El 30 de enero de 1835, a la salida de un funeral en el Capitolio, el presidente Andrew Jackson avanzaba con su inseparable bastón. Tenía 67 años, la salud en modo ruleta rusa y un carácter que, por suavizarlo, se podría describir como “incendiario”. A unos pasos, un pintor de casas sin empleo llamado Richard Lawrence se preparaba sin saberlo para convertirse en la primera persona que intentó matar a un presidente estadounidense mientras este aún ocupaba el cargo. La puerta de entrada a la historia no siempre es la más digna.
Lawrence se acercó con la aparente tranquilidad de alguien que lleva horas ensayando la escena. Sacó una pistola de bolsillo, apuntó a la espalda del presidente y apretó el gatillo. Sonó un chasquido seco y absolutamente nada más. Lejos de rendirse, sacó una segunda pistola. El resultado fue idéntico: ruido, sí; bala, no. Dos armas cargadas que, por puro capricho del destino, decidieron convertirse en decoración. Jackson, en vez de derrumbarse o de reclutar guardias improvisados, reaccionó como un anciano iracundo dispuesto a dar una lección: se lanzó contra su atacante y comenzó a aporrearle con el bastón hasta que varios presentes —entre ellos el célebre Davy Crockett— lograron separarlos a tirones.
Las pistolas se probaron posteriormente y funcionaban de maravilla. Años después, un especialista en armas calculó que la posibilidad de que ambas fallasen así, una detrás de otra, era de una entre 125.000. La supervivencia de Jackson no fue solo política. Fue una extraordinaria carambola estadística con tintes de milagro profano.
Andrew Jackson, “King Andrew”: blanco perfecto para un espíritu conspiranoico
Para entender qué llevaba a un pintor de casas a transformarse en aspirante a magnicida conviene mirar el ambiente político que rodeaba a Jackson. El presidente no era precisamente un funcionario discreto. Su etapa marcó un periodo de enorme tensión, con choques feroces por la autonomía de los estados, por el Banco de los Estados Unidos y por casi todo lo que pudiera dividir a la nación.
Sus adversarios le llamaban “King Andrew”, no por cariño precisamente. Le veían como un dirigente autoritario que empuñaba el derecho de veto como si fuera un hacha ceremonial. Su enfrentamiento con John C. Calhoun, antiguo vicepresidente, alimentó un clima en el que cualquier disputa podía transformarse en una tragicomedia de sospechas. En ese caldo de cultivo aparece Lawrence, un hombre que no necesitaba periódicos ni rumores para armarse una novela conspirativa: su imaginación ya venía equipada de serie.
Richard Lawrence: de pintor apacible a monarca inventado
Richard Lawrence nació en Inglaterra alrededor de 1800 y llegó a Estados Unidos siendo adolescente. Durante años llevó una vida más bien rutinaria: pintaba casas, no destacaba en nada particular y tenía fama de reservado y responsable. Nada hacía presagiar que un día acabaría esperando al presidente junto al pórtico del Capitolio, pistolas en mano.
A partir de 1832, su comportamiento comenzó a deslizarse hacia lo extraño. Anunció de la noche a la mañana que regresaría a Inglaterra. Lo intentó, afirmó que hacía demasiado frío, volvió, viajó a Filadelfia, regresó otra vez y aseguró que “fuerzas misteriosas” le impedían embarcar. Se convenció de que la prensa publicaba artículos sobre él. Abandonó el trabajo alegando que el gobierno le debía una fortuna. Y lo más relevante: empezó a proclamarse heredero legítimo de Ricardo III de Inglaterra. Según ese delirio, poseía vastas tierras y rentas que Washington debía custodiarle y liberar.
Para Lawrence, el obstáculo era Jackson. El presidente quería liquidar el Banco de los Estados Unidos, un gesto que, en la mente del pintor, bloqueaba su acceso a las supuestas rentas reales. Si “King Andrew” desaparecía, su vicepresidente convocaría un nuevo banco que abriría la puerta a su fortuna imaginaria.
