Hay biografías que parecen escritas con mala uva. O con un sentido del humor macabro. O ambas cosas.
Tal es el caso del teniente Wenman Wykeham-Musgrave, un oficial británico que en septiembre de 1914 consiguió lo que parece una hazaña imposible: sobrevivir a tres naufragios consecutivos en cuestión de horas. No exageramos.
El escenario: mares grises, cruceros confiados y un submarino con puntería letal
La Primera Guerra Mundial acababa de arrancar y la Royal Navy todavía paseaba sus cruceros con la arrogancia heredada del siglo XIX. El HMS Aboukir, el HMS Hogue y el HMS Cressy eran tres robustos cruceros blindados, diseñados más para impresionar en desfiles que para sobrevivir a ataques de enemigos sumergidos invisibles. Un decorado de acero para un drama que estaba a punto de representarse frente a las costas holandesas.
El 22 de septiembre de 1914, cuando los marineros aún estaban haciéndose a la idea del nuevo conflicto, apareció en escena un invitado inesperado: el SM U-9, un submarino alemán comandado por Otto Weddigen. Armado con torpedos y con la ventaja de la sorpresa, este pequeño navío iba a demostrar que los colosos flotantes británicos no eran más que patos de feria en una caseta mal diseñada.
Primer acto: el hundimiento del HMS Aboukir
A las seis y veinte de la mañana, cuando la rutina aún olía a café de rancho y a grasa de cubierta, un torpedo del U-9 impactó contra el Aboukir. El crucero se hundió en menos de media hora. Entre los marineros que lograron escapar de la succión del buque se encontraba Wykeham-Musgrave. Empapado, exhausto y seguramente preguntándose por qué demonios había elegido la carrera naval, nadó hacia el barco más cercano, el HMS Hogue. Lo que ignoraba es que su jornada no había hecho más que empezar.
Segundo acto: el HMS Hogue, otra víctima de la confianza
El Hogue, convencido de que el Aboukir había chocado contra una mina, se aproximó para rescatar a los supervivientes. Error garrafal. El U-9, viendo a la Royal Navy comportarse como una troupe de boy scouts demasiado confiados, disparó dos torpedos más. El resultado fue el hundimiento inmediato del Hogue.
Y aquí tenemos a nuestro amigo Wykeham-Musgrave volviendo a encontrarse en el agua, repitiendo la misma escena que apenas un rato antes había protagonizado.
Tercer acto: el HMS Cressy y el remate final
Como que dicen que no hay dos sin tres, Wykeham-Musgrave consiguió alcanzar el HMS Cressy, que también se acercó a rescatar supervivientes. Y, ya que estaba, el U-9 no iba a desperdiciar la ocasión de marcar un triplete histórico. Otro torpedo, otro naufragio. Tres cruceros menos en la flota británica. Tres baños forzados para nuestro teniente, que probablemente empezaba a considerar que haberse postulado para piloto del Real Cuerpo Aéreo no hubiera sido tan mala opción como la pintaban.
Epílogo improvisado: la salvación en un barco neutral
Tras el tercer hundimiento, el oficial se aferró a maderos y restos flotantes. La fatiga debía ser tan grande que resulta un milagro que aún pudiera mantenerse a flote. Finalmente, fue recogido por un navío neerlandés. El alivio de pisar cubierta por cuarta vez en menos de doce horas debió de ser indescriptible. Y no podemos dejar de imaginar a Wykeham-Musgrave mirando incrédulo el horizonte, temiendo que de pronto apareciera otro torpedo surcando el mar.
El U-9 y su día de gloria
Mientras el teniente encadenaba naufragios, Otto Weddigen y su tripulación celebraban lo que se convirtió en una gesta legendaria para la armada alemana. En unas pocas horas, el U-9 había hundido tres cruceros y causado la muerte de más de 1.400 marineros británicos. Una demostración brutal de que la guerra naval había cambiado para siempre: ya no eran las torres de acero las que mandaban, sino los pequeños monstruos sumergibles que acechaban invisibles.
En Alemania, Weddigen fue ensalzado como héroe nacional. Recibió condecoraciones, homenajes y una notoriedad que contrastaba con la vergüenza sufrida por la Royal Navy. Para Gran Bretaña, el desastre fue un golpe psicológico demoledor. Lo que hasta entonces parecía una guerra convencional se había transformado, en una sola mañana, en una partida de caza submarina.
Wykeham-Musgrave: del anonimato al mito improbable
El teniente no se convirtió en un personaje de leyendas épicas ni fue inmortalizado en bronce. Continuó su servicio en la marina durante la guerra. Hoy su nombre circula como una anécdota fascinante, una rareza histórica que mezcla azar, resistencia y una pizca de mala fortuna convertida en gloria.

El relato de Wykeham-Musgrave es también un recordatorio incómodo de la fragilidad humana. No fue el héroe de una novela de aventuras, sino el protagonista de un episodio que roza lo inverosímil. Y, sin embargo, ocurrió.
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Fuente: landcwfa
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.
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