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Por qué un CD mide 12 cm y dura 74 minutos: Beethoven, chaquetas y negociaciones que rozaron la ópera bufa

El mito con música de Beethoven

La historia suele relatarse con cierta solemnidad cómica: un directivo de Sony, apasionado de la música hasta extremos casi clínicos, defendió en una reunión que el nuevo soporte digital debía permitir escuchar la Novena Sinfonía de Beethoven del tirón. Nada de cortes, nada de partir la experiencia a la mitad. Una obra monumental merecía un formato a su altura.

Mientras tanto, los ingenieros de Philips, más pendientes de la practicidad que del lirismo, sostenían que el disco tenía que ser lo bastante pequeño como para entrar sin dramas en el bolsillo de una chaqueta. Así se inauguró un diálogo que parecía menos una reunión técnica y más un concurso de rarezas corporativas: unos hablando de ópera, otros de bolsillos. De ese choque nació el estándar que acabaría definiendo los años noventa.

Y no, no es solo leyenda urbana. La propia cronología de Sony recoge que Norio Ohga —presidente de la compañía, barítono de formación y capaz de citar repertorio wagneriano en plena junta— argumentó que, igual que no se baja un telón en mitad de una ópera, el CD debía ser lo bastante grande para acoger la Novena completa. Tras aquella defensa casi operística vino la discusión sobre el tamaño, y los ingenieros japoneses salieron literalmente a medir chaquetas de medio mundo para demostrar que un disco de 12 cm cabía perfectamente.

Debajo de esta escena digna de una serie de humor había bastante más: toneladas de ingeniería, intereses industriales y una pugna silenciosa entre dos gigantes que querían quedarse con el futuro de la música grabada.

Antes del CD: cuando escuchar música sin interrupciones era un lujo

Para entender por qué alguien invocó a Beethoven en una reunión de ingenieros, conviene situarse en la época.

  • El vinilo LP ofrecía entre 20 y 25 minutos por cara, unos 40 a 50 minutos en total si uno estaba dispuesto a soportar algo de distorsión.
  • La casete podía durar más, sí, pero entre nudos, cintas que se estiraban y cabezales caprichosos, la calidad dejaba bastante que desear.

El público había empezado a acostumbrarse a obras largas: álbumes conceptuales, óperas, jazz de concierto y bandas sonoras kilométricas que convertían escuchar de principio a fin en un ejercicio de paciencia. Y por si fuera poco, el vinilo exigía cuidados casi obsesivos: polvo, desgaste, surcos que sonaban peor cuanto más se acercaba la aguja al centro.

La industria necesitaba algo más limpio, más robusto y, de paso, más fácil de vender. En los laboratorios de Philips y Sony, ambos jugueteaban ya con discos ópticos destinados al vídeo. La idea de adaptarlos al audio no tardó en surgir. Solo faltaba resolver un detalle aparentemente menor: qué tamaño tendría el disco y cuántos minutos aguantaría.

La propuesta de Philips: 11,5 cm y 60 minutos

Los primeros prototipos de Philips planteaban un disco de 11,5 cm de diámetro con capacidad para unos 60 minutos de música. No era un capricho ni una cifra sacada de un sombrero.

  1. Los 11,5 cm coincidían con la diagonal de la casete, lo que reforzaba la idea de continuidad con los productos “compactos”.
  2. Ese tamaño encajaba en los estándares europeos para equipos de coche, lo que facilitaba imaginar reproductores sin necesidad de rediseñar salpicaderos.
  3. Y la hora de música parecía suficiente para la mayoría de álbumes.

Para Philips, el tema estaba resuelto: manejable, familiar y compatible con las líneas de producción que ya habían empezado a preparar.

El problema es que Sony no tenía la misma idea de “suficiente”.

Sony entra en escena: un barítono al frente del desarrollo

En Sony, el peso de las decisiones no recaía únicamente en ingenieros, sino en un personaje singular: Norio Ohga.

Ohga no era el típico ejecutivo pegado a una calculadora. Se había formado como barítono y había estudiado música en Tokio, Múnich y Berlín. De hecho, su entrada en Sony se debió a una carta de queja en la que criticaba una grabadora de la compañía. Los fundadores, lejos de molestarse, vieron en él a alguien con buen oído y mejor criterio técnico.

Décadas más tarde, ese mismo perfeccionista musical se encontraría opinando con firmeza sobre el nuevo disco digital. Para él, el formato debía respetar la integridad de las grandes obras. No bastaba con “bastante tiempo”: tenía que ser todo el tiempo necesario.

Fue entonces cuando Beethoven empezó a aparecer entre cálculos de densidad de datos y discusiones sobre corrección de errores.

La Novena de Beethoven: ¿hacían falta tantos minutos?

La Novena Sinfonía de Beethoven suele durar entre 65 y 70 minutos, según la interpretación. Pero hay versiones legendarias, como la dirigida por Furtwängler en 1951, que se van hasta los 74 minutos largos. Esa cifra, con los años, sería reciclada como argumento mítico: “el CD se diseñó así para que cupiera esa grabación”.