Su transformación exterior acompañó al delirio interior. Empezó a vestir de forma llamativa, se cambiaba varias veces al día, cultivó un aire teatral y pasaba largos ratos de pie ante su casa mirando fijamente la calle. Los niños le llamaban “King Richard” y él se lo tomaba como un homenaje. Su carácter se tornó agresivo: amenazó a una criada, insultó e incluso golpeó a sus propias hermanas. La biografía de un artesano discreto terminó convertida en material de manual psiquiátrico.
Jackson, un funeral y una columna demasiado estratégica
Aquel 30 de enero, Jackson asistía al funeral del congresista Warren R. Davis. Lawrence llevaba días observando sus movimientos con el celo de un espía aficionado. Su plan inicial era disparar durante la entrada al acto, pero no consiguió acercarse lo suficiente. Así que esperó. Se colocó cerca de una columna del Pórtico Este del Capitolio, justo en el punto por el que el presidente debía salir al finalizar la ceremonia. La escena tenía un aire solemne y casi teatral: un presidente anciano regresando de un funeral, la multitud abriéndose a su paso, y un hombre que creía ser un rey medieval dispuesto a alterar el guion.
El resultado no sería histórico por el impacto, sino por la ausencia de él.
Dos pistolas de chispa, dos fracasos y un bastón desatado
Lawrence portaba dos pistolas de chispa, pequeñas y manejables, pero sensibles a la humedad. Y el día, cómo no, estaba húmedo. Cuando Jackson pasó a su lado, Lawrence apuntó la primera arma y disparó. La chispa saltó, pero la pólvora no reaccionó. Sacó entonces la segunda pistola. El ritual se repitió exactamente igual: ruido y fracaso.
Fue entonces cuando Jackson, que no era famoso por su calma, se lanzó como un vendaval. Arremetió contra Lawrence a bastonazos, mientras profería gritos que nadie quiso reproducir con exactitud. La multitud se abalanzó para separarlos y evitar que el ataque acabara con un desenlace aún más grotesco. Crockett y otros presentes redujeron por fin al agresor.
El presidente salió del trance con el pulso acelerado y poco más. Lawrence, con la dignidad hecha trizas, fue detenido entre empujones.
Humedad, probabilidad y la célebre cifra de 125.000 a 1
Las armas fueron examinadas después del incidente. Estaban cargadas y dispararon perfectamente en las pruebas. La explicación técnica no sorprendió a nadie: las pistolas de chispa podían ser caprichosas con la humedad. Lo inconcebible era que fallaran dos seguidas en un instante tan crítico.
Años más adelante, un especialista calculó que la probabilidad de que ambas armas fallasen así era de 125.000 a 1. Puede discutirse la exactitud del número, pero no su fuerza narrativa: la fortuna decidió intervenir con una contundencia casi insultante.

Jackson, que veía su vida como una misión casi épica, interpretó lo ocurrido como una señal. Si dos pistolas disparadas a pocos pasos no lograron alcanzarle, debía de existir —según él— un propósito superior.
El juicio: un fiscal ilustre, un acusado fuera de sí y un veredicto instantáneo
El juicio contra Lawrence comenzó el 11 de abril de 1835 en Washington. El fiscal era Francis Scott Key, el mismo abogado que años atrás había escrito la letra del futuro himno nacional. Un detalle que añadía cierta carga simbólica al proceso.
Lawrence, por su parte, se comportó como cabía esperar de alguien persuadido de ser un rey legítimo en manos de usurpadores. Interrumpía, sermoneaba, negaba la autoridad del tribunal y llegó a proclamar que era él quien debía juzgar a los presentes. El desfile de testigos no hizo sino confirmar lo evidente: vecinos y familiares narraron episodios de risa histérica, ataques de ira, delirios de persecución y planes imposibles para regresar a Inglaterra como monarca.
