Hay palabras que parecen creadas para molestar. “Pornocracia” es una de ellas. Su sonoridad bastaría para levantar una ceja en cualquier salón de teología, pero detrás del vocablo griego pornokratía —literalmente, “gobierno de las cortesanas”— se esconde algo más que un chisme eclesiástico. Se trata de una etiqueta histórica, un término acuñado siglos después por el cardenal Cesare Baronio, que pretendía resumir un periodo turbulento del papado: una etapa donde las pasiones humanas, los intereses familiares y la política romana se mezclaron con la misma naturalidad con la que el vino se mezcla con el sermón.
Roma, siglo X: la Santa Sede y la santa confusión
A comienzos del siglo X, Roma era un campo de batalla política disfrazado de procesión religiosa. Los papas se sucedían con ritmo de tambor y los nobles romanos, más que fieles, actuaban como accionistas del poder espiritual. El llamado saeculum obscurum (“siglo oscuro”) designa precisamente este periodo en el que la autoridad pontificia cayó bajo la influencia de clanes familiares que manejaban la ciudad como un patrimonio heredable.
Lejos de la imagen mística, la Roma de entonces se parecía más a una república senatorial con olor a incienso: el Senado aún existía, las familias nobles —los Teofilactos, los Crescencios— dominaban el territorio, y el papado, lejos de ser un poder universal, era una pieza más en un juego de tronos mediterráneo.
El término pornocracia nació de la moral escandalizada de los siglos posteriores, horrorizados al descubrir que la silla de Pedro, en aquellos años, se movía al compás de las alianzas matrimoniales, los afectos y, según las malas lenguas, las sábanas.
Los protagonistas: Teofilacto, Teodora y Marozia
El núcleo de la historia lo forman tres nombres: Teofilacto de Tusculum, su esposa Teodora y su hija Marozia. El primero, conde y senador, era el auténtico amo político de Roma; la segunda, una mujer de inteligencia notable, tejió una red de alianzas con la gracia con la que otros tejen tapices. Su hija, Marozia, heredó la astucia y la ambición de ambos.
Las fuentes hostiles —y casi todas lo eran— las retrataron como manipuladoras y libertinas. Los historiadores modernos prefieren hablar de estrategas en un tablero hostil. La Iglesia no era entonces un bloque homogéneo, sino una arena donde se enfrentaban el poder imperial germánico, las familias locales y los restos de la aristocracia bizantina. En medio de ese caos, las mujeres de la casa Teofilacta no se limitaron a influir: gobernaron, negociaron y colocaron papas.
El escándalo de Sergio III y el hijo de Marozia
Entre las historias que más tinta y veneno han generado está la supuesta relación entre Marozia y el papa Sergio III. Según los cronistas posteriores, de esa unión habría nacido Juan XI, quien más tarde ocuparía también el trono pontificio. Si el rumor es cierto o no, nadie lo sabe con certeza, aunque sí se sabe que Juan XI era hijo de Marozia y que su ascenso no habría sido posible sin la red de poder que ella controlaba.
El detalle escandaloso —el papa que engendra otro papa— era demasiado jugoso para los cronistas moralistas. En realidad, lo que molestaba no era el romance, sino el hecho de que una mujer tuviera la capacidad de convertir sus vínculos personales en poder político real. La pornocracia, en ese sentido, no es la historia del pecado carnal, sino la del poder íntimo convertido en gobierno efectivo.
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La maquinaria del poder privado
Lo que caracteriza a la llamada pornocracia no es la existencia de concubinas o amantes en la política —eso es tan viejo como la política misma—, sino el hecho de que esas relaciones generaran una estructura de poder paralela. Marozia no se limitaba a influir en su amante o en su marido; disponía de apoyos, tierras, milicias y una clientela fiel que respondía directamente a su autoridad.
En otras palabras, lo que los moralistas llamaron “gobierno de prostitutas” fue, en términos modernos, un sistema de patronazgo donde la red familiar sustituyó a la autoridad institucional. Roma funcionaba gracias a ese sistema informal, aunque a costa de la estabilidad del papado.
Alberico II: el hijo que derrocó a su madre
La historia dio un giro novelesco cuando Alberico II, hijo de Marozia fruto de su primer matrimonio, se rebeló contra ella y su segundo esposo. Los derrocó y se autoproclamó señor de Roma. El relato parece escrito por un dramaturgo con querencia por el drama familiar: la madre prisionera, el hijo dominador, el papado reducido a marioneta.
Alberico, pese a la leyenda, no fue un monstruo; fue, simplemente, más eficaz. Bajo su mando, Roma recuperó una estabilidad relativa. La familia siguió controlando la elección de papas, pero sin el componente de escándalo erótico que tanto deleitaba a los moralistas. Irónicamente, la “pornocracia” terminó no por un súbito despertar moral, sino por un reajuste interno de poder: el hijo mató el mito al profesionalizar el nepotismo.
La lista de los papas bajo el dominio familiar
Entre los años 904 y 935, los papas se sucedieron a velocidad de crucero. Sergio III, Anastasio III, Landón, Juan X, León VI, Esteban VII y Juan XI desfilan por el trono de Pedro con la regularidad de una dinastía electoral. Algunos apenas duraron meses, otros intentaron reformas, pero todos compartieron una característica: su destino dependía menos de Dios que de los Teofilactos.