La realidad técnica es más prosaica. Kees A. Schouhamer Immink, uno de los ingenieros clave del desarrollo del CD, explicó que la capacidad final dependía de cosas tan terrenales como:

  • la longitud total de la espiral grabada,
  • el tamaño mínimo de los pits,
  • la frecuencia de muestreo elegida,
  • y los márgenes de seguridad para la corrección de errores.

El resultado práctico: 74 minutos y 33 segundos en un disco de 12 cm.

Después vino lo ingenioso: vincular esa cifra a la Novena funcionaba como un relato impecable. Sonaba mejor, era más elegante y dejaba a Sony en un papel culturalmente heroico. Beethoven pasó así de ser un compositor universal a una especie de padrino espiritual del formato.

Las reuniones Sony–Philips: 12 cm, 74:42 minutos y una lluvia de especificaciones

Entre 1979 y 1980, ambas compañías mantuvieron varias reuniones técnicas donde quedó definido el famoso Libro Rojo, el estándar del CD de audio.

De ahí salieron estos números que casi parecen fórmulas mágicas:

  • Diámetro: 120 mm
  • Duración máxima: 74 minutos y 42 segundos
  • Frecuencia de muestreo: 44,1 kHz
  • Resolución: 16 bits
  • Corrección de errores: sistema CIRC

Cada cifra obedecía a razones concretas. La frecuencia de muestreo estaba relacionada con la digitalización a partir de grabadores de vídeo. Los 16 bits aseguraban un rango dinámico muy superior al del vinilo. Y el tiempo total dependió del equilibrio entre capacidad física y fiabilidad en la lectura del láser.

Lo que quedó claro es que aquel límite temporal no surgió de una iluminación beethoveniana, sino de cálculos obsesivos y muchos folios llenos de números.

Pero claro, es más bonito contar que “cabe la Novena entera” que “hemos optimizado el margen de error de lectura”.

El bolsillo de la chaqueta: la anécdota que sí ocurrió

A diferencia del mito musical, esta historia sí aparece documentada y confirmada por la propia Sony.

  • Philips defendía que un disco de 12 cm era demasiado grande para llevarlo en el bolsillo de una chaqueta.
  • Ohga y su equipo respondieron que eso había que verlo.
  • Salieron a medir chaquetas japonesas, europeas y estadounidenses.
  • Ningún bolsillo medía menos de 14 cm, así que el disco cabía sin problemas, incluso con su caja.

La escena tiene algo de humor involuntario: ingenieros de nivel mundial comprobando bolsillos como quien revisa tallas en un mercadillo. Pero forma parte de la historia real del CD.

por qué los cd duran 74 minutos

En el fondo, se enfrentaban dos obsesiones muy distintas:

  • Philips, defensora del verdadero “compacto”, heredera de las casetes cuya medida se probó con un bloque de madera.
  • Sony, empeñada en que la obra musical no sufriera amputaciones sonoras.

Ganaron los 12 cm y los 74 minutos largos, mientras los bolsillos de las chaquetas siguieron acogiendo objetos mucho menos nobles.

Beethoven como coartada cultural: mito, marketing y algo de verdad

Con los años, la anécdota se destiló hasta convertirse en una versión simplificada que casi cualquier persona ha escuchado:

“Los CD duran 74 minutos porque Norio Ohga quiso que cupiera la Novena.”

La historia se repitió tanto en artículos y programas de curiosidades que acabó incrustándose en el imaginario colectivo. Sin embargo, estudios posteriores y los propios testimonios del equipo técnico dejaron claro que el mito necesitaba matices.

  • Un CD algo más pequeño también habría acogido algunas versiones de la Novena.
  • La discusión sobre los 12 cm tuvo mucho que ver con evitar que Philips aprovechara su ventaja industrial previa.
  • Y la asociación con Beethoven dio al CD un aire prestigioso que encajaba de maravilla con la imagen que Sony quería proyectar.

Beethoven no diseñó el formato, pero sí proporcionó la coartada perfecta para elevar un soporte tecnológico a categoría de símbolo cultural.

Lo que quedó: 74 minutos grabados en la memoria colectiva

Hoy existen CD de 80 minutos, y las plataformas digitales han enterrado para siempre la idea de un límite físico. Aun así, durante décadas, los famosos 74 minutos condicionaron la duración de infinidad de álbumes.

Muchos discos de los años noventa y principios de los dos mil se estiraron hasta el máximo, a veces con temas de relleno, simplemente porque el formato lo permitía. Lo de “ya que cabe, lo metemos” se convirtió casi en norma no escrita.

Mientras tanto, la doble anécdota —el bolsillo y Beethoven— sobrevivió como una de esas historias deliciosas donde los gustos de un melómano y la testarudez de unos ingenieros terminan influyendo en la vida cotidiana de millones de personas.

Quien haya pasado tardes ordenando estuches de CD o quien recuerde la primera vez que vio aquel disco plateado girar dentro del lector, probablemente nunca imaginó que en esos 12 cm convivían:

  • una sinfonía que canta a la fraternidad humana,
  • una discusión apasionada sobre bolsillos,
  • y una colección de cálculos obsesivos sobre lectura óptica y estándares técnicos.

Y, aun así, ahí estaban, comprimidos en una espiral diminuta de luz y plástico, listos para sonar limpios, sin chasquidos y, si uno lo deseaba, con la Novena de Beethoven completa, de principio a fin, sin que nadie baje el telón.


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