En la mañana del 27 de agosto de 1896 se produjo un episodio que, contado así, parece más apropiado para una anécdota de sobremesa que para un expediente militar: una guerra oficialmente registrada, con bandos, buques, cañones y muertos, que duró lo que dura un café y medio. Entre 38 y 45 minutos —según quién mida y qué cuente como inicio o final— la flota británica consiguió lo que las negociaciones y los tratados no habían logrado: imponer en un santiamén su candidato al trono de Zanzíbar.
Protectorado y poder: el escenario donde se escribe la urgencia
Zanzíbar, isla estratégica en el Índico y corazón de una economía que durante siglos había pivotado sobre el comercio (incluida la esclavitud), había acabado bajo la influencia británica tras la delimitación de esferas con Alemania a finales del siglo XIX. La firma de acuerdos y tratados dejó claro que el sultanato conservaba apariencia de soberanía pero con la cláusula no escrita de la tutela imperial. El poder británico no consistía tanto en la ocupación formal del país como la capacidad de decidir quién podía sentarse en el trono del sultán.
El precipicio: una muerte sospechosa y la precipitada toma del palacio
El detonante fue casi burocrático y a la vez dramático: el sultán Hamad bin Thuwaini murió el 25 de agosto de 1896, sorpresivamente. Su primo y rival, Khalid bin Barghash, ocupó rápidamente el complejo palaciego sin pedir permiso a la potencias tutelares un gesto que, en aquellos momentos, equivalía a declararse en rebeldía ante su Graciosa Majestad. Londres prefería otro candidato, más manejable y acorde a sus intereses, y envió a su cónsul la consigna: Khalid debía abdicar. A partir de ahí la escalada fue una concatenación de plazos, un ultimátum y un reloj que funcionaba como un metrónomo de inminencia.
La mañana del 27: un ultimátum con hora fijada
Los británicos establecieron una hora límite para que Khalid abandonara el palacio. Cumplido el plazo, a las 09:00 horas se dio la orden de abrir fuego y, apenas dos minutos después, los cañones de los cruceros y cañoneras británicas comenzaron a bombardear la residencia del sultán. La respuesta zanzibarí fue casi simbólica: una batería costera, algunos fusileros y la vieja goleta Glasgow, que logró disparar unos proyectiles antes de ser hundida por el fuego enemigo. En menos tiempo del que tarda en desplegarse un periódico, la bandera del palacio fue arriada y las llamas devoraron buena parte de las estructuras de madera y de la célebre zona del harén.
38 minutos de asalto: pólvora, humo y cifras que suenan a exageración
¿Fue una guerra? Sí: hubo muertos, barcos, artillería y consecuencias políticas. ¿Fue una operación corta? También: los registros navales y las crónicas contemporáneas sitúan el fin del tiroteo alrededor de las 09:40–09:45, de ahí la variación entre 38 y 45 minutos según qué hora exacta se tome como inicio. Las cifras —siempre tozudas— hablan de alrededor de 500 muertos o heridos entre la población zanzibarí, y prácticamente bajas nulas en la parte británica (un marinero herido de gravedad, según las actas).
Huellas y consecuencias: quién gobernó después y qué cambió
Aquella misma tarde, los británicos ya habían logrado su propósito: Hamud bin Muhammed fue entronizado como sultán, aunque con un poder puramente decorativo y sometido a la férrea tutela de Londres. El sultanato sobrevivió como una fachada vistosa, mientras el protectorado británico afianzaba su control político y administrativo sobre la isla. En la práctica, aquella guerra relámpago dejó grabada a fuego la lección imperial: en la pugna colonial, las disputas diplomáticas se resolvían a golpe de cañón. Con el tiempo, la nueva administración participó en la campaña oficial contra el comercio de esclavos que el Imperio gustaba de exhibir como gesto moral, al tiempo que reforzaba sus propios intereses económicos en la región.
Anécdotas para la sobremesa (y para recordar que la brevedad no implica inocuidad)
Los cronistas de la época dejaron relatos tan pintorescos como contradictorios: algunos aseguraban que Khalid huyó al primer cañonazo, mientras otros sostenían que resistió unos minutos más. La confusión, como suele ocurrir, terminó alimentando la épica improvisada.
Hoy, la llamada “guerra más corta” se recuerda como símbolo de la eficacia militar llevada al absurdo y de la arrogancia imperial en su máxima expresión: una disputa sucesoria que podría haberse resuelto con paciencia y diplomacia, pero que se decidió con pólvora y un reloj de bolsillo en la mano.
Tras esos escasos minutos se esconden incendios, cadáveres y la humillación política de una isla cuya soberanía se redujo a una firma estampada bajo supervisión británica. Y todo, para recordar al mundo la velocidad con que un cañón puede dictar la historia.
Fuentes
- Anglo-Zanzibar War. (s. f.). Encyclopædia Britannica. https://www.britannica.com/event/Anglo-Zanzibar-War
- Pollard, J., & Pollard, S. (2018, agosto). The Anglo-Zanzibar War. History Today. https://www.historytoday.com/archive/months-past/anglo-zanzibar-war
- Royal Museums Greenwich. (s. f.). Papers relating to the deposition of the Sultan of Zanzibar, 1896. Royal Museums Greenwich. https://www.rmg.co.uk/collections/objects/rmgc-object-521021
- Wilkes, J. (2024, 26 de noviembre). The war Britain won in 38 minutes. HistoryExtra. https://www.historyextra.com/period/victorian/shortest-war-history/
- The National Archives. (s. f.). Slavery – source 2c. The National Archives. https://www.nationalarchives.gov.uk/education/resources/slavery/source-2c/
- Muy Interesante. (2024, 26 de noviembre). La guerra más corta de la historia duró 45 minutos y es esta. Muy Interesante. https://www.muyinteresante.com/historia/la-guerra-mas-corta-de-la-historia-duro-45-minutos-y-es-esta.html
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






