Saltar al contenido
INICIO » Navidades literarias: literatura navideña y autores al borde del ataque de nervios

Navidades literarias: literatura navideña y autores al borde del ataque de nervios

Navidad y literatura: una relación de amor y desavenencias

Cada diciembre, mientras los comercios despliegan su arsenal de espumillón y los escaparates rebosan listas de “imprescindibles para regalar”, la Navidad hace algo más sutil, pero bastante más profundo: se instala en la mente de los escritores.

Para muchos, la fiesta ofrece un filón narrativo irresistible: luces difusas, recuerdos de infancia, fantasmas de diversa índole, pobreza digna y redenciones emocionantes. Para otros, en cambio, la Navidad funciona como un examen obligatorio lleno de compromisos familiares, plazos editoriales imposibles y villancicos que perforan la paciencia.

La literatura navideña no es, ni de lejos, un simple catálogo de relatos tiernos. Es también una ventana hacia la intimidad creativa: obsesiones, presiones económicas, excentricidades domésticas y todo ese estrés que, de forma casi milagrosa, acaba traducido en obras memorables.

A la cita acuden autores célebres, cada uno con su propio estado de ánimo festivo. Los hay que habrían llenado la casa de figuritas del Belén, y otros que, de poder, habrían solicitado una orden de alejamiento contra la Navidad.

Charles Dickens: el escritor que dio forma a la Navidad moderna

Mencionar literatura navideña sin comenzar por Charles Dickens resulta tan absurdo como una cena familiar sin el clásico debate que estalla justo antes del postre.

En 1843, Dickens atravesaba un mal momento económico, esperaba a su quinto hijo y sufría el tibio recibimiento de Martin Chuzzlewit. Para colmo, sus editores amagaban con recortarle el sueldo. En ese escenario nada festivo empezó a gestar A Christmas Carol, decidido a publicarla antes de Nochebuena. La escribió en unas pocas semanas, movido por una energía casi febril y acompañado de largas caminatas nocturnas por Londres, su manera particular de “airearse”.

Así nació la historia del huraño Ebenezer Scrooge, transformado en símbolo de generosidad tras la visita de tres espectros. En boca del sobrino de Scrooge, Dickens plasma su definición de la fiesta: un tiempo amable y benévolo, la rara ocasión en que la gente parece acordarse de los demás.

La ironía es que, pese a su éxito inmediato, el libro no le reportó los beneficios esperados. La edición de lujo que insistió en supervisar consumió buena parte de las ganancias. Resulta casi cómico, teniendo en cuenta que la obra denuncia la avaricia humana.

Aun así, A Christmas Carol remodeló la Navidad victoriana, asociándola a la reunión familiar, los banquetes, las emociones blandas y una especie de renacimiento espiritual colectivo.

Y, cuando parecía que el fenómeno no podía rendir más, Dickens se embarcó en agotadoras lecturas públicas. Fueron un triunfo, sin duda, pero también un desgaste físico que le acompañó hasta los últimos años. En su caso, la Navidad fue inspiración y, al mismo tiempo, una exigente temporada alta.

Louisa May Alcott: “Navidad no será Navidad sin regalos” (y sin enseñanza moral)

Si Dickens diseñó la versión británica de la Navidad sentimental, Louisa May Alcott tejió la americana. Mujercitas comienza con la célebre protesta de Jo March: “La Navidad no será Navidad sin regalos”. Tras esa frase se esconde un mundo de escasez, resignación juvenil y un deseo contenido de vivir algo extraordinario.

La escena inicial, con la madre animando a sus hijas a donar su desayuno a una familia más pobre, resume la visión pedagógica de Alcott: la Navidad como una escuela de valores donde conviven frustración, solidaridad y una ética comunitaria muy marcada.

En la propia vida de Alcott, la Navidad distaba de ser una época de opulencia. Creció en un hogar atravesado por el idealismo trascendentalista y por la precariedad económica crónica. Esa falta de recursos impregnó su obra: las penurias de las hermanas March son un reflejo de sus propias experiencias, con empleos mal pagados y responsabilidades familiares que pesaban como un lastre.

Al avanzar la novela, la Navidad queda en segundo plano. Lo que importa es cómo crecen las protagonistas, qué decisiones toman y cómo Jo, en particular, se enfrenta a su vocación literaria. La festividad actúa como arranque emocional, una escena inicial que coloca al lector frente a las tensiones y deseos del grupo antes de emprender caminos más profundos.

