Saltar al contenido
INICIO » Cuando el Taj Mahal casi fue demolido: leyenda, negocio y leyenda

Cuando el Taj Mahal casi fue demolido: leyenda, negocio y leyenda

El relato suena a fábula comercial con final feliz: en la década de 1830, el Taj Mahal —esa mole de mármol blanco que la posteridad asocia con el amor eterno— estuvo a punto de ser desmantelado para que sus losas y ornamentos viajaran en barco hasta Londres y se vendieran al mejor postor. La historia circula con la ferocidad de todo chisme histórico que mezcla verdad parcial, intereses políticos y la costumbre británica de comercializar arte ajeno. Tras cruzar los datos disponibles, lo que queda no es exactamente la película dramática de una demolición programada, sino una combinación de anécdotas mal interpretadas, ventas puntuales de materiales y la reelaboración popular de un mito.

El origen del cuento: Bentinck, subastas y malentendidos

La figura asignada al papel del villano es Lord William Bentinck (1774–1839), gobernador británico en la India en torno a 1830. La acusación, repetida hasta la náusea en artículos y guías turísticas, sostiene que Bentinck mandó preparar la maquinaria para derribar el mausoleo y sacar el mármol. Sin embargo, la investigación historiográfica señala que no existe evidencia documental de una orden de demolición del Taj. El origen más plausible del rumor es, precisamente, una actividad mucho menos espectacular: subastas y ventas de mármol y otros materiales procedentes del cercano Fuerte de Agra, operación que sí condujo Bentinck o su administración en una tentativa de recaudar fondos. El biógrafo de Bentinck, John Rosselli, ya lo aclaró décadas atrás: la historia parece nacer de esa venta de materiales desechados, no de un plan para desmantelar el mausoleo.

Para visualizarlo mejor: imaginar a un comisionado británico rebuscando en los despojos del Fuerte de Agra y vendiendo mármoles usados no es lo mismo que verlo organizando camiones para desmontar la cúpula del Taj pieza por pieza. La primera acción pertenece al repertorio ordinario de gestión y negocio colonial; la segunda, a la fábula negra con que las generaciones siguientes condimentaron el resentimiento y la incredulidad ante el dominio extranjero.

Economía, simbolismo y la tentación del botín

¿Por qué la historia cuajó con tanta fuerza? Porque encaja en un relato más amplio y cómodo: el del poder colonial que numera el arte y lo convierte en mercancía. Los europeos del siglo XIX, de hecho, sí comerciaron con piezas, quitaron incrustaciones y trasladaron objetos artísticos. En episodios distintos, durante y tras la rebelión de 1857, piezas y ornamentación fueron efectivamente expoliadas o dañadas, lo que alimenta todavía más la sensación de que “todo pudo pasar”. Esa mezcla de hechos parciales (ventas de material del fuerte, expolio en 1857) y la imaginación colectiva transformó una operación administrativa en una intentona de sacrilegio monumental.

El Taj en perspectiva: construcción, fragilidad y conservación

El Taj Mahal no es un bloque monolítico de mármol levantado de un día para otro: es un complejo de más de 17 hectáreas, construido entre 1631 y mediados de la década de 1650, con materiales venidos de diversas canteras y una decoración a base de mármol y pietra dura. Esa complejidad ya contenía su fragilidad: humedad del río Yamuna, polución, y episodios de abandono y saqueos en distintos momentos históricos han puesto en riesgo componentes concretos (incrustaciones, frisos, elementos metálicos). La UNESCO y los estudios contemporáneos subrayan que la conservación del monumento ha sido siempre una batalla técnica y política, no un simple problema de voluntad romántica.

Cómo nace un mito y por qué sigue vivo

Los mitos históricos prosperan cuando cumplen tres condiciones: se cuentan bien, responsabilizan a un “otro” potente (el colonizador) y sirven de lección moral o identitaria. En el caso del Taj, la narrativa de “casi demolición” condensa la indignación por el saqueo cultural real (que existió en otros momentos) y la idea de que lo bello es vulnerable a la codicia. Los historiadores, al revisar archivos, subastas y correspondencia administrativa, tienden a desmontar la versión más extrema; pero la versión extrema es demasiado buena como para esfumarse: ofrece el placer catártico de imaginar el rescate in extremis o la humillación de la derrota cultural.

Así que se queda en el folclore, en las guías que buscan anécdotas llamativas y en los visitantes que repiten la historia como si fuera un dato incontestable.

Anécdota ilustrativa

Hay al menos una ironía histórica: la contramarcha que evitó—según la versión extendida—la demolición no obedeció a un súbito acceso de sensibilidad patrimonial por parte de Londres, sino a un cálculo económico; si no había comprador, ¿para qué cargar aras y bloques hasta el puerto? El comercio como salvador improbable del patrimonio. Ese giro, casi kafkiano, deja un poso cómico y triste: la estética salvada por la falta de mercado, no por el amor a la belleza.

La historia del Taj listo para empaquetarse y viajar a Londres para venderse al peso funciona hoy como espejo: refleja cómo la mezcla de rumor, política y comercio puede deformar el pasado. También enseña que los mitos —aunque a veces injustos o simplistas— suelen señalar verdades parciales: hubo ventas, hubo expolios en otros momentos y hubo negligencias.

Lo que falta, y lo que han venido a colocar los historiadores, es la precisión documental.


Fuentes consultadas:

Nuevas curiosidades cada semana →

¿Te gusta la historia rara, absurda y sorprendente?

Únete a El Café de la Historia y disfruta una selección semanal de historias curiosas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: Contenido protegido, esta página está bajo una licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional