Madrid, finales del siglo XX. Las redacciones hierven, los teléfonos escupen pitidos agudos, los titulares se redactan a toda prisa y los corazones laten al ritmo frenético del drama nacional. ¿La causa? Una noticia tan impactante como conmovedoramente trágica: el periodista José Luis Martín Prieto ha sido secuestrado por ETA. O eso se creía. O más bien, eso se quería creer. Porque en el periodismo, como en el amor, hay veces que la pasión nubla el juicio.
Y vaya si se nubló.
Todo empezó con la misteriosa desaparición del citado periodista, rostro y pluma conocida en las tertulias de sobremesa y las columnas con ínfulas de oráculo. No volvió a casa. No avisó. No dio señales de vida. En otras palabras: hizo lo que en el imaginario colectivo del varón ibérico de mediana edad equivale a «irse a por tabaco».
Pero en pleno clima de tensión con el conflicto vasco en plena ebullición, nadie imaginó que el asunto pudiera ser tan mundano. No. Era mucho más mediático que eso: ETA le había secuestrado.

El pánico: cuando el patriotismo se mete en la redacción
La alarma sonó pronto. A las primeras luces del día, como si de una revelación bíblica se tratase, Luis del Olmo — tótem radiofónico, voz solemne, porte eclesiástico— anunció entre suspiros y pausas dramáticas que José Luis Martín Prieto estaba desaparecido.
Y no era una desaparición cualquiera. No. Era de las buenas, de las que traen audiencia, anunciantes felices y titulares a dos columnas. El periodista se había esfumado del mapa. Las piezas encajaban, o al menos se forzaban a encajar: Prieto era un comentarista feroz contra los nacionalistas vascos; ETA tenía un historial conflictivo con la prensa; España vivía su enésima crisis de nervios.
La mezcla era perfecta para una exclusiva con fondo patriótico.
En cuestión de minutos, como si alguien hubiese gritado “¡Jamón ibérico gratis!”, se presentó media cúpula del poder institucional en el domicilio de la esposa del “secuestrado”. Desde el ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja —campeón olímpico en caras de funeral— hasta Baltasar Garzón, juez estrella y abonado a cualquier causa de alto voltaje mediático. También desfiló Gómez de Liaño, otro magistrado con querencia por el foco. Todos querían dejar constancia de su solidaridad.
Que el enemigo no diga que no nos importan los nuestros.
Una rubia, un hotel y un teléfono
Mientras tanto, el bueno de Martín Prieto se encontraba… cómo decirlo… de retiro espiritual.
Aunque no exactamente en un convento. Según narró con magistral desparpajo Elvira Lalana, corresponsal de Egin en Madrid, el periodista había abandonado su casa a las dos de la tarde del día anterior en compañía de una dama descrita como “joven, alta y rubia”. Una descripción digna de novela de aeropuerto.
El destino del enigmático dúo no fue otro que un hotel cercano. No las montañas de Mondragón, no un zulo con barrotes de herrumbre y colchón de esparto, sino un hotel con todas las comodidades que la tarjeta de crédito puede comprar. Un secuestro de lo más confortable, vamos.
El esperpento alcanzó cotas valleinclanescas cuando, hacia las diez menos cuarto de la mañana siguiente, el propio Prieto —con la tranquilidad de quien pide una pizza— telefoneó a la redacción de El Mundo para solicitar el número de una secretaria. No el de su esposa, no el de la Guardia Civil, no el de su abogado. Una secretaria.
Media hora después, repitió la llamada. Otro número. Otro asunto. Otro clavo más en el ataúd de la teoría del secuestro. A esas alturas, ya había quien empezaba a olerse el percal, pero la maquinaria ya estaba en marcha.
Nadie quería ser el primero en reconocer que quizá, solo quizá, se habían precipitado un poco.
Del drama a la farsa en doce horas
Luis del Olmo, que aún no descartaba del todo la teoría de que ETA tuviera secuestrado al periodista en el minibar de un hotel con vistas a la Castellana, empezó a titubear. Pero el “secuestrado” había prometido —¡lo prometía por intermediarios!— que llamaría a su esposa para desmentir el secuestro. No lo hizo. Porque, como bien resumió Lalana con una elegancia sarcástica que bien merece una calle, “por esas circunstancias de la vida que uno no debe poder contar, el telefonazo se demoraba para aumentar la confusión general”.