Alcott emplea la Navidad como chispa narrativa: un momento cargado de expectativas que ilumina, por contraste, todo lo que vendrá después.

Truman Capote: pasteles de fruta, whisky clandestino y nostalgia

Truman Capote, figura icónica de las fiestas sofisticadas de Nueva York, dejó, sin embargo, uno de los relatos navideños más delicados y tristes jamás escritos: A Christmas Memory.

El texto, de 1956, es prácticamente autobiográfico. Capote rescata su infancia en la Alabama rural durante la Gran Depresión, donde vivía con unos parientes y mantenía una entrañable alianza con su prima anciana Sook, mezcla de madre, amiga y cómplice.

Cada año, ambos reunían sus modestas monedas para preparar decenas de fruitcakes. El ingrediente estrella, el whisky comprado a un contrabandista local, añade el punto canalla a la historia. Es una Navidad de pobreza digna, sin lujos, pero celebrada como un ritual solemne: recoger nueces, hornear, envolver y enviar los pasteles a personas que ni siquiera conocían.

Esa celebración mínima, cargada de afecto y fragilidad, convive con una profunda melancolía. El narrador sabe que ese mundo está condenado a desaparecer. La Navidad, más que una fiesta, se convierte en una despedida prolongada. No sorprende que el relato haya sido adaptado al cine, la televisión e incluso al teatro: es un cuento navideño que funciona como antídoto contra el sentimentalismo fácil.

A la vista de la vida posterior de Capote —fiestas desmesuradas, excesos y turbulencias—, aquella Navidad pobre parece la última estación de auténtica inocencia.

Tolkien y las cartas de Papá Noel: magia casera en tinta y papel

J. R. R. Tolkien podría haber recurrido a las típicas felicitaciones compradas en papelería. En lugar de eso, convirtió la Navidad familiar en otro ejercicio de imaginación desbordada.

Entre 1920 y 1943 escribió cada año una carta para sus hijos como si procediera de Father Christmas: ilustraciones, sobres decorados, sellos del Polo Norte y relatos sobre un hogar nevado habitado por un Oso Polar torpe, elfos diligentes y goblins que causaban estragos.

Esas cartas, publicadas después de su muerte, revelan la faceta doméstica de un autor habitualmente asociado a epopeyas colosales. En ellas domina un tono juguetón, aunque las sombras de los tiempos —la amenaza de guerra, la violencia creciente de los goblins— asoman con sutileza, recordando que ni siquiera el Polo Norte ficticio escapaba a la realidad.

Algunos críticos han visto en este universo navideño un ensayo íntimo de temas que más tarde aparecerían en El Señor de los Anillos: la lucha contra fuerzas oscuras, el heroísmo cotidiano, incluso leves ecos entre Father Christmas y un cierto mago blanco de barba imponente.

Más allá del análisis literario, las cartas hablan de un padre agotado pero empeñado en regalar a sus hijos una Navidad única. No improvisaba: dedicaba horas de su limitado tiempo a inventar historias solo para ellos. Ese, también, era un tipo de estrés navideño, aunque uno lleno de ternura creativa.

Agatha Christie: cadáveres bajo las guirnaldas

Quizá sorprenda, pero la Navidad y el crimen se llevan de maravilla, y Agatha Christie tiene mucho que ver en ello.

En Hercule Poirot’s Christmas, la autora sitúa a una familia plagada de resentimientos en la mansión de un patriarca tan rico como insoportable. Con semejante cóctel, el crimen es cuestión de tiempo. Christie aprovecha la estampa navideña para mostrar todo lo que no se dice en las reuniones familiares: odios antiguos, rivalidades, secretos que arden tras la fachada festiva.

Más juguetón, aunque igualmente turbio, es The Adventure of the Christmas Pudding, donde Poirot acude a una casa de campo a vivir “una Navidad típica” y acaba investigando un robo de alto nivel. La ambientación procede de las propias Navidades de Christie en Abney Hall, con sus banquetes opulentos, árboles decorados y ritos familiares que la autora reciclaba con precisión.

