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La leyenda del club de las pajas escocés

En ese rincón escondido y fascinante del universo de las tradiciones más extravagantes aparece una historia que arremete contra los rígidos códigos de la moral victoriana, y lo hace, además, con un guiño burlón y chispeante.

La leyenda del llamado club de las pajas escocés se alza como un caso verdaderamente asombroso: una fusión insólita entre la celebración desenfrenada de la virilidad y la transgresión más descarada, tejida con audacia a lo largo del tiempo, dejando tras de sí un rastro de anécdotas tan caricaturescas como provocadoras.

Origen y leyenda

La génesis de este club se adentra en una leyenda teñida de recelos y murmuros bulliciosos: se cuenta que James V de Escocia, disfrazado o camuflado como viajero común, cruzaba los campos cuando una mendiga se ofreció a llevarle a cuestas por el arroyo conocido como Dreel Burn. Tras su auxilio, el rey le entregó una moneda de oro y ella, con una sonrisa cargada de picardía, le obsequió con una bendición poco convencional: “Que tu bolsa y tu brío no te fallen nunca”.

Ese aforismo —tan fácilmente confundible con un simple consejo vital pero cargado de audacia y dobles sentidos— se erigió en emblema para la fundación, hacia 1732, de la Antiquísima y Poderosísima Orden de la Bendición de la Mendiga (en los archivos bajo el nombre en inglés The Beggar’s Benison) —una hermandad cerrada y muy exclusiva que agrupaba a hombres de la alta sociedad escocesa.

La historia se cubre de un manto que mezcla misterio con descaro: tiene la solidez de una fábula y se aferra al folklore tanto como admite la escasez de fuentes rigurosas, pero precisamente esa mezcla de verdad velada y audacia retórica es lo que ha seducido tanto a historiadores curiosos como a lectores aficionados al escabroso pasado.

Rituales y celebraciones

Los miembros de este club tan… singular no se limitaban a exhibir sus privilegios como quien ostenta una corona o un cabrito en la lumbre; no, la celebración de la masculinidad tomaba la forma de un ritual cuidadosamente confeccionado para mezclar la algarabía festiva con actos que al ciudadano medio le resultarían —y le siguen resultando— escalofriantemente osados. En aquellos encuentros, capaces de rivalizar en intensidad viril con cualquier epopeya literaria de sobremesa, se llevaban a cabo actividades de índole libidinoso-festiva sin medias tintas. Entre ellas, una copiosa ingesta de manjares y vinos que parecía preludio de lo que vendría.

club de las pajas escocés

En ese ambiente, la exaltación de la hombría incluía tanto el clásico desfile con jóvenes y bellas concubinas (sí, también lo eran) como, para sorpresa de quienes creían que ya lo habían visto todo, competencias explícitas de erecciones y masturbaciones colectivas. Una de las prácticas más célebres —y acaso la más disparatada— fue el prototipo del llamado “juego de la galleta”. En este ritual, el clímax de la celebración consistía en una eyaculación en grupo sobre un plato metálico: acto simbólico de pertenencia y reto iniciático para los nuevos miembros.

La ironía, claro, radica en la fusión de lo grotesco y lo sublime: la exaltación del cuerpo masculino llevada a extremos carnavalescos, un festín de lo prohibido donde el humor se mezcla con la transgresión, y donde la aristocracia, colmada de etiqueta y decoro, se desprendía de sus velos con fruición sorprendente.

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La expansión y la élite participante

Aunque el epicentro de estas reuniones estaba en la pintoresca localidad de Anstruther —esa joya costera a orillas del Firth of Forth que uno nunca imaginaría como escenario de bacanales aristocráticas— la fama, o más bien el discreto murmullo complicario, del club trascendió pronto sus bordes. Con el tiempo, surgieron sucursales en ciudades tan emblemáticas como Glasgow y Edimburgo, lo que indica que no se trataba de una curiosidad aislada, sino de una moda que atrapó a la élite deseosa de evadirse de la rigidez social a golpe de ritual y hedonismo.

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La membresía correspondía, casi en su totalidad, a aristócratas, músicos de alto vuelo, abogados con toga y fortuna, es decir, a figuras de respetabilidad pública que, sin embargo, dejaban a un lado las solemnidades para entregarse con fruición a lo que rozaba lo subversivo. Pero no acababa ahí: incluso miembros de la realeza —escocesa y inglesa— hacían acto de presencia en estas veladas; una especie de sello de distinción que insinuaba que la transgresión, cuando se lleva con el porte adecuado, puede convertirse en rito iniciático de la más selecta sociedad.

Influencia cultural y legado perdurable

La trascendencia de aquella curiosa asociación no se limita a los fríos anales de la historia. Lejos de quedar relegada a la penumbra de archivos polvorientos, la Antiquísima y Poderosísima Orden de la Bendición de la Mendiga ha sido fuente de inspiración para diversas manifestaciones culturales a lo largo de los siglos. Obras literarias y artísticas han encontrado en sus relatos un terreno fértil para explorar la ambigüedad entre el exceso y la elegancia, lo sublime y lo burdo, la deseada transgresión y el decoro aparente.

Del mismo modo, el espíritu festivo, irreverente y desinhibido que caracterizó a esta antigua orden ha sembrado la semilla de lo que se conocen como “clubs de la paja”. Se trata de locales o asociaciones, repartidas por varios rincones del mundo, que aún conservan —aunque de forma mucho más moderada— la tradición de celebración del cuerpo, del ritual de la virilidad y de la transgresión de tabúes. En estos espacios, la búsqueda del placer, el reconocimiento social y la escapatoria de lo convencional siguen conviviendo —sin el garbo aristocrático del siglo XVIII, pero con el mismo trasfondo de liberación.

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Esa dualidad —entre la exaltación de una virilidad desbordada y el reconocimiento irónico de una decadencia que roza lo absurdo— ofrece un interesante campo de reflexión sobre la naturaleza de los rituales sociales. Y, paradójicamente, nos lleva a contemplar cómo, en una época marcada por el recato, lo prohibido pudo convertirse en emblema de estatus. No deja de resultar irónico que la búsqueda del placer y la liberación de las convenciones, en manos de la alta sociedad, haya adoptado la forma de un rito tan desenfadado como sorprendente.

Clubes contemporáneos y repercusiones

Resulta fascinante constatar que, a pesar de que la Antiquísima y Poderosísima Orden de la Bendición de la Mendiga dejó de existir en 1836, su esencia persistió como eco en formas más modernas y disfrazadas. Los llamados “clubs de la paja” actuales —aunque carecen del rito casi carnavalesco y ritualizado de sus predecesores— mantienen vivo el espíritu de celebración de la identidad masculina y la transgresión de lo convencional, invitando a una reflexión sobre los límites del placer y de la moralidad.

Además, la existencia de un segundo club, escindido de aquella antigua orden, añade un matiz fascinante a la historia: su surgimiento sugiere que el relato no se cerró con una firma ni un brindis final, sino que la memoria continúa ramificándose. Este subgrupo, cuyo devenir aún está por desvelarse, promete seguir explorando ese delicado juego entre el decoro aristocrático y la efervescencia libidinosa que definió a una de las asociaciones más peculiares del imaginario colectivo.


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Fuentes consultadas

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