El ataque a Pearl Harbor suele narrarse como un estallido repentino de bombas, humo y sirenas que rompe una mañana de domingo casi perezosa. Pero, como acostumbra a ocurrir en la historia, lo que estalla ese día es solo el último capítulo de una trama escrita bastante antes. Quien se acerque a aquel episodio esperando únicamente ruido de explosiones descubre, en realidad, un cóctel muy humano de miedo al aislamiento, obsesión por los recursos, burocracias convencidas de su infalibilidad y una generosa ración de autoengaño diplomático entre casi todos los actores.
Entre medias, se gestó uno de los golpes militares más audaces del siglo XX… y, simultáneamente, uno de los más errados desde el punto de vista estratégico.
Un domingo en Hawái que parecía anodino… y acabó siendo decisivo
La mañana del 7 de diciembre de 1941 en Oahu no apuntaba a epopeya. Era domingo; la radio hablaba de fútbol americano, en las casas asomaba olor a café recién hecho y en la base naval de Pearl Harbor reinaba una relajación de guardia que a posteriori resultó excesiva.
En el puerto descansaban los ocho acorazados de la Flota del Pacífico, acompañados de cruceros, destructores y otros buques de apoyo: cerca de un centenar de naves en total. En los aeródromos se concentraban unos 390 aviones del Ejército y la Marina estadounidenses, muchos colocados muy juntos para facilitar su vigilancia, detalle que terminó jugando en su contra cuando llegó el momento.
A las 7:48, el cielo empezó a llenarse de aviones inesperados. El ataque japonés se desarrolló en dos oleadas, con más de 350 aparatos entre cazas, bombarderos en picado y bombarderos torpederos. Habían despegado de seis portaaviones que avanzaban silenciosos por el norte del Pacífico, camuflados por un mal tiempo que parecía haberse sumado a la operación.
En menos de dos horas, Pearl Harbor quedó sumida en una mezcla irrespirable de fuego, humo y acero retorcido. Estados Unidos sufrió más de dos mil cuatrocientas muertes, alrededor de mil doscientos heridos, cerca de dos centenares de aviones destruidos y una veintena de barcos hundidos o gravemente dañados. Japón perdió una treintena de aviones, cuatro minisubmarinos y sesenta y cuatro hombres.
Tácticamente, el ataque parecía brillante. Políticamente, fue el regalo inesperado para el presidente Roosevelt, que al día siguiente calificó el 7 de diciembre como «una fecha que vivirá en la infamia» y consiguió sin esfuerzo el apoyo del Congreso para entrar de lleno en la guerra.
Por qué Japón decidió jugárselo todo a una sola jugada
El conflicto entre Japón y Estados Unidos no nació de la improvisación. Desde los años veinte, los estrategas de Tokio y Washington contemplaban posibles choques de intereses en mapas llenos de anotaciones. Pero las tensiones estallaron de verdad tras la invasión de Manchuria en 1931 y, sobre todo, con la expansión japonesa en China a partir de 1937, que dejó episodios tan brutales como la masacre de Nankín o el hundimiento del USS Panay.

Japón avanzaba por Asia guiado por una mezcla de ambición imperial, necesidad de recursos y cierta sensación de destino geopolítico. El país dependía del petróleo exterior y sin él su máquina militar era inviable. Por eso ocupó la Indochina francesa en 1940, empujando a Estados Unidos a cortar el suministro de material bélico y combustible de aviación.
El punto de no retorno llegó en julio de 1941 con el embargo petrolífero estadounidense. Japón dependía en torno a un ochenta por ciento del crudo que importaba de aquel país, así que el mensaje era claro: o aseguraban nuevas fuentes en regiones como las Indias Orientales Neerlandesas, o su capacidad militar se apagaría en cuestión de meses.
Sobre la mesa había dos caminos: renunciar a su expansión o lanzarse hacia el sur confiando en un golpe preventivo que impidiera a Estados Unidos reaccionar a tiempo. Eligieron el segundo, probablemente porque siempre resulta más fácil justificar una ofensiva audaz que una retirada estratégica.
Yamamoto, el almirante que dudaba del éxito de su propio plan
El artífice del ataque fue el almirante Isoroku Yamamoto, jefe de la Flota Combinada. La paradoja es notable: era uno de los oficiales menos convencidos de que Japón pudiera derrotar a Estados Unidos.
Había vivido en el país, estudiado allí y conocía bien el potencial industrial norteamericano. Sabía que una guerra larga solo tenía un desenlace posible. Llegó a advertir de que podría ofrecer un par de años de victorias espectaculares, pero después llegaría la fuerza de los astilleros y las fábricas estadounidenses.
Aun así, si la guerra era inevitable, defendía que la única posibilidad de éxito pasaba por un golpe inicial tan contundente que obligara a Estados Unidos a negociar. De ahí nació la idea de atacar Pearl Harbor y paralizar temporalmente a la Flota del Pacífico.
