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Dennis Hope: el tipo que se hizo millonario vendiendo humo lunar

Un zapatero en paro levanta la vista… y conquista la Luna

En un planeta donde la gente paga por bautizar estrellas, apadrinar pingüinos o comprar títulos nobiliarios escoceses de pega, la historia de Dennis Hope no chirría: brilla. Y brilla tanto que se escapa de la atmósfera. Porque este tipo, estadounidense hasta la médula, consiguió lo que ni imperios, ni agencias espaciales, ni superpotencias han logrado jamás (con el permiso de Don Jenaro Gajardo): declararse propietario de la mismísima Luna. Con un par. Y con papeleo.

Todo comenzó a principios de los años 80. Dennis Hope, en paro y recién divorciado —combinación emocional tan explosiva como el napalm— buscaba una manera de rehacerse y, de paso, llenar el bolsillo. Hasta que un día, mirando la Luna con la mezcla de desesperación y lucidez que sólo da el abismo, se le encendió la bombilla: “¿Y si esa esfera blanca que todos miramos y nadie posee… está libre?”

El tratado que no vio venir a Dennis Hope

Hope, hombre de acción, decidió investigar. El Tratado del Espacio Exterior de 1967, firmado por decenas de países, prohíbe expresamente a los Estados reclamar soberanía sobre cuerpos celestes. Pero, ¡oh maravilla legal! No decía nada de particulares. Hope, con la precisión jurídica de Perry Mason y armado con la osadía y la picardía de un trilero del cosmos, decidió rellenar un formulario reclamando la propiedad de la Luna, Marte, Venus, Marte y hasta Io ,uno de los satélites de Júpiter.

Envió la solicitud a la Oficina del Registro de Tierras del Condado de San Francisco (California), una institución que, en principio, se ocupa de gestionar propiedades con coordenadas más humildes —pisos, parcelas, garajes— y no precisamente de cráteres lunares. Según el propio Hope, presentó allí una declaración de reclamación de propiedad sobre la Luna y otros cuerpos celestes el 22 de noviembre de 1980, junto con una carta dirigida al Gobierno de los Estados Unidos. El documento fue sellado por un funcionario del registro (algo que él interpretó como validación cósmica, aunque probablemente solo fuese un trámite rutinario), y de ahí surgió su autoproclamado título de «propietario legal» del satélite.

Sin acuse de recibo

En su cruzada notarial interplanetaria, Hope también envió copias de su reclamación al Consejo de Seguridad de la ONU y a la Embajada de la Unión Soviética en Washington D.C., notificando formalmente su «adquisición» de la Luna y demás planetas. Ninguna de las instituciones respondió, ni para confirmar ni para desmentir, lo que él entendió —en un optimista ejercicio de lógica creativa— como consentimiento tácito internacional.

Desde entonces, la existencia misma de aquella solicitud original ha adquirido el aura de un mito administrativo: algunos medios citan la fecha, otros mencionan el sello del condado, pero no hay registro público accesible que confirme que el documento se archivó oficialmente. De hecho, cuando periodistas y abogados han intentado localizar una copia en los archivos del condado, las autoridades locales no han encontrado constancia alguna.

Y sin embargo, esa ausencia de pruebas no ha frenado su narrativa: en su versión, la falta de respuesta de las potencias y de la ONU se tradujo en un silencio administrativo con efecto intergaláctico, que él elevó a categoría de derecho.

Cómo se monta una inmobiliaria lunar en tres pasos

Desde entonces, Hope ha levantado un imperio de papel —en el más literal y celulósico de los sentidos— vendiendo parcelas lunares a unos veinte dólares por acre, es decir, por cada 4.046 metros cuadrados de polvo cósmico y sueños. Un precio irrisorio si se considera que, según sus propias cifras (tan auditadas como los informes del Área 51), habría colocado más de 611 millones de acres en la Luna, 325 millones en Marte y 125 millones repartidos entre Venus, Io y Mercurio. La superficie total vendida equivaldría a más de cuatro veces la extensión de España, y sus presuntos compradores incluyen a Tom Hanks, George Lucas y los expresidentes Reagan, Carter y Bush Jr.: porque, si vas a inventarte clientes, al menos que brillen más que tus argumentos y, qué narices, entre tanta fantasía, nunca sobra un buen cameo de Tom Hanks.

