En la vasta galería de prodigios humanos que la historia no solicitó, uno brilla con especial intensidad por su mezcla de temeridad, espiritualidad mal calibrada y una fe inquebrantable en los límites de lo imposible: E. Frenkel, parapsicólogo, curandero mentalista ruso y, por unos breves instantes, futuro mártir de la física aplicada. Era el 1 de octubre de 1989, y el escenario no podía ser más soviéticamente poético: cerca de Astraján, al sur de Rusia, entre estepas polvorientas, vías de acero y un tren que no sabía que estaba a punto de convertirse en víctima de un intento de psicoatentado.
El plan maestro: detener el acero con pensamiento positivo
Frenkel no era un cualquiera. No, señor. Venía precedido por una fama local, forjada en los corros de sanadores, ferias esotéricas y alguna que otra sala de espera de hospital donde los médicos ya no sabían qué más recetar. Este hombre —que afirmaba haber «empezado parando bicicletas y coches» con la fuerza de su energía psicobiológica— decidió, en un arranque de entusiasmo místico y falta de instinto de supervivencia, que ya estaba listo para subir el nivel. ¿Y qué hay más soviéticamente simbólico que parar un tren?
Sí, un tren. De los de verdad. Con vagones, pasajeros, combustible y, lo más importante, momentum. Porque el tren no era metafórico, ni un modelo a escala. Era una mole de hierro que venía directa hacia él, pitando como si supiera lo que le esperaba: un parapsicólogo en camisa blanca, con los brazos en alto, la cabeza gacha y la tensión corporal de quien se está jugando algo más que la dignidad.
La escena: western místico con final previsible
Según los testigos —que no eran pocos, porque cuando uno anuncia que va a parar un tren con la mente, el público no se lo pierde—, Frenkel se plantó firme sobre las vías. Como Moisés abriendo el Mar Rojo, pero sin mar, sin bastón y sin un Dios que le cubriera las espaldas. La locomotora se acercaba. El aire vibraba. La tensión era palpable, aunque no tanto como el acero que rugía bajo sus pies.
Y entonces, lo inevitable: el tren no se detuvo. Ni siquiera lo dudó. Ni un amago de ralentización. Como si la energía psicobiológica de Frenkel ese día se hubiese ido a por tabaco. El impacto fue inmediato y brutal, como lo es siempre cuando se cruzan las leyes de la física con las de la fe desmedida. Frenkel sobrevivió, aunque con heridas considerables. Y, según se supo después, con la convicción de que «el entorno no había sido favorable». Qué menos.
Un fenómeno no tan aislado: cuando el esoterismo se pasa de frenada
Aunque pueda parecer un caso aislado de chifladura individual, lo cierto es que Frenkel formaba parte de una corriente más amplia. La Rusia de los años 80 estaba atravesando una fiebre parapsicológica sin precedentes. Con la caída progresiva del telón de acero y la apertura al misticismo occidental, florecieron sanadores energéticos, telequinéticos amateur y mentalistas de fin de semana. En las páginas de revistas como Tekhnika Molodezhi o Nauka i Zhizn, no era raro encontrar artículos donde se mezclaban experimentos pseudocientíficos con el desparpajo de quien acaba de descubrir los chakras.

El Estado, entre perplejo y fascinado, llegó incluso a financiar investigaciones en psicotrónica, una disciplina que sonaba a ciencia ficción y que hoy suena a, directamente, chifladura. Se rumoreaba que existían laboratorios secretos donde se entrenaba a soldados psíquicos para desviar misiles con la mente o confundir al enemigo con ondas cerebrales. Nada que no haya intentado ya Hollywood, pero con más vodka.
¿Qué fue de Frenkel?
Tras el incidente, y pese a lo que algunos podrían suponer, Frenkel no abandonó su carrera como mentalista. Al contrario: el suceso le dio visibilidad, hecho que, en el mundillo esotérico, equivale a canonización en vida. Fue entrevistado en programas de radio, apareció en reportajes y siguió impartiendo talleres donde enseñaba, entre otras cosas, cómo fortalecer el aura para afrontar adversidades.
El hecho de que sobreviviera fue interpretado por algunos como prueba de sus poderes. Porque si se piensa bien, si Frenkel hubiera sido un simple mortal sin habilidades, estaría muerto. Y como no murió… bueno, pues eso.
Epílogo no moralizante
La historia de Frenkel es una de esas pequeñas epopeyas humanas que combinan fe ciega, física básica y cierta pulsión autodestructiva revestida de espiritualidad. Un capítulo más en la crónica universal del absurdo, donde lo paranormal se da de bruces —literalmente— con lo empíricamente verificable. Un tren. Un hombre. Y una camisa blanca ondeando en el viento como la bandera de la razón que, aquella mañana, nunca llegó a izarse.
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- PUSHKIN, V. N. y A. P. DUBROV.-(Autor)
Fuente: Darwin awards
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.
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