Corría el año 1983, una época en la que las noticias falsas se propagaban de forma mucho más lenta que en la era digital, pero aun así lograban impactar con una fuerza devastadora.
Fue entonces cuando la prestigiosa revista alemana Stern anunció un hallazgo que prometía reescribir la historia: los supuestos diarios secretos de Adolf Hitler.
Lo que comenzó como un escándalo sensacionalista se convirtió en una de las farsas más infames del siglo XX. Pero, ¿qué pasó realmente?
Preparen sus lupas porque esta historia tiene más giros que una peonza en pleno ataque de ansiedad.
El 25 de abril de 1983, el periodista Gerd Heidemann, junto con el editor jefe de Stern, Peter Koch, convocó a una multitudinaria conferencia de prensa en Hamburgo. Sobre la mesa, una serie de cuadernos de tapas negras, adornados con el emblema nazi. “Estos son los diarios personales de Hitler”, declararon con pompa.
Para avalar tamaño descubrimiento, contaban con la opinión de expertos de renombre como Hugh Trevor-Roper, historiador británico que había examinado los documentos y los había declarado auténticos. “Ahora podemos revisar lo que creíamos saber sobre Hitler”, aseguró con convicción.
Los diarios falsos de Hitler
Pero había un pequeño problema: todo era falso.
Un guion digno de Oscar… si los dieran en Aliexpress
La historia arranca en 1980, cuando el periodista Heidemann entra en contacto con Konrad Kujau, un excéntrico ilustrador con fama de experto en antigüedades nazis para que verifique una serie de hallazgos relacionados con el Tercer Reich. Lo que pocos sabían —o preferían ignorar— es que muchas de esas reliquias eran en realidad falsificaciones salidas de la mano del propio Kujau.
Kujau, amante del teatro y el engaño, se hizo pasar por intermediario de un supuesto oficial de Alemania Oriental que decía haber recuperado documentos secretos de un misterioso accidente aéreo ocurrido en 1945.
Todo, como pueden observar, alambicado, complicado y muy misterioso.
Entre estos tesoros sobresalían los famosos “Diarios de Hitler”: unos cuadernos cuidadosamente envejecidos (remojados en té para darles ese aire vetusto) y escritos con tinta moderna. Cada volumen llevaba la firma del mismísimo Führer.
Claro, lo típico: invades media Europa y aun así te tomas el tiempo y la molestia de firmar cada página de tu diario, no vaya a ser que lo confundan con un libro de recetas o, peor aún, no sea que Stalin te lo plagie.
Diez millones de marcos: el precio de la ingenuidad
Stern desembolsó diez millones de marcos alemanes por los cuadernos. Para poner esto en perspectiva, equivalía a unos cuatro millones de dólares en los años 80, suficientes para comprar no solo los diarios, sino también un castillo fortificado digno de un villano de James Bond.
Pero el gasto no terminó ahí: también invirtieron en la verificación de los documentos, que curiosamente no fue tan rigurosa como cabría esperar.
Tres días después del anuncio, la revista publicó el primer artículo sobre los diarios. La reacción inicial fue explosiva. Medios internacionales como Time, Newsweek y The Sunday Times compitieron por los derechos de reproducción.
Todo indicaba que Stern había dado un golpe maestro. Hasta que el castillo de naipes comenzó a desmoronarse.
Una burda falsificación al descubierto
La investigación sobre la autenticidad de los diarios cayó en manos de los Archivos Federales de Alemania. Lo que descubrieron fue, en una palabra, vergonzoso.
Konrad Kujau
El papel y la tinta: El papel utilizado en los cuadernos no existía antes de 1946, y la tinta tenía componentes modernos. Kujau había envejecido los documentos con té, sí, pero ni siquiera se tomó la molestia de usar materiales de la época.
El contenido: Los textos eran una mezcla de discursos conocidos de Hitler con anécdotas surrealistas. En los diarios, Hitler se mostraba preocupado por los judíos (¿en serio?), se quejaba de sus propias flatulencias y mencionaba un supuesto embarazo histérico de Eva Braun. Por lo visto, Kujau se tomó la máxima de que la realidad supera la ficción demasiado en serio.
La letra y las firmas: Aunque la caligrafía tenía cierto parecido con la de Hitler, los expertos concluyeron que era una imitación torpe. Además, como decíamos, ¿quién firma su diario secreto en cada página?
Un desastre de proporciones históricas
Cuando se reveló la verdad, el escándalo fue monumental. Stern tuvo que retirar los ejemplares de los quioscos, y su reputación quedó en ruinas. Las ventas de la revista cayeron en picado, y los editores responsables, Peter Koch y Felix Schmidt, se vieron obligados a dimitir. El prestigioso historiador Trevor-Roper también quedó desacreditado por haber avalado la autenticidad de los diarios sin una investigación exhaustiva.
Los diarios falsos de Hitler
Mientras tanto, Heidemann y Kujau fueron arrestados y condenados a cuatro años y medio de prisión por fraude y falsificación.
Kujau, siempre creativo, aprovechó su fama al salir de la cárcel para vender copias de pinturas famosas firmadas con su propio nombre.
Los diarios falsos de Hitler: un legado absurdo
Cuatro décadas después, los diarios falsos de Hitler se encuentran bajo la custodia del Archivo Nacional de Alemania como un testimonio de la manipulación histórica. Son un recordatorio de cómo incluso las instituciones más respetadas pueden caer en la trampa de la codicia y el sensacionalismo.
El caso también marcó un punto de inflexión en la forma en que los medios manejan grandes revelaciones. Aunque hoy en día contamos con tecnologías avanzadas para verificar documentos, el escándalo de Stern nos enseña que la prudencia y el escepticismo son esenciales, incluso (o especialmente) cuando algo parece demasiado bueno para ser verdad.
Perlas contenidas en los diarios falsos de Hitler
El Führer preocupado por la violencia antisemita
«Las medidas iniciadas desde el primer día en contra de las instituciones judías son demasiado violentas para mí. He advertido inmediatamente a los hombres responsables. Algunos también tuvieron que ser expulsados del partido.»
«Me han informado de desagradables ataques por parte de algunos uniformados, y en algunos lugares también de judíos asesinados y suicidios de judíos. ¿Se ha vuelto loca esta gente? ¿Qué dirán los otros países al respecto?»
Fuente: Stern, edición del 28 de abril de 1983
El Führer y su dieta
«Eva me ha reprochado mis problemas de flatulencia; parece que debo cambiar mi dieta.»
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