Una noche gélida de febrero de 1962, mientras buena parte de Washington apuraba el final del día frente al televisor, en la Casa Blanca se tramaba una operación peculiar, casi doméstica y a la vez cargada de simbolismo. No había espías, ni documentos secretos, ni conspiraciones en marcha. Solo un presidente que, a las puertas de una decisión histórica, quería asegurarse un pequeño placer terrenal antes de que desapareciera de los estancos del país: sus habanos favoritos.
La escena, repetida hasta convertirse en leyenda, merece contarse con ritmo propio. John F. Kennedy llamó a su secretario de prensa, Pierre Salinger, y le encargó con tono urgente —aunque sin explicaciones aparentes— reunir, en cuestión de horas, todos los H. Upmann Petit Upmann que fuese capaz de encontrar por la ciudad. Una misión casi absurda si no fuese porque al amanecer, con la neblina aún pegada a las aceras, Salinger volvió a la Casa Blanca con alrededor de 1.200 puros. Kennedy escuchó la cifra, sonrió satisfecho, abrió un cajón y firmó un documento que llevaba días esperando. Era la orden del embargo total a Cuba.
La anécdota se ha convertido en un clásico del universo del tabaco. Un presidente joven, atractivo y moderno que, antes de privar a los ciudadanos de un lujo importado, se asegura una reserva personal tan abundante como previsible. Una historia irresistible que, sin embargo, no se entiende del todo sin su trasfondo político y los matices de un mundo inmerso en tensiones globales.
La noche de los 1.200 habanos
El relato de Salinger presenta el encargo presidencial con el dramatismo de un asunto urgente de Estado. Kennedy no dio más razones que la necesidad de tener cuanto antes cerca de un millar de Petit Upmann. A partir de ahí comenzó una carrera contra el reloj.
Salinger, que conocía bien el mundillo del tabaco, tiró de agenda, favores pendientes y estancos con horarios exigentes. Recorrió tiendas, habló con distribuidores y exprimió cualquier rincón de Washington donde quedara un lote disponible. A base de cajas apiladas en el maletero, terminó alcanzando y superando la cifra solicitada.
Al llegar el alba, se presentó ante el presidente. Kennedy le preguntó si lo había conseguido. Salinger confirmó el recuento y vio cómo el presidente abría su escritorio, sacaba un documento y lo rubricaba sin más ceremonias. Aquella firma desencadenó el embargo total del comercio con Cuba y marcó uno de los hitos políticos más contundentes de la época.
La escena posee tal armonía narrativa que muchos la consideran casi cinematográfica: primero los habanos, después el decreto. Un gesto íntimo justo antes de tomar una medida de enorme impacto. Por eso ha sobrevivido en periódicos, libros y tertulias de aficionados al cigarro, convertida en un episodio entre lo entrañable y lo irónico.
Pierre Salinger, el mensajero que hizo historia
El otro personaje de esta historia merece atención propia. Pierre Salinger no era el típico asesor obediente a todas horas. Periodista brillante y figura fundamental en la imagen pública de Kennedy, terminó convirtiéndose, por casualidad y fidelidad, en el proveedor extraoficial de los puros presidenciales.
Años más tarde, en una entrevista, narró la escena con un aire casi teatral: la llamada del presidente, la urgencia inexplicable, la búsqueda nocturna por media ciudad y la satisfacción final de Kennedy al comprobar que la misión había sido un éxito. Su versión, aunque detallada, presenta pequeñas discrepancias según pasa el tiempo: algunas fuentes hablan de 1.000 puros, otras de 1.200 e incluso hay quien sube la cifra a 1.600. Las fechas también bailan entre el 2 y el 6 de febrero, aunque se sabe con certeza que el embargo entró en vigor a las 00:01 del día 7.
A pesar de esas variaciones, el núcleo del relato encaja razonablemente. Y ayuda a entender por qué el nombre de Salinger quedó unido para siempre al mundo del habano y a una decisión que terminó marcando la política exterior de Estados Unidos durante décadas.
El favorito del presidente
El encargo no giraba en torno a un puro cualquiera. Los H. Upmann Petit Upmann eran pequeños, de formato discreto y humo suave pero persistente. Un cigarro cotidiano, elegante y sin excesos, ideal para las pausas rápidas de un presidente sometido a presiones constantes.
La marca, fundada en el siglo XIX por un banquero alemán en La Habana, gozaba de prestigio internacional. Sus puros, exportados durante décadas a Estados Unidos y Europa, eran sinónimo de calidad. Que Kennedy los eligiera revelaba un gusto refinado y una inclinación por lo clásico en plena era de cambios acelerados.
Kennedy no era un fumador teatral, al estilo de otros líderes que convertían el puro en atributo de poder. Lo suyo era más funcional: encenderlo, saborearlo un momento y abandonarlo si la actualidad exigía atención inmediata. Una costumbre aparentemente menor que, en aquella madrugada de febrero, se convirtió en el motor de una carrera contrarreloj para conseguir una reserva de emergencia.
