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Gilles de Rais, el verdadero Barba Azul de la historia

En Francia, mencionar el nombre de Gilles de Rais equivale casi a murmurar el del coco de la tradición popular. Durante siglos se ha dibujado su figura como la encarnación del mal más absoluto, pese a que en vida fue celebrado como héroe de guerra, mariscal de Francia y compañero inseparable de Juana de Arco. Un currículo que, a primera vista, parece irreprochable… hasta que uno repara en la última línea: acusado y ejecutado por el asesinato de decenas, quizá cientos, de niños.

Entre expedientes judiciales, propaganda interesada, cuentos convertidos en moralinas y castillos derruidos que hoy viven del turismo, la figura de Gilles de Rais se ha ido deformando hasta fundirse con la del supuesto “auténtico Barba Azul”. Una historia tan desmesurada que cuesta creerla, pero tan bien documentada que deja poco margen a la risa.

Gilles de Rais: del caballero ejemplar al monstruo nacional

Gilles de Montmorency-Laval, más conocido como Gilles de Rais, nació hacia 1404 en una familia de esas que parecen inventadas para demostrar que la nobleza también podía ser un deporte de riesgo: Montmorency, Laval y Craon, nombres cargados de títulos, tierras y pleitos dignos de varias generaciones de notarios.

Ese linaje garantizaba dos certezas: una fortuna generosa y unos conflictos familiares de intensidad notable. Su infancia, desde el punto de vista afectivo, fue un pequeño desastre, pero en lo material no podía haber comenzado con mejor pie.

La educación que recibió fue la ideal para fabricar un perfecto caballero: latina, refinada, cargada de clásicos y acompañada de instrucción militar de primer nivel. No era un niño perdido en los márgenes del mundo, sino alguien con acceso directo a lo más selecto del saber de su tiempo, incluida cierta literatura romana en la que las crueldades imperiales se narraban con entusiasmo más que notable. Y todo aquello, lejos de pasarle por encima, lo absorbía con un fervor que inquieta a posteriori.

El problema nunca fue la falta de recursos ni de talentos, sino la dirección que eligió darles.

Infancia noble, biblioteca infinita y una familia para ponerse en guardia

La muerte prematura de sus padres dejó su tutela en manos de un primo oficialmente designado, aunque quien mandaba de verdad era el abuelo materno, Jean de Craon. Un personaje de carácter tan áspero y tan poco inclinado a los escrúpulos que haría empalidecer a más de un villano de ficción.

Este abuelo, dueño absoluto de todo lo que le rodeaba y no precisamente aficionado a la ternura, se adueñó de la fortuna de sus nietos con la misma facilidad con la que ignoró sus necesidades. Los tutores intentaban enderezar la educación del muchacho mientras el anciano sembraba en él el gusto por pequeñas crueldades y una sensación de omnipotencia que, según contaría más tarde el propio Gilles, lo marcó profundamente.

Gilles de Rais

En medio de ese ambiente, el joven encontró su refugio en la biblioteca del castillo. Allí descubrió obras como la “Vida de los doce Césares”, donde personajes como Calígula o Nerón no dejaban precisamente una buena impresión. No es que esas lecturas conviertan a nadie en asesino, pero desde luego ofrecen modelos de poder absoluto que, en mentes inestables o moldeadas por adultos despóticos, pueden resultar peligrosamente atractivos.

Por entonces, la nobleza local lo observaba con mezcla de admiración y recelo. Era hábil con las armas, brillante hasta la arrogancia y habituado a salirse con la suya. Algunos historiadores resumen su carácter con una expresión certera: “niño con poder”. Y no les falta razón.

Juventud, guerra y un mariscal forjado a golpe de lanza

La Guerra de los Cien Años se convirtió en el escenario ideal para que aquel noble ambicioso y valiente brillara con luz propia. Con apenas veinte años ya se movía en el entorno del delfín Carlos, futuro Carlos VII, de la mano del astuto Georges de La Trémoille.

En 1429 aparece en su vida Juana de Arco. La joven visionaria y el caballero impetuoso formaron una pareja militar que parecía creada para alimentar la imaginería patriótica: la muchacha inspirada por voces celestiales y el noble feroz que encarnaba la fuerza de las armas. Gilles se convirtió en su protector más leal, luchó a su lado en Orleans, Jargeau, Patay y otras batallas cruciales, y su temple en el campo le abrió de par en par las puertas del prestigio.

Ese mismo año, sin haber cumplido todavía los veinticinco, fue nombrado mariscal de Francia. Un honor reservado a muy pocos, prueba de su éxito y de su cercanía al rey. Para rematar, Carlos VII le permitió añadir las flores de lis a su escudo, un gesto que indicaba confianza absoluta y que alimentó aún más su ya considerable orgullo.