El Estado Mayor japonés recibió el plan con recelo: era arriesgado, consumía demasiados recursos y exigía movilizar seis de los diez portaaviones disponibles. Yamamoto envió a su hombre de confianza, Kameto Kuroshima, para defender la propuesta y, cuando la resistencia continuó, puso sobre la mesa su renuncia. Nadie quiso prescindir del almirante más respetado de la Armada, así que el plan salió adelante.
La Kidō Butai: un puño naval que avanzó sin hacer ruido
La fuerza encargada de materializar el ataque fue la Kidō Butai, la agrupación de portaaviones de élite de la Marina Imperial, entonces la más poderosa del mundo en su categoría.
Estaba formada por seis portaaviones —Akagi, Kaga, Sōryū, Hiryū, Shōkaku y Zuikaku— acompañados por acorazados, cruceros, destructores, submarinos y buques de apoyo logístico. Embarcaban más de cuatrocientos aviones, de los cuales alrededor de trescientos sesenta participaron en la operación.
La flota zarpó a finales de noviembre envuelta en un sigilo casi obsesivo. Se impuso silencio absoluto en radio, se escogió una ruta alejada de los circuitos habituales y se aprovechó un temporal que les sirvió de cobertura natural. En cubierta, los pilotos repetían maniobras sin descanso y estudiaban fotografías aéreas de Pearl Harbor que transformaban el ataque en una especie de juego técnico perfectamente ensayado.
El plan incluía, además, una pieza digna de novela: cinco minisubmarinos con dos tripulantes cada uno debían infiltrarse en el puerto antes de los aviones para aportar más caos y confusión con sus torpedos.
7 de diciembre de 1941: dos golpes certeros y un susto inesperado
La primera oleada japonesa se aproximó aprovechando las limitaciones del radar estadounidense y, sobre todo, la poca confianza que se tenía entonces en aquella tecnología incipiente. Cuando una estación detectó un eco enorme, se interpretó sin demasiadas dudas que se trataría de un grupo de bombarderos propios que llegaban desde el continente.
A las 7:48, la primera oleada —unos ciento ochenta aviones— se abalanzó sobre los acorazados y aeródromos. Los torpederos atacaron la línea de acorazados con torpedos modificados especialmente para aguas poco profundas, mientras los bombarderos en picado y los cazas sembraban el caos en tierra. La segunda oleada, casi tan numerosa, remató el ataque.
El balance fue devastador. Cuatro de los ocho acorazados se hundieron y el resto quedaron dañados. El caso más dramático fue el del USS Arizona, que explotó tras recibir una bomba que hizo estallar la santabárbara, matando a más de un millar de hombres en un instante. Otros buques, como el Oklahoma, volcaron después de recibir varios impactos.
En total, entre dieciocho y veintiún barcos quedaron hundidos o encallados, y más de doscientos aviones fueron destruidos o gravemente dañados, muchos alineados en tierra como si hubieran estado posando involuntariamente para un catálogo de objetivos.
Pero en medio de aquella aparente victoria surgió un contratiempo decisivo para Japón: los portaaviones estadounidenses no estaban allí.
Los grandes ausentes: los portaaviones que escaparon al ataque
Aunque Pearl Harbor había sido escogida para desactivar a la Flota del Pacífico, los portaaviones, auténticos corazones de la nueva guerra naval, estaban lejos de casa ese día.
El Enterprise se encontraba en el mar tras trasladar aviones a la isla de Wake; el Lexington navegaba rumbo a Midway; y el Saratoga permanecía en la costa oeste sometido a mantenimiento.
La ironía es evidente: Japón lanzó un ataque espectacular destinado a dejar ciega a la Marina estadounidense y terminó dejando intacto justo el arma que precipitaría su derrota unos meses después. Mucho estruendo, muchas imágenes impactantes, pero el núcleo de la futura ofensiva norteamericana siguió en pie.
Tampoco se atacaron los astilleros, los depósitos de combustible ni las instalaciones de mando y reparación de la base. Aquellas instalaciones serían esenciales para reflotar buques, reparar otros y preparar las campañas que culminarían en batallas como la de Midway, donde Japón perdería cuatro portaaviones en apenas unos días.
Los minisubmarinos y el primer prisionero japonés de la guerra
Mientras los aviones sembraban la destrucción en superficie, cinco minisubmarinos se adentraban en la historia por la puerta lateral. La misión era peligrosa y, como se demostró, casi imposible: infiltrarse en el puerto, lanzar torpedos y destruir algún buque importante.
Varios de ellos encallaron o fueron detectados antes de cumplir su objetivo. El HA-19 se convirtió, sin pretenderlo, en protagonista de una de las anécdotas más llamativas del ataque. Su tripulante, el alférez Kazuo Sakamaki, trató de cumplir la misión con el girocompás averiado, chocó varias veces contra los arrecifes y terminó en la costa de Oahu. Allí fue capturado tras intentar alcanzar la orilla a nado.
Sakamaki se convirtió en el primer prisionero de guerra japonés capturado por Estados Unidos durante el conflicto. En Japón, su nombre fue borrado de los homenajes oficiales: no encajaba demasiado bien como ejemplo de sacrificio nacional un joven oficial que empezaba la guerra naufragando.
