A finales del siglo XIX, cuando la vida de una madre judía con tres criaturas solía encarrilarse hacia la cocina, el tendedero y un silencio prudente, Annie Cohen Kopchovsky optó por una alternativa menos convencional: pasar quince meses recorriendo el planeta sobre una bicicleta, cargada de anuncios y de una historia que, a cada kilómetro, se volvía más pintoresca.
Nacida hacia 1870 en la actual Letonia, emigró con su familia a Estados Unidos y creció en un barrio modesto de Boston. Ya adulta vendía espacios publicitarios en periódicos, estaba casada con un vendedor ambulante y tenía tres hijos menores de cinco años. Desde fuera, la expectativa parecía clara: quedarse en casa y pedir ayuda si hacía falta. Sin embargo, ella eligió algo más arriesgado, casi temerario: convertirse en “Annie Londonderry” y lanzarse a recorrer el mundo montada en una bicicleta que todavía no manejaba con soltura.
Una apuesta dudosa y un experimento sobre lo que podía hacer una mujer
La historia oficial atribuye su aventura a una apuesta entre dos caballeros bostonianos convencidos de que ninguna mujer podría viajar alrededor del mundo en bicicleta en quince meses y, además, ganar una cantidad considerable de dinero por el camino. Con el tiempo, la supuesta apuesta empezó a oler más a truco publicitario que a desafío real. No hubo nombres, documentos ni testigos fiables, solo rumores muy útiles para llamar la atención.
Como gancho funcionó de maravilla. El viaje se presentó como una prueba de resistencia física, sí, pero también como un examen social sobre la capacidad de una mujer para moverse sola, negociar, buscarse la vida y sobrevivir sin un hombre cerca. Coincidió, además, con la fiebre ciclista de la década de 1890, cuando la bicicleta se había convertido en símbolo visible de la llamada “Nueva Mujer”, aquella que recortaba faldas, ganaba autonomía y despertaba una incomodidad notable en ciertos sectores.
De aprender a pedalear en dos días a salir desde el Capitolio de Massachusetts
Annie inició su aventura en junio de 1894 frente al Capitolio de Massachusetts, rodeada de curiosos, periodistas y expectativas tan hinchadas como las ruedas de su bicicleta. Tenía 24 años, apenas pesaba unos 45 kilos y se había entrenado tan poco que cualquiera con traumas infantiles por culpa de las rueditas habría sentido una mezcla de ternura y vértigo.
Partió con una bicicleta Columbia para mujer, pesada como un armario y acompañada de falda larga, corsé y cuello alto. Pedalear así largas distancias era una hazaña menos deportiva que suicida. Su trayecto hasta Chicago fue más lucha que viaje: avanzaba despacio, sufría con los caminos irregulares y perdía peso por el esfuerzo constante.
En Chicago tomó una decisión pragmática: cambiar la robusta Columbia por una bicicleta masculina más ligera, sin frenos y diseñada para usarse con pantalones. El cambio le obligó a abandonar la falda, probar los temidos bombachos y terminar vistiendo traje de hombre. Para algunos moralistas de entonces fue un escándalo; para ella, simplemente, la única forma de avanzar sin morir atrapada en su propia ropa.
“Londonderry”: cuando un apellido se convierte en anuncio
Lo más sorprendente de su reinvención no fue la bicicleta, sino el apellido. Su primer patrocinador, una empresa de agua mineral, le pagó por llevar su nombre en un cartel y adoptar oficialmente el apellido “Londonderry” durante la travesía. Mucho antes de que existieran los términos grandilocuentes del mundo moderno, ella ya había comprendido el potencial del marketing personal.
Convertida en soporte publicitario, su bicicleta lucía carteles, lazos, mensajes comerciales y cualquier objeto que se pudiera vender al mejor postor. Incluso ofrecía espacios en su propia ropa. Había descubierto una fórmula tan moderna que hoy parecería una estrategia de promoción especialmente afinada.
Su viaje no fue una vuelta al mundo pura a pedal, ya que combinó bici, barcos y trenes, como hacía gran parte de la gente que viajaba entonces. Aun así, el relato popular la consagró como la primera mujer que había circunvalado el globo en bicicleta, una idea que, más allá de la precisión, acabó inscrita en la memoria colectiva.