Christie confesó que esas historias tenían algo de capricho, un modo de regresar a las fiestas de su juventud. Curioso, teniendo en cuenta que las utilizaba como escenario de asesinatos y revelaciones incómodas.

En su vida personal, marcada por altibajos emocionales, la Navidad le ofrecía un espacio ideal para analizar, bajo la apariencia de armonía, lo mucho que podía fracturarse un clan cuando entraban en juego la herencia, los celos o la memoria rencorosa.

T. S. Eliot y Virginia Woolf: el incómodo balance de diciembre

No todos los escritores se acercaron a la Navidad con ánimo celebratorio. Algunos la contemplaron como un territorio de reflexión incómoda.

T. S. Eliot escribió Journey of the Magi como parte de una colección navideña que las editoriales enviaban a sus clientes. Lo que podría haber sido una felicitación amable se convirtió en un poema áspero, narrado por un mago que recuerda el viaje al nacimiento de Cristo como un episodio agotador, lleno de dudas y sensaciones contradictorias. Para Eliot, recién convertido al anglicanismo, la Navidad simbolizaba crisis, tránsito y una especie de renacimiento doloroso.

Virginia Woolf, más terrenal en apariencia, dejó en sus diarios una visión igualmente poco plácida de las fiestas. En sus notas de diciembre conviven el deseo de seguir escribiendo, la presión de las visitas, el clima cambiante y un examen crítico del año que termina. Para ella, la Navidad era la interrupción inevitable del trabajo, acompañada de un balance íntimo que rara vez resultaba amable.

Ni Eliot ni Woolf produjeron “cuentos navideños” al uso. En su lugar, la fiesta se convirtió en un espejo que devolvía preocupaciones personales, procesos creativos truncados y la sensación de que el tiempo avanza incluso cuando el calendario ordena celebrar.

Philip Larkin y compañía: los que habrían bajado los plomos navideños

En el extremo más gruñón se encuentran los autores que detestaban la Navidad abiertamente. No en sus obras, sino en su día a día.

Philip Larkin figura entre los más sinceros. En su correspondencia admite que cada año aborrecía un poco más la fiesta y fantaseaba con encerrarse hasta que terminara. Para él, la Navidad era un espectáculo exagerado en el que todo el mundo fingía entusiasmo. El poeta, tan atento a lo cotidiano y lo gris, encontraba en estas fechas una teatralidad insoportable.

literatura navideña

No es el único. Ensayistas, novelistas y filósofos se han declarado formalmente alérgicos a la temporada: por el consumismo, por la hipocresía o por la música repetitiva. Existe, incluso, una tradición de “Grinchs ilustrados” que ven diciembre como una maratón que soportar en silencio.

Desde una perspectiva literaria, esta aversión rara vez se transforma en obra duradera. El personaje gruñón que nunca se ablanda funciona muy bien en cartas privadas, pero menos como protagonista de un relato navideño. Hasta el mismísimo Scrooge necesitó un toque de ternura para quedar en la historia.

Creatividad, vida privada y estrés festivo: lo que la Navidad destapa

Reunidos todos —Dickens extenuado, Alcott pedagógica, Capote nostálgico, Tolkien imaginativo, Christie homicida, Eliot reflexivo, Woolf abrumada y Larkin directamente harto— queda claro que la Navidad, para los escritores, es algo más que un decorado amable.

Para quienes la abrazan, la fiesta ofrece un arsenal de emociones: contrastes sociales, rituales familiares y un impulso sentimental que, bien manejado, da historias memorables.

Para quienes la rechazan, diciembre actúa como un foco brillante que revela tensiones, obligaciones y un ritmo social que no siempre coincide con los tiempos de la creatividad.

En uno u otro bando, la Navidad amplifica todo: la infancia, los conflictos, las expectativas, el cansancio y el deseo de hacer —o no hacer— algo significativo. Y, aun así, el lector sigue encontrando en estas páginas fantasmas fascinantes, pasteles perfumados de whisky, cartas del Polo Norte y crímenes refinados bajo las luces del árbol.

Quizá ahí resida el verdadero milagro literario de estas fechas.

Vídeo:

Fuentes consultadas

Nuevas curiosidades cada semana →

¿Te gusta la historia rara, absurda y sorprendente?

Únete a El Café de la Historia y disfruta una selección semanal de historias curiosas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: Contenido protegido, esta página está bajo una licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional