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El monumento al OVNI de Ängelholm: entre pistas de aterrizaje cósmicas y marketing interplanetario

Si uno pasea por los frondosos parajes de Kronoskogen, en la encantadora localidad sueca de Ängelholm, podría esperarse encontrar ardillas, setas o, en el peor de los casos, incluso algún excursionista extraviado. Lo que pocos esperan, en cambio, es tropezar con una plataforma de aterrizaje para naves extraterrestres construida en cemento armado. Sí, así como suena. Allí, en mitad del bosque, entre el canto de los pájaros y los ecos de teorías conspiranoicas, se alza el monumento al OVNI de Ängelholm, una especie de Stonehenge nórdico para creyentes de lo paranormal.

Gösta Carlsson: el vidente sideral

El responsable de todo este delirio escultórico con forma de platillo volante no es otro que Gösta Carlsson, un caballero sueco que, además de ser jugador profesional de hockey sobre hielo, empresario farmacéutico y autodenominado «contactado intergaláctico», decidió que lo suyo no eran ni los goles ni las fórmulas químicas, sino los encuentros en la tercera fase.

La historia comienza, como mandan los cánones del género ufológico, una noche cualquiera de 1946, concretamente el 18 de mayo, en un claro del bosque donde Gösta, como quien no quiere la cosa, paseaba tranquilamente. De repente —¡zas!— aparece ante sus ojos una nave espacial redonda como una rosquilla sin agujero, reluciente y rodeada de luces que harían palidecer a una discoteca de los 70. Dentro, unos seres de aspecto humanoide, con cascos, trajes ajustados y mucha compostura. Carlsson, en un ejercicio de cortesía extraterrestre, afirma que intercambió saludos y alguna que otra mirada intensa con estos visitantes del más allá. Nada de rayos láser ni abducciones. Aquí hablamos de un aterrizaje civilizado, como si el OVNI viniera a preguntar la hora.

Gösta nunca cambió su versión, ni una coma. Pero eso sí, no presentó pruebas materiales ni testigos directos, más allá de su inquebrantable convicción. Aunque, siendo honestos, ¿quién necesita evidencias cuando se tienen las agallas para plantar un monumento en medio de un bosque?

El monumento: cemento armado para creencias blindadas

El monumento al OVNI de Ängelholm fue inaugurado en 1963, años antes de que Close Encounters of the Third Kind (Encuentros en la tercera fase  hiciera del contacto alienígena un fenómeno de masas. Lo curioso es que no se trata simplemente de una placa conmemorativa con la típica inscripción de “aquí ocurrió algo raro”. Nada de eso. Gösta mandó construir una reproducción a escala real del supuesto platillo volante, con su círculo central, sus patas de aterrizaje y hasta las marcas en el suelo que, según él, quedaron tras el despegue.

Fabricado en cemento y acero, el monumento recuerda más a una instalación de arte posmoderno que a una escultura tradicional. Está rodeado por unos pilares también de hormigón que representarían, según Carlsson, las posiciones originales del tren de aterrizaje de la nave. Se incluyeron además unas placas metálicas y marcas simbólicas que recrean con precisión quirúrgica lo que, teóricamente, quedó grabado en el suelo aquella noche mágica.

Gösta no lo dejó ahí. En un alarde de marketing paranormal, utilizó su experiencia cósmica como fuente de inspiración para fundar Cernelle, una empresa dedicada a productos de medicina natural basada en polen. ¿Casualidad? Por supuesto que no. Según él, los alienígenas le revelaron secretos sobre los usos medicinales del polen, transformando a Carlsson en una especie de apóstol galáctico de la fitoterapia. Como quien va al bosque y vuelve con una receta interplanetaria para la psoriasis.

UFO-Sverige: los escépticos con traje y lupa

A estas alturas, algún lector desconfiado podría preguntarse si alguien ha investigado el caso con un mínimo de espíritu crítico. Y la respuesta es sí, aunque con resultados menos espectaculares que los de Gösta.

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El señor Clas Svahn, presidente de la asociación UFO-Sverige, dedicó años a analizar el asunto. Hombre metódico, Svahn se armó con documentos, entrevistas y una dosis saludable de escepticismo sueco. Publicó junto a Carlsson el libro «Mötet i gläntan», una crónica del supuesto encuentro que, lejos de confirmar lo sobrenatural, destaca por lo que no aporta: ni pruebas físicas, ni testigos independientes, ni rastros radiactivos. Nada que pueda sacudir a la ciencia o hacer que la NASA se replantee sus prioridades.

Clas Svahn concluyó que, si bien el testimonio de Carlsson era coherente dentro de su propia narrativa, no existía ninguna evidencia objetiva que corroborase su relato. Para decirlo suavemente: todo apunta a que Gösta se montó una película, y además de ciencia ficción.

Turismo paranormal y rutas ovnícolas

Hoy en día, el monumento se ha convertido en un lugar de peregrinación para creyentes, curiosos, y algún que otro influencer con drones. La oficina de turismo local ha sabido rentabilizar la historia, como buenos suecos organizados, y en las rutas por Kronoskogen no falta una parada junto al platillo.

De hecho, Ängelholm presume de tener el único monumento a un OVNI en Escandinavia, aunque en realidad compite en esta liga con otros enclaves europeos igual de marcianos: el monumento al OVNI de Emilcin en Polonia —una columna con forma de palo de selfie para alienígenas— y el más sobrio monumento al incidente de Robert Taylor en Livingston, Escocia, donde un forestal aseguró haber sido atacado por una nave con tentáculos mecánicos. Cada país tiene sus traumas.

monumento al OVNI de Angelholm

El de Ängelholm, sin embargo, destaca por ser el más “completo” y pintoresco: no se limita a un recuerdo, sino que recrea con mimo y convicción toda la escena del aterrizaje. Como si uno pudiera subir, tocar y preguntar al guía turístico dónde se sentó el comandante interestelar. Hay hasta bancos para sentarse y reflexionar sobre lo insignificante que es la especie humana ante el cosmos… o sobre lo ingenioso que fue Carlsson para fusionar mitología moderna con autopromoción empresarial.

OVNIs, cemento y orgullo local

El monumento ha adquirido con el paso del tiempo un valor que trasciende lo anecdótico. No se trata solo de una escultura extraña en mitad del bosque, sino de un ejemplo perfecto de cómo la imaginación personal puede cristalizar en patrimonio cultural, por mucho que carezca de respaldo científico.

monumento al OVNI de Angelholm

A fin de cuentas, el OVNI de Ängelholm forma ya parte del paisaje emocional de Suecia, como los muebles de IKEA o los grupos de black metal.

Y aunque la historia de Gösta Carlsson no resista el escrutinio racional, sí sobrevive como fenómeno sociológico y turístico, recordando que la línea entre la fe y el espectáculo es tan difusa como la visión nocturna después de tres copas de aquavit.



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Fuentes consultadas

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