A mediodía, ya todo el mundo sabía que Martín Prieto no estaba en manos de ETA, sino de algo mucho más peligroso: una señora rubia con tiempo libre y cero interés en la política antiterrorista. Pero nadie, absolutamente nadie, encontraba la manera de salir del berenjenal sin perder la poca dignidad que aún les quedaba tras haber activado medio aparato del Estado.
Un episodio para los anales del esperpento mediático
La anécdota, que hoy parece un episodio de Vergüenza, fue entonces un terremoto en toda regla. Porque, aunque parezca mentira, hubo lágrimas, lamentos, titulares en rojo y portadas que se redactaron en caliente y se congelaron en la, redundancia mediante, vergüenza.
Martín Garitano, desde su columna en Egin, no dejó títere con cabeza. Con sorna afilada y sin necesidad de levantar la voz, retrató la escena como solo puede hacerlo alguien que ha visto demasiadas veces el teatrillo del poder: “Los buenos amigos del colega, cegados por la solidaridad y el afán de protagonismo, no contaron con la posibilidad de que Martín Prieto hubiera preferido engrosar la larga lista de los que marcharon a por tabaco y volvieron a los tres días, con la camiseta del revés, embriagados de perfume barato, la sonrisa en los labios y el mundo por montera”.

Y ahí quedó todo. Sin dimisiones, sin mea culpas, sin editoriales autocríticos. Como si no hubiese pasado nada. Como si la nación entera no hubiera sido testigo de un vodevil monumental. Porque, en el fondo, a todos les encantó. Era una buena historia. Una historia que tenía de todo: política, sexo, misterio, jueces con toga y periodistas de prestigiosa pluma. Solo le faltaba un ovni aterrizando en Ávila.
Y si no fuera porque está documentado hasta el delirio, parecería mentira. Pero fue real. Muy real. Tan real como que todavía hay quien recuerda ese día como el que el periodismo español se dejó secuestrar… por sus propias ganas de épica.
El asunto del falso secuestro en vídeo
Fuentes consultadas
- El País. (1996, 30 de octubre). La rocambolesca “desparición” de Martín Prieto. El País. https://elpais.com/diario/1996/10/30/sociedad/846630014_850215.html
- Tiempo de Hoy. (2007, 28 de diciembre). Falsos secuestros: ETA como coartada. Tiempo. https://www.tiempodehoy.com/espana/falsos-secuestros-eta-como-coartada
- Naiz. (2024, 29 de octubre). Ridículo general: Martín Prieto no estaba secuestrado, estaba de parranda. Naiz / Artefaktua. https://www.naiz.eus/es/2024/20241029/la-manana-en-la-que-el-periodismo-espanol-se-cubrio-de-gloria
- Muñiz, F. (2025, 14 de agosto). David Manning: el crítico que nunca existió y puso en jaque a Hollywood. El Café de la Historia. https://www.elcafedelahistoria.com/david-manning/
- Fortea, D. (2022, 13 de junio). Historias de la radio: El falso secuestro de MP [Podcast de audio]. Onda Cero. https://www.ondacero.es/podcast/programas/mas-de-uno/historias-radio/historias-radio-falso-secuestro_2022061362a711e4f1a9b0e4f269251d.html
- Servimedia. (1996, 29 de octubre). Martin Prieto. La familia asegura que Martín Prieto está localizado y se encuentran bien. Servimedia. https://www.servimedia.es/noticias/martin-prieto-familia-asegura-martin-prieto-esta-localizado-encuentran-bien/1410927499
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






