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Fordlandia, la utopía de Henry Ford

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Autor: El café de la Historia


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Fordlandia

Entre 1928 y 1945, Henry Ford empeñó recursos, esfuerzo, dinero, tiempo y muchas vidas humanas en poner en pie una utopía en la selva amazónica.

Fordlandia fue un experimento sociológico, una operación económica y un exótico laboratorio de ingeniería social que no salió bien.

Lo que empezó como un ilusionante culto a los valores norteamericanos acabó como un épico fracaso.

Para investigar en sus orígenes nos vamos a ir primero a Detroit y luego a las orillas del río Tapajós, un afluente del Amazonas en plena selva brasileña.

Henry Ford tiene una idea

Henry Ford, el magnate que impulsó la producción en cadena abaratando los costes de fabricación del automóvil, cambió la industria y el mundo a base de un control férreo de todos los aspectos de la producción, incluida la mano de obra bajo un paradigma conocido como el Fordismo, término acuñado por Antonio Gramsci.

Henry Ford

Ford Motor Company, la omnipotente multinacional fundada en 1903, se convirtió en un gigante que no solo vendía más automóviles que ninguna otra empresa, sino que siguió una estricta estrategia de control de la materia prima necesaria para fabricar y poner un coche en la calle.

Así, todos los materiales necesarios para que la producción en cadena del Fordismo no cesase en ningún momento estaban, de una manera u otra, bajo la férrea mano de su dueño, Henry Ford: madera, vidrio y hierro.

Ford tenía control sobre todos los materiales imprescindibles menos uno: el caucho.

El caucho

Al caucho se le denominaba el oro blanco por las fabulosas ganancias que generaba; no en vano a principios del siglo XX la industria tenía un hambre insaciable de este producto para la fabricación de infinidad de productos.

Caucho viene de la palabra taína cauchu que significa «lágrimas de árbol».

Los árboles de caucho lloran un látex lechoso y blanquecino que es la forma básica del caucho en su estado natural.

Con la popularización de la bicicleta y el automóvil, su demanda se disparó a niveles estratosféricos y solo había un sitio en el mundo donde se pudiese encontrar el Hevea brasiliensis, el árbol del caucho: La selva amazónica.

Y así fue hasta finales del siglo XIX en el que Henry Wickham entró en escena…

Henry Wickham

Wickam, una especie de aventurero decimonónico que se pasó la vida en busca de la forma más rápida de hacerse rico, recaló en Brasil y consiguió sacar del país semillas del árbol del caucho que llevó furtivamente a Londres.

Henry Wickham y semillas del árbol del caucho
Henry Wickham y semillas del árbol del caucho

Tras años de experimentos con las semillas, los británicos consiguieron lo que anhelaban: crear plantaciones del Hevea brasiliensis en sus posesiones de las Indias Orientales.

Wickham, que había sacado de contrabando las semillas para ganarse unas libras, no se hizo millonario con este acto de biopiratería pero tampoco se imaginaba las consecuencias que tendría su acto.

De entrada, hizo que el monopolio del bien más codiciado del momento cambiase de manos y Brasil, de vender el 95 % del caucho mundial se quedó en un escaso 5 % pasando la primacía (y los fabulosos beneficios) al Imperio Británico y en menor medida a los holandeses.

Henry Ford, aparte de ser un furibundo antisemita, no se fiaba un pelo de los europeos, y se inquietó sobremanera con la situación ya que no le hacía ninguna gracia depender de nadie ni mucho menos de los británicos, así que maduró y llevó a la práctica una de las utopías más descabelladas y a la vez desconocidas del siglo XX: Fordlandia.

Nace Fordlandia

Fordlandia (Ford Land en inglés o Fordlândia en portugués) fue un megalómano proyecto personal de Henry Ford.

Cuando a un Brasil abatido por la reciente pérdida del monopolio del caucho le llega la petición del industrial norteamericano para comprar 110.000 kilómetros cuadrados a orillas del río Tapajós, en pleno Amazonas, no dudan ni un momento en aprobarla; su plan de crear 20.000 hectáreas de plantaciones de árbol del caucho puede mitigar, y quién sabe si revertir, su situación como productor del preciado bien.

Para Ford se trataba de una operación industrial que le aseguraba su propia producción de caucho para nutrir a sus fábricas sin depender de los odiosos europeos.

Y la cosa no parecía descabellada.

Al contrario; a priori, la jugada parecía redonda.

En 1928 envía un contingente de técnicos a la selva para supervisar la construcción de las plantaciones y la ciudad adyacente: Ford Land con un objetivo claro: producir casi 40.000 toneladas anuales del preciado caucho que serían enviadas directamente a sus fábricas de Detroit.

Fordlandia

Los trabajos empezaron por limpiar la selva para plantar los árboles, y más tarde erigir una ciudad en la que vivirían los empleados y sus familias a la vez que sería el centro neurálgico y de negocios de la multinacional.

Ford también mandó construir una piscina, una escuela y, dado el tamaño de la ciudad, un sistema de transporte público.

También se construyó un campo de golf, un aserradero, tiendas, una torre de agua, restaurantes, un cementerio, una sede de los Boy Scouts y hasta un hospital de cien camas.

Y, claro, una fábrica para procesar el caucho.