Algunos historiadores amplían el periodo hasta 964, incluyendo a León VII, Esteban VIII, Marino II, Agapito II y Juan XII. Con ellos, la influencia pasa del matriarcado de Marozia al dominio de Alberico II. De una pornocracia de faldas se pasa a un patriarcado de sotanas, igual de eficaz en el manejo de prebendas y favores.
El nacimiento del mito
El término “pornocracia” no se usó en aquella época. Fue el cardenal Cesare Baronio, en el siglo XVI, quien lo acuñó al escribir sus Anales Eclesiásticos. Baronio, hombre de fe y de verbo encendido, pretendía trazar una cronología moral de la Iglesia, y el “reinado de las cortesanas” le venía de perlas como símbolo de decadencia. Su intención era didáctica: mostrar que la Iglesia, pese a haber caído en las garras del pecado, había sido capaz de purificarse.
El mito de la pornocracia nació, pues, de un propósito teológico tanto como histórico. Y, como suele ocurrir, la moral convirtió en melodrama lo que fue simplemente política en estado bruto.
Liutprando de Cremona y el arte del chisme político
Otro de los grandes responsables del escándalo fue Liutprando de Cremona, un obispo lombardo con pluma ácida y fidelidad imperial. Sus crónicas mezclan diplomacia, sátira y ajuste de cuentas. Para él, Roma era el ejemplo perfecto de lo que sucede cuando las mujeres y los nobles se apoderan de la Iglesia.
Liutprando describió a Marozia y Teodora con tintes tan escabrosos que durante siglos su versión se tomó como verdad absoluta. Pero el autor tenía sus motivos: representaba los intereses del Sacro Imperio Romano Germánico, enemigo político del papado romano. Difamar a sus adversarios era parte de su trabajo, y la sexualidad femenina era el arma narrativa perfecta para justificar la intervención imperial.
Sexo, poder y misoginia medieval
La pornocracia, más que un escándalo histórico, es un espejo del miedo medieval al poder femenino. En una sociedad donde las mujeres podían ser santas o pecadoras, pero nunca gobernantes, las figuras de Teodora y Marozia resultaban insoportables. Era necesario degradarlas para explicar su éxito. De ahí que las crónicas repitan obsesivamente palabras como “ramera”, “concubina”, “impura”.
Bajo ese lenguaje late un mensaje político: la autoridad femenina sólo puede existir como desviación moral. Y sin embargo, el hecho de que estas mujeres lograran mantener un dominio real durante décadas demuestra que, pese a los sermones, sabían manejar los resortes del poder mejor que muchos hombres con mitra.
La pornocracia más allá del Vaticano
El concepto trascendió Roma. Con el tiempo, pornocracia pasó a designar cualquier forma de gobierno corrompido por la intimidad o el favoritismo. Se usa, con intención crítica o humorística, para hablar de dictaduras nepotistas, de monarquías sentimentales o de democracias donde la cama pesa más que las urnas.
Incluso la sociología moderna lo ha rescatado como metáfora. Pierre Bourdieu empleó el término para describir cómo ciertos grupos sociales proyectan su indignación moral sobre los demás, viendo en el desorden sexual o en la emancipación femenina un síntoma de decadencia. En otras palabras: la pornocracia no es sólo un fenómeno político, sino también un reflejo de los miedos de cada época.
Lo que queda del mito
Hoy, los historiadores se debaten entre dos lecturas. Una, tradicional, que mantiene el relato de la “Edad del pecado”, con sus papas corruptos y sus amantes dominantes. Otra, más reciente, que cuestiona la fiabilidad de las fuentes y ve en todo aquello un episodio de realpolitik envuelto en moralismo.
Lo indiscutible es que el siglo X fue un periodo de transición en el que el papado pasó de ser un feudo romano a convertirse en institución europea. Para lograrlo, debió atravesar primero ese pantano de intereses, alianzas familiares y ambición femenina que Baronio bautizó, con escándalo y cierto morbo, como pornocracia.
Porque Roma, incluso en su hora más turbia, seguía siendo Roma: capaz de convertir el pecado en relato, el escándalo en doctrina y la política en fábula moral. Y si a todo eso se le añadía una historia de amor prohibido, mejor aún. El público, entonces como ahora, siempre ha tenido debilidad por los culebrones con sotana.
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Fuentes consultadas
- Baronio, C. (1588). Annales Ecclesiastici. https://www.amazon.es/Annales-Ecclesiastici-Vol-360-387-Classic/dp/0331521822
- Cavallero Sada, P. A. (2007). La Antapódosis o retribución de Liutprando de Cremona. Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
- Universidad de Jaén — Autor anónimo. Nacimiento y consolidación del poder papal en el Occidente medieval (Saeculum obscurum). https://crea.ujaen.es/bitstreams/d3506cc5-bee4-4caf-8332-dfa22c0e0d58/download
- Molina López, M. (1997). Vida contemplativa y cultura (tesis/documento). https://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/3740/1/Molina-Lopez-Marciana.pdf
- ABC. (2016, 12 de mayo). El siglo olvidado en el que las mujeres dirigieron la Iglesia. https://www.abc.es/historia/abci-siglo-olvidado-mujeres-dirigieron-iglesia-roma-desde-sombras-201605121915_noticia.html
- Bourdieu, P. (1984). La distinción: Criterios y bases sociales del gusto (ed. española).
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