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El hombre que vivió en un aeropuerto: la historia real de Mehran Karimi Nasseri

De Teherán a ningún sitio, con escala en el limbo burocrático

Un hombre se quedó a vivir durante casi veinte años en la Terminal 1 del Aeropuerto Charles de Gaulle de París. Su nombre, Mehran Karimi Nasseri, iraní, nacido en 1945. Y esta es su historia.

Todo empezó en 1977. Nasseri fue expulsado de Irán tras protestar contra el Shah. Hoy, algunos dudan de ciertos detalles de aquella historia, pero entonces le sirvió para conseguir el estatus de refugiado político gracias al ACNUR en Bélgica. En teoría, eso debía abrirle las puertas de media Europa. En la práctica… bueno, los papeles aguantan mucho, pero no las colas interminables, los mostradores cerrados y, sobre todo, las maletas que desaparecen.

Y así quedó allí, entre cafeterías y cintas de equipaje, rodeado de viajeros que pasaban deprisa, casi sin mirarle. Algunos se cruzaban con él con curiosidad, otros con lástima. Él, mientras tanto, aprendió a conocer cada rincón de la terminal: el murmullo de los anuncios, el aroma de croissants recalentados, el ruido de los autobuses en el exterior. La terminal dejó de ser solo un aeropuerto. Se convirtió en su hogar, su oficina improvisada y su mundo entero, un espacio donde lo absurdo se mezclaba con lo cotidiano y la vida transcurría, lenta, entre puertas de embarque y mostradores que nunca parecían abrirse para él.

Londres como destino… y Charles de Gaulle como hogar

A finales de los años 80, Nasseri —o “Sir Alfred”, como le gustaba llamarse— decidió que su destino natural era el Reino Unido. Y no porque soñara con los fish and chips, sino porque aseguraba que su madre era británica, lo cual le confería, según él, derecho a residencia. En 1988, tomó un avión rumbo a Londres, sin más equipaje legal que su buena fe, ya que —según explicó— perdió el maletín con todos sus documentos en una estación de tren. Una torpeza logística que acabaría marcando el resto de su vida.

Milagrosamente, logró subir al avión sin que nadie se percatara de su falta de papeles. Pero al aterrizar en Heathrow, los británicos demostraron que no son tan aficionados a las sorpresas y lo deportaron sin contemplaciones a Francia. Allí, los funcionarios del Charles de Gaulle se encontraron con un individuo sin documentación, sin país al que regresar y, lo más curioso, sin un destino legal definido. Como no había entrado de forma ilegal (el vuelo venía directo), no podían expulsarlo. Pero como no tenía papeles, tampoco podían dejarle entrar. Bienvenidos al limbo legal.

El limbo tiene bancos de metal y olor a café recalentado

Nasseri se instaló en la Terminal 1. No en una de esas zonas VIP con sofás mullidos y champán, sino en un rincón discreto junto a las tiendas duty free, entre pantallas de salidas y el zumbido constante de altavoces anunciando vuelos que él nunca tomaría. Su presencia se convirtió en parte del mobiliario. Le traían comida los empleados del aeropuerto, se aseaba en los baños públicos y pasaba los días leyendo periódicos, escribiendo en su diario y revisando, con cierto estoicismo, los vuelos que nunca cogería.

A partir de 1992, el caso se volvió una partida de ping-pong jurídico. Christian Bourget, abogado francés especializado en derechos humanos, tomó el caso con más paciencia que optimismo. El veredicto de los tribunales fue una joya de la lógica administrativa: como había entrado legalmente, no se le podía expulsar. Pero como no tenía papeles, tampoco se le podía dejar entrar en Francia. Un clásico del «ni contigo ni sin ti».

En 1995, tras años de gestiones, se consiguió que Bélgica le emitiera nuevos documentos. Solo había un pequeño detalle: debía recogerlos en persona, en compañía de un trabajador social. Nasseri, firme en su convicción de que era británico, se negó rotundamente. Prefería seguir en el aeropuerto a aceptar una nacionalidad iraní. Francia y Bélgica le ofrecieron la residencia, pero él insistía en que no era iraní, sino inglés. Y no firmó. Porque si algo tenía Nasseri era principios. O tozudez. A estas alturas, ambas cosas se confunden fácilmente.

Hollywood llama: cuando la tragedia se vuelve blockbuster

La historia de Nasseri inspiró varias obras, aunque ninguna tan rutilante como La Terminal (2004), dirigida por Steven Spielberg y protagonizada por Tom Hanks. Aunque el film no menciona a Nasseri explícitamente —ni falta que hacía, porque el paralelismo es evidente—, Spielberg compró los derechos de su historia por una cifra nada desdeñable. Eso sí, Nasseri no participó en el rodaje ni pisó nunca Hollywood. Siguió en su banco del aeropuerto, con su carrito lleno de pertenencias, como un Diógenes contemporáneo que en lugar de tonel tenía duty free.

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Antes de eso, ya había inspirado la película francesa Tombés du ciel (1993), protagonizada por Jean Rochefort, y el documental Waiting for Godot at De Gaulle (2000), de Alexis Kouros, título que es, por cierto, una deliciosa ironía. Esperar a Godot era esperar lo imposible. Nasseri lo sabía bien.

En 2004, publicó su autobiografía, The Terminal Man, escrita con la ayuda del autor británico Andrew Donkin. El título, por supuesto, no necesitaba mayor explicación. Cuando finalmente abandonó su rincón de la terminal, su asiento fue retirado. Casi como si hubiese pertenecido a una escultura viviente, una instalación de arte conceptual patrocinada por la burocracia europea.

El último vuelo nunca llegó

En julio de 2006, Nasseri fue hospitalizado. Salió en enero del año siguiente y fue acogido por la Cruz Roja francesa. Tras unas semanas en un hotel cercano al aeropuerto, fue trasladado a un centro de acogida en el distrito 20 de París. A partir de 2008, vivió discretamente en la ciudad. Pero, como todo personaje trágico que se precie, su historia no podía acabar sin cerrar el círculo: según la Associated Press, Nasseri volvió a vivir en el aeropuerto en sus últimos años. Murió allí, donde había vivido tanto tiempo, rodeado de pantallas, maletas, gente que viene y va… y silencio administrativo.


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Mehran Karimi Nasseri, su historia en vídeo

Fuente: wikipedia

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