A mediados del siglo XVI, en algún rincón no del todo identificado del vasto Imperio Chino, un hombre decidió que la pólvora, esa invención tan útil en el campo de batalla, también podía servir para alcanzar las estrellas. ¿Su nombre? Wan Hu. ¿Su cargo? Funcionario de la dinastía Ming. ¿Su plan? Convertirse en el primer astronauta de la historia… a lomos de una silla con cohetes atados al culo. Una hazaña que, como toda empresa visionaria, acabó con una gran explosión, una nube de humo y una leyenda inflada como un globo aerostático con delirios de grandeza.
El contexto: China, pólvora y un poquito de locura
Para entender la gesta de Wan Hu, conviene recordar que en el siglo XVI los chinos ya llevaban siglos jugando con la pólvora. No eran nuevos en esto de hacer boom: habían inventado los fuegos artificiales, los cohetes de señalización y alguna que otra arma lo bastante ruidosa como para provocar ataques de ansiedad a más de un general mongol. En este entorno cargado de humo y destellos, no era tan descabellado que alguien pensara: «¿Y si me siento sobre un montón de explosivos y me lanzo hacia el cielo como un petardo humano?».
A ver… era una idea horriblemente mala. Pero también gloriosamente adelantada a su tiempo.
La silla-cohete: ingeniería suicida con toques de fantasía
Según las versiones más citadas del mito, Wan Hu preparó su vuelo con una mezcla de candidez científica y entusiasmo pirotécnico. Mandó construir una silla a la que fijó 47 cohetes, uno por cada sirviente encargado de encenderlos al unísono. La sincronización de la operación requería una coordinación casi de orquesta sinfónica, pero con pólvora en vez de trombones.

Se dice que Wan Hu se sentó con toda dignidad en su trono volador, se colocó un par de alas de madera y dio la orden de encendido. Acto seguido, una inmensa explosión sacudió el patio del palacio, envolviendo todo en un espeso humo. Cuando la nube se disipó, Wan Hu había desaparecido sin dejar rastro. Ni cadáver, ni silla, ni una zapatilla humeante. Sólo leyenda.
¿Astronauta o barbacoa?
Aquí entra la parte jugosa del asunto: ¿Wan Hu alcanzó las estrellas o acabó chamuscado en la estratosfera de la vergüenza? No hay registros oficiales. Ninguna crónica de la corte Ming se tomó la molestia de escribir algo como “Hoy el funcionario Wan Hu explotó intentando llegar a la luna, descanse en paz”. Y si lo hicieron, probablemente el documento fue convenientemente destruido por razones de protocolo o porque a nadie le gusta admitir que uno de sus burócratas se convirtió en carbón volador.
No obstante, en el siglo XX la historia resucitó con fuerza gracias al libro Rockets and Jets (1945) del ingeniero Herbert S. Zim, que recogía el relato con un tono entre el asombro y el humor negro. Desde entonces, el nombre de Wan Hu ha circulado por enciclopedias de ciencia, cuentos infantiles, y blogs que celebran la estupidez creativa a lo grande.
En 2004, la NASA le rindió un homenaje más simbólico que literal: bautizó con su nombre un cráter de la Luna. Irónicamente, Wan Hu está ahora más cerca del espacio que en vida, y sin necesidad de atar cohetes a una silla medieval.
Ciencia vs. folclore: ¿existió realmente Wan Hu?
Los historiadores serios dudan bastante de que Wan Hu fuese una persona real. De hecho, el nombre apenas aparece en textos chinos antiguos y, cuando lo hace, suele ser en tono burlón o anecdótico. Algunos sugieren que la historia pudo haber nacido como sátira contra el exceso de ambición de ciertos funcionarios, o como una advertencia para no jugar con fuego… literalmente.
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Fuente: wikipedia
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