El minisubmarino, prácticamente intacto, fue recuperado y exhibido en campañas de bonos de guerra por Estados Unidos. Hoy permanece en un museo como recordatorio incómodo de que incluso los planes mejor trazados tienen un talento especial para torcerse.
Cifras, daños y una victoria que escondía problemas
Si se observa el ataque desde una perspectiva exclusivamente militar, fue un éxito táctico evidente:
- Más de dos mil cuatrocientos muertos y cerca de mil doscientos heridos.
- Entre dieciocho y veintiún barcos hundidos o inutilizados temporalmente.
- Cerca de doscientos aviones destruidos y más de ciento cincuenta dañados.
Las pérdidas japonesas resultaron muy reducidas en comparación. Sin embargo, el impacto estratégico fue devastador para el propio Japón. Hasta entonces, Estados Unidos había mantenido una postura de no intervención muy firme. Tras el ataque, esa actitud se evaporó de inmediato.
El 8 de diciembre, el Congreso declaró la guerra con un apoyo abrumador. Pocos días después, Alemania e Italia hicieron lo mismo contra Estados Unidos, cerrando el círculo y confirmando la entrada de la mayor potencia industrial del planeta en el conflicto mundial.
Japón destruyó acorazados, sí, pero también consiguió unir a un país entero bajo la idea de derrotarlo.
Lo que Japón no bombardeó: depósitos, astilleros y el porvenir de la guerra
Una pregunta recurrente entre los historiadores es por qué Japón no lanzó una tercera oleada contra los depósitos de combustible, los astilleros y las instalaciones de reparación. Allí se almacenaba el combustible que la Marina estadounidense necesitaba para operar en el Pacífico. Allí también se repararían los buques dañados que luego volverían al combate.
Los motivos apuntan a una mezcla de prudencia, miedo y cálculo limitado. No se conocía la posición exacta de la flota estadounidense, se temía un contraataque y la posibilidad de perder uno o más portaaviones se consideraba inaceptable. La retirada tras la segunda oleada garantizó la supervivencia japonesa… pero también la recuperación acelerada de su enemigo.
De base atacada a símbolo: Pearl Harbor hoy
Con el paso del tiempo, Pearl Harbor ha pasado de ser un simple lugar atacado a convertirse en un icono cargado de significados contrapuestos. Para Estados Unidos es el punto de inflexión que marcó su entrada decidida en la guerra; para Japón, un recordatorio de los peligros de confundir audacia con temeridad.
En el puerto reposan aún los restos del USS Arizona y del USS Utah, convertidos en tumbas de guerra. Sobre el Arizona se levantó un memorial al que acuden cada año miles de visitantes, muchos de ellos descendientes de las víctimas.
Hoy la base es, al mismo tiempo, instalación militar y espacio histórico. Sus museos, recorridos y exposiciones condensan las luces y sombras del siglo pasado: avances tecnológicos, tragedias humanas, fervor patriótico y un cierto aire de escenificación que permite revivir el ataque minuto a minuto.
Quien recorre sus instalaciones puede observar los restos sumergidos del Arizona, ver fotografías del ataque, contemplar el famoso minisubmarino HA-19 o imaginar a los portaaviones ausentes aquel día surcando el Pacífico. Y, sin necesidad de dramatismos, entender cómo una operación concebida para ganar tiempo y prestigio acabó desencadenando la tormenta que terminaría con el Imperio que la ideó.
Vídeo: “Pearl Harbor: The Day of Infamy | WW2 Documentary”
Fuentes consultadas
- Wikipedia. (s. f.). Ataque a Pearl Harbor. Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Ataque_a_Pearl_Harbor
- Metahistoria. (s. f.). Japón 1941. El camino a la infamia: Pearl Harbor. Metahistoria. https://metahistoria.com/novedades/japon-1941-el-camino-a-la-infamia-pearl-harbor/
- Outono.net. (2021, 7 diciembre). Las cifras del ataque japonés a la base estadounidense de Pearl Harbor en 1941. Outono. https://www.outono.net/elentir/2021/12/07/las-cifras-del-ataque-japones-a-la-base-estadounidense-de-pearl-harbor-en-1941/
- El café de la Historia. (2019, 5 noviembre). La flota rusa del Báltico de 1905. El café de la Historia. https://www.elcafedelahistoria.com/flota-rozhestvenski/
- Martín García, J. (2021, 7 diciembre). Cómo fue el ataque japonés a Pearl Harbor. Historia y Vida – La Vanguardia. https://stories.lavanguardia.com/historia-y-vida/20211207/46317/ataque-pearl-harbor
- Martínez, A. (2024, 7 diciembre). Día de Pearl Harbor: minuto a minuto del ataque que llevó a Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial. El País US. https://elpais.com/us/2024-12-07/dia-de-pearl-harbor-minuto-a-minuto-del-ataque-que-llevo-a-estados-unidos-a-la-segunda-guerra-mundial.html
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






