Un cable, dos países y una noche cargada de ilusiones
En 1850, cuando el entusiasmo tecnológico caminaba más rápido que la capacidad real de las máquinas, se decidió que había llegado el momento de unir Francia e Inglaterra con un hilo eléctrico. No era poca cosa. Había que atravesar el Canal de la Mancha por su tramo más amable, entre Dover y Cap Gris-Nez, una distancia discreta en kilómetros pero enorme en simbolismo. Se quería demostrar al mundo que la era del mensaje instantáneo estaba llamando a la puerta.
El 28 de agosto comenzó el tendido del cable. Hubo expectación, declaraciones grandilocuentes y algún que otro brindis anticipado. El problema fue que la alegría resultó tan frágil como el propio cable, pues las señales dejaron de funcionar antes del amanecer, casi sin dar tiempo a celebrar nada.
Y es que aquel primer cable distaba mucho de lo que hoy cualquiera imaginaría al pensar en una infraestructura internacional. Era un único conductor de cobre envuelto en gutapercha, una resina exótica traída del otro lado del mundo. Ligero, sin armadura protectora, fácil de deformar y todavía más fácil de dañar. El llamado milagro del aislamiento submarino era, en realidad, un pequeño mártir con un destino escrito de antemano.
Cuando la técnica aún gateaba: gutapercha, empalmes y la temida dispersión
La gutapercha, tan venerada en la época, resolvía ciertos problemas y creaba otros nuevos. Era impermeable, sí, pero no milagrosa. Las secciones de cobre venían en longitudes desiguales, y unirlas exigía una cadena de empalmes que, a fuerza de ser artesanales, quedaban llenos de irregularidades. Basta imaginar a varios operarios calentando resina, moldeando juntas y apretando el cobre con herramientas que chirriaban más que ayudaban.
Una vez en el fondo marino, cualquier protuberancia podía engancharse, rozarse con una roca o quebrarse con una corriente traicionera. A ello se sumaba un enemigo silencioso: la dispersión. Los impulsos eléctricos que debían viajar firmes y definidos se estiraban por el cable como si se desperezaran perezosamente, mezclándose entre sí. El resultado eran mensajes difusos, cuando no imposibles de interpretar.
Los ingenieros intuían que algo fallaba, pero carecían de la teoría necesaria para entenderlo. La electricidad submarina aún era un territorio tan misterioso como romántico.
El pescador y su alga dorada: mito brillante, realidad más terrenal
La historia más difundida —y desde luego la más vistosa— asegura que un pescador de Boulogne, convencido de haber capturado un alga rarísima con vetas de oro, cortó el cable sin pestañear. La escena, perfecta para ilustraciones de periódico, muestra a un marino sorprendido ante lo que cree un tesoro vegetal salido del fondo del mar.
Pero la realidad, como suele suceder, es bastante menos fotogénica. No hay documentos serios que respalden la escena del supuesto hallazgo dorado. Lo que sí se sabe es que durante la noche aparecieron fragmentos del cable en redes de pesca, y que varios marineros cortaron tramos para liberar sus aparejos. En otras palabras: hubo red, hubo corte, pero no hubo oro.
La fábula prosperó por su encanto y porque otorgaba al desastre una causa humana y comprensible. Mucho más fácil culpar a un pescador ilusionado que aceptar la suma de errores técnicos y la precariedad de los materiales.
El verdadero fallo: fragilidad, empalmes rebeldes y un mar que no perdona
La autopsia técnica del fracaso permite enumerar los factores que se confabularon para romper el sueño telegráfico. El conductor, hecho de cobre en longitudes pequeñas y con tratamiento desigual, presentaba puntos débiles. Las juntas, lejos de ser impecables, ofrecían protuberancias demasiado tentadoras para una roca afilada o una corriente poco amistosa. A ello se sumaba el roce inevitable con el fondo marítimo, que podía desgastar la cobertura y exponer el cobre.
Además, la ignorancia sobre la naturaleza de la señal eléctrica llevó a conclusiones precipitadas. Muchos creyeron que la línea estaba rota cuando, en realidad, la dispersión provocaba que el mensaje llegase tan deformado que parecía inexistente.
El conjunto formaba un cóctel perfecto para un desastre anunciado.
Política, economía y esa manía de correr antes de tiempo
Detrás de la operación estaban los hermanos Brett, empresarios que habían logrado permisos y financiación y que, como cualquier emprendedor de la época, vivían metidos en un torbellino de expectativas. Tanto el gobierno francés como el británico aguardaban resultados rápidos. Cada día sin comunicación telegráfica era un día perdido en la carrera por el prestigio internacional.
Esa presión empujó a trabajar con una velocidad poco prudente. Quizá si el proyecto hubiera madurado un poco más, el cable habría resistido varias noches en lugar de una. Pero la historia de la tecnología es reincidente en estas prisas: se sueña con cambiar el mundo a golpe de prototipo, y luego la realidad recuerda que la ingeniería requiere paciencia.