El jurado tardó cinco minutos en deliberar. Declararon a Lawrence “no culpable por locura”. En vez de una condena penal, recibió un internamiento indefinido en instituciones psiquiátricas. Terminó sus días en el hospital público para enfermos mentales, donde murió en 1861. En la práctica, fue una cadena perpetua con bata blanca.
Conspiraciones, enemigos políticos y el arte de buscar culpables
Que Lawrence estuviera claramente perturbado no impidió a muchos ver una mano oculta detrás del atentado. Jackson, desconfiado por naturaleza, insinuó que aquello no podía ser obra únicamente de un desequilibrado. Sospechó de viejos adversarios políticos, entre ellos Calhoun, quien tuvo que comparecer en el Senado para negar cualquier implicación.

Otro sospechoso habitual fue el senador George Poindexter, que había contratado a Lawrence poco antes del ataque. Aunque no apareció ninguna prueba que lo relacionase con una conspiración, la sospecha dañó su reputación y, según muchos, contribuyó a que perdiera su reelección.
El pintor delirante se convirtió en pantalla de proyección para las luchas internas de Washington. El atentado no produjo víctimas, pero sí una buena colección de discursos encendidos, acusaciones cruzadas y carreras políticas tocadas.
El primer intento de magnicidio presidencial en la historia del país
Pese a su carácter casi cómico, el episodio tiene un lugar destacado en la historia. Fue el primer intento documentado de asesinato contra un presidente de Estados Unidos mientras ejercía el cargo. Hasta entonces, la idea de que alguien se acercara a unos pasos del presidente con una pistola cargada resultaba difícil de imaginar.
Después vendrían tragedias mucho más conocidas: Lincoln, Garfield, McKinley, Kennedy. Pero la inauguración del siniestro catálogo quedó en manos de un pintor que se creía rey y dos armas que prefirieron no disparar. A partir de aquel suceso, la seguridad presidencial comenzó a reforzarse. La imagen romántica del presidente paseando tan campante entre la multitud se convertía en un recuerdo.
Un bastón desatado y un monarca que sólo existía en su imaginación
El intento de asesinato contra Andrew Jackson reúne tres ingredientes que rara vez coinciden: una política crispada hasta lo enfermizo, una mente rota sin tratamiento posible y una suerte tan caprichosa como decisiva.
Jackson respondió como un hombre acostumbrado a arreglar problemas a golpes. Lawrence actuó guiado por un delirio que le prometía una corona inexistente. Y las dos pistolas, piezas centrales del drama, prefirieron no hacer su trabajo.
El resultado fue un episodio tan improbable que aún hoy parece ficción: un rey inventado, un presidente armado únicamente con un bastón y una estadística improbable que decidió inclinarse por lo absurdo.
Vídeo: “The 1835 Assassination Attempt on Andrew Jackson”
Fuentes consultadas
- Datos Freak. (2017). Un presidente con poderes Jedi. Datos Freak: Curiosidades. https://www.datosfreak.org/datos/slug/intento-asesinato-andrew-jackson/
- Wikipedia. (s. f.). Andrew Jackson. En Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Andrew_Jackson
- Lo mejor de la Historia. (2021, 15 de enero). Biografía de Andrew Jackson, 7º presidente de los Estados Unidos. https://masobesi64.wixsite.com/lomejordelahistoria/post/biograf%C3%ADa-de-andrew-jackson
- Muñiz, F. (2025, 8 de noviembre). El intento de robo del cadáver de Abraham Lincoln: una historia de falsificadores y tumbas. El café de la Historia. https://www.elcafedelahistoria.com/robo-del-cadaver-de-abraham-lincoln/
- Senate Historical Office. (s. f.). The attempt to kill “King Andrew”. United States Senate. https://www.senate.gov/artandhistory/history/minute/Attempt_to_kill_King_Andrew.htm
- Boissoneault, L. (2017, 14 de marzo). The attempted assassination of Andrew Jackson: A madman, a conspiracy and a lot of angry politicians. Smithsonian Magazine. https://www.smithsonianmag.com/history/attempted-assassination-andrew-jackson-180962526/
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