El cementerio de Fordlandia en la actualidad
El cementerio de Fordlandia en la actualidad

El progreso llega a la Amazonia

Para muchos trabajadores autóctonos era la primera vez que veían y disfrutaban de todas esas maravillas del progreso. Si a esto sumamos que Ford implementó la jornada de ocho horas, salud y educación gratuitas, y que los sueldos eran bastante más altos que la media local, sobre el papel la idea no solo era innovadora sino que auguraba un futuro a Fordlandia más que favorable.

El problema es que Henry Ford no solo buscaba un suministro fiable de caucho, Ford iba mucho más allá: quería trasplantar en medio de la selva una ciudad construida a imagen y semejanza del ideal norteamericano y regida por los valores estadounidenses.

Vista aérea de Fordlandia
Vista aérea de Fordlandia

O mejor dicho, de lo que él consideraba el ideal norteamericano, y en declaraciones en periódicos de la época dejaba claro que no se trataba únicamente de cultivar caucho sino de «cultivar» también a los recolectores de caucho.

«Henry Ford lleva la magia del hombre blanco al mundo salvaje»

Washington Post

Ford, famoso por sus ideas, se había empecinado en construir la «sociedad ideal».

De entrada, Fordlandia tenía el aspecto de cualquier urbe del Medio Oeste norteamericano.

¡En pleno Amazonas!

De esta manera, las casas de madera fueron diseñadas y construidas en Estados Unidos como si se fueran a habitar en, por ejemplo, Wisconsin o Minnesota.

Un pedazo del Medio Oeste en la selva brasileña
Un pedazo del Medio Oeste en la selva brasileña

Pero no solo se trataba de la cuestión estética; Ford impuso unas férreas normas de convivencia basadas en su estricta ideología y moralidad.

Las normas de Fordlandia

Las severas normas eran de aplicación en el horario laboral y fuera de él.

Por ejemplo, la dieta.

La alimentación era vegetariana a base de cereales, pan y arroz integral.

La leche, incluida la de los niños, era de soja; Ford solo bebía leche de soja.

Para el ocio de los trabajadores se construyó un salón de baile en el que solo se podía escuchar y bailar música country y ver películas de Hollywood.

Los trabajadores eran obligados a acudir a apasionantes sesiones de poesía (en inglés por supuesto, idioma que ningún trabajador local conocía) y, ay, el alcohol estaba totalmente prohibido en la ciudad.

La prostitución también era ilegal en esa idílica comunidad y los trabajadores buscaron rápidamente soluciones…

La Isla de la Inocencia

Con este nombre se bautizó una isla cercana a la que los trabajadores se escapaban furtivamente en barcazas nocturnas en busca de cubrir sus necesidades básicas más allá de la poesía en el idioma de Shakespeare.

Y es que en la Isla de la Inocencia solo había dos establecimientos: un bar y un prostíbulo.

El experimento social de Ford se sustentaba en que los trabajadores locales abrazaran la filosofía de vida norteamericana (tal como la entendía el magnate, claro).

Pero estaba claro que eso no iba a ocurrir.

Empiezan los problemas en el paraíso

Cierto día de 1930, los trabajadores acudieron al comedor de la empresa y sin previo aviso se había convertido en un self service, algo nunca visto por aquellas latitudes.

Aquello fue la gota que colmó el vaso comenzando una destructiva rebelión cuyos desperfectos costaron una fortuna a Ford y acabó con los directivos norteamericanos huyendo precipitadamente selva través y pidiendo auxilio al ejército brasileño.

Por otra parte, al negarse el magnate a consultar a expertos botánicos, los árboles fueron plantados siguiendo únicamente sus indicaciones redactadas desde su casa de Michigan, siendo pasto de las plagas y la inadaptación debido a los lugares elegidos y la poca distancia entre los propios árboles.

Ford había diseñado hasta el último detalle de su ciudad sin ser experto ni en arquitectura, ni en urbanismo, ni en sociología, ni en botánica, y sin haber pisado jamás Brasil ya que le daba pánico enfermar de malaria.

¿Qué podía salir mal?

A los estallidos sociales, al pobre resultado de las plantaciones (apenas un 1 % de lo esperado), a las enfermedades tropicales y a las plagas se le sumó un invento que le daría la puntilla definitiva a todo el proyecto: el caucho sintético.

Durante la Segunda Guerra Mundial, una Fordlandia ya moribunda sirvió de alojamiento a militares estadounidenses, pero una vez acabada la contienda y cansado de inyectar dinero en una idea que no le reportaba más que dolores de cabeza, Ford acabó vendiendo al gobierno brasileño Fordlandia en 1945 por 250.000 dólares, una cantidad irrisoria comparada con el coste de más de 20 millones de dólares que la ciudad había supuesto.

Su empecinamiento por trasplantar su ideal de cultura estadounidense en aquel rincón ignoto de la Amazonia había fracasado rotundamente.

Fordlandia, siglo XXI

Fordlandia en la actualidad
Fordlandia en la actualidad
Fordlandia en la actualidad
Fordlandia en la actualidad

Aunque saqueada y medio engullida por la selva, Fordlandia hoy en día sirve de hogar a una cantidad indeterminada de personas (se calculan entre 2.000 y 3.000 habitantes) que viven en las ruinas de aquellas casas con aires de Medio Oeste americano, incluyendo a descendientes de aquellos trabajadores que contribuyeron a poner en pie una utopía en medio de la selva, que se mezclan con emigrantes de otras zonas de Brasil que malviven en las fantasmales sombras de lo que queda del sueño faraónicamente megalómano de un magnate que quiso domar a la naturaleza y la sociedad, fracasando en ambas tareas.



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