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Charles Garland: el heredero que rechazó un millón de dólares y acabó inventando a los hippies

Hay decisiones que definen una vida: aceptar una herencia millonaria o montar una comuna con amor libre y gallinas. Charles Garland, el protagonista de esta tragicomedia con tintes soviéticos y aroma a heno mojado, eligió lo segundo. No porque odiara el dinero—eso lo acabó demostrando tarde y mal—sino porque, como buen idealista de principios del siglo XX, creía en el socialismo, la justicia y la posibilidad de cambiar el mundo desde una granja. Y lo único que cambió fue su estado civil y su cuenta bancaria.

De cuna de oro al taller mecánico

Charles Garland nació un 26 de junio de 1899, justo cuando el siglo XX estiraba los músculos y se preparaba para una larga serie de conflictos, revoluciones y modas cuestionables. Su cuna no era de madera de roble ni de pino barato, sino de billetes bancarios bien doblados: su abuelo, James Albert Garland, fue vicepresidente del First National Bank de Nueva York. A la muerte del patriarca en 1900, una cascada de dividendos y acciones ferroviarias cayó sobre la familia como una lluvia de bendiciones capitalistas.

Pero como toda saga familiar que se precie, los Garland no eran inmunes al drama. El padre de Charles, James Albert Garland Jr., falleció de neumonía en 1906. El testamento establecía una mecánica de herencia que parecía diseñada por Kafka: la madre disfrutaría del patrimonio hasta su muerte… a no ser que se volviera a casar. Y claro, en 1912, la buena señora decidió que necesitaba compañía, lo cual hizo que los fondos quedaran en cuarentena hasta que los niños alcanzaran la mayoría de edad.

Un millón en la mano y socialismo en el bolsillo

En 1920, con apenas 21 años, Charles se encontró en la línea de salida con un millón de dólares esperando ser reclamados. Pero en vez de correr hacia ellos como cualquier heredero sensato haría, Garland se plantó, cruzó los brazos y soltó una bomba ideológica. No aceptaría el dinero. ¿Por qué? Porque no creía en la propiedad privada, decía. Porque él no lo había ganado. Porque el sistema era injusto. Porque le dio la gana.

El joven declaró a la prensa que prefería ganarse la vida como mecánico de coches. Imaginemos por un momento al periodista tomando notas mientras el joven heredero, con el pelo peinado con raya y mirada decidida, anunciaba que cambiaría el despacho en el banco por la grasa del taller.

Upton Sinclair: el Pepito Grillo del capitalismo redimido

Enterado del escándalo, el escritor y activista Upton Sinclair—autor de “La jungla” y azote de los industriales sin escrúpulos—vio una oportunidad de oro para transformar el gesto en un acto político útil. Si Garland no quería el dinero, bien podría usarlo para financiar la revolución (o al menos su versión literaria y sindicalista).

Sinclair le propuso un trato: aceptar el millón, sí, pero con condiciones. Donarlo, en cómodos plazos de 100.000 dólares, a instituciones progresistas como The Liberator, The Daily Worker, la Intercollegiate Socialist Society, la American Civil Liberties Union o incluso a movimientos antimilitaristas. Una especie de crowdfunding ideológico avant la lettre. Garland, probablemente abrumado por tanta lógica socialista, lo meditó.

De revolucionario idealista a millonario práctico

Dos años más tarde, en 1922, Garland dio un inesperado volantazo narrativo: aceptaría la herencia. ¿Motivos? No los explicó. Quizá fue la presión, o tal vez se cansó de cambiar bujías. Lo cierto es que el dinero se canalizó hacia el llamado Garland Fund, con un propósito tan loable como etéreo: ayudar a las minorías “sin distinción de raza, credo o color”. Sonaba bien, y efectivamente, el fondo acabaría financiando luchas sociales, aunque nunca al ritmo revolucionario que soñaban los Sinclair y compañía.

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Eso sí, Garland no quería fama. Ni estatuas, ni calles con su nombre. Solo quería soltar el dinero y largarse.

Amor libre, granjas colectivas y adulterio con multa

Y aquí empieza la parte realmente jugosa del relato. Tras separarse de su esposa, Charles decidió que lo suyo no era el capitalismo ni el matrimonio convencional, sino la vida rural, el cultivo de patatas y el amor sin etiquetas. Fundó dos comunas agrícolas en Massachusetts y Pensilvania, conocidas como April Farm, aunque la prensa sensacionalista pronto las rebautizó como “las granjas del amor”.

Charles Garland

¿Y qué se hacía en estas comunas? Pues se discutía sobre Bakunin, se plantaban tomates y, según los rumores, se practicaba sexo con una libertad que escandalizaría a la Familia Manson. Garland vivía con varias mujeres, una de las cuales, Bettina Hovey, le dio tres hijos. El problema era que aún estaba legalmente casado con su primera esposa, Mary. Resultado: juicio por adulterio, multa de 500 dólares y dos meses en la cárcel.

De la granja al anonimato (con escala en Moscú)

Después del escándalo, Charles decidió que ya estaba bien de líos. En 1930 abandonó April Farm y se la regaló a uno de los miembros más entusiastas del colectivo, un tal Richard Holt. Como quien dona un sofá usado, pero con más hectáreas. Luego, se casó legalmente con Ursula Feist, otra de las comuneras, y con ella tuvo un hijo.

La pista de Garland se vuelve entonces difusa, casi fantasmal. Algunos registros lo sitúan en 1932 trabajando como obrero en una fábrica de automóviles en la Unión Soviética. Lo cual, por cierto, tiene todo el sentido si uno sigue su lógica vital.

En 1941, cuando el Garland Fund se disolvió se le devolvieron unos humildes 2.000 dólares. Nada mal para alguien que había desechado un millón. Por entonces vivía con Ursula y sus cuatro hijos en Nueva York, trabajando como maquinista. Más tarde, como si quisiera cerrar el círculo de su existencia pastoral, se retiró a una granja en New Hampshire.

Charles Garland murió en 1974, lejos de los focos, los titulares y las comunas libertarias. Sin embargo, su vida quedó como una nota a pie de página fascinante, absurda y profundamente americana.


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La jungla (Polifonías)
  • Sinclair, Upton(Autor)

Fuente: wikipedia

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