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Louise Marie-Thérèse: la monja negra de Moret, aceitunas, pigmeos y rumores palaciegos

En las próximas líneas desgranaremos la historia de Louise Marie-Thérèse, también conocida como la monja negra de Moret. Para ubicar al lector en esta tragicomedia del siglo XVII, basta con imaginarse el fastuoso palacio de Versalles, a Luis XIV con sus pelucas gloriosas y su omnipotencia absolutista, a María Teresa de Austria —esa madrileña plantada en tierra hostil— y al pequeño Nabo, el esclavo pigmeo convertido en mascota regia, confidente y, según las malas lenguas que tanto abundan por palacio, algo más.

Versalles: entre la pompa y la picaresca

Versalles en tiempos del Rey Sol era un lugar donde la etiqueta era más enrevesada que las instrucciones de una lavadora moderna. Allí todo se calculaba: cuándo mirar al rey, cuándo parpadear y, si te descuidabas, hasta cómo bostezar. Pero entre tanto protocolo, también hervían los chismes como pucheros en cocina de convento.

Y había moda, claro. Por entonces lo chic no era coleccionar porcelanas ni abanicos orientales: lo que verdaderamente marcaba tendencia era exhibir un esclavo negro, cuanto más “curioso” mejor. Así fue como aterrizó en Versalles Nabo, presunto regalo del reino de Issiny (en la actual Ghana y Costa de Marfil) o, según otros cronistas, souvenir cortesano traído por el Duque de Beaufort.

Monja negra de Moret
María Teresa de Austria

Nabo fue cristianizado, rebautizado y entregado como si fuera un perro de aguas. Pasó a manos de María Teresa de Austria, la reina española casada con Luis XIV por pura diplomacia. Y allí, en el territorio hostil que para ella suponía Versalles, Nabo se convirtió en compañía entrañable.

Nabo, la reina y la niña que “comía aceitunas”

El 16 de noviembre de 1664, María Teresa dio a luz a una niña. Y aquí se abre la caja de los rumores. La criatura nació… negra. No “morena”, no “canelita fina”: negra sin matices. El shock fue monumental. En una corte que registraba hasta los bostezos del monarca, curiosamente no quedó acta que reflejase las «circunstancias especiales» de aquel nacimiento.

La medicina, siempre imaginativa, ofreció una explicación memorable a la medida: la reina había comido demasiadas aceitunas negras durante el embarazo. Pero hubo más: la duquesa de Montpensier dejó por escrito que la niña se parecía demasiado a ese “pequeño moro que el señor de Beaufort había traído y que siempre estaba con la reina”. Vamos, que las aceitunas no convencieron a nadie.

La versión oficial fue otra: la niña era débil, enfermó y murió a los 40 días (otros dicen 48). Fin del asunto. O eso pretendieron. Porque en el mismo periodo, oh casualidad, Nabo también desapareció de escena. El esclavo fue borrado de los registros como si Luis XIV lo hubiera hecho fulminar con un rayo solar.

La monja de Moret entra en escena

Décadas después, en 1695, apareció en París el retrato de una monja benedictina negra: Louise Marie-Thérèse. El nombre ya olía a corona (Louise, Marie, Thérèse…) y la cronología coincidía sospechosamente con la supuesta infanta muerta.

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Louise pasó su vida recluida en el convento de Moret-sur-Loing, sin salir nunca, pero recibiendo visitas frecuentes de nobles de postín e incluso del delfín de Francia, su supuesto hermanastro. Además, gozaba de una pensión vitalicia de 300 libras, y el convento recibía otra de 250. Demasiado dinero para una simple religiosa sin apellidos de abolengo.

La propia monja, por si quedaba duda, insinuaba proceder de alta cuna y llegó a afirmar que era hermana del Delfín.

¿Amor, aceitunas o genética italiana?

Las teorías se multiplicaron:

  • La más jugosa: la niña era hija de María Teresa y Nabo. Un idilio imposible, escandaloso y digno de novela picaresca.
  • La improbable: la reina, puritana como era, jamás tuvo amantes, así que todo fue un malentendido. Nabo, además, era un muchacho de corta edad y apenas 68 centímetros de altura, lo que convierte la hipótesis en algo más propio de chascarrillo cruel que de realidad.
  • La médica: la niña presentaba malformaciones y una tonalidad cutánea que podía explicarse por cianosis (trastornos sanguíneos) o por la pésima salud de la reina, que ya había perdido otro hijo el año anterior.
  • La genética: la sangre de los Médici, con su tendencia a los rasgos morenos, podía haber asomado en la criatura. Vamos, que igual la culpa fue del abuelo italiano y no del pobre Nabo.

El contra-rumor: Maintenon y la huérfana morisca

Para rematar la confusión, a principios del siglo XX una investigación de la Sociedad de Historia de París y Francia concluyó que Louise no era hija de reyes ni de esclavos reales. Según esta versión, era hija de unos moriscos que trabajaban en la ménagerie (un zoológico avant la lettre) de Versalles. Al morir sus padres, Madame de Maintenon —amante del rey y con gran influencia política— la habría colocado en el convento, con pensión incluida, y tanto el rey como la reina figuraron como padrinos. Eso explicaría que la monja insistiera en llamar “hermano” al Delfín.

Monja negra de Moret

Lágrimas y silencios

María Teresa, mientras tanto, se pasó la vida entre la indiferencia de su marido y la soledad cortesana. Nunca tuvo un papel político relevante, salvo una breve regencia en 1672. Murió en 1683, con solo 44 años, tras una vida más bien triste, llorando en silencio y sin molestar.

De su descendencia brotó, paradójicamente, el primer Borbón de España. Y tras su muerte quedó el enigma de Louise Marie-Thérèse: ¿infanta oculta, monja bastarda o simple huérfana adoptada?

Versalles, teatro barroco donde todo se maquillaba con perfumes y pelucas, no supo nunca cómo disimular aquella niña de piel oscura. Y aunque la Historia oficial intentara esconderla entre incienso y confusiones, su retrato y su memoria siguen ahí: un aviso incómodo de que ni la sangre azul fue tan pura ni las aceitunas negras dan para tanto.


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Fuentes: AH Wikipedia ABC

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