A lo largo de cinco semanas cruzaron casi doscientas millas de selva densa, con Judy abriendo paso entre lianas, riachuelos y mosquitos. Según se contaba después, la perra sobrevivió incluso al ataque de un cocodrilo, del que quedó una marca en una pata. Más señales físicas que sumar a una biografía que empezaba a parecer escrita por un guionista con imaginación desatada.
Cuando alcanzaron Sawahlunto y tomaron un tren hacia Padang, descubrieron que habían perdido el último barco de evacuación por nueve días. Tras tanto esfuerzo, la puerta se había cerrado justo antes de su llegada. La zona cayó bajo control japonés y los supervivientes, Judy incluida, fueron capturados el 18 de marzo de 1942.
En los primeros traslados, escondieron a la perra bajo sacos de arroz en los camiones. Sorprendentemente, funcionó. De Padang pasaron a Belawan y finalmente al campo de prisioneros de Gloegoer, en Medan. Allí empezaba una guerra distinta, sin explosiones, pero con hambre, enfermedad y violencia sistemática.
Medan: cuando una perra se transforma en prisionera 81A
En Medan, Judy fue cuidada por marineros del Grasshopper, entre ellos Les Searle, y por un soldado llamado Cousens, que incluso le daba trozos de cuero. Cousens murió más tarde de malaria, tras un arriesgado robo de arroz para aliviar el hambre de sus compañeros, un episodio que ilustra el clima brutal del campo.
En agosto de 1942, Judy conoció al aviador británico Frank Williams. Él compartía con ella parte de su exigua ración, y ella se convirtió en su guardiana improvisada. La relación era simple y al mismo tiempo trascendental: él le daba sustento; ella le ofrecía compañía, aviso y, en ocasiones, un muro de pelo entre él y los golpes de los guardias.
Judy no era un adorno. Alertaba de serpientes y escorpiones. Avisaba con antelación de la llegada de los vigilantes. A veces se interponía entre estos y los prisioneros, y no dudaba en plantar cara a quienes maltrataban a “su” gente. Pero aquella valentía podía costarle la vida. Las amenazas para matarla se multiplicaban.
Williams ideó una solución inaudita: lograr que la registraran como prisionera de guerra. Aprovechó una noche en la que el comandante del campo, alegre por el sake, estaba más receptivo. Con ayuda de los prisioneros reunieron pequeños sobornos y expusieron su petición. A cambio, prometieron entregar uno de los futuros cachorros de Judy. Contra toda lógica, el comandante aceptó y firmó. Y así, la perra quedó oficialmente registrada como prisionera 81A.
Durante su estancia en Medan tuvo una camada. Cinco cachorros sobrevivieron: uno se entregó al comandante, otro se envió al campo de mujeres, otro llegó a manos de la Cruz Roja local, uno fue muerto por un guardia borracho y el último permaneció en Medan cuando ella y Williams fueron trasladados. El paso por ese campo la endureció. Dejó de ser una perra dócil para convertirse en un animal flaco, astuto y resistente.
Un nuevo naufragio, maderas flotantes y un reencuentro casi imposible
Con el avance de la guerra, los japoneses reorganizaron sus prisioneros. Judy y muchos hombres de Medan fueron embarcados rumbo a Singapur en un buque de transporte. El barco fue atacado y acabó hundido. En medio del caos, Williams lanzó a Judy al agua para darle una oportunidad de sobrevivir.
Williams fue llevado a otro campo, sin saber nada de ella. Algunos supervivientes contaban que la perra había empujado maderas hacia hombres exhaustos, que los había ayudado a mantenerse a flote e incluso guiado hasta la orilla. Durante semanas, Judy fue un mito que circulaba entre barracones. Hasta que la propia protagonista decidió aparecer.
Mientras Williams trabajaba en la jungla, un animal surgió de entre la vegetación y se le lanzó encima. Era Judy. Delgada, sucia, herida, pero viva. El reencuentro levantó el ánimo de todos, que interpretaban su regreso como un gesto casi milagroso.
En el nuevo campo siguió vigilando, buscando comida, acercando ratones y serpientes para que Williams pudiera alimentarse. Incluso llegó a recibir un disparo que le rozó el hombro. Cuando los japoneses ordenaron que mataran a todos los animales para evitar un brote de piojos, los prisioneros escondieron a Judy durante tres días. Solo reapareció cuando los guardias abandonaron el lugar ante la llegada de las fuerzas aliadas.