Gilles de Rais

La ejecución de Juana de Arco en 1431 fue para él un golpe devastador. Las crónicas hablan de un Gilles abatido, crítico con el rey al que ambos habían servido y preso de un resentimiento profundo. Tras una última intervención militar en 1432, decidió retirarse a sus dominios. Y allí empezaría la parte más oscura de su biografía.

Derroche sin fin, teatro a lo grande y un interés peligroso por la alquimia

En sus castillos, lejos del campo de batalla y separado de su esposa e hija, Gilles de Rais se sumergió en un estilo de vida deslumbrante, casi teatral. Mandó representar fastuosas obras inspiradas en sus campañas junto a Juana, con decenas de intérpretes, decorados hechos a mano, armaduras auténticas y banquetes abiertos a todo el que quisiera mirar.

Ese despliegue, como era de esperar, salió exclusivamente de su bolsillo. Y aunque las arcas nobles son proverbiales por su profundidad, no son infinitas. Sostenía una corte de aduladores, músicos, artistas y sirvientes que vivían a costa de sus extravagancias. Mandó fabricar pequeños órganos, coleccionó voces privilegiadas para que cantaran solo para él y convirtió a sus propiedades en teatros improvisados.

La consecuencia era inevitable: la ruina llamaba a la puerta. Para mantener el ritmo empezó a pedir préstamos con intereses abusivos y a vender castillos y tierras a precios insultantes. Su familia, alarmada, acudió al rey para advertirle de que, si nadie intervenía, toda la fortuna de los Laval acabaría evaporándose.

El monarca actuó en 1436 y le prohibió seguir malvendiendo propiedades sin permiso. Gilles, desesperado, volvió la mirada hacia la alquimia y la magia, convencido de que podía recuperar su riqueza gracias a fórmulas esotéricas.

Fue entonces cuando apareció Francesco Prelati, un florentino que se presentaba como alquimista con contacto directo con un demonio dispuesto a hacer negocios. Según los testimonios posteriores, convenció al mariscal de que, mediante ciertos rituales y sacrificios, podría recuperar todo lo perdido. Y Gilles, con una mezcla de ingenuidad, soberbia y desesperación, decidió creerle.

A partir de ahí, el relato deja el terreno del lujo excéntrico y pisa de lleno el del espanto.

Los crímenes de Tiffauges: desapariciones y un miedo que se hizo leyenda

Entre 1432 y 1440, en los dominios de Gilles de Rais comenzó una inquietante serie de desapariciones de niños y adolescentes, casi todos hijos de campesinos y artesanos sin recursos. Los nombres de Tiffauges, Machecoul y Champtocé aparecen una y otra vez asociados a esas ausencias que nadie sabía explicar.

Los criados del mariscal recorrían aldeas y caminos buscando pequeños pajes, ofreciendo falsa protección en la casa del noble o aprovechando la vulnerabilidad de los que mendigaban cerca de sus castillos. Algunos entraban engañados, otros eran raptados sin más. La mayoría no volvía a ser vista.

Las cifras que manejaron las sentencias de la época hablaban de más de un centenar de víctimas; algunos autores posteriores elevaron la cifra hasta extremos inverosímiles. Hoy la mayoría de historiadores coincide en que hubo decenas, quizá alrededor de doscientas muertes, con un componente de violencia sexual imposible de obviar.

Los testimonios recogidos en el juicio, muchos de ellos de antiguos servidores, describían abusos y asesinatos tan brutales que incluso los jueces, acostumbrados a una época áspera, quedaron horrorizados. El propio Gilles admitió, con escalofriante frialdad, que mataba por aburrimiento o placer, atraído por una extraña fascinación por el instante de la muerte.

El apodo de “Barba Azul”, con el que los campesinos lo bautizaron, surgió de forma casi espontánea. Algunos decían que la barba negra del mariscal tomaba un tono azulado al amanecer; otros, que era un nombre útil para poner rostro al miedo. Y lo cierto es que pocos sobrenombres han resultado tan eficaces para fijar una leyenda.

Arresto y juicio: cómo cae un señor feudal

Curiosamente, la caída del mariscal no comenzó por los crímenes contra los menores. El desencadenante fue mucho más mundano: una disputa por la venta de un castillo.

En 1440, tras vender una de sus últimas fortalezas, intentó deshacer la operación al descubrir que podría haber obtenido más dinero. Cuando el comprador se negó, reaccionó como quien está demasiado acostumbrado a imponer su voluntad: mandó secuestrar a un pariente del comprador en plena iglesia, durante una misa. El escándalo fue monumental.

Aquel gesto precipitó la intervención del duque de Bretaña y del obispo de Nantes, que vieron la ocasión de neutralizar a un noble peligroso y de paso poner orden en una región inquieta. Se registraron sus castillos y en Machecoul y otros enclaves aparecieron restos humanos, declaraciones de testigos y confesiones de criados que relataban escenas que helaban la sangre.