Francia: aduanas antipáticas, dolores y periodistas gruñones
Cuando llegó a Le Havre en diciembre de 1894, descubrió que la burocracia europea tenía menos sentido del humor que un aduanero insomne. Le confiscaron la bicicleta, le retuvieron el dinero y la prensa francesa comentó su aspecto con una dureza que hoy rozaría la sátira involuntaria.
A pesar de los contratiempos, consiguió recuperar la bici, llegar a París y avanzar hacia Marsella con una mezcla de pedal, tren y una fortaleza física sorprendente. Llegó a la ciudad mediterránea lesionada, con un pie vendado y apoyándose en el manillar, ofreciendo una imagen que habría horrorizado a cualquier defensora del decoro victoriano.
Desde Marsella embarcó rumbo a Alejandría y continuó un periplo que la llevó por Egipto, Sri Lanka, Singapur, Saigón, Hong Kong, Shanghái, Japón y, finalmente, de vuelta a Estados Unidos. En cada escala repetía el mismo ritual: pedalear un poco, promocionarse mucho y aderezar el relato con una imaginación a prueba de dudas.
El espectáculo, el negocio y la “Nueva Mujer”
Londonderry no solo recorría países, los contaba. Daba charlas, vendía fotografías, pañuelos, recuerdos y autógrafos, y animaba sus conferencias con historias cada vez más exageradas. En Francia podía presentarse como heredera acaudalada; en otros lugares, como estudiante de medicina, inventora o sobrina de un senador. Lo que importaba no era la veracidad, sino mantener viva la atención del público.

En Estados Unidos relataba supuestas cacerías de tigres o episodios de encarcelamiento en Japón. La precisión era secundaria frente al objetivo principal: transformar cada mirada en ingresos. Su viaje fue también una demostración de supervivencia económica en una época en la que las mujeres ni siquiera podían abrir libremente una cuenta bancaria.
Cuando regresó a Chicago, dentro del plazo previsto, la recibieron como una heroína excéntrica. Más tarde publicó su propia crónica, adoptando sin tapujos la etiqueta de “Nueva Mujer”, determinada a realizar cualquier hazaña reservada hasta entonces a los hombres.
Después de la proeza: discreción, trabajo y redescubrimiento
Tras su regreso, Annie se instaló en Nueva York con su familia y escribió durante un tiempo para la prensa bajo un seudónimo inspirado en una célebre periodista. Con los años volvió a una vida más discreta, dedicada a la crianza y a pequeños negocios textiles. Murió en 1947 casi sin reconocimiento público.
Décadas después, estudiosos y uno de sus descendientes rescataron su historia, devolviéndola al lugar que merecía. Desde entonces, su figura se ha convertido en un símbolo tardío del ciclismo femenino, del ingenio comercial y de esa obstinada capacidad para reinventarse que tanto incomodó a su época: la de una mujer que decidió aprender a montar en bicicleta en dos días y cruzar el mundo sin pedir permiso.
Vídeo: “The First Woman to Bicycle Around the World … Kind Of”
Fuentes consultadas
- Zheutlin, P. (2007). Around the world on two wheels: Annie Londonderry’s extraordinary ride. Citadel Press. https://books.google.com.na/books?id=dY9PPZN0fHEC
- Wikipedia. (2023, 24 mayo). Annie Londonderry. En Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Annie_Londonderry
- Fundación Érguete-Integración. (2020, 3 junio). Annie Londonderry, la primera mujer que dio la vuelta al mundo en bicicleta. https://www.fundacionerguete.org/annie_londonderry_es.html
- Muñiz, F. (2021, 13 diciembre). Fordlandia, la utopía de Henry Ford. El café de la Historia. https://www.elcafedelahistoria.com/fordlandia/
- Iglesias, E. (2020, 1 mayo). La nueva mujer va en bicicleta: Annie Londonderry. Volata Magazine. https://volatamag.cc/articulo/la_nueva_mujer_va_en_bicicleta%3A_annie_londonderry/
- Carlos. (s. f.). Annie Londonderry: Primera Mujer en dar la vuelta al mundo en bici. ConAlforjas. https://conalforjas.com/annie-londonderry/
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