Del horror asiático al Reino Unido: cuarentena y reconocimiento público
Con el fin de la guerra, llegó la liberación. El retorno a casa era complicado para todos, pero Judy se enfrentaba a un obstáculo muy concreto: no se permitían animales en los barcos de transporte militar. Williams y otros ex prisioneros decidieron desobedecer. La subieron de incógnito al barco que los llevaría a Liverpool.
A pocas millas de Inglaterra, el capitán descubrió la presencia de la perra. Tras un enfado inicial, escuchó los argumentos de los prisioneros y aceptó que desembarcara, siempre que cumpliera cuarentena. Judy pasó seis meses en Hackbridge. El coste era demasiado alto para Williams, pero una revista de amantes de los perros publicó una petición y más de sesenta personas colaboraron para cubrir los gastos.
En abril de 1946 se reunió con Williams en Londres, en una ceremonia en la que recibió una medalla honorífica. Poco después llegó la Medalla Dickin, el máximo reconocimiento otorgado a animales por su valor en tiempos de guerra. Judy se convirtió en el único miembro canino de la asociación de ex prisioneros británicos y su fama se extendió.
Participó en programas de radio, como una emisión en la BBC en la que ofreció unos sonoros “guau, guau” que hicieron las delicias del público. Actuó frente a miles de personas en Wembley y hasta recibió elogios de actores célebres. Durante meses acompañó a Williams a visitar a familias de prisioneros que no habían regresado. Su mera presencia ofrecía consuelo.
Últimos años en África y legado de una perra soldado
En 1948, Williams y Judy viajaron a África Oriental para participar en un proyecto agrícola de cultivo de cacahuetes. Conseguir permisos para la perra fue complicado y hasta generó titulares, pero finalmente pudo acompañarlo. Allí tuvo su última camada, lejos ya del humo de los cañoneros y de las alambradas.
En 1950, en la región de Nachingwea, le diagnosticaron un tumor mamario. Aunque fue operada, una infección de tétanos la dejó sin opciones. El 17 de febrero de ese año, con casi catorce años, fue sacrificada para evitarle más sufrimiento.
Fue enterrada envuelta en su pequeña chaqueta de la RAF y con sus medallas de campaña. Con el tiempo, su tumba se deterioró, pero décadas más tarde un proyecto local recuperó el memorial. Su collar y la Medalla Dickin fueron donados al Museo de la Guerra británico, donde se muestran en una exposición dedicada a los animales que participaron en conflictos armados.
Libros, artículos y documentales han contado su historia una y otra vez. Judy se ha convertido en uno de esos personajes inesperados que resumen, con fidelidad canina, lo que significó la guerra para millones: peligro, hambre, coraje, lealtad y una capacidad asombrosa para sobrevivir a lo que parecía imposible. Su número, el 81A, sigue recordando que no todos los héroes llevaban botas.
Vídeo: “La PERRITA que fue PRISIONERA de GUERRA ⚔️ (Judy)”
Fuentes consultadas
- Wikipedia. (2025). Judy (perra). Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Judy_%28perra%29
- Sanz, J. (2013, 10 enero). Judy, el único perro reconocido como prisionero de guerra. Historias de la Historia. https://historiasdelahistoria.com/2013/01/10/judy-el-unico-perro-reconocido-como-prisionero-de-guerra
- PDSA. (s. f.). Judy – Dickin Medal. PDSA. https://www.pdsa.org.uk/what-we-do/animal-awards-programme/pdsa-dickin-medal/judy
- Muñiz, F. (2025, 17 noviembre). Medalla Dickin: la historia de los animales condecorados. El café de la Historia. https://www.elcafedelahistoria.com/medalla-dickin-historia-animales-condecorados/
- Elío, J. (2018, 28 agosto). La perrita que se convirtió oficialmente en prisionera (y heroína) de guerra. El Español. https://www.elespanol.com/social/20180828/perrita-convirtio-oficialmente-prisionera-heroina-guerra/333717245_0.html
- The National Archives. (s. f.). Judy, the only dog registered as a prisoner of war. The National Archives. https://www.nationalarchives.gov.uk/explore-the-collection/stories/judy-the-only-dog-registered-as-a-prisoner-of-war/
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