El proceso fue doble. Por un lado, un tribunal eclesiástico lo acusó de herejía, brujería y pacto demoníaco. Por otro, un tribunal civil lo juzgó por secuestro, asesinato, abusos y otros delitos graves. Las actas que se conservan permiten seguir su evolución desde la negación furiosa hasta una confesión detallada.

La cuestión de si confesó voluntariamente o bajo presión sigue generando debates hoy. Los tribunales medievales combinaban persuasión psicológica, amenazas de excomunión y, cuando lo consideraban oportuno, tortura. Pero el volumen de testimonios, de padres desesperados, aldeanos y antiguos empleados, era tan abrumador que resulta difícil imaginar una conspiración perfecta.

El 25 de octubre de 1440 fue condenado a la horca y al fuego. Al día siguiente se ejecutó la sentencia en Nantes. Sus restos, retirados antes de consumirse, fueron enterrados en un convento carmelita, gesto que sugiere que se consideró sincero su arrepentimiento final.

¿El verdadero Barba Azul? Entre cuento, propaganda y memoria popular

La conexión entre Gilles de Rais y el personaje de Barba Azul no nació en el mismo siglo. El cuento de Charles Perrault apareció más de doscientos años después y narraba otra clase de atrocidades. Su protagonista mataba esposas, no niños, y el centro del relato era la curiosidad prohibida, no el sadismo.

Aun así, durante el siglo XIX la imaginación popular comenzó a fusionar ambas figuras. Viajeros románticos, escritores y folkloristas encontraron en los castillos arruinados de los antiguos dominios de Gilles un escenario perfecto para alimentar la leyenda. Tiffauges, sobre todo, se convirtió en sinónimo del personaje del cuento.

Hoy todavía se repite que Gilles de Rais fue “el auténtico Barba Azul”, aunque los especialistas matizan que el vínculo es más bien fruto de la mezcla cultural que de una relación directa. A la memoria colectiva le gustan las historias con un monstruo único y nítido, y la fusión entre historia y ficción ofrecía ese resultado.

¿Monstruo ejemplar o chivo expiatorio? El debate histórico

Ser uno de los primeros asesinos en serie documentados en Europa convierte el caso en objeto de revisión constante. Desde finales del siglo XIX, distintos investigadores han analizado las actas del juicio intentando separar hechos probados, exageraciones sensacionalistas y elementos nacidos de la propaganda.

La mayoría coincide en que Gilles de Rais fue culpable de numerosos asesinatos, acompañados de abusos y rituales de inspiración esotérica. Los testimonios, los restos hallados y la consistencia de las declaraciones apuntan en la misma dirección.

No obstante, surgieron corrientes revisionistas que planteaban la posibilidad de una conspiración para despojarlo de sus bienes, aprovechando su ruina y su impopularidad creciente. Señalan el peso excesivo de los procedimientos inquisitoriales, la posibilidad de confesiones obtenidas bajo presión y la facilidad con la que, en la época, se acusaba a un noble caído en desgracia de recurrir al demonio.

Los historiadores más prudentes adoptan una postura intermedia: es probable que algunas cifras se exageraran con el tiempo, pero no hay base firme para sostener una inocencia total. El mito amplificó la figura, sí, pero lo que permanece bajo el mito es lo bastante terrible.

Gilles de Rais hoy: castillos, espectáculos y un turismo algo inquietante

En la actualidad, el nombre de Gilles de Rais sigue despertando una mezcla de repulsión y curiosidad. Sus antiguos castillos, en especial Tiffauges, se han convertido en destinos turísticos con espectáculos medievales, exhibiciones de máquinas de guerra y guiños más o menos discretos a la leyenda de Barba Azul.

Resulta paradójico que un lugar vinculado a crímenes tan atroces se presente hoy como una excursión perfecta para familias, pero así funcionan la memoria y la mercadotecnia: el horror se vuelve manejable cuando se edulcora y se envuelve en entretenimiento.

En Francia, el caso continúa apareciendo en documentales, estudios sobre criminalidad histórica y análisis sobre la construcción de la figura del monstruo público. La vida de Gilles de Rais ofrece una combinación tan extraña —noble poderoso, héroe militar, protector de Juana de Arco, asesino en serie y personaje literario— que resulta casi inevitable volver a él una y otra vez.

El lector actual, acostumbrado a relatos de crímenes reales convertidos en fenómenos mediáticos, reconoce fácilmente los hilos que atraviesan la historia: poder desmedido, impunidad, violencia sostenida y un juicio que mezcló justicia, espectáculo y venganzas políticas. Un guion sorprendentemente contemporáneo para un personaje del siglo XV.

Vídeo: “SER Historia | Gilles de Rais, el sádico ‘Barba Azul’”

Fuentes consultadas

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