Una puesta en escena digna de crónica: cañones, curiosos y una cuerda eléctrica
Aunque hoy cueste imaginarlo, el desembarco del cable tuvo su pequeña dosis de espectáculo público. Acudieron autoridades, periodistas y vecinos que se asomaban con curiosidad a ver cómo una bobina aparentemente inocente prometía unir dos países. Hubo saludos ceremoniosos, comentarios jocosos, sombreros sujetados contra el viento y una expectación que mezclaba ciencia y aventura marina.
Pero cuando la señal se apagó durante la noche, el ambiente festivo se transformó en decepción. Surgieron teorías de todo tipo: que si el cable era defectuoso, que si los pescadores lo habían mutilado, que si el mar se había enfadado. La prensa, siempre dispuesta a regalar titulares vibrantes, alimentó tanto la ciencia como la leyenda.
La revancha de 1851: cuando los errores sirven para algo
La buena noticia es que aquel fracaso no cayó en saco roto. Al año siguiente se intentó de nuevo, esta vez con un diseño más robusto, con conductores múltiples, una armadura metálica protectora y un proceso de fabricación mucho más estricto. También se mejoró la logística del tendido, aprendiendo del tropiezo anterior.
El cable de 1851 sí funcionó, estableció la comunicación y permitió que los cañonazos y señales eléctricas se intercambiaran entre Dover y Calais como metáfora de una nueva era. El sueño se había retrasado, no evaporado.
Cuando la anécdota derriba el mito y deja ver la importancia real
Puede que la historia del pescador sea más divertida, pero lo realmente valioso está en las lecciones técnicas y humanas que dejó aquel primer intento. Recordar cómo falló ese cable ayuda a entender que la infraestructura moderna —esa que permite enviar correos, mensajes y vídeos— no es solo un conjunto de protocolos abstractos. Es una obra física, vulnerable, hecha por manos humanas, expuesta a la fuerza del mar y a la torpeza de nuestros cálculos.
El conductor perdido entre Dover y Cap Gris-Nez fue un experimento atrevido. No sobrevivió, pero allanó el camino para que poco después naciera una red submarina que acabaría conectando continentes enteros.
Curiosidades que el mar guardó durante demasiado tiempo
- La gutapercha, ese aislante prodigioso, era un material tan exótico que durante años se importó masivamente mientras la ciencia intentaba sustituirlo por alternativas sintéticas.
- No siempre era la pesca la que dañaba los cables: a veces bastaba un relieve rocoso en el fondo del mar para desgastar la cubierta y dejar el cobre a la intemperie del océano.
- La dispersión eléctrica, ese fenómeno que arruinó los primeros mensajes, tardó décadas en entenderse y en atajarse. Al principio parecía magia negra, cuando no simple mala suerte.
El folclore como consuelo ante la complejidad
Los relatos que buscan culpables humanos —el pescador, su navaja, su alga dorada— hablan más de nuestras necesidades narrativas que de la realidad técnica. Ante un fallo complejo, solemos preferir la historia sencilla. Sin embargo, la documentación concluye que el origen del desastre fue múltiple, técnico y, en esencia, inevitable para la época.
El cable que sobrevivió… en los museos
Hoy se conservan tramos de aquel primer cable en varias colecciones. Verlos, tan modestos y tan vulnerables, ayuda a comprender por qué no resistieron. Las juntas, las capas de gutapercha, las irregularidades: todo está ahí, visible.
Son fragmentos que transforman la crónica histórica en algo palpable, casi íntimo.
Vídeo:
Fuentes consultadas
- Atlantic Cable & Submarine Telegraphy. (2024). 1850 Dover-Calais Cable. https://atlantic-cable.com/Article/1850DoverCalais/index.htm
- Wikipedia. (2024). Submarine Telegraph Company. https://es.wikipedia.org/wiki/Submarine_Telegraph_Company
- Universitat Politècnica de València. (2024). Hitos de la Ingeniería de Telecomunicación (pp. 1–136). https://www.upv.es/entidades/etsit/wp-content/uploads/2024/02/Libro-HISTORIA-TELECO-136PAGSPORT.pdf
- Institution of Engineering and Technology (IET). (s. f.). The French Connection – The Dover to Calais Telegraph. https://www.theiet.org/membership/library-and-archives/the-iet-archives/archives-highlights/the-french-connection-the-dover-to-cala
- Science Museum Group. (s. f.). Short length (including a joint) of submarine cable between Dover and Calais, 1850. https://collection.sciencemuseumgroup.org.uk/objects/co33795/short-length-including-a-joint-of-submarine-cable-between-dover-and-calais-1850
- Foro Histórico de las Telecomunicaciones (COIT/AEIT). (s. f.). Tendido de los primeros cables de Dover a Calais. https://forohistorico.coit.es/index.php/museo/museo-galeria/item/tendido-de-los-primeros-cables-de-dover-a-calis
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