Del capricho al tablero geopolítico
El gesto puede parecer un capricho aislado, pero el embargo no surgió de un arrebato. Era el desenlace de varios años de deterioro en las relaciones entre Washington y La Habana. Desde 1959, la revolución cubana había nacionalizado empresas estadounidenses, estrechado lazos con la Unión Soviética y tensado una relación ya delicada que estalló con la fallida invasión de Bahía de Cochinos.
Antes incluso de Kennedy, el Gobierno de Eisenhower ya había establecido limitaciones comerciales. Kennedy heredó ese escenario, y lo endureció conforme avanzaban los acontecimientos, hasta culminar en la firma de la proclamación que convirtió en ilegales los productos de origen cubano. Entre ellos, claro está, los habanos.

La ironía es evidente: mientras la administración norteamericana intentaba aislar económicamente al régimen de Fidel Castro, el presidente se aseguraba una última cosecha de su puro preferido. No cambiaba la historia, pero añadía un matiz muy humano a una decisión cargada de implicaciones diplomáticas.
Entre la historia y la exageración
La anécdota ha crecido con el tiempo. Muchos la cuentan como si hubiese ocurrido siguiendo un guion perfecto. Pero los detalles exactos varían según quién los relate. Las cifras oscilan, las fechas se difuminan y hasta el nombre concreto del formato aparece de distintas maneras en los catálogos de la época.
Algunos incluso dudan de la logística: reunir más de mil puros de un mismo tipo en una sola noche no parece tarea sencilla. Sin embargo, Washington contaba entonces con un circuito sólido de estancos especializados y Salinger tenía la influencia suficiente como para movilizar recursos con rapidez.
Pese a pequeñas inconsistencias, la historia sigue siendo considerada verosímil. Las fuentes directas, la proximidad temporal y la coherencia general permiten mantenerla en el territorio de la anécdota fiable, una rareza en tiempos de bulos circulando sin freno.
El otro efecto del embargo
El embargo no solo alteró la política internacional; también transformó el mercado del tabaco. Estados Unidos era uno de los grandes consumidores de habanos y, al cerrarse esa vía, otros países llenaron el vacío. República Dominicana, Honduras y Nicaragua se convirtieron en refugio para maestros tabaqueros que abandonaron Cuba tras la revolución, replicando allí el estilo tradicional del habano.
La marca H. Upmann se dividió entre la producción cubana oficial y las líneas fabricadas fuera de la isla, destinadas al mercado estadounidense. Así surgió una especie de doble vida para los puros más emblemáticos, cuyo prestigio creció aún más por el atractivo de lo prohibido.
Durante décadas, fumar un cigarro cubano en Estados Unidos tuvo algo de aventura clandestina: un gesto discreto pero cargado de significado para los aficionados más fervientes.
Cigarros, poder y humanidad
La historia de los 1.200 habanos revela algo que suele olvidarse en los despachos oficiales: tras las decisiones que cambian el rumbo de países enteros hay seres humanos con manías, gustos y debilidades muy corrientes. Kennedy, a punto de firmar un embargo histórico, dedicó las últimas horas previas a asegurarse un placer personal que sabía condenado a desaparecer de su día a día.
La imagen de un presidente joven, inhalando el aroma de un H. Upmann justo antes de convertirlo en un producto prohibido, resume la contradicción de aquel febrero del 62. Una mezcla de poder, ironía y humanidad que, más de medio siglo después, sigue impregnando de humo cubano una de las anécdotas más sabrosas de la Guerra Fría.
Vídeo: “JFK’s 1200 Cigars and the Cuban Embargo Story”
Fuentes consultadas
- Wikipedia. (2024, 9 de agosto). Cigarro cubano. Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Cigarro_cubano
- Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba. (2022, 3 de febrero). 60 años de la proclama que formalizó el criminal bloqueo económico de EEUU contra Cuba. Cubaminrex. https://cubaminrex.cu/es/60-anos-de-la-proclama-que-formalizo-el-criminal-bloqueo-economico-de-eeuu-contra-cuba
- Acirón, C. (2013, 16 de diciembre). El embargo a Cuba y los puros de Kennedy. Ver, Comer y Beber. https://lapapilacritica.com/2013/12/16/el-embargo-a-cuba-y-los-puros-de-kennedy/
- Muñiz, F. (2025, 15 de abril). Rodrigo de Jerez: el hombre que encendió un cigarro… y acabó en la cárcel por brujería. El Café de la Historia. https://www.elcafedelahistoria.com/rodrigo-jerez/
- Salinger, P. (1992). Great Moments: Kennedy, Cuba and Cigars. Cigar Aficionado. https://www.cigaraficionado.com/article/great-moments-kennedy-cuba-and-cigars-7840
- Snopes. (2025, 14 de enero). JFK Ordered 1200 Cuban Cigars Before Signing the Cuban Embargo. Snopes. https://www.snopes.com/news/2025/01/14/jfk-cuban-cigars-kennedy/
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.
