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Congo: el chimpancé que conquistó el arte abstracto

Hay historias que dejan a cualquiera con la boca abierta, y esta es una de ellas. Imaginen que un mono, un chimpancé pintor, pueda despertar el asombro de genios como Pablo Picasso o Salvador Dalí. Parece sacado de una comedia surrealista, pero es una realidad que ocurrió en el siglo pasado. ¿Su protagonista? Congo (1954 – 1964), un simio que, entre trazos y manchas de colores, dejó una huella indeleble en la historia del arte.

A continuación les explicamos la asombrosa historia de Congo, el chimpancé pintor.

Los primeros trazos: de las sombras a las pinceladas

Todo comenzó con la curiosidad científica y una pregunta que aún suena a filosofía barata de barra de bar: ¿La creatividad se lleva en los genes o se cultiva con la práctica? En los años 50, el etólogo Desmond Morris, conocido por su habilidad para observar comportamientos animales, decidió darle a un joven chimpancé papel, pincel y pintura.

Desde ese momento, Congo, de dos añitos, sería su lienzo viviente para explorar los misterios del arte.

Desmond Morris
Desmond Morris

Antes de Congo, otros científicos como Julian Huxley habían notado que algunos primates parecían fascinados por sus propias sombras. Huxley incluso teorizó que el origen del arte humano podría haber comenzado con el trazado de sombras. Sin embargo, experimentos posteriores con gorilas demostraron que estos solo dibujaban cuando había recompensas de por medio. En cuanto desaparecían las galletas, también lo hacía su interés por el arte.

Congo fue diferente desde el planteamiento inicial; Morris, decidido a evitar cualquier tipo de soborno alimenticio, dejó que el chimpancé explorara los materiales a su propio ritmo. El resultado: Congo no solo pintaba, sino que parecía tener una visión, un objetivo.

Su estilo, que algunos describieron como «lírico abstracto impresionista» (en román paladino, emborronaba lienzos sin parar a la vez que hacía cosas bonitas sin sentido aparente), mostraba simetría, equilibrio y una extraña tendencia a respetar los bordes del papel.

Congo, el chimpancé pintor
Congo, el chimpancé pintor

El genio precoz de Congo

A medida que Congo creció, también lo hizo su maestría artística. Al principio, sujetaba los pinceles con cuatro dedos, pero poco a poco, aprendió a usar el pulgar y el índice, logrando un control impresionante sobre sus herramientas. Cuando pintaba, su concentración era absoluta: inclinaba el cuerpo hacia el papel, movía sólo el brazo y emitía leves sonidos guturales, como si estuviera canturreando una sinfonía invisible.

Por supuesto, no todo eran momentos de inspiración divina. A veces, Congo tenía sus días malos, mezclaba todos los colores y convertía el taller en una escena digna de una guardería en pleno campeonato de lanzamiento de témperas. Morris, que además de científico era una persona muy paciente, adoptó el papel de asistente artístico, mojando los pinceles y pasándoselos para evitar desastres cromáticos.

Congo, el chimpancé pintor
Congo

Un experimento clave reveló el genio de Congo. Cuando se le daban hojas en blanco, concentraba sus trazos en el centro, dibujaba líneas radiales y respetaba los bordes como un diseñador gráfico profesional. Si las hojas tenían figuras geométricas, él interactuaba con ellas de forma intuitiva: dibujaba dentro de las grandes, sobre las medianas y, si eran pequeñas, simplemente las ignoraba. Una vez, Morris le retiró el papel mientras estaba pintando algo parecido a un ventilador. Cuando se lo devolvió, Congo retomó exactamente en el punto donde lo había dejado, como si dijera: “No vuelvas a interrumpir mi proceso creativo, insoportable humano”.

El salto a la fama

A los cuatro años, Congo ya había producido cientos de obras, y Morris decidió mostrar algunas en el programa de televisión Zoo Time. No pasó mucho tiempo antes de que los cuadros del simio empezaran a despertar el interés de los coleccionistas de arte. La élite artística estaba dividida: algunos veían en Congo una prueba de que el talento no era exclusivo de los humanos, mientras que otros muchos pensaban que todo era una broma altamente elaborada.

La polémica sólo sirvió para aumentar el interés. ¿Era Congo un artista o simplemente un ejecutor de patrones inconscientes? Mientras algunos críticos analizaban sus obras como si de un nuevo Mondrian se tratara, otros se preguntaban si la línea entre el arte y el azar no se estaba desdibujando más de la cuenta y se estaba llevando demasiado lejos el asunto.

Sea como sea, el nombre de Congo empezaba a resonar más allá de los círculos académicos.

En 2005, tres pinturas de Congo fueron subastadas en Bonhams, una prestigiosa casa de arte. Se esperaba que alcanzaran un valor de 1.300 dólares, pero fueron adjudicadas por la asombrosa cifra de 26.000 dólares. Howard Hong, un coleccionista californiano, fue el comprador y declaró que habría pagado el doble si hubiese sido necesario. “Cuando vi las pinturas, me llamaron la atención. Su estilo me recordó a las primeras obras de Kandinsky”, confesó Hong en una entrevista. “Lo único que lamento es que Congo nunca aprendiera a firmar sus cuadros”.

Del zoo al Olimpo del arte moderno

El impacto de Congo no se limitó a las salas de subastas. Su trabajo desató debates filosóficos, artísticos y científicos que siguen vigentes. Si un chimpancé puede crear arte que conmueva a los humanos, ¿qué significa realmente ser un artista? La pregunta, aunque aparentemente simple, tiene implicaciones profundas. Algunos críticos argumentaron que el arte de Congo demostraba que la creatividad no es exclusiva de nuestra especie, sino una capacidad compartida con otros seres vivos. Otros, más escépticos, sugirieron que lo que realmente apreciamos en estas obras es nuestra interpretación humana de sus trazos, un reflejo de nuestra búsqueda de conexión y significado en lo desconocido.

Congo, el mono pintor

Pablo Picasso, ese titán del cubismo que no se impresionaba fácilmente, quedó tan fascinado con la obra de Congo que no solo alabó su talento en diversas entrevistas, sino que llegó a colgar uno de sus cuadros en la pared de su casa en París.

Incluso Salvador Dalí, que nunca dejaba pasar un poco de notoriedad excéntrica, llegó a afirmar que Congo era “el verdadero humano”, mientras que Jackson Pollock, el famoso pintor abstracto, era “el animal”. Una declaración que podría interpretarse como un elogio o una broma, dependiendo del estado de ánimo del maestro ese día. Sin embargo, esa frase encapsula perfectamente el espíritu del debate: ¿qué separa al genio del azar? ¿Y al humano del animal?

Congo: el artista inmortal

Hoy, las pinturas de Congo están repartidas en colecciones privadas y museos, como un perenne recordatorio de que el talento puede surgir en los lugares más inesperados.

Quizás lo más fascinante de su historia no sea el hecho de que un chimpancé pudiera pintar, sino que sus obras lograran conmover, inspirar y desafiar nuestras ideas sobre el arte y la humanidad.


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Fuentes consultadas
acerca de Congo, el chimpancé pintor

The Telegraph ZSLWikipedia en inglés


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EL AUTOR

Fernando Muñiz

Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.

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