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Por si el negocio inmobiliario interplanetario fuera poco, Hope fundó además el Gobierno Galáctico, con él mismo como “embajador jefe” y con una constitución, bandera y moneda propia, el Delta. Asegura que su gobierno mantiene “relaciones diplomáticas” con 30 países, lo que en la práctica se traduce en haberles enviado correos electrónicos sin que los metieran en spam. Según su retórica, este gobierno es el más rico del sistema solar, respaldado por un hipotético depósito de helio-3 lunar valorado en seis cuatrillones de dólares. En otras palabras, un emporio ficticio de humo lunar.

Propiedad en la Luna: sin ley, sin dueño y sin vergüenza

La historia, claro, se vuelve aún más pintoresca cuando uno rasca la superficie. El Artículo VI del Tratado del Espacio Exterior de 1967 establece que ninguna entidad privada puede realizar actividades en el espacio sin la autorización y supervisión de un Estado firmante, lo que convierte cualquier intento individual de apropiación en papel mojado… o mejor dicho en este caso, en polvo lunar sin título. Hope, por supuesto, jamás obtuvo permiso ni de Estados Unidos ni de ningún otro país, ni siquiera de la concejalía de urbanismo del Ayuntamiento de San Francisco. En consecuencia, su “propiedad” tiene el mismo valor legal que la escritura de un huerto en Mordor o un certificado de adopción de dragones, y lo que vende —según juristas espaciales y la propia ONU— no es más que humo.

Tampoco existe constancia documental de que su solicitud fuese aceptada, registrada o siquiera leída por alguna autoridad competente, ya sea la NASA, la ONU o el club de astronomía de su barrio. Lo único que Hope conserva es una copia mecanografiada de su petición, con erratas gloriosas y un tono entre notarial y delirante, que muestra orgulloso como prueba de su “gesta cósmica”. Y como aquel aquel texto nunca le fue devuelto con correcciones en rojo ni con la nota “revise su realidad”, en su particular universo burocrático, parece bastarle como sello de aprobación interplanetario.

Pero, ¿funciona?

Y sin embargo, el negocio ha funcionado. Desde 1980, Hope ha vendido millones de parcelas a entusiastas, románticos, frikis del espacio y a quienes simplemente querían regalar algo “original” por San Valentín. Incluso rechazó una supuesta oferta de 50 millones de dólares por el polo norte lunar porque, según dice, su objetivo es “democratizar el acceso al espacio”. Una especie de Elon Musk con máquina de escribir.

¿Y qué ha hecho la NASA al respecto? Nada. ¿Y la ONU? Tampoco. Porque nadie en su sano juicio se molesta en litigar contra alguien que vende tierra en Venus desde un apartamentito en Nevada.

El coleccionismo espacial: entre lo kitsch y lo jurídico

Y lo más delirante: Dennis Hope no está solo. Otros han intentado imitarle. Algunos, vendiendo estrellas; otros, territorios imaginarios en el ciberespacio; unos pocos, incluso parcelas en el infierno. Pero ninguno ha alcanzado su nivel de persistencia ni su talento para convertir un agujero legal en una mina de oro lunar.

Curiosamente, hay una persona que sí posee legalmente algo en la Luna: Richard Garriott, desarrollador de videojuegos y turista espacial, que compró en 1993 a los rusos el Lunokhod 2 —un robot lunar soviético— y su módulo de aterrizaje. Lo adquirió en subasta, como quien se lleva un reloj antiguo, pero con más cráteres. Es el único objeto lunar con propietario real y verificable, porque el resto —las banderas, los módulos del Apolo, las huellas de Neil Armstrong— siguen sin dueño.

Así que, mientras las agencias espaciales invierten miles de millones en volver a la Luna, Dennis Hope sigue enviando certificados de propiedad desde su despacho terrícola, como un notario intergaláctico con complejo de emperador romano. Lo fascinante no es que haya quien lo crea. Lo realmente alucinante es que haya quien pague.


Productos recomendados para profundizar y ampliar información sobre el asunto de la parcela en la Luna

Unreal Estate: The Men Who Sold the Moon — Virgiliu Pop: Investigación en inglés sobre los personajes y empresas que ofrecieron «bienes raíces» extraterrestres, incluyendo el caso de Dennis Hope. El libro reúne testimonios y contexto histórico sobre cómo surgieron esos negocios, y documenta campañas mediáticas y legales alrededor de la venta de parcelas en la Luna.


Who Owns the Moon?: And Other Conundrums of Exploring and Using Space — Cynthia Levinson & Jennifer Swanson: Título en inglés que explica, para público joven y general, los retos legales, políticos y técnicos sobre la explotación y propiedad del espacio —incluida la Luna—, con capítulos sobre leyes internacionales y dilemas actuales de la exploración espacial.


Fuentes consultadas

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